viernes, 6 de marzo de 2015

DIOS INVENTÓ EL MATRIMONIO...

Dios inventó el matrimonio para que hombre y mujer expresen Su amor (es decir, el amor de Dios), amándose mutuamente y uniéndose en carne y espíritu, viviendo en unidad de corazón. El hombre agrada a Dios amando a su mujer, y la mujer agrada a Dios amando a su marido. Si no se aman no agradan a Dios. El matrimonio está hecho para dar gloria a Dios, y no le da gloria cuando en su seno hay luchas y peleas, palabras ásperas y resentimientos, y peor aún, deslealtad.
En ningún lugar son más válidas las palabras de Pablo acerca del trato mutuo: “Vestíos pues… de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviere queja contra otro…” (Col 3:12-14).
Si marido y mujer se aman ¿cómo no han de dirigirse mutuamente palabras amorosas y no coléricas, de ternura y no de reproche?
Que sea una regla para marido y mujer nunca elevar la voz cuando discrepan, nunca gritarse el uno al otro, y menos aun, insultarse. Los insultos degradan al matrimonio. Y si tienen hijos ¿qué ejemplo les darán? Nunca deben dormir sin haberse reconciliado si hubieran discutido. Pablo escribió: "No se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo" (Ef. 4:26,27). Esas palabras se aplican con mucha propiedad al matrimonio.
Si marido y mujer se duermen estando enojados el uno con el otro, al día siguiente el enojo habrá crecido y será más difícil aplacarlo. Si no hacen las paces rápido, en pocos días puede surgir una brecha seria entre ambos. Eso es lo que el diablo quiere: separarlos, enemistarlos, romper su unidad, que su amor se agrie.
No den pues los casados lugar al diablo en su matrimonio, guardando su enojo para el día siguiente. La comida guardada para el día siguiente y recalentada, muchas veces hace daño. El enojo mutuo trasnochado mucho más.
Los maridos por lo general no son conscientes de que Dios les ha confiado una mujer -como un padre terreno confía su hija a su yerno- y que él es responsable delante de  Dios del bienestar y de la felicidad de ella. Algún día tendrá que darle cuenta de cómo cumplió ese encargo. Si el marido no lo cumple bien, no le es grato a Dios y sus oraciones tendrán estorbo, como dice Pedro: “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sufran estorbo.” (1P 3:7).
Para agradar a Dios el marido debe agradar a su mujer amándola como Cristo ama a la Iglesia, muriendo por ella, cuidándola, santificándola (Ef 5:25,26). ¿Podemos imaginar a Jesús maltratando a la Iglesia? Entonces ¿por qué maltratas a tu mujer? ¿Cómo quieres que ella te respete? No puede respetar al que se comporta como un bruto.
Pero la mujer por su lado agrada a Dios respetando y amando a su marido. Ambos agradan a Dios haciéndose felices el uno al otro. Si él no está contento con ella, ni ella con él, Dios no estará contento con ambos.
Si quieren agradar a Dios, agrádense mutuamente para que sean perfectamente unidos en el amor. Obrando de esa manera cumplen la voluntad de Dios y atraen bendiciones para su vida. Si no obran de esa manera, Dios no puede bendecirlos a ellos como quisiera, ni bendecirá a sus hijos que, por lo demás, sufrirán a causa de la división de sus padres.
            La felicidad y el contentamiento de la mujer –que se adivina en su rostro y en su mirada- es el mejor termómetro de la piedad y de la madurez del marido. Si ella no es feliz, él está de alguna manera fallando en el encargo que ha recibido. Si ella no es feliz, de más está que él se arrodille pensando que sus oraciones serán escuchadas. Si ella le guarda algún resentimiento justificado, de más está que lleve su ofrenda al altar, pues no será bien recibida. Mejor será que se reconcilie con ella y luego retorne para presentar su ofrenda o su petición, para que el Señor lo escuche (Mt 5:23,24).
Y lo mismo se aplica a la mujer. Dios los ha hecho mutuamente responsables de la felicidad del otro y algún día les pedirá cuentas. ¿Hiciste feliz a tu mujer? ¿Hiciste feliz a tu marido?
Si no lo hiciste, fallaste. Pero la responsabilidad principal está en el marido. Para algo es la cabeza, para servir antes de mandar.
Si no se hacen mutuamente felices están fallando, no sólo como esposos sino también como padres y madres, porque los que no saben ser buenos esposos difícilmente sabrán ser buenos padres. Si no saben cuidar del bienestar del cónyuge, tampoco sabrán cuidar del bienestar de los hijos, pues ambas cosas están unidas, y dependen del amor, de la sabiduría y de los frutos del Espíritu.
El matrimonio es una escuela en que marido y mujer, soportándose y perdonándose mutuamente (porque no son perfectos), amándose y sosteniéndose el uno al otro, se perfeccionan y se santifican. Es una escuela en que aprenden a servirse el uno al otro, y a sus hijos, para que el amor de Dios reine en el hogar. Denle gracias a Dios por esa oportunidad que Él les da de limar sus diferencias y, al mismo tiempo, limar las asperezas y deficiencias de su carácter, despojándose del hombre viejo que les es obstáculo para amarse, porque amándose, aman al Dios que los creó el uno para el otro.

[Pasaje tomado de mi libro “Matrimonios que Perduran en el Tiempo”, (Vol II, por publicar) Editores Verdad & Presencia. Av. Petit Thouars 1191, Santa Beatriz, Lima, tel. 4712178.]






No hay comentarios: