LA
VIDA Y LA PALABRA
Por
José Belaunde M.
JUAN
BAUTISTA II
Juan
empieza su ministerio
Siendo
de estirpe sacerdotal Juan hubiera podido reclamar un lugar como sacerdote en
el
servicio del templo, pero al irse al desierto él renunció a esa
prerrogativa. Esa renuncia era una denuncia implícita del formalismo y de la
hipocresía del culto establecido.
Lucas, como historiador acucioso, se ha tomado la
molestia de indicar en qué año comenzó Juan a predicar a las multitudes: el año
15 del emperador Tiberio (Lc 3:1), esto es, el año 26 o 27 DC, cuando él
tendría unos treinta años. (Nota 1)
Dice además Lucas: “Vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.” (v.
2). Él no empezó su ministerio por propia iniciativa, sino fue Dios quien le
ordenó hacerlo, diciéndole además lo que tenía que proclamar. Lucas subraya la
semejanza del comienzo del ministerio de Juan con el de Jeremías y Ezequiel, a
quienes también vino palabra del Señor (Jr 1:2; Ez 1:3).
Juan comenzó su ministerio público predicando en las
regiones desérticas no muy lejanas de la desembocadura del río Jordán en el Mar
Muerto, frente a Jericó y a la vista del Monte Nebo (Mt 3:1-12), precisamente
el lugar por donde los israelitas siglos atrás entraron a la tierra prometida
para conquistarla.
Su mensaje era sencillo pero contundente y sin
concesiones: “Arrepentíos porque el reino
de los cielos se ha acercado. ” (v. 2). ¿Qué es lo que tiene que hacer la
gente para preparar la venida del Señor en todos los tiempos? Arrepentirse. Si
no hay arrepentimiento Dios no puede hacer su obra en nosotros. Los
avivamientos han sido siempre tiempos de arrepentimiento individual y
colectivo.
Es el mismo mensaje que predicará Jesús cuando Él, a
su vez, empiece poco después su ministerio, añadiendo las palabras: “Creed en el Evangelio.”, esto es, en
las buenas nuevas que yo predico. (Mr 1:14,15).
La predicación de Juan había sido anunciada por
Isaías: “Voz del que clama en el
desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas.” (Lc 3:4; cf
Is 40:3).
Él estaba vestido como solía vestirse Elías: con una
piel de camello –que no debe haber sido muy suave- y un cinto de cuero alrededor
de sus lomos (2R 1:8); y se alimentaba de langostas y de miel silvestre. (Mt
3:4) Notemos que él no se alimentaba de las langostas que se ofrecen en los
restoranes de lujo actuales como un plato exquisito y caro, sino de las
langostas que pululan en el desierto, alimento al que las personas carentes de
recursos solían recurrir.
Su predicación tuvo una gran acogida popular, porque
las multitudes de Jerusalén, de toda Judea y de las regiones alrededor del
Jordán venían a él para ser bautizadas confesando sus pecados (v. 5,6). La
palabra de Juan estaba tan ungida que al escucharla la gente era tocada por el
Espíritu Santo, y se volvían concientes de que eran unos pecadores y de que
necesitaban cambiar de vida.
El bautismo de Juan será imitado por los discípulos
de Jesús (Jn 4:1-3), y prefigura el bautismo que practicará la Iglesia después
de Pentecostés (Hch 2:38-41). Jesús, retando a los fariseos a que le respondan,
dio a entender que el bautismo de Juan era del cielo, es decir, le había sido
inspirado por Dios (Mr 11:30-32).
Juan reprendía sin miedo a los fariseos y sacerdotes
que venían a escucharlo: “¡Raza de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Lc 3:7) ¡Qué amables
eran sus palabras! Los profetas no siempre son amables al transmitir el mensaje
de Dios.
También les decía: “Haced pues frutos dignos de arrepentimiento.” (v. 8a). Es decir,
mostrad con vuestras obras que vuestra conversión es sincera.
Ellos creían que el hecho de ser “hijos de Abraham” (v. 8b), es decir, descendientes suyos, les
aseguraba la salvación. Pero él los disuade: los vínculos de sangre y la
ascendencia, por noble que sea, no significan nada delante Dios. Cada cual debe
responder por sí mismo delante de su trono, y recibirá la recompensa que merece.
También hoy día muchos creen que por pertenecer a una familia cristiana y
asistir regularmente a la iglesia, tienen el cielo asegurado. Pero no es así.
Según Lucas, él incluye en su discurso las palabras:
“Ya está el hacha puesta a la raíz de los
árboles.” Y les advierte que el árbol que no dé buen fruto será cortado y
arrojado al fuego (v. 9), (2) para mostrarles la urgencia de tomar una decisión.
Ése es un mensaje que debemos repetir hoy día.
Tocados por sus palabras, la gente, como ocurrirá
luego en Pentecostés (Hch 2:37), le preguntaba: ¿Qué cosa debemos hacer? “El que tiene dos túnicas dé una al que no
tiene.” Y el que tiene qué comer, comparta de lo suyo. Es decir, lo que tú
posees no es sólo para ti. Dios te lo ha dado no sólo para tu propio beneficio,
sino también para que bendigas a otros (cf Is 58:7). A los publicanos (la clase
social más despreciada por los judíos) que le hacían la misma pregunta les
contestó: “No exijáis más de lo que está
ordenado.” Es decir, no abuses de tu posición para enriquecerte. Y a los
soldados les dijo: “No hagáis extorsión a
nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestra paga.” (Lc 3:10-14). ¡Qué
actuales son estos consejos! ¡Cómo viniera el Bautista a predicárnoslas por
calles y plazas y edificios públicos para reprendernos por nuestra conducta!
Los tiempos habrán cambiado, pero no las malas costumbres.
Juan anuncia enseguida la venida de uno mayor que
él, de quien él no es ni siquiera digno de llevar su calzado (que era una tarea
de esclavos). Notemos la humildad de Juan.
“Él os
bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt
3:11) Pero Él hará algo más: “Limpiará su
era.” (v. 12) Es decir, su heredad, su propiedad.
Él es el dueño del mundo. Separará la paja del
trigo. El trigo irá a su granero (el cielo), y la paja será quemada en el lugar
cuyo fuego nunca se apaga (el infierno). ¿Tú eres paja o eres trigo?
¿Qué cosa eres tú? ¿Cómo vives? ¿Como paja o como
trigo? ¿Cómo tratas a tu prójimo? (1Cor 3:12-15).
¿Por qué debemos predicar el Evangelio a los
perdidos? No porque seamos buena gente, no sólo porque amamos a Jesús, sino
porque los pecadores están en grave peligro de condenarse para siempre, como lo
estábamos nosotros antes de convertirnos.
Juan
da testimonio tres veces acerca de Jesús
Juan
dio un testimonio extraordinario de Jesús ante los sacerdotes y levitas que las
autoridades del templo habían enviado para averiguar quién era él. (Jn 1:19-28).
Él negó ser el Cristo, negó también ser Elías (es
decir, ser Elías en persona, cuya aparición al final de los tiempos estaba
anunciada, Mal 4:5), y también negó ser el profeta anunciado por Moisés (cf Dt
18:15,18, que no sería otro sino Jesucristo). Le preguntaron entonces: “¿Tú quién eres?” Y contestó como
sabemos: “Yo soy la voz de uno que clama
en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.” (Jn
1:19,23; cf Is 40:3). ¿Qué quiere decir con esto? Cambien su manera de vivir,
para que puedan recibir al Enviado de Dios como conviene.
Y añadió: “En
medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis... Él viene después de
mí, pero es antes de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su calzado.”
(Jn 1:26-28).
¿Cómo es eso de que “es antes de mí” si Juan era seis meses mayor? Es antes de él
porque existía desde siempre. Las palabras de Juan son una referencia a la
eternidad del Verbo (Jn 1:1), y nos recuerdan la palabras que Jesús dijo en
otra ocasión: “Antes que Abraham fuese,
yo soy.” (Jn 8:58).
Al día siguiente Juan vio a Jesús que venía hacia él
y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que
quita el pecado del mundo.” (Jn 1:29). Ésta es la primera vez en los
evangelios en que se menciona esta figura simbólica del cordero, que para
nosotros tiene tanto significado.
Para los judíos el cordero era el animal que Abraham
ofreció en holocausto en lugar de su hijo Isaac sobre el monte Moriah (Gn
22:13); era el animal que fue sacrificado la noche de la Pascua en Egipto antes
de que salieran de ese país (Ex 12:1-36); y el animal que era ofrecido
diariamente en el templo como expiación por la culpa (Lv 14:12-21). En boca de
Juan es una referencia velada al sacrificio de Cristo en la cruz, muerto en
expiación de los pecados de los hombres, como había profetizado Isaías
(53:3-10).
La noción del cordero que quita el pecado del mundo
tiene un antecedente en los machos cabríos que se menciona en el libro de
Levítico: el macho cabrío que fue sacrificado en expiación de los pecados del
pueblo (Lv 9:3,15), y el otro macho cabrío que en el Día de Expiación llevaba
todas las iniquidades del pueblo y era enviado al desierto (Lv 16:20-22).
¿Cómo quita el Cordero de Dios el pecado del mundo?
Llevándolo en su cuerpo sobre el madero, como dice Pedro (1P 2:24), pero
también perdonando los pecados de todos los que se arrepienten sinceramente de
ellos y creen en Él.
Juan añade que él no lo conocía, aunque lo conocía
ciertamente pues era su pariente, pero no conocía hasta ese momento el papel
que Jesús iba a desempeñar en los planes de Dios. Y sigue diciendo Juan que “el que lo envió a bautizar con agua…me
dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu Santo, ése es el que bautiza con
el Espíritu Santo. Yo le vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” (Jn
1:33,34). Él va a administrar un tipo diferente de bautismo, el bautismo
anunciado por Ezequiel, que confiere el propio Espíritu de Dios al que lo
recibe (Ez 36:25-27).
Nuevamente al siguiente día Juan estaba con dos de
sus discípulos, y al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo de nuevo: “He aquí el Cordero de Dios.” (Jn 1:35,36). Entonces los dos discípulos siguieron
a Jesús. Posiblemente intrigados por la frase de Juan querían averiguar más
acerca de Él. Esos dos discípulos de Juan, que después lo fueron de Jesús, eran
Andrés, hermano de Pedro, y Juan, el evangelista (v. 37-40).
Bautismo
de Jesús (Mt 3:13-17)
(Es
muy probable que este episodio ocurriera durante los días en que Juan Bautista
dio testimonio acerca de Jesús)
Jesús le pide a Juan que lo bautice, pero Juan se
niega diciendo que más bien debería ser al revés, que Jesús lo bautice a él.
Pero Jesús insiste diciendo que “conviene
que cumplamos toda justicia.” (v. 15). ¿Qué quería decir con eso?
Jesús no tenía pecados que confesar ni necesidad
alguna de que le fueran perdonados. ¿Por qué se hizo bautizar por Juan
diciendo: “cumplamos toda justicia”? Jesús
había venido a salvar a los pecadores. Al hacerse bautizar como si fuera uno de
ellos, Él se identifica con los pecadores a los que Él había venido a salvar.
Él se humilla haciéndose como uno de ellos.
Entonces Juan accede a ese pedido que le parece
extraño, lo sumerge en el río, y cuando Jesús sale del agua ve que los cielos
se abren y el Espíritu Santo desciende en forma de paloma para posarse sobre Jesús,
al mismo tiempo que se oye una voz del cielo que proclama: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia.” (v. 16,17).
Aquí en este episodio vemos una manifestación única
de la Trinidad: el Padre que hace escuchar su voz, el Hijo que es bautizado, y
el Espíritu Santo que desciende como paloma sobre la cabeza de Jesús.
La voz de Dios en ese momento está diciendo: Este es
un acto muy importante.
Esas mismas palabras, que son una cita de Isaías
42:1, se volvieron a oír cuando Jesús fue transfigurado en el monte Tabor delante
de los tres apóstoles que lo acompañaban. (Mt 17:5).
De esa manera se empezó a cumplir la profecía de
Isaías acerca del Siervo de Jehová en la que figura esa frase, y en la que se
dice entre otras cosas: “Él traerá
justicia a las naciones. No gritará ni alzará su voz…no quebrará la caña
cascada, ni apagará el pabilo humeante…” (Is 42:1ss).
En otra ocasión, cuando Juan para seguir bautizando,
se había ido a Enón, cerca de Salim, porque allí había muchas aguas, le dijeron
que Aquel a quien él había bautizado también bautizaba y todos iban a Él, que
es como si le dijeran: Mira, te ha salido competencia. Juan les contestó
diciendo entre otras cosas: “Es necesario
que Él crezca y que yo mengüe.” (Jn 3:22-30) Esta frase, que muestra la
grandeza de alma de Juan, se puede aplicar a todos nosotros: Es necesario que mi
ego mengüe para que Cristo crezca en mí, para que sus virtudes y su manera de
ser se hagan patentes en mí. En suma, que yo muera a mí mismo y me haga como es
Él, dispuesto a sacrificar mi comodidad para servir a mi prójimo. En la
práctica sabemos que muchas veces hacemos lo contrario, queremos engrandecernos
nosotros a costa de que Cristo mengüe.
Notas:
1. En la antigüedad era costumbre
contar el tiempo a partir del inicio del reinado del soberano. Por ejemplo: “En el año 18 del rey Jeroboam…” (1R
15:1). En el caso concreto de la fecha indicada por Lucas existe la duda de si
el primer año del emperador fue el año de la muerte de su predecesor Cesar
Augusto (el año 14 DC), o el año en que Tiberio fue asociado como coregente al
gobierno de su tío (el año 11 o 12 DC). Esta última posibilidad es la más
probable, por lo que el inicio de su predicación se situaría entre los años 26
y 27 DC. Pero hay quienes sostienen que los años del reinado de Tiberio deben
contarse a partir del año en que él gobernó solo, lo que colocaría los
acontecimientos descritos aquí entre los años 28 y 29 DC.
2. Las imágenes que usa Juan, y usará luego Jesús,
están en gran parte tomadas de Isaías: El derramamiento del Espíritu de lo alto
(Is 32:15); raza de víboras (59:5); árboles cortados (10:33,34), etc.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te
invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
#809 (22.12.13).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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