miércoles, 14 de mayo de 2014

JUAN BAUTISTA II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JUAN BAUTISTA II
Juan empieza su ministerio
Siendo de estirpe sacerdotal Juan hubiera podido reclamar un lugar como sacerdote en el
servicio del templo, pero al irse al desierto él renunció a esa prerrogativa. Esa renuncia era una denuncia implícita del formalismo y de la hipocresía del culto establecido.
Lucas, como historiador acucioso, se ha tomado la molestia de indicar en qué año comenzó Juan a predicar a las multitudes: el año 15 del emperador Tiberio (Lc 3:1), esto es, el año 26 o 27 DC, cuando él tendría unos treinta años. (Nota 1)
Dice además Lucas: “Vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.” (v. 2). Él no empezó su ministerio por propia iniciativa, sino fue Dios quien le ordenó hacerlo, diciéndole además lo que tenía que proclamar. Lucas subraya la semejanza del comienzo del ministerio de Juan con el de Jeremías y Ezequiel, a quienes también vino palabra del Señor (Jr 1:2; Ez 1:3).
Juan comenzó su ministerio público predicando en las regiones desérticas no muy lejanas de la desembocadura del río Jordán en el Mar Muerto, frente a Jericó y a la vista del Monte Nebo (Mt 3:1-12), precisamente el lugar por donde los israelitas siglos atrás entraron a la tierra prometida para conquistarla.
Su mensaje era sencillo pero contundente y sin concesiones: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado. ” (v. 2). ¿Qué es lo que tiene que hacer la gente para preparar la venida del Señor en todos los tiempos? Arrepentirse. Si no hay arrepentimiento Dios no puede hacer su obra en nosotros. Los avivamientos han sido siempre tiempos de arrepentimiento individual y colectivo.
Es el mismo mensaje que predicará Jesús cuando Él, a su vez, empiece poco después su ministerio, añadiendo las palabras: “Creed en el Evangelio.”, esto es, en las buenas nuevas que yo predico. (Mr 1:14,15).
La predicación de Juan había sido anunciada por Isaías: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; enderezad sus sendas.” (Lc 3:4; cf Is 40:3).
Él estaba vestido como solía vestirse Elías: con una piel de camello –que no debe haber sido muy suave- y un cinto de cuero alrededor de sus lomos (2R 1:8); y se alimentaba de langostas y de miel silvestre. (Mt 3:4) Notemos que él no se alimentaba de las langostas que se ofrecen en los restoranes de lujo actuales como un plato exquisito y caro, sino de las langostas que pululan en el desierto, alimento al que las personas carentes de recursos solían recurrir.
Su predicación tuvo una gran acogida popular, porque las multitudes de Jerusalén, de toda Judea y de las regiones alrededor del Jordán venían a él para ser bautizadas confesando sus pecados (v. 5,6). La palabra de Juan estaba tan ungida que al escucharla la gente era tocada por el Espíritu Santo, y se volvían concientes de que eran unos pecadores y de que necesitaban cambiar de vida.
El bautismo de Juan será imitado por los discípulos de Jesús (Jn 4:1-3), y prefigura el bautismo que practicará la Iglesia después de Pentecostés (Hch 2:38-41). Jesús, retando a los fariseos a que le respondan, dio a entender que el bautismo de Juan era del cielo, es decir, le había sido inspirado por Dios (Mr 11:30-32).
Juan reprendía sin miedo a los fariseos y sacerdotes que venían a escucharlo: “¡Raza de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Lc 3:7) ¡Qué amables eran sus palabras! Los profetas no siempre son amables al transmitir el mensaje de Dios.
También les decía: “Haced pues frutos dignos de arrepentimiento.” (v. 8a). Es decir, mostrad con vuestras obras que vuestra conversión es sincera.
Ellos creían que el hecho de ser “hijos de Abraham” (v. 8b), es decir, descendientes suyos, les aseguraba la salvación. Pero él los disuade: los vínculos de sangre y la ascendencia, por noble que sea, no significan nada delante Dios. Cada cual debe responder por sí mismo delante de su trono, y recibirá la recompensa que merece. También hoy día muchos creen que por pertenecer a una familia cristiana y asistir regularmente a la iglesia, tienen el cielo asegurado. Pero no es así.
Según Lucas, él incluye en su discurso las palabras: “Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles.” Y les advierte que el árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego (v. 9), (2) para mostrarles la urgencia de tomar una decisión. Ése es un mensaje que debemos repetir hoy día.
Tocados por sus palabras, la gente, como ocurrirá luego en Pentecostés (Hch 2:37), le preguntaba: ¿Qué cosa debemos hacer? “El que tiene dos túnicas dé una al que no tiene.” Y el que tiene qué comer, comparta de lo suyo. Es decir, lo que tú posees no es sólo para ti. Dios te lo ha dado no sólo para tu propio beneficio, sino también para que bendigas a otros (cf Is 58:7). A los publicanos (la clase social más despreciada por los judíos) que le hacían la misma pregunta les contestó: “No exijáis más de lo que está ordenado.” Es decir, no abuses de tu posición para enriquecerte. Y a los soldados les dijo: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestra paga.” (Lc 3:10-14). ¡Qué actuales son estos consejos! ¡Cómo viniera el Bautista a predicárnoslas por calles y plazas y edificios públicos para reprendernos por nuestra conducta! Los tiempos habrán cambiado, pero no las malas costumbres.
Juan anuncia enseguida la venida de uno mayor que él, de quien él no es ni siquiera digno de llevar su calzado (que era una tarea de esclavos). Notemos la humildad de Juan.
“Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt 3:11) Pero Él hará algo más: “Limpiará su era.” (v. 12) Es decir, su heredad, su propiedad.
Él es el dueño del mundo. Separará la paja del trigo. El trigo irá a su granero (el cielo), y la paja será quemada en el lugar cuyo fuego nunca se apaga (el infierno). ¿Tú eres paja o eres trigo?
¿Qué cosa eres tú? ¿Cómo vives? ¿Como paja o como trigo? ¿Cómo tratas a tu prójimo? (1Cor 3:12-15).
¿Por qué debemos predicar el Evangelio a los perdidos? No porque seamos buena gente, no sólo porque amamos a Jesús, sino porque los pecadores están en grave peligro de condenarse para siempre, como lo estábamos nosotros antes de convertirnos.
Juan da testimonio tres veces acerca de Jesús
Juan dio un testimonio extraordinario de Jesús ante los sacerdotes y levitas que las autoridades del templo habían enviado para averiguar quién era él. (Jn 1:19-28).
Él negó ser el Cristo, negó también ser Elías (es decir, ser Elías en persona, cuya aparición al final de los tiempos estaba anunciada, Mal 4:5), y también negó ser el profeta anunciado por Moisés (cf Dt 18:15,18, que no sería otro sino Jesucristo). Le preguntaron entonces: “¿Tú quién eres?” Y contestó como sabemos: “Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.” (Jn 1:19,23; cf Is 40:3). ¿Qué quiere decir con esto? Cambien su manera de vivir, para que puedan recibir al Enviado de Dios como conviene.
Y añadió: “En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis... Él viene después de mí, pero es antes de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su calzado.” (Jn 1:26-28).
¿Cómo es eso de que “es antes de mí” si Juan era seis meses mayor? Es antes de él porque existía desde siempre. Las palabras de Juan son una referencia a la eternidad del Verbo (Jn 1:1), y nos recuerdan la palabras que Jesús dijo en otra ocasión: “Antes que Abraham fuese, yo soy.” (Jn 8:58).
Al día siguiente Juan vio a Jesús que venía hacia él y dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” (Jn 1:29). Ésta es la primera vez en los evangelios en que se menciona esta figura simbólica del cordero, que para nosotros tiene tanto significado.
Para los judíos el cordero era el animal que Abraham ofreció en holocausto en lugar de su hijo Isaac sobre el monte Moriah (Gn 22:13); era el animal que fue sacrificado la noche de la Pascua en Egipto antes de que salieran de ese país (Ex 12:1-36); y el animal que era ofrecido diariamente en el templo como expiación por la culpa (Lv 14:12-21). En boca de Juan es una referencia velada al sacrificio de Cristo en la cruz, muerto en expiación de los pecados de los hombres, como había profetizado Isaías (53:3-10).
La noción del cordero que quita el pecado del mundo tiene un antecedente en los machos cabríos que se menciona en el libro de Levítico: el macho cabrío que fue sacrificado en expiación de los pecados del pueblo (Lv 9:3,15), y el otro macho cabrío que en el Día de Expiación llevaba todas las iniquidades del pueblo y era enviado al desierto (Lv 16:20-22).
¿Cómo quita el Cordero de Dios el pecado del mundo? Llevándolo en su cuerpo sobre el madero, como dice Pedro (1P 2:24), pero también perdonando los pecados de todos los que se arrepienten sinceramente de ellos y creen en Él.
Juan añade que él no lo conocía, aunque lo conocía ciertamente pues era su pariente, pero no conocía hasta ese momento el papel que Jesús iba a desempeñar en los planes de Dios. Y sigue diciendo Juan que “el que lo envió a bautizar con agua…me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu Santo, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Yo le vi y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” (Jn 1:33,34). Él va a administrar un tipo diferente de bautismo, el bautismo anunciado por Ezequiel, que confiere el propio Espíritu de Dios al que lo recibe (Ez 36:25-27).
Nuevamente al siguiente día Juan estaba con dos de sus discípulos, y al ver a Jesús que pasaba por ahí, dijo de nuevo: “He aquí el Cordero de Dios.” (Jn 1:35,36). Entonces los dos discípulos siguieron a Jesús. Posiblemente intrigados por la frase de Juan querían averiguar más acerca de Él. Esos dos discípulos de Juan, que después lo fueron de Jesús, eran Andrés, hermano de Pedro, y Juan, el evangelista (v. 37-40).
Bautismo de Jesús (Mt 3:13-17)
(Es muy probable que este episodio ocurriera durante los días en que Juan Bautista dio testimonio acerca de Jesús)
Jesús le pide a Juan que lo bautice, pero Juan se niega diciendo que más bien debería ser al revés, que Jesús lo bautice a él. Pero Jesús insiste diciendo que “conviene que cumplamos toda justicia.” (v. 15). ¿Qué quería decir con eso?
Jesús no tenía pecados que confesar ni necesidad alguna de que le fueran perdonados. ¿Por qué se hizo bautizar por Juan diciendo: “cumplamos toda justicia”? Jesús había venido a salvar a los pecadores. Al hacerse bautizar como si fuera uno de ellos, Él se identifica con los pecadores a los que Él había venido a salvar. Él se humilla haciéndose como uno de ellos.
Entonces Juan accede a ese pedido que le parece extraño, lo sumerge en el río, y cuando Jesús sale del agua ve que los cielos se abren y el Espíritu Santo desciende en forma de paloma para posarse sobre Jesús, al mismo tiempo que se oye una voz del cielo que proclama: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia.” (v. 16,17).
Aquí en este episodio vemos una manifestación única de la Trinidad: el Padre que hace escuchar su voz, el Hijo que es bautizado, y el Espíritu Santo que desciende como paloma sobre la cabeza de Jesús.
La voz de Dios en ese momento está diciendo: Este es un acto muy importante.
Esas mismas palabras, que son una cita de Isaías 42:1, se volvieron a oír cuando Jesús fue transfigurado en el monte Tabor delante de los tres apóstoles que lo acompañaban. (Mt 17:5).
De esa manera se empezó a cumplir la profecía de Isaías acerca del Siervo de Jehová en la que figura esa frase, y en la que se dice entre otras cosas: “Él traerá justicia a las naciones. No gritará ni alzará su voz…no quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo humeante…” (Is 42:1ss).
En otra ocasión, cuando Juan para seguir bautizando, se había ido a Enón, cerca de Salim, porque allí había muchas aguas, le dijeron que Aquel a quien él había bautizado también bautizaba y todos iban a Él, que es como si le dijeran: Mira, te ha salido competencia. Juan les contestó diciendo entre otras cosas: “Es necesario que Él crezca y que yo mengüe.” (Jn 3:22-30) Esta frase, que muestra la grandeza de alma de Juan, se puede aplicar a todos nosotros: Es necesario que mi ego mengüe para que Cristo crezca en mí, para que sus virtudes y su manera de ser se hagan patentes en mí. En suma, que yo muera a mí mismo y me haga como es Él, dispuesto a sacrificar mi comodidad para servir a mi prójimo. En la práctica sabemos que muchas veces hacemos lo contrario, queremos engrandecernos nosotros a costa de que Cristo mengüe.
Notas: 1. En la antigüedad era costumbre contar el tiempo a partir del inicio del reinado del soberano. Por ejemplo: “En el año 18 del rey Jeroboam…” (1R 15:1). En el caso concreto de la fecha indicada por Lucas existe la duda de si el primer año del emperador fue el año de la muerte de su predecesor Cesar Augusto (el año 14 DC), o el año en que Tiberio fue asociado como coregente al gobierno de su tío (el año 11 o 12 DC). Esta última posibilidad es la más probable, por lo que el inicio de su predicación se situaría entre los años 26 y 27 DC. Pero hay quienes sostienen que los años del reinado de Tiberio deben contarse a partir del año en que él gobernó solo, lo que colocaría los acontecimientos descritos aquí entre los años 28 y 29 DC.
2. Las imágenes que usa Juan, y usará luego Jesús, están en gran parte tomadas de Isaías: El derramamiento del Espíritu de lo alto (Is 32:15); raza de víboras (59:5); árboles cortados (10:33,34), etc.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#809 (22.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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