Por
José Belaunde M.
JUAN
BAUTISTA I
Jesús
hizo un elogio encendido de su pariente Juan, diciendo entre otras cosas que no
había nacido de mujer ningún hombre mayor que él (Mt 11:11). Dijo además que él
era una antorcha que ardía y alumbraba, y que muchos se regocijaron durante un
tiempo en su luz (Jn 5:35); dijo también que con él se cierra el Antiguo
Testamento y se inaugura el Nuevo, al empezar la predicación del reino de Dios
(Mt 11:13; Lc 16:16). Y añadió que él era aquel Elías que había de venir (Mt
11:14).
Nacimiento
e Infancia
Su
nacimiento fue anunciado por un ángel a Zacarías (“Dios ha recordado”), su
padre, cuando desempeñaba su función como sacerdote. Él y su mujer Elisabet (“Adoradora
de Dios” –Isabel en español común) pertenecían a un linaje sacerdotal (Lc 1:5. (Nota 1).
Ambos eran justos delante de Dios, y lo eran también ante los ojos de los
hombres, siendo irreprensibles en el cumplimiento de los mandamientos y
ordenanzas del Señor (v. 6). (2)
Pero no tenían hijos porque Isabel era estéril, y
ambos eran ya de edad avanzada (v. 7). Con frecuencia en la Biblia mujeres estériles
dan a luz a grandes hombres de Dios: Isaac, Jacob, José, Sansón, Samuel. Dios
permite que eso ocurra precisamente para mostrar que el nacimiento de ese
hombre obedece a un propósito especial suyo.
La fecundidad, dice Ambrosio en su comentario de
Lucas, es un don de Dios, de manera que los padres deben dar gracias a Dios por
haber engendrado; los hijos, por haber sido engendrados –esto es, por gozar del
don de la vida- y las madres, por la gracia de haber concebido. Sin embargo, en
el mundo moderno la fecundidad es un don odiado que muchos buscan evitar a toda
costa, porque limita su libertad para gozar del placer que la sexualidad
proporciona. (3)
Dado que el número de sacerdotes descendientes de
Aarón dedicados al servicio del templo era muy grande, el rey David, apoyado
por el sacerdote Sadoc, dividió su número en 24 clases o turnos, que servían
cada uno durante una semana, dos veces al año (1Cro 24). Zacarías, nos informa
Lucas, pertenecía a la clase de Abías, que era la octava clase. Las funciones
en cada servicio eran asignadas por sorteo. (4)
Cada mañana y cada tarde se sacrificaba un cordero
sin mancha (Ex 29:38,39), y se hacía una ofrenda de harina, aceite y vino.
Antes del sacrificio matutino y después del vespertino se quemaba incienso en
el Lugar Santo. El incienso, como bien sabemos, es un símbolo de la oración: “Suba mi oración delante de ti como el
incienso.” (Sal 141:2).
Un día glorioso para Zacarías “le tocó en suerte ofrecer el incienso,
entrando en el santuario del Señor” (Lc 1: 9), mientras la multitud estaba
afuera en el Atrio de los Israelitas. Era sumamente improbable que a ningún
sacerdote le tocara más de una vez en la vida ese extraordinario privilegio.
Podemos
imaginar la emoción con que Zacarías entró en el Lugar Santo. (5)
Mientras ejercía su oficio (no sabemos si en la
mañana o en la tarde) “se le apareció un
ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó
Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. Pero el ángel le dijo: Zacarías, no
temas, porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un
hijo, y llamarás su nombre Juan.” (v. 11-13).
Zacarías había pedido constantemente al Señor algo
que era ya imposible desde el punto de vista humano dada la edad de ambos. Pero
él fue persistente en la oración y Dios lo premió por ello, concediéndole su
deseo.
El
ángel le anuncia además que su hijo:
- Será grande delante de Dios, no por su fuerza o
aspecto corporal, sino por la grandeza de su alma. Él no se distinguiría por
ninguna hazaña militar, ni conquistaría ningún territorio para su país, pero
arrancaría, en cambio, muchas almas al diablo, como si dijéramos, le quitaría
una parte importante de su territorio.
- Será nazareo, esto es consagrado a Dios y, por tanto
no beberá vino ni sidra (6).
- Será lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su
madre, es decir, desde antes de nacer (v. 15). ¿Cómo puede una criatura que
está aún en el seno de su madre estar llena del Espíritu Santo? Este hecho
inusual nos hace ver que el suyo fue un llamamiento extraordinario, y explica
el que Jesús dijera de él que entre los nacidos de mujer no se había levantado
ninguno mayor que Juan (Mt 11:11).
“Y hará que muchos de los hijos de Israel se
conviertan al Señor Dios de ellos.”
(Lc 1:16) La grandeza de Juan consistirá en que, mediante su predicación,
conduciría a muchos a arrepentirse de sus pecados y a reconciliarse con Dios.
El ángel le dijo además que él caminará en el
espíritu y el poder de Elías “para hacer
volver los corazones de los padres a los hijos”, tal como había anunciado
el profeta Malaquías (Mal 4:5,6), y para preparar para el Señor un pueblo bien
dispuesto (Lc 1:17).
Bien dispuesto ¿con qué fin? Para recibir al Mesías
largamente esperado por Israel. Ese papel para el hijo deseado era una gracia
mucho mayor de lo que Zacarías -que conocía ciertamente bien las profecías
acerca del precursor del Mesías- había nunca esperado.
Por eso quizá es en parte explicable que Zacarías
dude: Yo ya soy viejo y mi mujer también (v. 18). Pese a que es un ángel quien
le habla, y nada menos que Gabriel, el que hizo en el pasado grandes anuncios a
Daniel (Dn 9:21-27), Zacarías se fija más en las circunstancias naturales que
en el poder de Dios.
Zacarías no dudaba de que Dios hubiera concedido a
Abraham y a Sara tener un hijo a edad avanzada, pero duda de que pueda hacer el
mismo milagro con él y su mujer. Solemos creer en los milagros del pasado, pero
nos cuesta creer que puedan ocurrir en el presente. Sin embargo, Dios es el
mismo ayer, hoy y siempre.
El ángel en tono serio le responde: “Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios;
y he venido a hablarte, y darte estas buenas nuevas.” (Lc 1:19). Esto es,
si yo he venido de parte de Dios a anunciarte estas cosas es porque se van a
cumplir indefectiblemente, y no hay poder humano que pueda impedirlo. ¿Cómo te
atreves a dudarlo?
Porque no creíste quedarás mudo
hasta que se cumpla lo anunciado (v. 20).
¿Qué quiere decir que él irá delante del Señor en el
espíritu y el poder de Elías? Malaquías, el último de los profetas –que vivió en
el siglo IV AC- había anunciado que Dios enviaría un mensajero para preparar un
camino delante de Él (Mal 3:1). Dijo además que enviaría al profeta Elías “antes que venga el día de Jehová, grande y
terrible…” y que él haría “volver el
corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los
padres…” (Mal 4:5,6a). Esto es, provocaría una reconciliación entre las
generaciones. Estas dos profecías relacionadas se cumplen en Juan Bautista.
Ambrosio de Milán, en su comentario ya citado,
resume bien las coincidencias entre ambos personajes: Elías estuvo en el
desierto (1 R 19:1-8); Juan estuvo también en el desierto (Mt 3:1; Mr 1:4). Elías
fue alimentado por un cuervo (1R 17:6); Juan se alimentaría de langostas y de
miel silvestre (Mt 3:4b; Mr 1:6b). Ambos menospreciaron los halagos del lujo y
los atractivos del poder. Elías no buscó el favor del rey Acab sino, al
contrario, se le enfrentó (1 R 18; 1 R 20:17-24); Juan sin temor alguno denunció
el pecado del rey Herodes (Mt 14:3-5;Mr 6:17,18). Elías separó las aguas del
Jordán (2 R 2:7,8); Juan hizo de las aguas del Jordán un baño salvífico (Mt
3:5,6; Mr 1:4,5). Elías apareció glorificado junto con Moisés al lado de Jesús
en el monte Tabor (Mt 17:1-4; Mr 9:2-4; Lc 9:28-31); a Juan le fue revelado sobrenaturalmente
quién era Jesús (Mr 1:10,11; Jn 1:32-34). Juan precedió la primera venida del
Señor (Mr 1:1-3); Elías, según la mayoría de los intérpretes, será uno de los
testigos que precederá la segunda venida (Ap 11:3-11). Pero se distinguen en
que Elías hizo algunos milagros notables (1 R 17:8-16; 17-24; 18:30-39; 41-45;
2 R 1:9-12); Juan, en cambio, no hizo ninguno (Jn 10:41).
Por todo ello es comprensible, y a la vez intrigante,
que Jesús, una vez que se hubieran retirado los mensajeros de Juan Bautista que
le preguntaron de su parte si Él era aquel que debía venir o si debían esperar
a otro, dijera que Juan era aquel Elías que debía venir, añadiendo estas
palabras misteriosas: “El que tiene oídos
para oír, oiga.” (Mt 11:14,15).
En otra ocasión, después de la transfiguración en el
Tabor en que Moisés y Elías aparecieron al lado de Jesús radiante, Él,
respondiendo a una pregunta de los tres discípulos que le acompañaron en la
visión, les dijo que Elías ya había venido pero que “no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron”, es
decir, lo mataron, y entonces ellos “comprendieron
que les hablaba de Juan Bautista.” (Mt 17:10-13).
No obstante, no debemos olvidar que ante la pregunta
explícita que le hicieron los sacerdotes y levitas enviados por las autoridades
de Jerusalén, Juan les contestó que él no era Elías, aunque estuviera imbuido
de su espíritu (Jn 1:21).
Mientras Gabriel hablaba con Zacarías el pueblo
estaba afuera esperando que el sacerdote saliera del recinto sagrado.
Extrañados de que se demorara tanto comprendieron que había tenido una visión,
tanto más que cuando salió sólo podía hablarles por señas porque se había
quedado mudo (Lc 1:21,22).
Cumplido su ministerio en Jerusalén, poco después de
que regresara a su casa en las montañas, su mujer concibió un hijo, pero no se
lo quiso comunicar a nadie, y se encerró durante 5 meses para que nadie se
diera cuenta (v. 24,25). ¿Le habría contado Zacarías a su mujer lo que le dijo
el ángel Gabriel? No podemos dudarlo.
A los seis meses de estos acontecimientos el mismo
ángel Gabriel se aparece a María, y le anuncia que a pesar de que ella es
virgen, y de que no conoce varón, ella va a tener un hijo que será el Mesías
esperado de Israel.
En vista de su sorpresa Gabriel le explica que el Espíritu
Santo vendrá sobre ella y el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra (v.
26-35).
Para confirmarle que no hay nada que Dios no pueda
hacer aunque parezca imposible, le anuncia que su pariente Isabel, que era
estéril, ya tiene seis meses de embarazo (v. 36,37).
Entonces ella asiente diciendo: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo según tu palabra.” (v.
38). (7)
Enseguida ella se apresura a ir a visitar a su
pariente Isabel (v. 39). El camino es largo si pensamos que ella vivía en el
norte, en Nazaret de Galilea, y que Isabel vivía al sur, en las montañas de
Judea. A pie, como solía viajar la gente común entonces, no tardaría menos de
cuatro días. (8)
Cuando María entró en la casa, e Isabel oyó su
saludo, la criatura en su seno saltó en su vientre, e Isabel fue llena del Espíritu
Santo (v. 40,41). La criatura intuye quién es el ser que está en el vientre de
María.
Preguntémonos: ¿Qué fue lo que hizo que Isabel se
llenara del Espíritu Santo cuando oyó la voz de María? Eso ocurrió antes de que
la viera, con sólo escuchar su voz cuando entraba. No sólo se llenó ella del
Espíritu Santo, sino también el hijo que llevaba en el seno. El mismo Espíritu
que reposaba sobre María llenó a Isabel para que ella, a su vez, profetizara.
Ella llamó a María “bendita” porque, sin que nadie se lo diga, adivina que está
en cinta. Por eso proclama bendita no sólo a María, sino también al Hijo que
lleva en su seno (v. 42).
Ella intuye espiritualmente que a María le ha sido
anunciado algo extraordinario que se cumplirá. No se lo ha informado nadie pero
“sabe” que María creyó al anuncio que le fue hecho, contrariamente a su marido,
Zacarías, que dudó de que su mujer tendría un hijo.
Cumplido el tiempo del embarazo Isabel dio a luz un
hijo varón, y al octavo día, cuando tocaba circuncidarlo, según lo ordenado por
Dios a Abraham (Gn 17:12), y prescrito por la ley de Moisés (Lv 12:3), -en cuya
ocasión era costumbre antigua que se diera un nombre a la criatura- los vecinos
y parientes pensaron que lo llamarían Zacarías como su padre, pero ella dijo:
No, se llamará Juan (Lc 1:57-60). (9)
Sorprendidos porque ellos no tenían ningún pariente
que tuviera ese nombre le preguntaron por señas a Zacarías cómo quería
llamarlo, y él escribió en una tablilla: Juan es su nombre (v. 61-63). Y al
instante él recuperó el habla (v. 64).
Todos se sorprendieron y se llenaron de temor de
Dios ante el prodigio de que Zacarías recobrara el habla al confirmar el nombre
que su mujer daba a la criatura. Divulgadas estas cosas, la gente se
preguntaba: ¿Quién irá a ser este niño cuyo nacimiento ha estado acompañado de
estas señales? (v. 65,66).
Cuando el nacimiento de una criatura está acompañado
de hechos o circunstancias inusitadas tenemos motivos para pensar que se trata
de un ser que va a tener un destino fuera de lo común.
Entonces Zacarías fue lleno del Espíritu Santo y
profetizó acerca del próximo nacimiento del Mesías al que su pueblo esperaba
ansiosamente (v. 67-75).
También profetizó acerca de su hijo diciendo que
sería llamado profeta del Altísimo, y que iría “delante de la presencia del Señor para preparar sus caminos…” (v.
76-79), como había profetizado Isaías (Is 40:3-5).
Lucas escribe: “Y
el niño crecía y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta
el día de su manifestación a Israel.” (Lc 1:80). A partir de cierta edad,
pero todavía joven, Juan debe haberse apartado de su familia para ir a morar en
el desierto. Vivía como un anacoreta, fortaleciéndose en espíritu, y podemos
pensar también, teniendo comunión con el Señor, que lo estaba preparando para
la gran misión que le iba a encomendar.
Lucas no nos informa acerca de cuál
puede haber sido la educación que recibió Juan, pero podemos pensar que él,
como Timoteo, conocía muy bien las Escrituras desde niño, y que como era usual
entonces, hubiera memorizado largos pasajes, si no las Escrituras enteras.
Habría sido llevado también por sus padres a Jerusalén a participar en las tres
fiestas solemnes anuales y estaría familiarizado con el ceremonial del templo. ¿Le
habría hablado su padre que él estaba destinado a preparar el camino del Señor
y que sería llamado “profeta del Altísimo”?
Notas:
1. La mujer de Zacarías tenía el mismo nombre que la mujer de Aarón (Ex 6:23).
2.
Hay muchos que son justos a los ojos humanos pero no lo son ante Dios, porque
los hombres ven las apariencias, pero Dios ve el corazón (1Sm 16:7). Cada
hombre es lo que es delante de Dios y nada más, dijo un gran santo.
3.
¿Cuántas mujeres habrá hoy día que se alegran del número de hijos que han
traído al mundo? Quizá las haya en el mundo musulmán o en algunas culturas
africanas o asiáticas, pero pocas en el mundo occidental. Es cierto que el
creciente costo de vida y, en particular, el de la educación, desalienta tener
muchos hijos. Pero, de otro lado, existen corrientes antinatalistas mundiales,
dedicadas a reprimir la natalidad mediante métodos coercitivos, como ocurrió en
el Perú durante la década del 90 con las esterilizaciones forzadas; o en la China , prohibiendo a las
parejas tener más de un hijo.
4.
Antes de que viniera el Espíritu Santo muchas cosas en el pueblo de Dios eran
decididas por sorteo. Así, por ejemplo, se cree que el Urim y el Tumim, que el
Sumo Sacerdote llevaba en su pectoral (Ex 28:30; Nm 27:21; Dt 33:8; Es 2:63)
eran un sistema de decidir por suerte. El chivo expiatorio en el Día de
Expiación era escogido echando suertes (Lv 16:7-10,21,22). La división de la
tierra palestina entre las doce tribus después de la conquista fue decidida por
suertes (Js 14:2; 18:6). Incluso la culpa en el caso de crímenes, cuando no era
evidente, se establecía por suertes (Js 7:14; 1Sm 14:42). También el orden que
se asignó a cada familia sacerdotal para el servicio del templo fue hecho
mediante sorteo (1Cro 24:5,6). El principio detrás de esta práctica está
expresado en el libro de Proverbios: “La
suerte se echa en el regazo, mas de Jehová es la decisión de ella.” (Pr
16:33). El último ejemplo de toda la
Biblia , y el único del Nuevo Testamento, es cuando los
apóstoles echaron suertes para decidir quién debía tomar el lugar de Judas
entre los doce, y escogieron a Matías (Hch 1:21-26).
5.
El edificio principal del templo, esto es, el templo propiamente dicho, era una
nave de 20 codos de ancho por 60 de largo (un codo mide 45 cm aproximadamente),
a la cual se accedía por una corta escalinata de doce pasos. Constaba de dos
ambientes: el Lugar Santo, en donde estaban, al centro, el altar del incienso;
a la derecha, la mesa de los panes de proposición; y a la izquierda, el
candelabro de oro. Detrás del velo que separaba ambos ambientes (el velo que se
rasgó de arriba abajo cuando murió Jesús, Mt 27:51) estaba el Lugar Santísimo,
donde antiguamente se guardaba el Arca del Pacto –perdida cuando Nabucodonosor
conquistó la ciudad, el año 589- pero que estaba entonces vacío.
6.
El ángel no dice expresamente que su hijo será nazareo, pero eso se deduce de
la observación de que se abstendría de bebidas alcohólicas (cf Nm 6:3).
7.
Diversos autores han hecho notar, y Joseph Fitzmyer en particular, el notable
paralelismo que existe entre las narraciones en Lucas del anuncio del
nacimiento de Juan (Lc 1:5-25) y del nacimiento de Jesús (1:26-38). El mismo
autor hace notar también el paralelismo existente entre el pacto davídico, en
que Dios le promete al rey David que su trono y su reino durarán para siempre
(2Sm 7: 9,13,14,16), y el anuncio hecho a María (Lc 1:32,33). Esos paralelos
indican que Lucas ve en el nacimiento de Juan el cumplimiento de la esperanza
de que pronto surgiría un descendiente de David, en quien se cumpliría la
profecía de Isaías acerca del nacimiento del Mesías (Is 9:6,7).
8.
No se sabe en qué ciudad de Judea vivían Zacarías e Isabel. Es posible que fuera
Karem, la moderna Ain-Karim, situada a ocho kilómetros al oeste de Jerusalén.
9.
El nombre hebreo Johanán quiere decir
“Jehová ha favorecido”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te
invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
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Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
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