lunes, 5 de mayo de 2014

JUAN BAUTISTA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JUAN BAUTISTA I
Jesús hizo un elogio encendido de su pariente Juan, diciendo entre otras cosas que no había nacido de mujer ningún hombre mayor que él (Mt 11:11). Dijo además que él era una antorcha que ardía y alumbraba, y que muchos se regocijaron durante un tiempo en su luz (Jn 5:35); dijo también que con él se cierra el Antiguo Testamento y se inaugura el Nuevo, al empezar la predicación del reino de Dios (Mt 11:13; Lc 16:16). Y añadió que él era aquel Elías que había de venir (Mt 11:14).
Nacimiento e Infancia
Su nacimiento fue anunciado por un ángel a Zacarías (“Dios ha recordado”), su padre, cuando desempeñaba su función como sacerdote. Él y su mujer Elisabet (“Adoradora de Dios” –Isabel en español común) pertenecían a un linaje sacerdotal (Lc 1:5. (Nota 1). Ambos eran justos delante de Dios, y lo eran también ante los ojos de los hombres, siendo irreprensibles en el cumplimiento de los mandamientos y ordenanzas del Señor (v. 6). (2)
Pero no tenían hijos porque Isabel era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada (v. 7). Con frecuencia en la Biblia mujeres estériles dan a luz a grandes hombres de Dios: Isaac, Jacob, José, Sansón, Samuel. Dios permite que eso ocurra precisamente para mostrar que el nacimiento de ese hombre obedece a un propósito especial suyo.
La fecundidad, dice Ambrosio en su comentario de Lucas, es un don de Dios, de manera que los padres deben dar gracias a Dios por haber engendrado; los hijos, por haber sido engendrados –esto es, por gozar del don de la vida- y las madres, por la gracia de haber concebido. Sin embargo, en el mundo moderno la fecundidad es un don odiado que muchos buscan evitar a toda costa, porque limita su libertad para gozar del placer que la sexualidad proporciona. (3)
Dado que el número de sacerdotes descendientes de Aarón dedicados al servicio del templo era muy grande, el rey David, apoyado por el sacerdote Sadoc, dividió su número en 24 clases o turnos, que servían cada uno durante una semana, dos veces al año (1Cro 24). Zacarías, nos informa Lucas, pertenecía a la clase de Abías, que era la octava clase. Las funciones en cada servicio eran asignadas por sorteo. (4)
Cada mañana y cada tarde se sacrificaba un cordero sin mancha (Ex 29:38,39), y se hacía una ofrenda de harina, aceite y vino. Antes del sacrificio matutino y después del vespertino se quemaba incienso en el Lugar Santo. El incienso, como bien sabemos, es un símbolo de la oración: “Suba mi oración delante de ti como el incienso.” (Sal 141:2).
             Un día glorioso para Zacarías “le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor” (Lc 1: 9), mientras la multitud estaba afuera en el Atrio de los Israelitas. Era sumamente improbable que a ningún sacerdote le tocara más de una vez en la vida ese extraordinario privilegio.
Podemos imaginar la emoción con que Zacarías entró en el Lugar Santo. (5)
Mientras ejercía su oficio (no sabemos si en la mañana o en la tarde) “se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor. Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas, porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan.” (v. 11-13).
Zacarías había pedido constantemente al Señor algo que era ya imposible desde el punto de vista humano dada la edad de ambos. Pero él fue persistente en la oración y Dios lo premió por ello, concediéndole su deseo.
El ángel le anuncia además que su hijo:
-    Será grande delante de Dios, no por su fuerza o aspecto corporal, sino por la grandeza de su alma. Él no se distinguiría por ninguna hazaña militar, ni conquistaría ningún territorio para su país, pero arrancaría, en cambio, muchas almas al diablo, como si dijéramos, le quitaría una parte importante de su territorio.
-    Será nazareo, esto es consagrado a Dios y, por tanto no beberá vino ni sidra (6).
-    Será lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, es decir, desde antes de nacer (v. 15). ¿Cómo puede una criatura que está aún en el seno de su madre estar llena del Espíritu Santo? Este hecho inusual nos hace ver que el suyo fue un llamamiento extraordinario, y explica el que Jesús dijera de él que entre los nacidos de mujer no se había levantado ninguno mayor que Juan (Mt 11:11).
“Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos.” (Lc 1:16) La grandeza de Juan consistirá en que, mediante su predicación, conduciría a muchos a arrepentirse de sus pecados y a reconciliarse con Dios.
El ángel le dijo además que él caminará en el espíritu y el poder de Elías “para hacer volver los corazones de los padres a los hijos”, tal como había anunciado el profeta Malaquías (Mal 4:5,6), y para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto (Lc 1:17).
Bien dispuesto ¿con qué fin? Para recibir al Mesías largamente esperado por Israel. Ese papel para el hijo deseado era una gracia mucho mayor de lo que Zacarías -que conocía ciertamente bien las profecías acerca del precursor del Mesías- había nunca esperado.
Por eso quizá es en parte explicable que Zacarías dude: Yo ya soy viejo y mi mujer también (v. 18). Pese a que es un ángel quien le habla, y nada menos que Gabriel, el que hizo en el pasado grandes anuncios a Daniel (Dn 9:21-27), Zacarías se fija más en las circunstancias naturales que en el poder de Dios.
Zacarías no dudaba de que Dios hubiera concedido a Abraham y a Sara tener un hijo a edad avanzada, pero duda de que pueda hacer el mismo milagro con él y su mujer. Solemos creer en los milagros del pasado, pero nos cuesta creer que puedan ocurrir en el presente. Sin embargo, Dios es el mismo  ayer, hoy y siempre.
El ángel en tono serio le responde: “Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he venido a hablarte, y darte estas buenas nuevas.” (Lc 1:19). Esto es, si yo he venido de parte de Dios a anunciarte estas cosas es porque se van a cumplir indefectiblemente, y no hay poder humano que pueda impedirlo. ¿Cómo te atreves a dudarlo?
Porque no creíste quedarás mudo hasta que se cumpla lo anunciado (v. 20).
¿Qué quiere decir que él irá delante del Señor en el espíritu y el poder de Elías? Malaquías, el último de los profetas –que vivió en el siglo IV AC- había anunciado que Dios enviaría un mensajero para preparar un camino delante de Él (Mal 3:1). Dijo además que enviaría al profeta Elías “antes que venga el día de Jehová, grande y terrible…” y que él haría “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres…” (Mal 4:5,6a). Esto es, provocaría una reconciliación entre las generaciones. Estas dos profecías relacionadas se cumplen en Juan Bautista.
Ambrosio de Milán, en su comentario ya citado, resume bien las coincidencias entre ambos personajes: Elías estuvo en el desierto (1 R 19:1-8); Juan estuvo también en el desierto (Mt 3:1; Mr 1:4). Elías fue alimentado por un cuervo (1R 17:6); Juan se alimentaría de langostas y de miel silvestre (Mt 3:4b; Mr 1:6b). Ambos menospreciaron los halagos del lujo y los atractivos del poder. Elías no buscó el favor del rey Acab sino, al contrario, se le enfrentó (1 R 18; 1 R 20:17-24); Juan sin temor alguno denunció el pecado del rey Herodes (Mt 14:3-5;Mr 6:17,18). Elías separó las aguas del Jordán (2 R 2:7,8); Juan hizo de las aguas del Jordán un baño salvífico (Mt 3:5,6; Mr 1:4,5). Elías apareció glorificado junto con Moisés al lado de Jesús en el monte Tabor (Mt 17:1-4; Mr 9:2-4; Lc 9:28-31); a Juan le fue revelado sobrenaturalmente quién era Jesús (Mr 1:10,11; Jn 1:32-34). Juan precedió la primera venida del Señor (Mr 1:1-3); Elías, según la mayoría de los intérpretes, será uno de los testigos que precederá la segunda venida (Ap 11:3-11). Pero se distinguen en que Elías hizo algunos milagros notables (1 R 17:8-16; 17-24; 18:30-39; 41-45; 2 R 1:9-12); Juan, en cambio, no hizo ninguno (Jn 10:41).
Por todo ello es comprensible, y a la vez intrigante, que Jesús, una vez que se hubieran retirado los mensajeros de Juan Bautista que le preguntaron de su parte si Él era aquel que debía venir o si debían esperar a otro, dijera que Juan era aquel Elías que debía venir, añadiendo estas palabras misteriosas: “El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mt 11:14,15).
En otra ocasión, después de la transfiguración en el Tabor en que Moisés y Elías aparecieron al lado de Jesús radiante, Él, respondiendo a una pregunta de los tres discípulos que le acompañaron en la visión, les dijo que Elías ya había venido pero que “no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron”, es decir, lo mataron, y entonces ellos “comprendieron que les hablaba de Juan Bautista.” (Mt 17:10-13).
No obstante, no debemos olvidar que ante la pregunta explícita que le hicieron los sacerdotes y levitas enviados por las autoridades de Jerusalén, Juan les contestó que él no era Elías, aunque estuviera imbuido de su espíritu (Jn 1:21).
Mientras Gabriel hablaba con Zacarías el pueblo estaba afuera esperando que el sacerdote saliera del recinto sagrado. Extrañados de que se demorara tanto comprendieron que había tenido una visión, tanto más que cuando salió sólo podía hablarles por señas porque se había quedado mudo (Lc 1:21,22).
Cumplido su ministerio en Jerusalén, poco después de que regresara a su casa en las montañas, su mujer concibió un hijo, pero no se lo quiso comunicar a nadie, y se encerró durante 5 meses para que nadie se diera cuenta (v. 24,25). ¿Le habría contado Zacarías a su mujer lo que le dijo el ángel Gabriel? No podemos dudarlo.
A los seis meses de estos acontecimientos el mismo ángel Gabriel se aparece a María, y le anuncia que a pesar de que ella es virgen, y de que no conoce varón, ella va a tener un hijo que será el Mesías esperado de Israel.
En vista de su sorpresa Gabriel le explica que el Espíritu Santo vendrá sobre ella y el poder del Altísimo la cubrirá con su sombra (v. 26-35).
Para confirmarle que no hay nada que Dios no pueda hacer aunque parezca imposible, le anuncia que su pariente Isabel, que era estéril, ya tiene seis meses de embarazo (v. 36,37).
Entonces ella asiente diciendo: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo según tu palabra.” (v. 38). (7)
Enseguida ella se apresura a ir a visitar a su pariente Isabel (v. 39). El camino es largo si pensamos que ella vivía en el norte, en Nazaret de Galilea, y que Isabel vivía al sur, en las montañas de Judea. A pie, como solía viajar la gente común entonces, no tardaría menos de cuatro días. (8)
Cuando María entró en la casa, e Isabel oyó su saludo, la criatura en su seno saltó en su vientre, e Isabel fue llena del Espíritu Santo (v. 40,41). La criatura intuye quién es el ser que está en el vientre de María.
Preguntémonos: ¿Qué fue lo que hizo que Isabel se llenara del Espíritu Santo cuando oyó la voz de María? Eso ocurrió antes de que la viera, con sólo escuchar su voz cuando entraba. No sólo se llenó ella del Espíritu Santo, sino también el hijo que llevaba en el seno. El mismo Espíritu que reposaba sobre María llenó a Isabel para que ella, a su vez, profetizara. Ella llamó a María “bendita” porque, sin que nadie se lo diga, adivina que está en cinta. Por eso proclama bendita no sólo a María, sino también al Hijo que lleva en su seno (v. 42).
Ella intuye espiritualmente que a María le ha sido anunciado algo extraordinario que se cumplirá. No se lo ha informado nadie pero “sabe” que María creyó al anuncio que le fue hecho, contrariamente a su marido, Zacarías, que dudó de que su mujer tendría un hijo.
Cumplido el tiempo del embarazo Isabel dio a luz un hijo varón, y al octavo día, cuando tocaba circuncidarlo, según lo ordenado por Dios a Abraham (Gn 17:12), y prescrito por la ley de Moisés (Lv 12:3), -en cuya ocasión era costumbre antigua que se diera un nombre a la criatura- los vecinos y parientes pensaron que lo llamarían Zacarías como su padre, pero ella dijo: No, se llamará Juan (Lc 1:57-60). (9)
Sorprendidos porque ellos no tenían ningún pariente que tuviera ese nombre le preguntaron por señas a Zacarías cómo quería llamarlo, y él escribió en una tablilla: Juan es su nombre (v. 61-63). Y al instante él recuperó el habla (v. 64).
Todos se sorprendieron y se llenaron de temor de Dios ante el prodigio de que Zacarías recobrara el habla al confirmar el nombre que su mujer daba a la criatura. Divulgadas estas cosas, la gente se preguntaba: ¿Quién irá a ser este niño cuyo nacimiento ha estado acompañado de estas señales? (v. 65,66).
Cuando el nacimiento de una criatura está acompañado de hechos o circunstancias inusitadas tenemos motivos para pensar que se trata de un ser que va a tener un destino fuera de lo común.
Entonces Zacarías fue lleno del Espíritu Santo y profetizó acerca del próximo nacimiento del Mesías al que su pueblo esperaba ansiosamente (v. 67-75).
También profetizó acerca de su hijo diciendo que sería llamado profeta del Altísimo, y que iría “delante de la presencia del Señor para preparar sus caminos…” (v. 76-79), como había profetizado Isaías (Is 40:3-5).
Lucas escribe: “Y el niño crecía y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.” (Lc 1:80). A partir de cierta edad, pero todavía joven, Juan debe haberse apartado de su familia para ir a morar en el desierto. Vivía como un anacoreta, fortaleciéndose en espíritu, y podemos pensar también, teniendo comunión con el Señor, que lo estaba preparando para la gran misión que le iba a encomendar.
            Lucas no nos informa acerca de cuál puede haber sido la educación que recibió Juan, pero podemos pensar que él, como Timoteo, conocía muy bien las Escrituras desde niño, y que como era usual entonces, hubiera memorizado largos pasajes, si no las Escrituras enteras. Habría sido llevado también por sus padres a Jerusalén a participar en las tres fiestas solemnes anuales y estaría familiarizado con el ceremonial del templo. ¿Le habría hablado su padre que él estaba destinado a preparar el camino del Señor y que sería llamado “profeta del Altísimo”?
            Notas: 1. La mujer de Zacarías tenía el mismo nombre que la mujer de Aarón (Ex 6:23).
2. Hay muchos que son justos a los ojos humanos pero no lo son ante Dios, porque los hombres ven las apariencias, pero Dios ve el corazón (1Sm 16:7). Cada hombre es lo que es delante de Dios y nada más, dijo un gran santo.
3. ¿Cuántas mujeres habrá hoy día que se alegran del número de hijos que han traído al mundo? Quizá las haya en el mundo musulmán o en algunas culturas africanas o asiáticas, pero pocas en el mundo occidental. Es cierto que el creciente costo de vida y, en particular, el de la educación, desalienta tener muchos hijos. Pero, de otro lado, existen corrientes antinatalistas mundiales, dedicadas a reprimir la natalidad mediante métodos coercitivos, como ocurrió en el Perú durante la década del 90 con las esterilizaciones forzadas; o en la China, prohibiendo a las parejas tener más de un hijo.
4. Antes de que viniera el Espíritu Santo muchas cosas en el pueblo de Dios eran decididas por sorteo. Así, por ejemplo, se cree que el Urim y el Tumim, que el Sumo Sacerdote llevaba en su pectoral (Ex 28:30; Nm 27:21; Dt 33:8; Es 2:63) eran un sistema de decidir por suerte. El chivo expiatorio en el Día de Expiación era escogido echando suertes (Lv 16:7-10,21,22). La división de la tierra palestina entre las doce tribus después de la conquista fue decidida por suertes (Js 14:2; 18:6). Incluso la culpa en el caso de crímenes, cuando no era evidente, se establecía por suertes (Js 7:14; 1Sm 14:42). También el orden que se asignó a cada familia sacerdotal para el servicio del templo fue hecho mediante sorteo (1Cro 24:5,6). El principio detrás de esta práctica está expresado en el libro de Proverbios: “La suerte se echa en el regazo, mas de Jehová es la decisión de ella.” (Pr 16:33). El último ejemplo de toda la Biblia, y el único del Nuevo Testamento, es cuando los apóstoles echaron suertes para decidir quién debía tomar el lugar de Judas entre los doce, y escogieron a Matías (Hch 1:21-26).
5. El edificio principal del templo, esto es, el templo propiamente dicho, era una nave de 20 codos de ancho por 60 de largo (un codo mide 45 cm aproximadamente), a la cual se accedía por una corta escalinata de doce pasos. Constaba de dos ambientes: el Lugar Santo, en donde estaban, al centro, el altar del incienso; a la derecha, la mesa de los panes de proposición; y a la izquierda, el candelabro de oro. Detrás del velo que separaba ambos ambientes (el velo que se rasgó de arriba abajo cuando murió Jesús, Mt 27:51) estaba el Lugar Santísimo, donde antiguamente se guardaba el Arca del Pacto –perdida cuando Nabucodonosor conquistó la ciudad, el año 589- pero que estaba entonces vacío.
6. El ángel no dice expresamente que su hijo será nazareo, pero eso se deduce de la observación de que se abstendría de bebidas alcohólicas (cf Nm 6:3).
7. Diversos autores han hecho notar, y Joseph Fitzmyer en particular, el notable paralelismo que existe entre las narraciones en Lucas del anuncio del nacimiento de Juan (Lc 1:5-25) y del nacimiento de Jesús (1:26-38). El mismo autor hace notar también el paralelismo existente entre el pacto davídico, en que Dios le promete al rey David que su trono y su reino durarán para siempre (2Sm 7: 9,13,14,16), y el anuncio hecho a María (Lc 1:32,33). Esos paralelos indican que Lucas ve en el nacimiento de Juan el cumplimiento de la esperanza de que pronto surgiría un descendiente de David, en quien se cumpliría la profecía de Isaías acerca del nacimiento del Mesías (Is 9:6,7).
8. No se sabe en qué ciudad de Judea vivían Zacarías e Isabel. Es posible que fuera Karem, la moderna Ain-Karim, situada a ocho kilómetros al oeste de Jerusalén.
9. El nombre hebreo Johanán quiere decir “Jehová ha favorecido”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#808 (15.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


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