LA VIDA Y LA
PALABRA
Por
José Belaunde M
PIEDRAS VIVAS
La sola idea de piedra viva es una contradicción: no hay
nada más muerto que una piedra. No se mueve, no respira, está fría. Pero esto
no debe sorprendernos. El Evangelio está lleno de nociones que contradicen a
los conceptos del mundo, pues Jesús mismo fue puesto por "señal que será contradicha" (Lc 2:34). Por ello es que
la vida del cristiano está llena de lo que son contradicciones para el mundo,
según dice Pablo: "como engañadores,
pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he
aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre
gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas
poseyéndolo todo." (2Cor 6:8-10).
Nuestro modelo de piedra viva es Jesucristo, la piedra
angular sobre la cual todo el edificio es edificado, (Is 28:16; 1P 2:6). Está
vivo con la vida de Dios y es nuestra fuente de vida "porque en Él habita toda la plenitud de la divinidad".
(Col 2:9).
Nosotros estamos vivos con la vida que recibimos de Él
cuando nacimos de lo alto. Como la vid comunica su vida a todos los renuevos
que brotan en ella, así también nosotros tenemos vida si permanecemos en Él
como sarmientos en la cepa (Jn 15:4,5).
Nadie es piedra viva para sí mismo, sino para ser utilizado
en la edificación de la casa espiritual que Dios está construyendo para morada
suya entre los hombres (Ef 2:22). El modelo de su construcción es el que vio
Moisés en el espíritu y que sirvió también para el tabernáculo del desierto (Ex
26:30) y para el templo que edificó Salomón (Hb 8:5), hecho éste de piedras
muertas.
Las piedras con que se construye el nuevo templo espiritual
han sido sacadas de la cantera situada en el desierto que es el mundo, morada
de búhos y chacales (Is 34:14,15). Cristo nos rescató del reino de las
tinieblas y nos trajo al reino de su luz admirable (1P 2:9), al valle florido
donde se construye su templo.
Pero antes de ser utilizados en su edificación tenemos que
ser tallados por Él. Primero a golpes potentes de mazo, luego, a medida que
vamos tomando la forma que Él requiere, con cinceles cada vez más finos y
golpes cada vez más precisos, hasta que por fin estamos listos para ser
colocados en el sitio que Él ha previsto.
La piedra no escoge su lugar sino es colocada por el
arquitecto de acuerdo a la ubicación prevista en sus planes. Si la piedra se
pusiera a discutir y se negara a ser colocada en su sitio, correría el peligro
de ser descartada.
Una vez que ha sido puesta en el lugar destinado, por una
grúa que tiene forma de cruz, la piedra colabora en el equilibrio de las
fuerzas dinámicas que rigen la construcción. La piedra soporta la presión de
los bloques que están encima y, a su vez, es soportada por los que están debajo
y a sus lados. Así, nosotros colaboramos con el sostenimiento del edificio "soportándonos unos a otros y
perdonándonos unos a otros" (Col 3:13), y tratando de no ser un peso
excesivo para las piedras que, a su vez, también nos soportan,
La piedra debe encajar perfectamente en su sitio. Si no
encaja bien hace peligrar la estructura del edificio y tendría que ser
desechada. Así también, nosotros, lo seremos igualmente si somos tercos y nos
rebelamos contra las presiones que nos toca sobrellevar.
La piedra, una vez puesta en la pared, sufre sin quejarse
ni protestar los embates del mal tiempo, del viento, la lluvia y la nieve. Está
allí precisamente para eso, para guarecer el interior del templo. ¿Qué sería
del edificio si las piedras del muro, asustadas por los embates de la tempestad
que ruge en el mundo, quisieran retirarse a un sitio más protegido? Pero los
bloques de piedra pueden resistir porque han sido "fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria,
para toda paciencia y longanimidad". (Col 1:11)
La piedra que está en contacto con el mundo es machucada,
golpeada, rayada por los transeúntes, pero, llena del amor de Dios "todo lo sufre, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo soporta." (1Cor 13:7)
En todo edificio bien construido hay piedras de diversas
formas, no son todas iguales. Así como el alfarero nunca hace dos cántaros iguales, Dios nunca hace dos piedras iguales.
Todos somos únicos ante sus ojos. Las piedras cumplen, asimismo, diversas
funciones de acuerdo a sus diversas formas. Si así no fuera el edificio no
sería "funcional", sino una construcción monótona, amorfa e inútil. "Si todo el cuerpo fuese ojo ¿dónde
estaría el oído? Si todo fuese oído ¿dónde estaría el olfato?” pregunta
Pablo en primera a Corintios (12:17).
Hay piedras que son fundamento: los apóstoles y profetas
(Ef 2:20). Hay piedras que son columnas: sostienen las estructuras (Gal 2:9). En la base de las columnas hay
piedras cuadradas, sólidas; hay piedras cilíndricas y bien pulidas en la
espiga; otras son capiteles, de variadas formas, artísticamente labradas. Ellas
alegran y dan vida al conjunto.
Hay piedras curvas que forman parte de los arcos, unen una
columna con otra, o muro con columna. La esbeltez de los arcos parece desafiar
las leyes de la mecánica. El trazo de las uniones requiere osadía y firmeza,
pero sin ellas el edificio no podría adquirir altura ni amplitud (Hab 3:19).
Sólo un calculista muy sabio -el divino calculista- puede calcular la curvatura
y el espesor de sus elementos. Si se equivocara, se desmoronaría la estructura.
Pero no puede equivocarse.
En los arcos y en las bóvedas hay piedras claves, colocadas
en el medio, sin las cuales unos y otros se derrumban. Tienen que haber sido
cinceladas con gran precisión y colocadas con todo cuidado para que encajen
perfectamente en el centro, sin inclinarse ni a un lado ni al otro. Son como
balanzas fieles. Así hay cristianos que son llamados a juzgar entre hermano y
hermano y deben hacerlo sin distinción de personas (St 2:9).
En el edificio hay piedras macizas, las hay también
talladas en filigrana. Hay piedras visibles, admiradas por todos; hay piedras
ocultas, cuya existencia nadie conoce, pero son las más necesarias. Son los
intercesores que se colocan en la brecha por otros (Ez 22:30).
Hay piedras en el coro donde resuena la alabanza: son los
músicos y cantores (Sal 95:1-3; Sal 150). Hay piedras en los vitrales, por
donde entra la luz que ilumina a otros: son los maestros (2Tm 2:2). Hay piedras
en las puertas, por donde entran los convidados a la boda: son los evangelistas
(2Tm 4:5).
Hay piedras en las bóvedas que coronan el edificio,
exaltadas (Jb 36:7). Hay piedras humildes, colocadas en el piso, por donde la
congregación camina y que todos pisan. En el último día serán las más
apreciadas (Lc 13:30).
Pero todas juntas hacen el templo que Dios construye para
morada suya: Está en construcción y, a la vez, está completo. Es local y a la
vez, es visible por todo el orbe. Como sus piedras son vivas y no muertas
tienen una propiedad maravillosa: no sólo han sido edificadas como casa
espiritual, sino también como "sacerdocio
santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios." (1P
2:5).
No hay edificio en el mundo cuyas piedras sean algo más que
bloques mudos, inertes, pero las piedras de este edificio ofician en él. Por
ello es un edificio también vivo, donde resuenan sacrificios de alabanza que
las piedras profieren con su boca, "fruto de labios que confiesan su
nombre" (Hb 13:15). Incluso, en el sitio que Dios les tiene asignado,
ofrecen sacrificios de ayuda mutua, de los que Dios se agrada (Hb 13:16).
Jesucristo es la piedra angular "en quien todo el edificio bien coordinado va creciendo"
(Ef 2:21). Si el edificio no crece en Cristo, tiene que ser desechado. Si se
pone otro fundamento, es un templo falso. Hay tantos templos falsos en el mundo
que atraen a la gente, que han sido construidos sobre fundamentos engañosos.
Sus piedras se creen vivas, pero están muertas.
Nosotros queremos
sacarlas de su engaño, limpiarlas de sus ídolos y traerlas a nuestro templo.
Tenemos el mandato de Cristo para hacerlo y podemos lograrlo, porque nuestro
templo es un templo vivo, del que brotan aguas "debajo del umbral de la casa" (Ez 47:1), de la roca
misma, que es Cristo (1Cor 10:4), y que fluyen hacia los campos resecos del
mundo, primero como un riachuelo que poco a poco se va anchando, pero que luego
va aumentando hasta convertirse en un río de agua viva, en cuyas riberas "crece toda clase de árboles frutales,
cuyas hojas nunca caen, ni falta su fruto" (Ez 47:12). Y toda alma que
nade en esas aguas y beba de ellas vivirá eternamente.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si
pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a
ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa
seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan
necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te
invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
NB Este escrito fue
presentado como trabajo en el curso de Entrenamiento Ministerial en la
“Comunidad Cristiana Agua Viva” el año 1990. Fue publicado el 14.01.01 en la
desaparecida revista “Oiga” bajo el pseudónimo de “Joaquín Andariego” que usaba
entonces. Se distribuyó en forma limitada mediante fotocopias a finales de
1999. Se volvió a imprimir el año 2006 y se vuelve a imprimir nuevamente en la
fecha.
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