Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE
JERUSALÉN IV
Un Comentario de Ezequiel 16:53-63
53. “Yo,
pues, haré volver a sus cautivos, los cautivos de Sodoma y de sus hijas, y los
cautivos de Samaria y de sus hijas, y haré volver los cautivos de tus
cautiverios entre ellas,”
Este
versículo está estrechamente ligado al vers. 55 y debe ser leído o comentado
junto con él:
55. “Y tus
hermanas, Sodoma con sus hijas y Samaria con sus hijas, volverán a su primer
estado; tú también y tus hijas volveréis a vuestro primer estado.”
De cualquiera de las dos maneras este versículo suscita un
problema pues, condiciona el retorno de los exiliados de Judá al regreso previo
de los deportados de Edom y Moab (representados por Sodoma y sus hijas) y del
reino de Samaria.
No existe información alguna de que los edomitas y moabitas que
pudieran haber sido llevados de su tierra sea por los asirios, o por los
babilonios, hubieran regresado a su lugar de origen. Eso no debería
sorprendernos pues los libros de Reyes sólo hablan de la historia de de los
reinos de Judá y Samaria, y no mencionan para nada a los pueblos vecinos, salvo
cuando los enfrentan en el curso de sus guerras.
Pero tampoco existe información de que los deportados del reino
de Israel, es decir de las diez tribus que lo componían, alguna vez retornaran
a su tierra, y menos que lo hicieran antes que los de Judá.
Sin embargo, no se debe excluir la posibilidad de que algunos
miembros de esas tribus retornaran a su tierra individualmente por su cuenta.
Pero hay otra interpretación más probable de los vers. 53 y 55:
Si yo hiciere volver a los habitantes de Edom y Moab, (o a los habitantes de
Sodoma) y a los del reino de Samaria, al estado de poder y renombre que alguna
vez tuvieron, entonces yo haré también retornar a los judíos de Babilonia para
restaurar su grandeza pasada. Es decir, si lo primero llegara a ocurrir, lo
segundo también ocurriría, pero como lo primero nunca ocurrió, lo segundo tampoco
ocurrirá.
La amenaza se cumplió de hecho, porque la historia nos muestra
que cuando los judíos retornaron de Babilonia, después de setenta años de
cautiverio, según la profecía de Jeremías (25:11; 29:10; 32:37,38; 33:7,8; 2Cr
36:21; Es 1:1-4), lo hicieron humillados y sin gloria. Pese a todas las
expectativas de restauración de la dinastía davídica que el pueblo mantenía, el
reino de Judá nunca fue restaurado a su gloria pasada, y su territorio
permaneció hasta tiempos de Jesús bajo el dominio extranjero, persa, griego o
romano, salvo durante el corto período de independencia de que gozaron, entre
los años 160 y 63 AC, gracias a la rebelión macabea que puso a uno de su familia
(los hasmoneos) durante unos cien años como rey en el trono de Jerusalén.
54. “para que
lleves tu confusión, y te avergüences de todo lo que has hecho, siendo tú
motivo de consuelo para ellas.”
De esa
manera tú llevarás tu vergüenza pues nunca recuperarás tu prestigio y riqueza
pasada, y tu humillación servirá de consuelo a los otros pueblos conquistados
vecinos que tampoco recuperaron su independencia. Al ver la decadencia en que
has caído tus antiguos rivales se consolarán de la propia. ¡Triste condición la
humana que se consuela del mal que lo aflige contemplando la desgracia ajena!
56,57. “No
era tu hermana Sodoma digna de mención en tu boca en el tiempo de tus
soberbias, antes que tu maldad fuese descubierta, como también ahora llevas tú
la afrenta de las hijas de Siria y de todas las hijas de los filisteos, las
cuales por todos lados te desprecian.”
Cuando tu
poder era grande, en los tiempos de tu grandeza, no te dignabas pronunciar el
nombre de las ciudades de Moab y de Edom sino con desprecio. Ahora que has sido
humillada y ha caído tu poder en justo castigo por tus pecados, las ciudades de
tus antiguos rivales, Siria y Filistea, se burlan de ti y te desprecian. Tal
como tú trataste a otros, así eres tú tratada.
Esta es una ley de la vida: No hagas a los demás lo que no
quisieras que hagan contigo. No lo hagas por tu propio bien, porque algún día
tú experimentarás en tu propia carne lo que hiciste sufrir a otros. Más bien,
haz lo contrario, como dijo Jesús: “Trata
a los demás como tú quisieras ser tratado” (Mt 7:12), es decir, con la misma
consideración y el respeto que tú deseas para ti, a fin de que otros te traten
de la misma manera, y tú coseches lo que sembraste.
58. “Sufre tú
el castigo de tu lujuria y de tus abominaciones, dice Jehová.”
Este
versículo cierra todas las consideraciones de los versículos que precedieron.
Puesto que tú te apartaste de Dios yendo detrás de ídolos y corrompiste tus
costumbres de manera abominable, es justo que ahora sufras el castigo que por
todo ello te mereces, “dice Jehová”.
Es Dios mismo quien pronuncia esa sentencia en tu contra.
59. “Pues así
dice el Señor Jehová: Yo haré contigo como tú hiciste, que menospreciaste el
juramento al invalidar el pacto.”
Es natural
que el pueblo de Judá sufra las consecuencias de su infidelidad y que Dios les repague
su traición con la misma moneda, pues ellos renegaron del pacto con el Altísimo
que juraron en el Sinaí (Ex 19:3-8); y renovaron en Moab, antes de entrar a la
tierra prometida (Dt 29:10-15).
Pero las palabras de este vers. pueden interpretarse
diferentemente, y así lo hacen algunos, como si fueran una pregunta que se hace
Dios: ¿Me comportaré yo contigo de la manera como tú lo has hecho conmigo,
despreciando el pacto de fidelidad que me juraste, haciéndolo inválido? Esa
pregunta equivale a una declaración negativa: No lo haré, aunque tendría sobradas
razones para hacerlo puesto que tú despreciaste mi pacto contigo.
Efectivamente, por lo que sigue, esa parece ser la interpretación correcta.
60. “No
obstante, yo tendré memoria de mi pacto que concerté contigo en los días de tu
juventud, y estableceré contigo un pacto sempiterno.”
Yo no me
portaré contigo como lo has hecho tú conmigo, porque yo soy Dios. Si tú
invalidaste tu pacto con tu mala conducta e infidelidad (Jos 24:14-28; Jr
11:10), yo mantendré el pacto que hace tiempo juré a tus padres (Gn 15:18-21;
17:1-9), y que hice contigo en los días de tu juventud (vers. 43) cuando te
saqué de Egipto (Ex 34:1-10); y lo renovaré porque yo soy fiel a mi palabra,
ahora y para siempre. Por eso el pacto que ahora renuevo contigo, pese a tu
infidelidad, será un pacto eterno. (Jr 32:37-40).
En el momento más triste del descalabro sufrido por el pueblo
escogido por su propia culpa, Dios le recuerda que sus promesas son
irrevocables (Rm 11:29).
“Dios no es hombre para
que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”. (Nm 23:19). Dios es alguien en quien podemos confiar. Si nos
volvemos a Él arrepentidos, Él siempre nos acogerá. Si nosotros somos infieles,
Él es siempre fiel (2Tm 2:13).
61,62. “Entonces
te acordarás de tus caminos y te avergonzarás, cuando recibas a tus hermanas,
las mayores que tú y las menores que tú, las cuales yo te daré por hijas, mas
no por tu pacto. Yo estableceré mi pacto contigo; y sabrás que yo soy Jehová”
Estos dos
versículos y el siguiente pueden entenderse de dos maneras: Una como una
profecía referida a los tiempos cercanos al profeta, y a los acontecimientos
descritos en los versículos anteriores; y otra, como refiriéndose a tiempos
futuros, ya no al Israel en la carne sino al Israel en el espíritu, esto es, a
la iglesia, que es la interpretación preferida por la mayoría de intérpretes.
En el primer sentido el pueblo elegido se avergonzará y
arrepentirá de sus pecados pasados cuando los cautivos de Babilonia retornen a
su tierra, no porque ellos hubieran cumplido su pacto conmigo, dice Dios, sino
porque yo, que nunca fallo, cumplo el pacto que he celebrado contigo. Dentro de
esta interpretación es difícil determinar quiénes serían “tus hermanas mayores… y menores que tú” que Dios le dará por
hijas. Pudieran ser los grupos de población judía que fueron regresando a
Israel a partir de la autorización dada por Ciro, rey de Persia el año 539 AC (2Cro
36:22,23; cf Is 44:28), unos más grandes que otros, que se establecieron en
Israel y que serían acogidos como hijas, esto es, amorosamente.
En la otra interpretación de cumplimiento lejano, las hijas
mayores y menores son las diversas naciones paganas de diverso tamaño que, en
mayor o menor número, se convertirán a Cristo a partir de la predicación del
Evangelio iniciada por los apóstoles fuera de Palestina, y que serán acogidas
por la iglesia como verdaderas hijas.
Esto ocurrirá no en virtud del antiguo pacto (al que Dios llama “tu pacto”) que fue invalidado por el
incumplimiento del pueblo escogido, sino en virtud del nuevo pacto celebrado en
la sangre de Cristo (al que Dios llama “mi
pacto”). Todos los que se acojan a ese nuevo pacto tendrán la ley escrita
en sus corazones, como anunció Jeremías (Jer 31:33), y todos conocerán al Señor
“desde el más pequeño hasta el más
grande” (Jr 31:34). Es obvio que esta profecía encaja mejor en la era
cristiana en la que el evangelio se difundió por todo el mundo civilizado, que
en tiempos del Antiguo Testamento.
Entonces el Israel de Dios (formado por todos los que se
conviertan a Cristo) sabrán que yo soy Jehová, esto es, me reconocerán como el
único Dios vivo y verdadero, que ejerce dominio y gobierno sobre todo lo creado
porque todo salió de mis manos.
63. “Para que
te acuerdes y te avergüences, y nunca más abras la boca, a causa de tu vergüenza;
cuando yo te haya perdonado todo lo que hiciste, dice el Señor Jehová.”
Dios dice,
reiterando lo que ya dijo en el v. 61, que lo profetizado sucederá para que
cuando ocurra el pueblo que se alejó de Él se acuerde y se avergüence de sus
pecados pasados, de su infidelidad e idolatría, y nunca más pretenda
justificarse ante Él, porque su vergüenza lo abrumará cuando Dios perdone todo
lo que hizo.
Cabe preguntarse, ¿cuándo perdonó Dios a Israel sus
infidelidades? Obviamente cuando retornaron
del exilio babilónico, e iniciaron una nueva vida en su tierra bajo la
conducción de Esdras y Nehemías (Jr 33:8). Es un hecho que entonces el pueblo
de Israel estaba enteramente avergonzado de su idolatría pasada y había
escarmentado, porque nunca más volvió a caer en ella.
Sin embargo, cuando cinco siglos después apareció el Mesías
esperado, el pueblo no sólo no lo reconoció, sino que lo condenó a muerte y lo
entregó a los romanos para que fuera crucificado. Cuarenta años después de ese
terrible evento se cumplió el castigo que Jesús había anunciado (Mt 24:1,2): el
templo de Jerusalén fue destruido por los romanos, la ciudad fue arrasada y el
pueblo diezmado. Sesenta años después, ante la nueva rebelión de los judíos
liderados por Bar Kojba, los romanos la destruyeron nuevamente, sin que quedara
huella de ella, y desterraron a los judíos de su tierra, prohibiéndoles bajo
pena de muerte, retornar. Eso no impidió que los judíos, bajo el liderazgo de
los sucesores de los fariseos, reunidos después de la catástrofe en la
localidad costera de Yavné, iniciaran una nueva vida y buscaran sinceramente a
Dios.
Pero nunca más –salvo contadas excepciones- volvieron a su
tierra hasta tiempos recientes en que la fuerte emigración judía a Palestina,
iniciada a fines del siglo XIX, culminó con el establecimiento del estado de
Israel en 1948. Durante los dieciocho siglos intermedios los judíos vivieron esparcidos
por el mundo como huéspedes en tierra ajena, no siempre bien recibidos y, con
frecuencia, siendo perseguidos o expulsados.
El desarrollo de la religión que emergió como resultado de esa
búsqueda ha sido objeto de una serie de ocho artículos míos titulados “¿Qué es
el judaísmo?”, publicados entre noviembre 2009 y octubre 2010.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de
la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te
invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos
por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón,
porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me
lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento
sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi
corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#807 (08.12.13).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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