lunes, 7 de abril de 2014

INFIDELIDAD DE JERUSALÉN IV

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN IV
Un Comentario de Ezequiel 16:53-63
53. “Yo, pues, haré volver a sus cautivos, los cautivos de Sodoma y de sus hijas, y los cautivos de Samaria y de sus hijas, y haré volver los cautivos de tus cautiverios entre ellas,”
Este versículo está estrechamente ligado al vers. 55 y debe ser leído o comentado junto con él:
55. “Y tus hermanas, Sodoma con sus hijas y Samaria con sus hijas, volverán a su primer estado; tú también y tus hijas volveréis a vuestro primer estado.”
La King James Version traduce la frase inicial del vers. 53 de la siguiente manera: “Cuando yo haga volver a sus cautivos, etc…” (O “si yo hiciera volver…”). Es decir, convierte lo que es un anuncio profético explícito en uno condicional que tiene el carácter de una amenaza temporalmente indeterminada.
De cualquiera de las dos maneras este versículo suscita un problema pues, condiciona el retorno de los exiliados de Judá al regreso previo de los deportados de Edom y Moab (representados por Sodoma y sus hijas) y del reino de Samaria.
No existe información alguna de que los edomitas y moabitas que pudieran haber sido llevados de su tierra sea por los asirios, o por los babilonios, hubieran regresado a su lugar de origen. Eso no debería sorprendernos pues los libros de Reyes sólo hablan de la historia de de los reinos de Judá y Samaria, y no mencionan para nada a los pueblos vecinos, salvo cuando los enfrentan en el curso de sus guerras.
Pero tampoco existe información de que los deportados del reino de Israel, es decir de las diez tribus que lo componían, alguna vez retornaran a su tierra, y menos que lo hicieran antes que los de Judá.
Sin embargo, no se debe excluir la posibilidad de que algunos miembros de esas tribus retornaran a su tierra individualmente por su cuenta.
Pero hay otra interpretación más probable de los vers. 53 y 55: Si yo hiciere volver a los habitantes de Edom y Moab, (o a los habitantes de Sodoma) y a los del reino de Samaria, al estado de poder y renombre que alguna vez tuvieron, entonces yo haré también retornar a los judíos de Babilonia para restaurar su grandeza pasada. Es decir, si lo primero llegara a ocurrir, lo segundo también ocurriría, pero como lo primero nunca ocurrió, lo segundo tampoco ocurrirá.
La amenaza se cumplió de hecho, porque la historia nos muestra que cuando los judíos retornaron de Babilonia, después de setenta años de cautiverio, según la profecía de Jeremías (25:11; 29:10; 32:37,38; 33:7,8; 2Cr 36:21; Es 1:1-4), lo hicieron humillados y sin gloria. Pese a todas las expectativas de restauración de la dinastía davídica que el pueblo mantenía, el reino de Judá nunca fue restaurado a su gloria pasada, y su territorio permaneció hasta tiempos de Jesús bajo el dominio extranjero, persa, griego o romano, salvo durante el corto período de independencia de que gozaron, entre los años 160 y 63 AC, gracias a la rebelión macabea que puso a uno de su familia (los hasmoneos) durante unos cien años como rey en el trono de Jerusalén.
54. “para que lleves tu confusión, y te avergüences de todo lo que has hecho, siendo tú motivo de consuelo para ellas.”
De esa manera tú llevarás tu vergüenza pues nunca recuperarás tu prestigio y riqueza pasada, y tu humillación servirá de consuelo a los otros pueblos conquistados vecinos que tampoco recuperaron su independencia. Al ver la decadencia en que has caído tus antiguos rivales se consolarán de la propia. ¡Triste condición la humana que se consuela del mal que lo aflige contemplando la desgracia ajena!
56,57. “No era tu hermana Sodoma digna de mención en tu boca en el tiempo de tus soberbias, antes que tu maldad fuese descubierta, como también ahora llevas tú la afrenta de las hijas de Siria y de todas las hijas de los filisteos, las cuales por todos lados te desprecian.”
Cuando tu poder era grande, en los tiempos de tu grandeza, no te dignabas pronunciar el nombre de las ciudades de Moab y de Edom sino con desprecio. Ahora que has sido humillada y ha caído tu poder en justo castigo por tus pecados, las ciudades de tus antiguos rivales, Siria y Filistea, se burlan de ti y te desprecian. Tal como tú trataste a otros, así eres tú tratada.
Esta es una ley de la vida: No hagas a los demás lo que no quisieras que hagan contigo. No lo hagas por tu propio bien, porque algún día tú experimentarás en tu propia carne lo que hiciste sufrir a otros. Más bien, haz lo contrario, como dijo Jesús: “Trata a los demás como tú quisieras ser tratado” (Mt 7:12), es decir, con la misma consideración y el respeto que tú deseas para ti, a fin de que otros te traten de la misma manera, y tú coseches lo que sembraste.
58. “Sufre tú el castigo de tu lujuria y de tus abominaciones, dice Jehová.”
Este versículo cierra todas las consideraciones de los versículos que precedieron. Puesto que tú te apartaste de Dios yendo detrás de ídolos y corrompiste tus costumbres de manera abominable, es justo que ahora sufras el castigo que por todo ello te mereces, “dice Jehová”. Es Dios mismo quien pronuncia esa sentencia en tu contra.
59. “Pues así dice el Señor Jehová: Yo haré contigo como tú hiciste, que menospreciaste el juramento al invalidar el pacto.”
Es natural que el pueblo de Judá sufra las consecuencias de su infidelidad y que Dios les repague su traición con la misma moneda, pues ellos renegaron del pacto con el Altísimo que juraron en el Sinaí (Ex 19:3-8); y renovaron en Moab, antes de entrar a la tierra prometida (Dt 29:10-15).
Pero las palabras de este vers. pueden interpretarse diferentemente, y así lo hacen algunos, como si fueran una pregunta que se hace Dios: ¿Me comportaré yo contigo de la manera como tú lo has hecho conmigo, despreciando el pacto de fidelidad que me juraste, haciéndolo inválido? Esa pregunta equivale a una declaración negativa: No lo haré, aunque tendría sobradas razones para hacerlo puesto que tú despreciaste mi pacto contigo. Efectivamente, por lo que sigue, esa parece ser la interpretación correcta.
60. “No obstante, yo tendré memoria de mi pacto que concerté contigo en los días de tu juventud, y estableceré contigo un pacto sempiterno.”
Yo no me portaré contigo como lo has hecho tú conmigo, porque yo soy Dios. Si tú invalidaste tu pacto con tu mala conducta e infidelidad (Jos 24:14-28; Jr 11:10), yo mantendré el pacto que hace tiempo juré a tus padres (Gn 15:18-21; 17:1-9), y que hice contigo en los días de tu juventud (vers. 43) cuando te saqué de Egipto (Ex 34:1-10); y lo renovaré porque yo soy fiel a mi palabra, ahora y para siempre. Por eso el pacto que ahora renuevo contigo, pese a tu infidelidad, será un pacto eterno. (Jr 32:37-40).
En el momento más triste del descalabro sufrido por el pueblo escogido por su propia culpa, Dios le recuerda que sus promesas son irrevocables (Rm 11:29).
“Dios no es hombre para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta”. (Nm 23:19). Dios es alguien en quien podemos confiar. Si nos volvemos a Él arrepentidos, Él siempre nos acogerá. Si nosotros somos infieles, Él es siempre fiel (2Tm 2:13).
61,62. “Entonces te acordarás de tus caminos y te avergonzarás, cuando recibas a tus hermanas, las mayores que tú y las menores que tú, las cuales yo te daré por hijas, mas no por tu pacto. Yo estableceré mi pacto contigo; y sabrás que yo soy Jehová”
Estos dos versículos y el siguiente pueden entenderse de dos maneras: Una como una profecía referida a los tiempos cercanos al profeta, y a los acontecimientos descritos en los versículos anteriores; y otra, como refiriéndose a tiempos futuros, ya no al Israel en la carne sino al Israel en el espíritu, esto es, a la iglesia, que es la interpretación preferida por la mayoría de intérpretes.
En el primer sentido el pueblo elegido se avergonzará y arrepentirá de sus pecados pasados cuando los cautivos de Babilonia retornen a su tierra, no porque ellos hubieran cumplido su pacto conmigo, dice Dios, sino porque yo, que nunca fallo, cumplo el pacto que he celebrado contigo. Dentro de esta interpretación es difícil determinar quiénes serían “tus hermanas mayores… y menores que tú” que Dios le dará por hijas. Pudieran ser los grupos de población judía que fueron regresando a Israel a partir de la autorización dada por Ciro, rey de Persia el año 539 AC (2Cro 36:22,23; cf Is 44:28), unos más grandes que otros, que se establecieron en Israel y que serían acogidos como hijas, esto es, amorosamente.
En la otra interpretación de cumplimiento lejano, las hijas mayores y menores son las diversas naciones paganas de diverso tamaño que, en mayor o menor número, se convertirán a Cristo a partir de la predicación del Evangelio iniciada por los apóstoles fuera de Palestina, y que serán acogidas por la iglesia como verdaderas hijas.
Esto ocurrirá no en virtud del antiguo pacto (al que Dios llama “tu pacto”) que fue invalidado por el incumplimiento del pueblo escogido, sino en virtud del nuevo pacto celebrado en la sangre de Cristo (al que Dios llama “mi pacto”). Todos los que se acojan a ese nuevo pacto tendrán la ley escrita en sus corazones, como anunció Jeremías (Jer 31:33), y todos conocerán al Señor “desde el más pequeño hasta el más grande” (Jr 31:34). Es obvio que esta profecía encaja mejor en la era cristiana en la que el evangelio se difundió por todo el mundo civilizado, que en tiempos del Antiguo Testamento.
Entonces el Israel de Dios (formado por todos los que se conviertan a Cristo) sabrán que yo soy Jehová, esto es, me reconocerán como el único Dios vivo y verdadero, que ejerce dominio y gobierno sobre todo lo creado porque todo salió de mis manos.
63. “Para que te acuerdes y te avergüences, y nunca más abras la boca, a causa de tu vergüenza; cuando yo te haya perdonado todo lo que hiciste, dice el Señor Jehová.”
Dios dice, reiterando lo que ya dijo en el v. 61, que lo profetizado sucederá para que cuando ocurra el pueblo que se alejó de Él se acuerde y se avergüence de sus pecados pasados, de su infidelidad e idolatría, y nunca más pretenda justificarse ante Él, porque su vergüenza lo abrumará cuando Dios perdone todo lo que hizo.
Cabe preguntarse, ¿cuándo perdonó Dios a Israel sus infidelidades? Obviamente cuando  retornaron del exilio babilónico, e iniciaron una nueva vida en su tierra bajo la conducción de Esdras y Nehemías (Jr 33:8). Es un hecho que entonces el pueblo de Israel estaba enteramente avergonzado de su idolatría pasada y había escarmentado, porque nunca más volvió a caer en ella.
Sin embargo, cuando cinco siglos después apareció el Mesías esperado, el pueblo no sólo no lo reconoció, sino que lo condenó a muerte y lo entregó a los romanos para que fuera crucificado. Cuarenta años después de ese terrible evento se cumplió el castigo que Jesús había anunciado (Mt 24:1,2): el templo de Jerusalén fue destruido por los romanos, la ciudad fue arrasada y el pueblo diezmado. Sesenta años después, ante la nueva rebelión de los judíos liderados por Bar Kojba, los romanos la destruyeron nuevamente, sin que quedara huella de ella, y desterraron a los judíos de su tierra, prohibiéndoles bajo pena de muerte, retornar. Eso no impidió que los judíos, bajo el liderazgo de los sucesores de los fariseos, reunidos después de la catástrofe en la localidad costera de Yavné, iniciaran una nueva vida y buscaran sinceramente a Dios.
Pero nunca más –salvo contadas excepciones- volvieron a su tierra hasta tiempos recientes en que la fuerte emigración judía a Palestina, iniciada a fines del siglo XIX, culminó con el establecimiento del estado de Israel en 1948. Durante los dieciocho siglos intermedios los judíos vivieron esparcidos por el mundo como huéspedes en tierra ajena, no siempre bien recibidos y, con frecuencia, siendo perseguidos o expulsados.
El desarrollo de la religión que emergió como resultado de esa búsqueda ha sido objeto de una serie de ocho artículos míos titulados “¿Qué es el judaísmo?”, publicados entre noviembre 2009 y octubre 2010.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#807 (08.12.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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