Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN I
Un Comentario de
Ezequiel 16: 1-19
El capítulo 16 del libro de Ezequiel es una fábula alegórica en la que
Dios hace memoria de la historia del pueblo de Israel y de sus relaciones con ese
pueblo, y le reprocha severamente su infidelidad. Siendo una fábula no se puede
relacionar directamente tal episodio, o pasaje de ella con un episodio
específico de la historia del pueblo elegido, porque lo recuenta en términos
generales, pero sí hay algunas alusiones bastante obvias.
Por boca de Ezequiel Dios se dirige a
Jerusalén, capital de la nación, como representante de todo el pueblo y en
términos de un contrato matrimonial.
Ezequiel estaba con los israelitas
cautivos en Babilonia, y escribe a los que permanecieron en Israel para
reprocharles su infidelidad; así como Jeremías, que se encontraba en Jerusalén
con el remanente que permaneció en esa ciudad, escribía a los deportados en
Babilonia para consolarlos.
1-3. “Vino a mí palabra de Jehová,
diciendo: Hijo de hombre, notifica a Jerusalén sus abominaciones, y di: Así ha
dicho Jehová el Señor sobre Jerusalén: Tu origen, tu nacimiento, es de la
tierra de Canaán; tu padre fue amorreo, y tu madre hetea.”
Cuando viene “palabra de Jehová”
a un profeta, ella constituye una orden perentoria de comunicar un mensaje a
determinada persona, o grupo de personas, o a todo un pueblo.
Por lo que se ve luego, el profeta
comienza refiriéndose a la historia del pueblo elegido, no desde sus inicios
con el patriarca Abraham, sino cuando Israel estaba establecido en la tierra de
Egipto, tiempo durante el cual el clan familiar
de Jacob, compuesto de setenta personas (Gn 46:27), creció hasta
convertirse en un pueblo muy numeroso.
Es muy curioso que el profeta diga
para comenzar que el padre de Israel fue un amorreo, porque sabemos que no es
así. Abraham no era amorreo. Los amorreos eran un pueblo descendiente de Cam,
hijo de Noé, establecidos en la tierra de Canaán desde tiempos inmemoriales, y
sumamente corruptos. Fueron casi completamente destruidos durante la conquista
de la tierra prometida. Si el profeta los llama padres de Israel, es para
humillar a los habitantes de Jerusalén. Y lo mismo puede decirse del hecho de
atribuir su maternidad a una mujer hetea, es decir, hitita, perteneciente a
otro de los pueblos que habitaban esa tierra cuando fueron conquistados por
Israel, pero que no fueron destruidos completamente.
Se recordará que las dos mujeres que
Esaú tomó por esposas eran heteas, hecho que afligió sobremanera a su madre
Rebeca (Gn 27:46). Recuérdese asimismo que Jerusalén estuvo en poder de un
pueblo pagano, los jebuseos, hasta que David la conquistó para convertirla en
la capital de su reino (Js 15:63; 2Sm 5:6,7).
Lo que el profeta quiere decir a los
hebreos es: Tu origen es nada honorable, aunque tú te jactes de descender de
Abraham, porque más te pareces a los paganos idólatras que habitaban esta
tierra que al patriarca que fue amigo de Dios, y a quien se le prometió que
pertenecería a sus descendientes a perpetuidad. (Nota 1).
En otras palabras, tus antepasados
cercanos renunciaron a ese derecho, y tú eres aquí un usurpador. Estás pues
listo para ser expulsado.
¿A cuántos que se dicen cristianos
colocará Jesús a su izquierda en el juicio de las naciones? ¿Y a cuántos que no
consideramos de los nuestros colocará a su derecha? (Mt 25:31-33)
4,5. “Y en cuanto a tu nacimiento,
el día que naciste no fue cortado tu ombligo, ni fuiste lavada con aguas para
limpiarte, ni salada con sal, ni fuiste envuelta con fajas. No hubo ojo que se
compadeciese de ti para hacerte algo de esto, teniendo de ti misericordia; sino
que fuiste arrojada sobre la faz del campo, con menosprecio de tu vida, en el
día que naciste.”
Lo que se dice acerca de su nacimiento es aún más digno de compasión,
porque no se hizo con ella lo que suele hacerse con toda criatura amada al nacer,
según las prácticas de entonces. No se le prodigó ningún cuidado, sino que se
la arrojó al campo, como si su madre desnaturalizada la abominara y no diera
importancia a su vida. Y ahí estaba ella lista para morir. (2) Estas palabras
humillantes que les dirige Dios sirven para ilustrar el contraste entre el
abandono en que se encontraba el pueblo de Israel en Egipto, oprimido y
sometido a trabajos forzados (3), y la misericordia que Dios mostró con ellos
al recogerlos y llamarlos su pueblo (Véase Dt 32:10).
6. “Y yo pasé junto a ti, y te vi
sucia en tus sangres, y cuando estabas en tus sangres te dije: ¡Vive! Sí, te
dije, cuando estabas en tus sangres: ¡Vive!
Dios dice que cuando ella estaba en ese estado de abandono, pasó como de
casualidad por donde ella se encontraba por tierra y abandonada, y la vio en “sus sangres”, es decir, cubierta de
sangre como una criatura que acaba de nacer después de un parto difícil, y que
no ha sido lavada ni limpiada; y viéndola en ese estado y pronta a morir, con
su palabra le infundió vida para que reviviera.
De manera semejante Dios le dice al
pecador que está inmundo en sus pecados y ensangrentado, “¡Vive!” para que
recobre la vida del Espíritu que ha perdido, y nazca de nuevo (Jn 3:7).
7. “Te hice multiplicar como la
hierba del campo; y creciste y te hiciste grande, y llegaste a ser muy hermosa;
tus pechos se habían formado, y tu pelo había crecido; pero estabas desnuda y descubierta.”
El efecto de todo ello fue que la criatura creció y llegó a ser una joven
de pechos bien formados y cabellera ondulada, con los rasgos que hacen a la
mujer atractiva al hombre. Sin embargo, la criatura, ahora convertida en una espléndida muchacha, seguía
estando desnuda y sin abrigo. Para que no olvidemos que esta parábola se
refiere al pueblo de Israel, dice que se multiplicó en número, tal como
efectivamente ocurrió cuando el pueblo hebreo estuvo en Egipto: llegaron 70
personas con Jacob y se multiplicaron hasta llegar a ser cientos de miles (Nm
1:46; Ex 1:7,12).
8. “Y pasé yo otra vez junto a ti, y
te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre
ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice
Jehová el Señor, y fuiste mía.”
Estando ella así, dice Dios, que pasó de nuevo de manera fortuita junto a
ella (cuando sufría bajo la opresión egipcia) y vio que ya estaba madura para
el amor. Extender el manto y cubrir la desnudez es una manera discreta de
designar la relación amorosa (Rt 3:9). Pero no quedó allí su cuidado amoroso, sino
que Dios contrajo matrimonio con ella con un pacto sellado con un juramento
(refiriéndose al pacto solemne celebrado en Sinaí en que Dios adoptó a Israel como
pueblo suyo: Ex 19,20).
Llegado “el cumplimiento del tiempo Dios envió a su Hijo…” (Gal 4:4) a
expiar en la cruz los pecados de todos los hombres, y Jesús celebró con
nosotros un nuevo pacto en su sangre (Lc 22:20), tal como fuera anunciado por
el profeta Jeremías (Jr 31:31-34).
9-13. “Te lavé con agua, y lavé tus
sangres de encima de ti, y te ungí con aceite; y te vestí de bordado, te calcé
de tejón, te ceñí de lino y te cubrí de seda. Te atavié con adornos, y puse
brazaletes en tus brazos y collar a tu cuello. Puse joyas en tu nariz, y
zarcillos en tus orejas, y una hermosa diadema en tu cabeza. Así fuiste
adornada de oro y de plata, y tu vestido era de lino fino, seda y bordado;
comiste flor de harina de trigo, miel y aceite; y fuiste hermoseada en extremo,
prosperaste hasta llegar a reinar.”
Con diversas imágenes sugestivas el profeta describe cómo Dios se ocupó
del pueblo que había escogido, primero limpiándolo, cubriendo sus pecados
mediante el sacrificio de animales, ungiéndolo con el aceite de la unción,
vistiéndolo con la ropa más fina, de lino y seda; y adornándolo con joyas
preciosas (4), estableciendo el culto del tabernáculo en el desierto, y
ordenando a los sacerdotes y levitas que habían de oficiar en él; alimentándolo
con la comida más costosa, con lo que se muestra que él había prosperado y el
pueblo se había enriquecido hasta llegar a convertirse en un reino famoso bajo
David y Salomón.
Una vez más la palabra del profeta
apunta simbólicamente al nuevo nacimiento: “Te
lavé con agua…” evoca “el lavamiento
de la regeneración y la renovación en el Espíritu Santo” (Tt 3:5). “Lavé tus sangres de encima de ti…”: Esto
es, la culpa del pecado que fue limpiada con la sangre de Cristo cuando Él
murió en la cruz. “Te ungí con aceite…”: Evoca
la unción del Espíritu Santo que se derramó en Pentecostés (Hch 2:2-4). “Te ceñí de lino y te cubrí de seda…”: Fuiste
revestida con la justicia de Cristo para que pudieras permanecer de pie en la
presencia de Dios (Gal 3:27).
14. “Y salió tu renombre entre las
naciones a causa de tu hermosura; porque era perfecta, a causa de mi hermosura
que yo puse sobre ti, dice Jehová el Señor.”
El profeta le recuerda al pueblo que la prosperidad de que llegó a gozar durante
el apogeo de la monarquía, y la hermosura de sus campos y ciudades no era
propia, sino le había sido dada por Dios como un regalo, y que le debía todo lo
que llegó a tener.
15. “Pero confiaste en tu hermosura,
y te prostituiste a causa de tu renombre, y derramaste tus fornicaciones a
cuantos pasaron; suya eras.”
Sin embargo, en lugar de serle fiel al Dios que te había engrandecido como
un amoroso marido, y guardar para Él toda tu devoción, empezaste a servir a
otros dioses, y a rendirles culto, algo que yo te había expresamente prohibido
cuando hice pacto contigo (Ex 20:3,4). Como prostituta callejera te ofrecías al
primer ídolo que te presentaran.
La prostitución de Israel comenzó
cuando Salomón, ya viejo y corrompido, dejó que su corazón se inclinara hacia
los dioses de las muchas mujeres que había tomado por esposas y concubinas, y
levantó altares a sus ídolos (1R 11:1-8).
Dios tenga compasión de los cristianos
que, como Esaú, venden su primogenitura (su herencia eterna) por un plato de
lentejas (Gn 25:27-34), esto es, por un instante de placer, o por las
satisfacciones de la fama perecedera que proporciona el mundo.
16. “Y tomaste de tus vestidos, y te
hiciste diversos lugares altos, y fornicaste sobre ellos; cosa semejante nunca
había sucedido, ni sucederá más.”
Tomaste los regalos que yo te había hecho y con ellos adornaste los
lugares altos de tu tierra para rendir culto a ídolos que no son dioses, algo
que yo te había prohibido estrictamente que hicieras (Ex 20:4,5).
17, 18. “Tomaste asimismo tus
hermosas alhajas de oro y de plata que yo te había dado, y te hiciste imágenes
de hombre y fornicaste con ellas; y tomaste tus vestidos de diversos colores y
las cubriste; y mi aceite y mi incienso pusiste delante de ellas.”
Tomaste los metales preciosos que yo te había dado y con ellos te forjaste
estatuas delante de las cuales te postraste en adoración como si esos objetos
inanimados fueran dioses, y tomaste el aceite y el incienso que estaban
reservados para mí y los usaste para servirlos.
19. “Mi pan también, que yo te había
dado, la flor de la harina, el aceite y la miel, con que yo te mantuve, pusiste
delante de ellas para olor agradable: y fue así, dice Jehová el Señor.”
Incluso los frutos del campo con que yo te había bendecido los usaste para
presentar ofrendas a esos falsos dioses, y los quemaste en tus altares para que
subieran como olor agradable a divinidades que no existían, ni podían sentirlo,
pero cuyo perfume a mí me ofendía porque no lo ofrecías a mí.
Notas: 1. Nótese, sin embargo, que Abraham tuvo que comprarles a los hijos de Set
un terreno para tener dónde enterrar a su mujer Sara (Gn 23)
2. Es un hecho que la criatura humana recién nacida es un ser desamparado,
incapaz de valerse por sí mismo, y que no tendría posibilidades de subsistir si
no fuera por el amor que Dios ha infundido en sus padres para ocuparse de ella
y cuidarla.
3. Para los egipcios los israelitas, siendo pastores de ovejas, eran
abominables (Gn 43:32; 46:34). Con mucha frecuencia los escogidos de Dios son
abominables para el mundo.
4. Esto puede referirse a las alhajas y vestidos que los hebreos pidieron a
los egipcios antes de partir (Ex 12:35,36).
Amado lector: Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en
la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto
a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por
ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#802 (27.10.13). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
2 comentarios:
Excelente.
Fuera de Dios nada somos una cosa lo he dicho a Dios sin el nada quiero en esta vida - como dice el libro de Salmos 73-25- ¿A quien tengo yo en los cielos sino a ti )y fuera de ti nada deseó en la tierra.
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