jueves, 13 de febrero de 2014

ANOTACIONES AL MARGEN XXXVII

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde
ANOTACIONES AL MARGEN XXXVII
v    ¡Qué privilegio que Dios mire con cariño a través de nuestros ojos, que sonría con
nuestros labios, que consuele con nuestras palabras, que acaricie con nuestras manos!
v    Nuestros buenos deseos, cuando son sinceros, nos enriquecen y embellecen nuestra alma, aunque se vean frustrados. Pero Dios los ve y nos atribuye el mérito de lo no logrado cuando no ha habido negligencia de nuestra parte.
v    El verdadero amor es desinteresado, incluso cuando no es correspondido, aunque es natural que desee serlo. Nosotros solemos amar de una manera egoísta o egocéntrica, deseando ser el centro de la persona amada, u obtener alguna ventaja a cambio de nuestro cariño. Así suelen amar muchos enamorados y enamoradas, amigos y amigas, y hasta incluso algunas madres y esposos.  
v    Sólo en Dios debemos amar a las criaturas, porque sólo de esa manera el amor por ellas se verá libre de las impurezas del egoísmo y de los excesos de la idealización. En Cristo el amor por las criaturas se eleva a un plano superior.
v    La fidelidad se manifiesta en las cosas y asuntos más pequeños. No tanto en los actos heroicos.
v    Yo te busco, Señor. Atráeme más a ti.
v    Cuanto más sabe el hombre, cuanto más logra tecnológicamente, más suficiente se vuelve, y menos reconoce su necesidad de Dios. Sin embargo, nada le vale lo que sabe y puede cuando le llega el día de la muerte. Ahí sólo le vale tener comunión con Dios. Lo demás, frente al más allá, es hojarasca.
v    ¿No será el pecado contra el Espíritu Santo el rechazar las gracias que Dios le otorga a uno?
v    El mayor de los pecados es la soberbia. De él brotan todos los demás delitos y pecados y, en particular, el desprecio y el maltrato del prójimo.
v    Se requiere de mucha humildad para reconocer los propios errores, y más aún, para repararlos. ¡Cuán cierto es esto! Decimos que no somos perfectos, pero nos indignamos si alguien nos señala nuestras imperfecciones, y nos damos por ofendidos.
v    ¡Cuántos méritos tienen los que se ocupan de la limpieza de los baños en la iglesia, y lo hacen con amor! Quizá para Dios lo que hacen vale más que la mejor prédica, porque predican con el ejemplo, y la vanagloria no empaña sus esfuerzos.
v    ¿Por qué será que solemos ser duros con los pobres? Porque olvidamos que Jesús está en ellos (Mt 25:40).
v    Se necesita de mucho amor para romper la caparazón de los orgullosos y de los que cierran su corazón a la verdad, porque Satanás los tiene engañados y les hace creer que son grandes.
v    Las palabras que más nos gusta oír son las que halagan nuestra vanidad, o inflan nuestra autoestima; no las que nos reprenden o critican. Pero éstas nos son más útiles.
v    La soberbia es el pecado que perdió a Lucifer y lo envió al infierno. Es el pecado que sigue enviando a los hombres a hacer compañía al diablo. Es el pecado que origina la rebeldía de las autoridades humanas contra la autoridad de Dios. Es el pecado que va a hacer que pronto desaparezcan de la faz de la tierra.
v    En verdad hay una gran diferencia entre el que peca, recapacita y se arrepiente, y el que no siente ningún remordimiento, sino que, al contrario, está convencido de que está bien lo que hace, imaginando maneras más perversas y dañinas de cometerlo; y encima, se jacta de ello. ¿Cuál puede ser su destino sino el infierno? Los que siguen este camino suelen ser los adoradores de Mamón y los lujuriosos.
v    Todo el mal que hay en la tierra es causado por el pecado del hombre, seducido por mundo, demonio y carne. Pero cuando el hombre es transformado por la gracia, empieza a revertir el mal que se ha hecho a sí mismo y a otros. Pero él solo no puede reparar todo el mal que ha hecho. Eso sólo lo puede hacer Dios.
v    ¿Ustedes creen que los banqueros que concibieron las operaciones dolosas que provocaron la crisis financiera del 2008 están arrepentidos del mal que hicieron y del sufrimiento que causaron? Al contrario, si de algo se lamentan es de que no ganaran con ellas todo los que esperaban.
v    Así como Jesús hablaba a las muchedumbres en Galilea cuando enseñaba y predicaba, en nuestros días Jesús sigue hablando a la humanidad a través de sus palabras registradas en los evangelios, que siguen siendo tan vigentes hoy como lo eran hace dos mil años.
v    ¡Qué tragedia es que el enorme sacrificio hecho por Jesús en la cruz sea en vano para muchos! ¡Y cuán triste es la suerte de los que rechazan la salvación que Él les ofrece!
Más que triste, terrible y horrenda. ¡Y pensar que hay muchos que se arrojan voluntariamente de cabeza al infierno! Hacen todo el mal que pueden, seducidos por los halagos que el poder y el dinero les ofrecen, atrapados en la red que Satanás les ha tendido, y no quieren escapar de ella. A algunos de ellos los conocemos, porque son famosos y sus nombres aparecen en los periódicos y en los noticieros.
v    En lugar de ser venerado y adorado, Dios en nuestros días es injuriado y despreciado por los medios de comunicación de muchos países, que se mofan de las cosas santas.
v    La barca de Pedro –la iglesia- es abofeteada por los vientos tumultuosos que ha levantado el enemigo contra ella. Jesús, que está en la barca, parece dormido. Pero pronto se levantará, y con su sola palabra ordenará a los vientos y a las olas que se calmen (Mt 8:23-27). Entonces los demonios y sus secuaces humanos huirán despavoridos.
v    Mediante una parábola Jesús nos aconsejó, más bien, nos instó, a orar sin desmayar para conseguir lo que queremos (Lc 18:1-7). Si lo hacemos, no hay nada bueno que no podamos obtener de Dios, salvo que Él tenga propósitos mejores para nosotros.
v    Los enemigos de Jesús, dentro y fuera de la iglesia –porque los hay también dentro- quieren destruir a la novia de Cristo. La odian tanto como Satanás, a quien sirven. Si no se arrepienten a tiempo, compartirán su mismo destino eterno.
v    Sólo dos pueden reinar en el corazón del hombre: Cristo o Satanás, el uno o el otro; pero no pueden estar los dos juntos. Escoge pues tú a quién quieres servir (Js 24:15), pero recuerda que lo harás por toda la eternidad.
v    Jesús era amable, paciente y misericordioso. Nosotros debemos ser como Él, y pensar más en los demás que en nosotros mismos, si queremos imitarle.
v    No juzgues a ninguno, porque tú no conoces lo que hay en el corazón de los que juzgas. Pero ¡cuántas veces yo en mi ignorancia lo hago!
v    Nunca debemos cansarnos de orar, porque la oración todo lo puede.
v    ¿Vale la pena trocar un instante de placer por una eternidad de tormento? ¿Hay placer que valga un sufrimiento futuro inacabable?
v    Cuando pecamos, crucificamos de nuevo a Jesús.
v    El pecado ha intensificado sus armas en los últimos tiempos y renovado su ofensiva contra las almas incautas, a las que ciega con sus halagos engañosos para llevarlas al lugar del tormento eterno.
v    El diablo seduce a sus víctimas mediante el sexo, pero ese pecado conduce insensiblemente a otros peores, que alejan más de Dios a los hombres. Poco a poco se convierten en cómplices del diablo para hacer caer a otros en sus redes.
v    El que vive para Dios recibe mucho más de lo que da, y tanto más cuanto más se olvide de sí mismo.
v    ¿Quién puede oponerse a Dios? El que lo haga será aplastado. Sin embargo, hay muchos que lo intentan. Su final es terrible.
v    No podemos negar que el mundo es seductor, y que si uno se acerca a él, puede caer fácilmente en sus lazos, si no cuenta con la ayuda de Dios. Sin embargo, ¿cómo podremos evangelizar a los perdidos si no nos alejamos del marco seguro de la iglesia para ir al mundo?
v    Se requiere tener un alma grande y noble para hacerse pequeño, y más aún, para reconocer las propias faltas.
v    Un alma en estado de gracia consuela y alegra a Jesús. Sin duda porque son pocas comparadas con las que están sumidas en el pecado.
v    El tiempo de la paciencia de Dios se acaba pronto, ¿y quién podrá permanecer de pie cuando se desate su ira?
v    No hay santidad sin sufrimiento, porque el sufrimiento purifica.
v    El sufrimiento que debe ser aceptado es el que sólo Dios puede aliviar, porque viene de Él para nuestro provecho.
v    En la práctica los seres humanos nos comportamos como lobos voraces unos con otros, y no sólo los asaltantes, o los guerreros en el fragor de la batalla. También los empresarios “decentes” se comportan así con sus clientes, y no están satisfechos si no los esquilman y los despedazan con sus dientes para enriquecerse.
v    No cabe duda de que el libertinaje atrae la ira de Dios sobre ciudades y países, y provoca catástrofes naturales cuya causa nadie entiende.
v    ¿Cuál es el remedio que Dios aplicará a los males de un mundo obstinado y rebelde? El que aplicó en tiempos de Noé: Un diluvio, esta vez no de agua sino de fuego, que destruirá y abrasará todo (2P 3:7,12). 
El antídoto       contra la indiferencia             es el amor;  
contra el orgullo,                             la humildad;
contra el egoísmo,                          la generosidad;
contra el pesimismo,                      la confianza en Dios;
contra la lujuria,                               la pureza;
contra la hipocresía,                      la sinceridad;
contra la rebeldía,                           la obediencia;
contra la mentira,                            la verdad;
contra la tibieza,                              el amor ardiente;
contra la avaricia,                            el desprendimiento;
contra el resentimiento,                el perdón.
El antídoto se compra de rodillas, al pie de la cruz.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#801 (20.10.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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