jueves, 27 de febrero de 2014

INFIDELIDAD DE JERUSALÉN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN I
Un Comentario de Ezequiel 16: 1-19
El capítulo 16 del libro de Ezequiel es una fábula alegórica en la que Dios hace memoria de la historia del pueblo de Israel y de sus relaciones con ese pueblo, y le reprocha severamente su infidelidad. Siendo una fábula no se puede relacionar directamente tal episodio, o pasaje de ella con un episodio específico de la historia del pueblo elegido, porque lo recuenta en términos generales, pero sí hay algunas alusiones bastante obvias.
Por boca de Ezequiel Dios se dirige a Jerusalén, capital de la nación, como representante de todo el pueblo y en términos de un contrato matrimonial.
Ezequiel estaba con los israelitas cautivos en Babilonia, y escribe a los que permanecieron en Israel para reprocharles su infidelidad; así como Jeremías, que se encontraba en Jerusalén con el remanente que permaneció en esa ciudad, escribía a los deportados en Babilonia para consolarlos.
1-3. “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, notifica a Jerusalén sus abominaciones, y di: Así ha dicho Jehová el Señor sobre Jerusalén: Tu origen, tu nacimiento, es de la tierra de Canaán; tu padre fue amorreo, y tu madre hetea.”
Cuando viene “palabra de Jehová” a un profeta, ella constituye una orden perentoria de comunicar un mensaje a determinada persona, o grupo de personas, o a todo un pueblo.
Por lo que se ve luego, el profeta comienza refiriéndose a la historia del pueblo elegido, no desde sus inicios con el patriarca Abraham, sino cuando Israel estaba establecido en la tierra de Egipto, tiempo durante el cual el clan familiar  de Jacob, compuesto de setenta personas (Gn 46:27), creció hasta convertirse en un pueblo muy numeroso.
Es muy curioso que el profeta diga para comenzar que el padre de Israel fue un amorreo, porque sabemos que no es así. Abraham no era amorreo. Los amorreos eran un pueblo descendiente de Cam, hijo de Noé, establecidos en la tierra de Canaán desde tiempos inmemoriales, y sumamente corruptos. Fueron casi completamente destruidos durante la conquista de la tierra prometida. Si el profeta los llama padres de Israel, es para humillar a los habitantes de Jerusalén. Y lo mismo puede decirse del hecho de atribuir su maternidad a una mujer hetea, es decir, hitita, perteneciente a otro de los pueblos que habitaban esa tierra cuando fueron conquistados por Israel, pero que no fueron destruidos completamente.
Se recordará que las dos mujeres que Esaú tomó por esposas eran heteas, hecho que afligió sobremanera a su madre Rebeca (Gn 27:46). Recuérdese asimismo que Jerusalén estuvo en poder de un pueblo pagano, los jebuseos, hasta que David la conquistó para convertirla en la capital de su reino (Js 15:63; 2Sm 5:6,7).
Lo que el profeta quiere decir a los hebreos es: Tu origen es nada honorable, aunque tú te jactes de descender de Abraham, porque más te pareces a los paganos idólatras que habitaban esta tierra que al patriarca que fue amigo de Dios, y a quien se le prometió que pertenecería a sus descendientes a perpetuidad. (Nota 1).
En otras palabras, tus antepasados cercanos renunciaron a ese derecho, y tú eres aquí un usurpador. Estás pues listo para ser expulsado.
¿A cuántos que se dicen cristianos colocará Jesús a su izquierda en el juicio de las naciones? ¿Y a cuántos que no consideramos de los nuestros colocará a su derecha? (Mt 25:31-33)
4,5. “Y en cuanto a tu nacimiento, el día que naciste no fue cortado tu ombligo, ni fuiste lavada con aguas para limpiarte, ni salada con sal, ni fuiste envuelta con fajas. No hubo ojo que se compadeciese de ti para hacerte algo de esto, teniendo de ti misericordia; sino que fuiste arrojada sobre la faz del campo, con menosprecio de tu vida, en el día que naciste.”
Lo que se dice acerca de su nacimiento es aún más digno de compasión, porque no se hizo con ella lo que suele hacerse con toda criatura amada al nacer, según las prácticas de entonces. No se le prodigó ningún cuidado, sino que se la arrojó al campo, como si su madre desnaturalizada la abominara y no diera importancia a su vida. Y ahí estaba ella lista para morir. (2) Estas palabras humillantes que les dirige Dios sirven para ilustrar el contraste entre el abandono en que se encontraba el pueblo de Israel en Egipto, oprimido y sometido a trabajos forzados (3), y la misericordia que Dios mostró con ellos al recogerlos y llamarlos su pueblo (Véase Dt 32:10).

6. “Y yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres, y cuando estabas en tus sangres te dije: ¡Vive! Sí, te dije, cuando estabas en tus sangres: ¡Vive!
Dios dice que cuando ella estaba en ese estado de abandono, pasó como de casualidad por donde ella se encontraba por tierra y abandonada, y la vio en “sus sangres”, es decir, cubierta de sangre como una criatura que acaba de nacer después de un parto difícil, y que no ha sido lavada ni limpiada; y viéndola en ese estado y pronta a morir, con su palabra le infundió vida para que reviviera.
De manera semejante Dios le dice al pecador que está inmundo en sus pecados y ensangrentado, “¡Vive!” para que recobre la vida del Espíritu que ha perdido, y nazca de nuevo (Jn 3:7).
7. “Te hice multiplicar como la hierba del campo; y creciste y te hiciste grande, y llegaste a ser muy hermosa; tus pechos se habían formado, y tu pelo había crecido; pero estabas desnuda y descubierta.”
El efecto de todo ello fue que la criatura creció y llegó a ser una joven de pechos bien formados y cabellera ondulada, con los rasgos que hacen a la mujer atractiva al hombre. Sin embargo, la criatura, ahora  convertida en una espléndida muchacha, seguía estando desnuda y sin abrigo. Para que no olvidemos que esta parábola se refiere al pueblo de Israel, dice que se multiplicó en número, tal como efectivamente ocurrió cuando el pueblo hebreo estuvo en Egipto: llegaron 70 personas con Jacob y se multiplicaron hasta llegar a ser cientos de miles (Nm 1:46; Ex 1:7,12).
8. “Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía.”
Estando ella así, dice Dios, que pasó de nuevo de manera fortuita junto a ella (cuando sufría bajo la opresión egipcia) y vio que ya estaba madura para el amor. Extender el manto y cubrir la desnudez es una manera discreta de designar la relación amorosa (Rt 3:9). Pero no quedó allí su cuidado amoroso, sino que Dios contrajo matrimonio con ella con un pacto sellado con un juramento (refiriéndose al pacto solemne celebrado en Sinaí en que Dios adoptó a Israel como pueblo suyo: Ex 19,20).
Llegado “el cumplimiento del tiempo Dios envió a su Hijo…” (Gal 4:4) a expiar en la cruz los pecados de todos los hombres, y Jesús celebró con nosotros un nuevo pacto en su sangre (Lc 22:20), tal como fuera anunciado por el profeta Jeremías (Jr 31:31-34).
9-13. “Te lavé con agua, y lavé tus sangres de encima de ti, y te ungí con aceite; y te vestí de bordado, te calcé de tejón, te ceñí de lino y te cubrí de seda. Te atavié con adornos, y puse brazaletes en tus brazos y collar a tu cuello. Puse joyas en tu nariz, y zarcillos en tus orejas, y una hermosa diadema en tu cabeza. Así fuiste adornada de oro y de plata, y tu vestido era de lino fino, seda y bordado; comiste flor de harina de trigo, miel y aceite; y fuiste hermoseada en extremo, prosperaste hasta llegar a reinar.”
Con diversas imágenes sugestivas el profeta describe cómo Dios se ocupó del pueblo que había escogido, primero limpiándolo, cubriendo sus pecados mediante el sacrificio de animales, ungiéndolo con el aceite de la unción, vistiéndolo con la ropa más fina, de lino y seda; y adornándolo con joyas preciosas (4), estableciendo el culto del tabernáculo en el desierto, y ordenando a los sacerdotes y levitas que habían de oficiar en él; alimentándolo con la comida más costosa, con lo que se muestra que él había prosperado y el pueblo se había enriquecido hasta llegar a convertirse en un reino famoso bajo David y Salomón.
Una vez más la palabra del profeta apunta simbólicamente al nuevo nacimiento: “Te lavé con agua…” evoca “el lavamiento de la regeneración y la renovación en el Espíritu Santo” (Tt 3:5). “Lavé tus sangres de encima de ti…”: Esto es, la culpa del pecado que fue limpiada con la sangre de Cristo cuando Él murió en la cruz. “Te ungí con aceite…”: Evoca la unción del Espíritu Santo que se derramó en Pentecostés (Hch 2:2-4). “Te ceñí de lino y te cubrí de seda…”: Fuiste revestida con la justicia de Cristo para que pudieras permanecer de pie en la presencia de Dios (Gal 3:27).
14. “Y salió tu renombre entre las naciones a causa de tu hermosura; porque era perfecta, a causa de mi hermosura que yo puse sobre ti, dice Jehová el Señor.”
El profeta le recuerda al pueblo que la prosperidad de que llegó a gozar durante el apogeo de la monarquía, y la hermosura de sus campos y ciudades no era propia, sino le había sido dada por Dios como un regalo, y que le debía todo lo que llegó a tener.
15. “Pero confiaste en tu hermosura, y te prostituiste a causa de tu renombre, y derramaste tus fornicaciones a cuantos pasaron; suya eras.”
Sin embargo, en lugar de serle fiel al Dios que te había engrandecido como un amoroso marido, y guardar para Él toda tu devoción, empezaste a servir a otros dioses, y a rendirles culto, algo que yo te había expresamente prohibido cuando hice pacto contigo (Ex 20:3,4). Como prostituta callejera te ofrecías al primer ídolo que te presentaran.
La prostitución de Israel comenzó cuando Salomón, ya viejo y corrompido, dejó que su corazón se inclinara hacia los dioses de las muchas mujeres que había tomado por esposas y concubinas, y levantó altares a sus ídolos (1R 11:1-8).
Dios tenga compasión de los cristianos que, como Esaú, venden su primogenitura (su herencia eterna) por un plato de lentejas (Gn 25:27-34), esto es, por un instante de placer, o por las satisfacciones de la fama perecedera que proporciona el mundo.
16. “Y tomaste de tus vestidos, y te hiciste diversos lugares altos, y fornicaste sobre ellos; cosa semejante nunca había sucedido, ni sucederá más.”
Tomaste los regalos que yo te había hecho y con ellos adornaste los lugares altos de tu tierra para rendir culto a ídolos que no son dioses, algo que yo te había prohibido estrictamente que hicieras (Ex 20:4,5).
17, 18. “Tomaste asimismo tus hermosas alhajas de oro y de plata que yo te había dado, y te hiciste imágenes de hombre y fornicaste con ellas; y tomaste tus vestidos de diversos colores y las cubriste; y mi aceite y mi incienso pusiste delante de ellas.”
Tomaste los metales preciosos que yo te había dado y con ellos te forjaste estatuas delante de las cuales te postraste en adoración como si esos objetos inanimados fueran dioses, y tomaste el aceite y el incienso que estaban reservados para mí y los usaste para servirlos.
19. “Mi pan también, que yo te había dado, la flor de la harina, el aceite y la miel, con que yo te mantuve, pusiste delante de ellas para olor agradable: y fue así, dice Jehová el Señor.”
Incluso los frutos del campo con que yo te había bendecido los usaste para presentar ofrendas a esos falsos dioses, y los quemaste en tus altares para que subieran como olor agradable a divinidades que no existían, ni podían sentirlo, pero cuyo perfume a mí me ofendía porque no lo ofrecías a mí.
Notas: 1. Nótese, sin embargo, que Abraham tuvo que comprarles a los hijos de Set un terreno para tener dónde enterrar a su mujer Sara (Gn 23)
2. Es un hecho que la criatura humana recién nacida es un ser desamparado, incapaz de valerse por sí mismo, y que no tendría posibilidades de subsistir si no fuera por el amor que Dios ha infundido en sus padres para ocuparse de ella y cuidarla.
3. Para los egipcios los israelitas, siendo pastores de ovejas, eran abominables (Gn 43:32; 46:34). Con mucha frecuencia los escogidos de Dios son abominables para el mundo.
4. Esto puede referirse a las alhajas y vestidos que los hebreos pidieron a los egipcios antes de partir (Ex 12:35,36).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#802 (27.10.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

2 comentarios:

el chico de la corbata azul dijo...

Excelente.

Guillermo timan dijo...

Fuera de Dios nada somos una cosa lo he dicho a Dios sin el nada quiero en esta vida - como dice el libro de Salmos 73-25- ¿A quien tengo yo en los cielos sino a ti )y fuera de ti nada deseó en la tierra.