EL CRISTIANO QUE DA EL DIEZMO –de
manera voluntaria y
alegremente, no presionado- conforma toda su existencia a
la voluntad de Dios, porque le ha entregado su corazón junto con su tesoro. No
será un cristiano hasta aquí no más. Cristiano en la iglesia, pero no en la
calle; cristiano en casa, pero no en la vida pública. Será un cristiano en
todos sus actos, en los que se ven, y en los que no se ven, porque tiene en
Dios su tesoro.
El
diezmo es para el cristiano lo que el árbol de la ciencia del bien y del mal
fue para Adán y Eva. Dios les había encomendado el huerto del Edén para que lo
labraran y cuidaran. Ellos podían comer del fruto de todos los árboles que
había en el jardín, menos de uno.
Dios
te ha dado tu vida y el lugar que ocupas en el mundo, para que lo labres y lo
desarrolles, y algún día te pedirá cuentas de cómo lo hiciste. Nosotros podemos
comer del fruto de todos los árboles que hay en el jardín de nuestra vida, del
fruto de todo nuestro trabajo, menos del diezmo. Tenemos que cultivar el
diezmo, es decir, la parte de nuestro trabajo que genera el dinero para el
diezmo, pero no podemos comer del fruto de ese árbol, no podemos tocar el
diezmo. Le pertenece al dueño del huerto.
(Estos
párrafos están tomados del artículo titulado “El Diezmo”, publicado hace nueve
años)
1 comentario:
Este artículo me suena muy pentecostalista.
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