Por José Belaunde M.
BIENAVENTURADO EL VARÓN
Comentario del Salmo 1
Introducción: En hebreo al libro de los salmos se le llama Sefer Tehillim, el Libro de las Alabanzas,
porque ése es el tema de gran número de ellos. En el culto judío los salmos
eran cantados con el acompañamiento de un instrumento al que la Septuaginta llama “Salterio”
(Nota 1), y que ha
prestado su nombre a toda la colección, pues así se le llama en griego y en
latín.
La palabra salmo proviene del verbo griego psalein: cantar con el acompañamiento de un instrumento de cuerda.
Salmo en hebreo se dice mizmor, que
viene del verbo zamar (cortar o
separar), porque al cantarlos a cada
sílaba se le asigna una nota diferente. Esta manera de cantar fue adoptada por
la naciente iglesia, dándosele el nombre de “salmodia”: una nota por cada
sílaba del texto.
Se asume que la colección de 150 salmos fue recopilada por
Esdras, el escriba, en el siglo V AC y él sería también quien la dividió en
cinco partes, en imitación de la Torá , que tiene cinco libros (el
Pentateuco). (2) Cada una de ellas termina con una “doxología” (del griego doxa, gloria) glorificando a Dios.
El texto masorético atribuye la autoría de 73 salmos a David, 12
a Asaf, 11 a los hijos de Coré, dos a Salomón, y uno cada uno a Moisés, Hemán y
Etán. 49 son anónimos. 124 salmos tienen un título sobrescrito que da alguna
información acerca del autor, o de la ocasión en fue compuesto. Los salmos
restantes son llamados por ese motivo “huérfanos”.
Dado que uno de los códices más antiguos del Nuevo Testamento
menciona, en Hch 13:33, al segundo salmo como al primero de la colección, algunos
eruditos asumen que este salmo fue añadido posteriormente, poniéndolo en primer
lugar. (3) De hecho este salmo constituye una introducción muy apropiada
para todo el libro.
Este salmo de autor desconocido y de carácter sapiencial
describe los dos caminos opuestos que puede seguir el hombre. Consta de seis
versículos, y se divide en dos partes de tres versículos cada una. La primera está
dedicada al justo; la segunda al malo, o impío.
El primer versículo señala tres cosas por las que el justo es
considerado bienaventurado y que él no ha hecho. El segundo versículo indica
dos cosas que, por el contrario, él hace. El tercer versículo señala las consecuencias
que para él tiene esa manera de obrar. La segunda parte se inicia con una corta
descripción figurada de los malos. El versículo 5 señala dos consecuencias que
afrontará el malo, que lo excluyen de la compañía y privilegios de los buenos. El
versículo 6 es una consideración general referida a los justos y al triste
final de los malos.
1. “Bienaventurado el varón que no anduvo en
consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de
escarnecedores se ha sentado;” (4)
El
original hebreo dice: “¡Oh, las
bendiciones del hombre que….!” En plural porque son muchas. Esta es una
exclamación gozosa exaltando la felicidad del varón del que habla la primera
parte del salmo.
Bienaventurado, bendito, feliz, es el que no anda en compañía de
personas impías, tomando parte de sus conciliábulos malévolos que procuran aprovecharse
de otros, en particular de los indefensos, o urdiendo trampas para defraudar a
los inadvertidos; ni se junta con los que llevan una vida disoluta dedicada al
pecado; y menos con los que se burlan de toda norma y principio santo (Véase
Sal 26:4,5 en donde esta idea es expandida; cf Jr 15:17). El justo ha puesto en
práctica el consejo que da Pr 4:14,15; cf 1:10-16.
Cabe preguntarse ¿Por qué es bienaventurado? Porque recibirá las
bendiciones que se detallan más abajo y que describen una vida plena y lograda
en comunión con Dios.
Nótese que el libro de los salmos comienza con la misma palabra
(“Bienaventurado”) con que Jesús
empieza su enseñanza en el Sermón del Monte (Mt 5:3).
En este versículo se describen dos progresiones en el mal en que
el justo no incurre. La primera está representada por los verbos “andar”, “estar”
(de pie) y “sentarse”. Andar es un proceso en curso; estar de pie (o detenerse)
es ya una condición más estable; pero el que se ha sentado se ha acomodado
confortablemente en una conducta habitual.
La segunda progresión está representada por los adjetivos “malo”
(o impío), “pecador” y “escarnecedor”. El malo prescinde del Altísimo en su
vida porque carece de temor de Dios. El pecador va más allá porque lo ofende de
una manera voluntaria y habitual. El escarnecedor, o burlador, no se contenta
con llevar una vida impía, sino que se goza en burlarse de las cosas santas,
tratando de apartar a otros del camino recto para traerlos al suyo.
Ambas progresiones ilustran la manera cómo se desarrolla el
crecimiento en la maldad, y cómo el hombre que se aparta de Dios se vuelve cada
día peor, aunque él se jacte de ser un triunfador. Tengamos compasión de él
porque su carrera descendente terminará en el abismo del que no hay retorno, y
démosle gracias a Dios por habernos salvado de ese destino terrible.
Agustín y otros padres de la iglesia, así como otros autores
recientes, ven en el varón del que habla este salmo a Jesucristo, porque Él es
el único que nunca participó en el consejo de los malos; el único que si bien
se juntó con pecadores para predicarles la verdad, nunca participó de sus
maldades, sino más bien vino para apartarlos de ellas; y es el único que nunca
se burló de las cosas santas, sino que, al contrario, dedicó su vida entera a
glorificar a su Padre haciendo su voluntad.
2. “Sino que en la ley de Jehová está su
delicia, y en su ley medita de día y de noche.” (5)
El justo
no sólo evita la compañía de los hombres malos, sino que dedica gran parte de
su tiempo a leer y meditar acerca de la ley divina (Js 1:8; cf Dt 17:18; Sal
37:31; Is 51:7.) (6) en la cual además él se deleita (Sal 112:1; 19:47, 77b, 92,
97, 103, 111b, 127, 143b,162,174).
¿Por qué se deleita en ella? Porque ella le pone en contacto con
el Espíritu de Dios y Él le habla a través de ella. No en palabras audibles,
sino con ideas y pensamientos que surgen en su mente al leerlas, como dice el
Sal 19:11: “Tu siervo es amonestado con
ellos” (esto es, con los mandamientos de la ley).
Todos alguna vez hemos experimentado que Dios nos consuela, nos
alienta, nos orienta, o nos reprende a través de su palabra, y por eso ella nos
es preciosa. Y aunque no nos hable siempre de una manera específica, su lectura
nos llena de alegría y de paz, como escribe Pablo: “por la paciencia y la consolación de las Escrituras.” (Rm 15:4; cf
Sal 119:165). Con justa razón puede pues el salmista decir que en ella
encuentra sus delicias (cf Rm 7:22). No hay lectura que nos agrade tanto al
punto de que nos ha hecho perder el gusto por otras lecturas, y hemos dejado de
leer novelas y toda literatura que no trate de Dios, o de las cosas que tienen
que hacer con Él, o que nos edifiquen.
Jesús dijo: “No sólo de
pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt
4:4) La ley del Señor es el pan de cada día del que se alimenta el piadoso, y
que lo nutre y fortalece. Deleitarse en ella es pues meditarla, saborearla,
descubrir los secretos que encierra y las promesas que contiene; contemplarlas
y reclamarlas sabiendo que son nuestras; y experimentar su cumplimiento.
3. “Será como árbol plantado junto a corrientes
de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace,
prosperará.”
¿Y cuál es
el resultado de esa lectura, y de esa meditación? ¿Cuál su recompensa? El árbol
que está plantado al borde de una acequia, o de un arroyo, crece vigorosamente
porque de sus raíces fluye una savia rica y abundante que nutre al tronco y sus
ramas (Jb 29:19; Jr 17:8; Ez 17:5,8; 19:10). (7).
Por eso sus ramas nunca dejan de cargarse de frutos abundantes
cuando llega la estación; y sus hojas permanecen verdes hasta el otoño en que
empiezan a secarse.
¿Y cuál es su fruto? Según sea la especie del árbol será el
fruto que produzca. De igual manera en el caso del varón del cual el árbol
frondoso es una figura, su fruto será según su especie, es decir, cada cual
según su actividad, profesión u oficio, o su posición en la vida. Él es de la
clase de hombres a la cual la gente acude confiada a encomendarles alguna
labor, si es mecánico o artesano; o a hacerle una consulta, si es médico o
abogado; o a pedirle consejo, porque está segura de que procederá a conciencia
y no la defraudará. Jesús lo dijo claramente: “Por sus frutos los conoceréis”.(Mt 7:20) Por la calidad del fruto
sabréis si el árbol es bueno. Nótese que dice que da su fruto a su tiempo. Los
árboles no dan su fruto apenas son plantados o en cualquier momento, sino en la
estación debida. Primero deben nutrirse del humus de la tierra y beber del agua
que los riega, esperando que el fruto madure para que pueda ser comido.
De igual manera la vida de oración y de meditación en la palabra
no produce una santidad instantánea. Ésta es un asunto de perseverancia y de
paciencia. Hay árboles que empiezan a dar fruto sólo después de muchos años
(Reardon).
Son tres las clases de fruto que rinde el justo. Uno es el fruto
del espíritu, del que habla Pablo en Gal 5:22,23; otro es el fruto de las
buenas obras en que se manifiesta su fe (Ef 2:10); y otro, en fin, el de la
cosecha de almas que lleva a los pies del Maestro para que sean salvas.
De ahí que el salmista pueda afirmar que todo lo que tal varón
hace prosperará, no sólo a causa de su capacidad, seriedad y rectitud, sino
porque la mano de Dios está con él (Gn 39:3, 23). Nótese que Jr 17:8 coincide casi
literalmente con lo expresado en este versículo, al punto de que pareciera que
el profeta fuera el autor del salmo o, al menos, que lo conociera.
¿Y qué puede decirse de las corrientes de agua, sino
recordar las palabras de Jesús cuando dijo: “Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba.”? (Jn 7:37). ¿O cuando le dijo a la
samaritana que “el que bebiera del agua
que yo le daría no tendría sed jamás”? (Jn 4:14; cf Sal 65:9).
4. “No así los malos, que son como el tamo que
arrebata el viento.”
El caso de los impíos, en efecto, es muy distinto. En contraste
con los justos que están firmemente arraigados en la tierra, los impíos son
como la paja del trigo que cuando se trilla el grano en la era, es dispersada
por el viento, y no queda de ellos memoria (Jb 21:18; Sal 35:5; Is 17:13;
29:5b; Jr 13:24; Os 13:3; Sf 2:2). El viento al que aquí se alude es el de las
tempestades de la vida que arrasan con ellos.
El Salmo 37 lo explica elocuentemente: “Vi yo al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel
verde. Pero él pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué y no fue hallado.” (v.
35; cf 73.18-20; Jb 20:8). Este salmo menciona también el hecho comprobado por
la historia, de que la descendencia de los impíos se extingue en poco tiempo y
su apellido desaparece.
5. “Por tanto, no se levantarán los malos en el
juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos.”
El juicio
que aquí se menciona es el que pudiera surgir cuando hay una causa ante los
tribunales en la cual el malo esté involucrado y en la que, si el juez es recto
y los testigos veraces, sus intereses no prevalecen sino todo lo contrario,
recibe una sentencia adversa. El impío –dice Agustín- no se levanta en el
tribunal para juzgar sino para ser juzgado.
La congregación que también se menciona es la de los hombres que
se reunían en la sinagoga (como ahora en la iglesia) para rendir culto a Dios,
y en la que uno de los asistentes podía ser llamado a hacer la lectura de la
palabra (Véase en la vida de Jesús y de Pablo dos episodios que ilustran esa
práctica: Lc 4:16,17; Hch13:15,16) Nótese que aquellos que se sentaron en las reuniones
de los pecadores no podrán hacerlo en las asambleas de los piadosos, porque serán
automáticamente rechazados. Ellos reciben de esa manera una justa retribución a
sus malos caminos.
Pero también el juicio podría referirse al día de la ira de Dios
(Sof 1:14-16), al juicio final, al juicio de las naciones, al término del cual
los impíos son arrojados al fuego eterno, mientras que los justos son
conducidos al cielo (Mt 25:46; cf Ecl 12:14).
6. “Porque Jehová conoce el camino de los justos;
mas la senda de los malos perecerá.”
En este
versículo se contrastan dos opciones que Dios pone delante del hombre entre los
que tiene que elegir y que tienen destinos opuestos, el camino del bien y el
camino del mal.
Son varios los lugares de las Escrituras donde Dios reta al
hombre a elegir. Uno de ellos es Dt. 30:19: “A
los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he
puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues,
la vida, para que vivas tú y tu descendencia.” Otro es el conocido pasaje
del Sermón del Monte acerca de la puerta estrecha que lleva a la vida, y que
pocos hallan, que contrasta con la puerta ancha que lleva a la perdición (Mt
7:13,14).
Al ser humano se le da la oportunidad de elegir entre una y otra
y, aunque la gracia de Dios puede inclinarlo al bien, la decisión finalmente es
suya y él llevará las consecuencias, para bien o para mal, de su elección.
Por eso dice que Dios conoce de una manera particular el camino
de los justos (Jb 23:10), es decir, lo aprecia y lo aprueba, y se deleita en
él, así como ellos se deleitan en Dios. En cambio la senda escogida por los
malos los lleva a la destrucción, porque Dios abandona a sí mismos a los que
obstinadamente lo rechazan. (Véase Sal 9:5; 112:10 acerca del triste final de
los impíos; cf Jr 21:8; Dt 30:15-20). No solamente desaparecen sino que también
todo lo que hicieron es devorado por el olvido. Mientras el justo graba su
nombre en la roca –comenta Spurgeon- el impío lo escribe en la arena.
Que cada cual saque la conclusión que corresponda y tome la
decisión que más le conviene: gozar de una prosperidad engañosa, porque es
transitoria, y que termina en un precipicio; o seguir el camino que puede a
ratos ser arduo, pero que está lleno de satisfacciones, y que lleva a la dicha
eterna.
Nota 1.
Una especie de arpa pequeña cuyas cuerdas eran rasgadas con los dedos, (no con
un plectro) llamada en hebreo nebel.
2. Esta
división en cinco libros es antigua pues ya era conocida cuando se escribió 1ra
de Crónicas (Compárese el salmo 106: 47,48, con 1Cro 16:35,36).
3. Reina Valera
60, y todas las traducciones corrigen el texto original de ese pasaje de
Hechos, poniendo allí “salmo segundo”, para adecuarse a la versión corriente de
los salmos.
4. En el original
hebreo los tres verbos están en tiempo presente.
5. Si para
el justo del Antiguo Pacto la palabra “ley” significaba el Pentateuco, y por
extensión, todo el Antiguo Testamento, para el cristiano esa palabra engloba la Biblia entera.
6. En esto
el salmo se acerca al ideal rabínico de hacer del estudio de la Ley (Torá lishmá) la ocupación más importante del hombre y un fin en sí
mismo.
7. Con
bastante frecuencia en las Escrituras el árbol es tomado como imagen del
hombre. El Salmo 92:12-15 es un ejemplo. (cf Sal 52:8; Is 61:3; Jr 11:19).
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Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a
arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos
haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para
ti y servirte.”
#797
(22.09.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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