miércoles, 26 de junio de 2013

MADRES EN LA BIBLIA IV

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MADRES EN LA BIBLIA IV
8a. Ahora vamos a dirigir nuestra atención a la que es la madre por excelencia, la madre ejemplar, a María, la madre de Jesús. ¿Por qué es ella la madre más destacada de la Biblia? Porque ninguna ha tenido un hijo como el que tuvo ella. Ése es el motivo por el cual ella dijo que la llamarían “bienaventurada todas las generaciones.” (Lc 1:48).
Ya nos hemos referido de paso a ella en el artículo anterior, al hablar de Elisabet. Ahora vamos a ocuparnos de dos episodios de su vida (en realidad, de la vida de Jesús en que ella figura), porque si quisiéramos hablar de todos tendríamos que escribir muchas páginas. El primero es el episodio intrigante que figura al término del segundo capítulo del evangelio de Lucas (Lc 2:41-52).
Antes de continuar conviene preguntarse: ¿Por qué narran los evangelios este episodio? Entre otras razones, aparte de su contenido edificante, para mostrarnos que los padres de Jesús eran judíos devotos que guardaban las fiestas prescritas por la ley de Moisés; pero, sobre todo, para darnos una idea del desarrollo físico e intelectual de Jesús, de su paso de la infancia a la adolescencia, de su conocimiento de las Escrituras y de su inteligencia precozmente despierta.
En este pasaje se nos dice que José y María tenían por costumbre ir todos los años a Jerusalén para celebrar la fiesta de la Pascua (Lc 2:41), pese a que, debido a la distancia, no estaban obligados a ello. Esta fiesta, que conmemoraba el éxodo del pueblo de Egipto, se celebraba el día 14 del mes de Nisán, el primer mes del año judío, conjuntamente con la fiesta de los panes sin levadura, de manera que ambas se confundían en una sola que duraba una semana. Moisés había establecido la obligación para todos los varones israelitas de presentarse tres veces al año en el lugar que Dios escogiera para que habite su Nombre (primero fue Silo, y después, Jerusalén) para celebrar las fiestas más importantes del calendario litúrgico, que además de la Pascua, eran la fiesta de Pentecostés (Shavuot o de las semanas) y de los Tabernáculos (Sukkot) (Dt 16:16).
Las mujeres no estaban obligadas a acudir a Jerusalén para celebrar esas fiestas, pero ya se ha visto que era costumbre que las mujeres casadas acompañaran a sus maridos (1Sm 1:2-4; 2:19. Véase el artículo anterior). Aunque Lucas no lo diga expresamente el texto da a entender que al cumplir doce años, Jesús acompañó a sus padres por primera vez (Lc 2:42), lo cual es una conjetura razonable, porque para un niño de once años el largo viaje hubiera sido un esfuerzo excesivo. Pero a partir de los trece años el niño se convertía en un “hijo de los mandamientos” (Bar-Mitzvá), y estaba obligado a hacer el viaje a Jerusalén tres veces al año. (Nota 1)
“Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén sin que lo supiesen José y su madre.” (v. 43). La permanencia de Jesús en la ciudad de David es paradójica, porque tiene el aspecto de un acto de desobediencia, ya que Él no les pidió permiso para quedarse, y porque Él no podía ignorar que sus padres se iban a preocupar muchísimo al darse cuenta de su ausencia.
“Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y lo buscaban entre los parientes y los conocidos, pero como no lo hallaron, volvieron a Jerusalén buscándolo.” (v. 44,45). El viaje a pie de Galilea a Jerusalén, y viceversa, demoraba tres días completos, dada la gran distancia. Los viajeros se juntaban en grandes comitivas, e iban posiblemente separados los hombres de las mujeres, tal como asistían separados a las sinagogas. Eso explica en parte, que tanto José como María pensaran que el niño iba con el otro, si no con algún pariente. Pero al terminar el día (2), cuando se detuvieron para descansar y pasar la noche, se dieron cuenta de que no estaba con ninguno de ellos, pese a que lo buscaron afanosamente entre la comitiva y en las casas donde sus parientes y amigos se habían alojado para pasar la noche. ¿Qué le habría ocurrido? ¿Se habría desviado del camino y se había extraviado? ¿Podemos imaginar su angustia y sus sentimientos de culpa por no haberle prestado suficiente atención? Al clarear el alba partieron apresurados a Jerusalén para buscarlo.
En la gran ciudad la búsqueda no sería fácil por la gran cantidad de peregrinos que aún la atestaba. ¿Dónde irían a buscarlo? Quizá en la casa donde habían estado alojados, o en casa de amigos, conocidos o parientes; es decir, en los lugares donde pensarían que Jesús podría haberse entretenido, y adonde posiblemente habría acudido durante esos tres días para alimentarse y dormir. (3) ¿O irían de frente al templo? Eso es lo que algunos comentaristas piensan.
“Y aconteció que tres días después lo hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndolos y preguntándoles.” (v. 46) (4). Tres días sin duda contados a partir de su partida para Nazaret (el primer día), habiendo estado el segundo día ocupado por el retorno a Jerusalén, y el tercero por la búsqueda misma. (Algunos piensan que al tercer día de buscarlo en la ciudad)
En algún recinto adecuado del templo (como pudiera ser el cuarto llamado Gazit, donde se reunía el Sanedrín) se reunían con frecuencia, si no diariamente, los doctores de la ley para discutir acerca de asuntos de su competencia y para enseñar (5). Y ahí encontraron José y María a su Hijo, sentado en medio de los doctores. Eso es sorprendente, porque siendo Jesús todavía un niño, a Él le correspondía estar a los pies de sus maestros (Hch 22:3). Pero Él estaba sentado como si fuera uno de ellos, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
“Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas.” (v. 47). Que un niño en Israel estuviera muy versado en la ley no es en sí nada sorprendente, porque todos los niños varones iban a partir de los 5 ó 6 años a una escuela en la sinagoga cercana, donde aprendían de memoria todas las Escrituras (como todavía memorizan muchos musulmanes desde niños el Corán). Lo sorprendente para los que le escuchaban eran la sabiduría y agudeza de sus preguntas y respuestas, inusuales en un niño. Pero en realidad eso no debería sorprendernos a nosotros que sabemos que Jesús es la sabiduría encarnada, como dice Pablo: “En quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.” (Col 2:3). El profeta Isaías había predicho que sobre Él reposaría un “espíritu de sabiduría y de inteligencia… de consejo y de poder… de conocimiento y de temor de Jehová.” (Is 11:2)
Al verlo ahí sentado su madre sorprendida exclamó: “¡Hijo! ¿Por qué nos has hecho esto?” (Lc 2: 48a). ¡Cuánto amor expresaría ese grito que a la vez contenía un reproche! La palabra teknón que ella usa es una palabra de autoridad que expresa la dependencia del hijo respecto de sus padres. “He aquí, tu padre y yo, te hemos buscado angustiados.” (v. 48b). Ella menciona a José antes que a sí misma, cediéndole el primer lugar. El verbo odunomai que nuestro texto traduce como “angustiados” expresa un sufrimiento extremo, como una tortura, y es el mismo verbo que emplea Lucas para describir el sufrimiento que padece el rico en el infierno (Lc 16:24), lo cual nos da una idea de cuán intensa debe haber sido la angustia sufrida por José y María. En ese sufrimiento padecido por María se cumple por primera vez la profecía dicha por el anciano Simeón de que una espada atravesaría su alma (Lc 2:35). Pero la pregunta de María expresa también su sorpresa de que un niño tan obediente como Jesús se hubiera quedado en Jerusalén sin advertirles ni pedirles permiso.
La respuesta de Jesús es desconcertante y está cargada de un sentido misterioso, pero a la vez contiene un reproche velado: “¿Por qué me buscabais? No sabíais que en los asuntos de mi Padre me es necesario estar?” (v. 49).
Jesús les recuerda que Él no sólo era su hijo, sino que, por encima de ellos, tenía a Dios por Padre. Sus palabras oponen a su padre adoptivo, su Padre verdadero. Su obediencia al primero está supeditada a su obediencia al segundo.
En éstas, que son las primeras palabras suyas que consignan los evangelios, Jesús afirma claramente su deidad y muestra que Él era, en esa etapa inicial de su vida, plenamente conciente de su misión en la tierra. Él ha venido para hacer la obra que su Padre le ha encomendado.
Según otras versiones las palabras de Jesús fueron: “¿No sabíais que en la casa de mi Padre me conviene estar?” Antes que la casa de José y María en Nazaret, el templo de Jerusalén es su verdadera casa. Notemos que la primera manifestación pública de Jesús tiene lugar en el templo, en la casa de su Padre. Allí, en los atrios del templo, se escuchó por primera vez su voz enseñando siendo niño, y en los atrios del templo enseñará Él diariamente más adelante como adulto durante su ministerio público, cuando se encuentre en Jerusalén.
Pero Lucas añade que sus padres no entendieron su respuesta (v. 50). ¿Qué fue lo que no entendieron? Ambos eran perfectamente concientes del origen divino de su Hijo, sobre todo María que había aceptado concebir un hijo sin intervención de varón (Lc 1:34,35,38); pero también José, a quien le había sido revelado en sueños que el niño había sido engendrado por el Espíritu Santo (Mt 1:20,21).
Lo que ellos no entendieron fue posiblemente qué propósito cumplió el que Jesús departiera con los doctores de la ley en esa ocasión y a tan temprana edad. Es decir, no entendieron de qué asuntos de su Padre se había ocupado Él al quedarse en Jerusalén.
Habiendo sido hallado, Jesús retornó enseguida con sus padres a Nazaret y, dice el texto, que les estaba sujeto, esto es, les obedecía en todo (Lc 2:51a). Al hacerlo Jesús obedecía a su Padre celestial que lo había puesto bajo la autoridad de sus padres terrenos. Jesús es en esto un modelo para todos los hijos.
“Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.” (v. 51b; cf 2:19). Aunque perpleja por el significado del acontecimiento, ella continuó pensando en lo ocurrido tratando de descifrarlo. Lucas sugiere que había también otras “cosas” (palabras, hechos, actitudes) acerca de su divino Hijo que ella guardaba en su corazón. Esto es muy propio de todas las madres que guardan en su corazón, sin confiarlo a otros, muchas cosas relativas a sus hijos.
El episodio termina señalando que “Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y con los hombres.” (v. 52; cf v. 40, 1Sm 2:26). Crecía en cuanto a su naturaleza humana, porque en cuanto a su naturaleza divina, era imposible que creciera, pues era perfecto. Se entiende que así como crecía en edad y estatura, aumentaban la estima y el afecto que le tenían los que lo conocían, tal como promete Pr 3:4 al hijo obediente: “Y hallarás gracia y buena opinión ante los ojos de Dios y de los hombres.”. (Continuará).
Notas: 1. Era costumbre que los padres acostumbraran a sus hijos desde los nueve años a ayunar por horas, y a los doce, todo un día, para que estuvieran habituados a hacerlo el día de Yom Kippur, o de expiación, a la edad de trece años.
2. La expresión “un día de camino” se encuentra ocasionalmente en el Antiguo Testamento (Nm 11:31; 1R 19:4) y representaba unos 36 Km, aunque es posible que en el caso de la comitiva, en la que había mujeres y niños, fuera una distancia menor.
3. En el libro de Cantares hay una figura alegórica de esta búsqueda de Jesús: “Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma: lo busqué y no lo hallé. Y dije: Me levantaré ahora y rodearé por la ciudad; por las calles y por las plazas buscaré al que ama mi alma; lo busqué y no lo hallé.” (Can 3:1,2).
4. La casa de Dios, el templo de Jerusalén, es un tipo de la Iglesia, donde Cristo puede ser encontrado por todos los que le buscan.
5. En esas reuniones los maestros estaban sentados en semicírculo, y sus discípulos estaban sentados en el suelo en filas frente a ellos.
NB. Quisiera pedir a todos los lectores que oren por el joven peruano André Arenas, de 25 años, que ha sido acusado falsamente de abusar de unas niñas pequeñas que estaban a su cuidado, en Anaheim, California, y que corre peligro, por falta de medios para contratar a un abogado (y sólo cuenta con uno de oficio), de ser condenado a cadena perpetua. Su causa se está viendo en estos días.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#781 (02.06.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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