jueves, 7 de marzo de 2013

LA SIERVA DE NAAMÁN I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA SIERVA DE NAAMÁN I
Un Comentario de 2 Reyes 5:1-81.
“Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso.”
I. Lo primero que me llama la atención en el comienzo de este relato es que diga que “por medio de él (es decir, de Naamán) había dado Dios salvación a Siria”.
¿Estamos leyendo bien? Dice el texto que Dios usó a este hombre pagano, general de una nación enemiga de su pueblo escogido, para traer salvación, esto es, victoria a esa misma nación que era enemiga de Israel. ¡Pero Siria no era el pueblo escogido sino, al contrario, le hacía la guerra! ¿Qué hacía Dios dándole salvación, es decir, victoria, a un pueblo pagano contra su propio pueblo? (Nota 1)
Dios tiene propósitos para los pueblos paganos. El hecho de que escogiera a un pueblo en particular –no lo escogiera solamente, sino que lo hiciera surgir a partir de un hombre, es decir, de Abraham- no quiere decir que Dios descarte a los demás pueblos, o que los considere sus enemigos. Al contrario, todos los pueblos de la tierra son creación suya y a todos ama por ese motivo. Ningún pueblo está fuera de la providencia y de los planes de Dios (2). Más aun, si Dios escogió a un pueblo en particular, a Israel, no fue para grandeza de ese pueblo, sino para que fuera luz a las naciones, ni fue ésta la única ocasión en todo el relato de la Biblia en que Dios usó a un gobernante pagano para sus propósitos. Tenemos los casos de Nabucodonosor, a quien el profeta Daniel dijo: “Tú, oh rey, eres rey de reyes, porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad.” (Dn.2:37); y de Ciro, rey de Persia, a quien Dios dijo por boca de Isaías: “Así dice el Señor a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha para sujetar naciones…” (45:1-4).
Nosotros los cristianos tendemos a despreciar a los incrédulos, considerándonos superiores a ellos, así como los israelitas se consideraban superiores a los “paganos”, a los gentiles (es decir, a los que no eran judíos), y los despreciaban, al punto de que no podían entrar en sus casas, ni podían juntarse ni comer con ellos. (Véase al respecto Hch 11:2,3).
Fueron necesarios hechos extraordinarios para que los primeros discípulos de Jesús comprendieran que el mensaje de salvación que Jesús había traído también era para esos que ellos miraban por encima del hombro. Y es curioso que la iglesia, que empezó siendo conformada por judíos, y sólo renuentemente aceptó a los gentiles en su seno, terminara siendo formada mayormente por gentiles –es decir, por no judíos- porque éstos en su mayoría rechazaron el mensaje del Evangelio. Jesús lo había predicho en la Parábola de la Fiesta de Bodas (Mt 22:1-11).
Sí, Dios tiene propósitos para los incrédulos, y el primero es que vengan a reconocer a Jesús como su Salvador y Rey, es decir, que sean salvos. De hecho, la gran mayoría de nosotros formaba parte de esos incrédulos a quienes Dios por su misericordia salvó. Si despreciamos a los que no creen en Jesús, despreciamos a los que son lo que nosotros éramos antes de venir a Cristo. Nosotros hemos venido a creer en Jesús no por algún mérito propio, sino por pura misericordia suya. No hay nadie que sea tan malvado, tan alejado de los caminos de Dios, a quien Dios no pueda llamar a su reino. Jesús dijo: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores al arrepentimiento.” (Mt 9:13b)
II. Naamán era un héroe para su país, admirado por todos, pero era leproso, una enfermedad que en esa época significaba ser aislado de todos por miedo al contagio. Muchas veces los grandes éxitos están acompañados de grandes pruebas. Nosotros solemos ver solamente el oropel de la fama y de la gloria, la fachada adornada, pero no vemos el sufrimiento que detrás se esconde y que con frecuencia los acompañan. Los éxitos se obtienen a costa de mucho esfuerzo y sufrimientos. El camino a la cima no es fácil.
Dios había escogido a Naamán para hacer con él un gran milagro que fuera testimonio de su poder ante los gentiles. Pero para hacer ese milagro era necesario que Naamán sufriera antes bajo esa terrible enfermedad. Notemos cómo el sufrimiento de la enfermedad precede casi siempre a la gloria del milagro. Pensemos en el ciego de nacimiento (Jn 9) a quien Jesús hizo también el gran milagro de darle la vista. Ese ciego era alguien que Dios había escogido para manifestar a través de él sus obras (Jn 9:2,3). Por esa causa él tuvo que pasar por una etapa previa de mucho sufrimiento. Pero podemos suponer que su recompensa después sería muy grande.
Cuando Dios llamó a Pablo al ministerio no le hizo decir por medio de Ananías: “Yo le mostraré qué gran obra voy a levantar a través suyo”, sino: “Yo le mostraré cuánto ha de sufrir por mi nombre.” (Hch 9:16). No le habló de grandes éxitos, no le dijo que fundaría muchas iglesias, no le dijo que él sería el instrumento que usaría para escribir una tercera parte del Nuevo Testamento. No. Le dijo: “Yo le haré pasar por grandes pruebas.” Y, en efecto, si Pablo se jacta de algo es de haber sufrido más que ninguno (2Cor 11:23). Primero, las pruebas; después, si Dios quiere, el éxito. Así que si tú quieres tener un gran ministerio, hacer una gran obra para Dios, cíñete los lomos y prepárate para sufrir. Jesús dijo que antes de empezar una obra calculáramos el costo. ¿Lo has calculado? No vaya a ser que después, descorazonado, abandones el reto a medio camino y seas objeto de burla (Lc 14:28-30).
III. Naamán debe haber ocupado un lugar especial en el corazón de Dios, porque cuando Jesús va a predicar por primera vez a la sinagoga de su pueblo, Nazaret, Él, por así decirlo, les refriega en las narices a sus paisanos el nombre de ese general pagano, diciéndoles que había muchos leprosos en Israel en tiempos de Eliseo, pero que ninguno de ellos fue limpiado sino Naamán el sirio. Sabemos muy bien con cuánta ira reaccionaron sus paisanos, al punto de que no sólo lo expulsaron del pueblo, sino que quisieron despeñarlo (Lc.4:16-30). ¿Por qué se encolerizaron tanto? Porque Jesús hirió sus sentimientos nacionalistas. Ellos se imaginaban que sólo ellos, el pueblo escogido, podía ser objeto de la misericordia de Dios.
2,3. “Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.”
I. En la antigüedad eran muy comunes esos episodios de bandidaje semioficial, en que bandas armadas fronterizas de un país hacían incursiones en el territorio enemigo, para hacerse de un botín que consistía no sólo en bienes muebles (objetos de valor, joyas, ganado, etc.) sino también en seres humanos, a quienes después vendían como esclavos, cuando no los mataban. David mismo, aunque nos parezca increíble, se había dedicado a ese terrible oficio cuando huía de Saúl (1Sam 27:8,9). Antes de que viniera Jesús a abrirnos los ojos, aun los miembros del pueblo escogido tenían en poco el valor de la vida humana.
Esta pobre muchacha había sufrido la desdicha de ser capturada en una de esas incursiones, en la que sus padres y hermanos pueden haber muerto y en la que ella perdió, además de la libertad, a su familia y todas sus posesiones, convirtiéndose en esclava de sus captores. Hasta podemos pensar que ella ya estaba quizá comprometida para casarse con alguien de su comarca, por lo que ella habría perdido no sólo padres y hermanos, sino hasta novio.
Ella había sido adquirida por la casa de Naamán y servía a la mujer del famoso general. Para que haya sido llevada a la casa de un gran personaje ella debe haber sido una muchacha de cierto rango, bien educada, perteneciente por lo menos a una familia de propietarios, porque en la sociedad altamente jerarquizada de entonces, también la esclavitud estaba sujeta a las normas de “status” social. Sin embargo, pese a ser ella posiblemente de buena cuna, y haber estado acostumbrada a ser servida y no a servir, servía de buena gana a su patrona (3).
Ella no estaba amargada por el infortunio, ni guardaba rencor a sus amos. Al enterarse de la enfermedad del esposo de su patrona no se había dicho: “¡Bien hecho, bien merecido lo tiene!”, sino sintió compasión. Ese sentimiento la indujo a señalarles cuál podía ser la solución para la enfermedad de su amo.
¿Por qué lo hizo? Porque amaba a sus señores y, siendo posiblemente una muchacha dócil y eficiente, era también amada por ellos. Pero si los amaba era porque ella estaba –yo diría, constitucionalmente- llena de amor. Era una criatura buena. (4)
II. José fue durante un tiempo esclavo de Potifar, hombre importante en la corte del faraón, pues era capitán de la guardia. ¿Estaba José amargado por su suerte? Nada podría hacérnoslo pensar porque él servía diligentemente a Potifar. ¿Por qué lo hacía? Sobre todo, pienso yo, porque Dios estaba con él (Gn 39:2), y eso hacía que él de una manera natural, tendiera a hacerlo todo bien. Pero también, sin duda, porque amaba a su dueño y, sin duda, era amado también por él, pues le había confiado la administración de todos sus bienes, y era normal que en esa situación de confianza se estableciera una relación de mutuo afecto.
Sabemos que la primera razón que José dio a la mujer de Potifar para rechazar sus avances fue la fidelidad que le debía a quien había depositado toda su confianza en él. (5)
La fidelidad en el servicio es consecuencia del amor. Y el amor engendra amor. La actitud servicial de la muchacha hizo que sus patrones la consideraran y le dieran un buen trato. Se había conquistado su corazón y su confianza. De lo contrario no se habría atrevido a darles un consejo en un asunto tan personal y delicado como el de la enfermedad del dueño de casa.
Todo servicio útil se hace por amor. La madre no sirve a sus hijos a la fuerza, sino por amor, y lo hará bien en la medida en que los ame. La nodriza generalmente cuida al niño que le encargan porque le pagan para cuidarlo, y si no llega a amar al pequeño, lo atenderá a desgano. Si lo ama, lo hará con agrado y bien, y podrá ser bendición para el niño que tiene a su cargo. Si detesta a los niños, si no tiene paciencia, lo hará mal. ¿Qué es lo que decide la utilidad de nuestras obras? El amor más que nuestro conocimiento. “El amor cubre todas las faltas” (1P 4:8). También puede suplir la falta de conocimiento.
III. Eso nos lleva a considerar cómo con frecuencia los siervos ejercen influencia sobre sus amos, el de menor rango sobre el de mayor. Un caso muy conocido en la Biblia, aparte del de José -que ejerció gran influencia sobre el faraón- es el de Eliezer, el fiel criado de Abraham quien, de no haber tenido hijo, habría heredado toda su fortuna. (Gn 15:3). Abraham confió a Eliezer un asunto de gran importancia para su familia: escoger esposa para su hijo. El hecho de que el criado se dejara guiar por Dios, y tomara una decisión acertada, fue un factor de gran influencia en el destino de Isaac y del clan que Dios estaba formando (Gn 24). Ahí tenemos un caso en que el menor influye en el mayor. Eliezer fue un eslabón importante en el desarrollo de los planes de Dios. (6)
Dios concede con frecuencia a hombres justos –o a mujeres justas- la gracia de contar con la colaboración de personas de gran calidad espiritual y humana. Es un favor muy especial.
Notas: 1. La palabra hebrea teshuah se traduce como liberación, salvación, victoria, ayuda.
2. Mathew Henry apunta al respecto: “La preservación y la prosperidad, aun de los que no conocen a Dios y no le sirven, viene de Él, porque ‘Él es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen.’ (1Tm 4:10). Y añade: “Que Israel sepa que cuando los sirios prevalecían, eso venía de Dios.”
3. Todos los que sirven, aunque sea en condiciones humillantes, deben buscar el bien de sus patrones, porque no es a ellos sino a Dios a quien sirven, y Él se lo recompensará (Col 3:23,24).
4. El hecho de que Jesús diga que no hay ninguno bueno sino Dios (Mt 19:17) –algo que es cierto en sentido absoluto- no impide que haya muchas personas que desde el seno de su madre, es decir, de forma innata, se inclinan preferentemente al bien. Así como hay también quienes de manera instintiva se inclinan al mal, tal como dice el salmo: “Los impíos se desviaron desde el seno de su madre”. (Sal 58:3). Tal como he expuesto en el pequeño folleto “Oración y Embarazo” dedicado a las mujeres encinta, (que puede leerse en mi página web) es muy probable que esa inclinación innata esté determinada en buena medida por los pensamientos y sentimientos que la madre albergue durante los meses de embarazo, así como la inclinación contraria puede deberse en parte a los contenidos mentales negativos –malos sentimientos, rencores, o cosas peores- mantenidos durante ese lapso.
5. A José no debe haberle costado amar a Potifar, porque él era recto de espíritu. La mano de Dios había estado con él de una manera especial desde su nacimiento.
6. Véase mi artículo “Rebeca: Esposa, Novia y Madre I” del 09.05.04. En los cursos de liderazgo del Instituto Haggai se da importancia a este hecho: el liderazgo –es decir la capacidad de ejercer influencia sobre otros- no depende de la posición que se ocupe. Depende más del conocimiento, de la capacidad, del deseo de servir, pero sobre todo, del amor. Dios puede usarnos cualquiera que sea nuestra posición. Sólo se requiere tener un corazón dispuesto a ser usado. El menor puede ejercer gran influencia sobre el mayor. ¿Cuándo puede hacerlo? Cuando tiene algo que darle, algo que el mayor no tiene, en términos de conocimientos, experiencia o habilidad. Pero no podrá hacerlo, o no lo hará de una manera en que sea aceptado, si no lo hace por amor. Recordemos que una de las características del amor es la humildad: “el amor no se envanece…” (1Cor 13:4).
NB El presente artículo fue publicado hace casi ocho años bajo el #377. Se publica nuevamente ligeramente revisado y dividido en dos partes.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#765 (10.02.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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