miércoles, 25 de abril de 2012

ALABA ALMA MÍA A JEHOVÁ


ALABA ALMA MÍA A JEHOVÁ
Un comentario del Salmo 146

Por José Belaunde M.

INTRODUCCIÓN: Así como los cuatro primeros libros del Salterio terminan con una corta doxología, o alabanza a Dios, (Sal 41:13; 72:18,19; 89:52; 106:48) los cinco últimos salmos (del 146 al 150) del quinto libro (Nota 1) constituyen en sí mismos una larga doxología que cierra con broche de oro la colección. Esos poemas forman el grupo de cinco salmos “aleluyáticos”, así llamados porque en el encabezamiento y al pie de su texto figura la palabra “aleluya” (2). Salvo el salmo 147, que es más largo, son poemas cortos que recapitulan buena parte del contenido de los salmos anteriores. No se sabe quién los escribió ni quién los agrupó al final. Algunos piensan, sin embargo, que fueron escritos para la dedicación de las murallas de Jerusalén reconstruidas por Nehemías (Nh 12:27ss), porque en el salmo 147:13 se hace alusión a las puertas de la ciudad, y en ese salmo y en los salmos 149 y 150 se mencionan los instrumentos de música que figuran en Nh 12:27,35,41.

1. “Alaba alma mía a Jehová.”  (3)
El salmo comienza con la exhortación que el autor se hace a sí mismo de alabar a Dios. El salmista se dirige a sí mismo como si fuera otra persona con la que dialoga, y le da una orden. De esa manera expresa su propósito, como si se dijera: “Despiértate, sacude tu apatía, tu pereza, y empieza a alabar a Dios”; y el alma se contestara a sí misma:

2. “Alabaré a Jehová en mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras viva.”
Dice que lo hará mientras esté vivo, “mientras haya un atisbo de aliento en mi pecho, mientras lata mi corazón y la sangre pulse en mis venas, yo no cesaré de alabar a Dios.” Esos son los sentimientos que entendemos mueven al autor a expresar la firmeza de su propósito y a manifestar cuán bien ha comprendido la importancia de alabar a su Creador. No sólo lo hará con su voz, sino que compondrá salmos para homenajear y exaltar las maravillas que Dios ha hecho.
“Mi alma está henchida de asombro al contemplar sus prodigios, todo lo que Dios ha hecho a favor de su pueblo. El agradecimiento brota a raudales de mi boca, por todo lo que Dios ha hecho por ellos y por mí.”
Sin embargo, por mi parte yo debo reconocer que alabar al Señor no es lo único que hago, sino que muchas veces aparto mi atención de la alabanza y la pongo en cosas vanas, y aún, a veces, para mi mal, en cosas indignas. No hago lo que me he propuesto hacer mientras viva.
¿Pero cómo podría limitarme a no hacer otra cosa siempre sino alabar al Señor cuando tengo que atender a mis obligaciones y a mi trabajo? ¿Cómo alabar a Dios cuando tengo que llevar a cabo las tareas ineludibles de las que está hecho el tejido de la vida? ¿Cómo? Ofreciéndole al Señor cada una de las cosas que emprendo para vivir y con que gano mi sustento, y Él las aceptará como una ofrenda, y bendecirá todo lo que haga porque lo hago para Él.

3. “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación.” (cf Sal 118:8,9)
Este verso expresa una verdad incontrovertible que no conviene ignorar. Si él alaba a Dios es porque puede confiar enteramente y sin reservas en Él. En cambio no ocurre lo mismo con el que confía en seres humanos, aun en los de más exaltada posición, o en los príncipes de la congregación de Israel, en los grandes, los poderosos y los ricos, porque ellos no son sino meras criaturas, hijos de hombre cuya carne retornará un día al polvo de donde vino (Gn 3:19). Lo que ellos ofrecen no perdura ni constituye un apoyo firme.
Jeremías escribió muy apropiadamente al respecto: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no  verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada.” (Jr 17:5,6)

4. “Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos.” (4)
Cuando exhala su último suspiro termina su existencia como ser vivo en este mundo y su cuerpo es devuelto a la tierra que es su origen, pues todos somos arcilla. Mientras el hombre respira está con vida, pues su aliento lleva el oxígeno del aire a la sangre que lo reparte por todas las células del cuerpo. Pero cuando su corazón deja de latir, la sangre deja de fluir por el cuerpo y el hombre fallece. (Sal 104:29)
Cuando el hombre muere todos sus planes y proyectos, sus afectos y sus odios, perecen con él, y nada puede hacer a favor o en contra de nadie. Si prometió ayudar a alguien, por buena y firme que haya sido su intención y sincero su propósito, su cadáver no podrá hacer nada de lo que se había propuesto hacer, y no podrá mover ni un dedo a favor del que confió en él y puso en él su esperanza. (5)

En cambio:
5,6ª. “Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios (cf Sal 33:12;144:15), el cual hizo los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay;” (Sal 115:15; Hch 4:24; 14:15: Ap 10:6) (6).
Dios hizo todo lo que existe y, por tanto, todo el poder está en sus manos y no depende de nadie para actuar. Él es eterno e inconmovible, y es absolutamente fiel con los que le sirven.
Jeremías también escribió al respecto: “Bendito el varón que confía en Jehová… porque será como árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.” (Jr 17:7,8)
Enseguida el salmista enumera tres cualidades de Dios que constituyen motivos para que nosotros confiemos en Él. La primera es:

6b. “Que guarda verdad para siempre.” (La palabra hebrea emeth = “verdad”, puede también traducirse como “fidelidad”).
Dios es el mismo ayer, hoy y siempre (cf Hb 13:8). Si Él nunca cambia todo lo que Él promete permanece inalterable, porque Él es la Verdad misma (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Jn 14:6). Por eso es que una de las cualidades de Dios que la Biblia más subraya es su fidelidad (Dt 7:9; Dn 9:4; Mq 7:20).

7a. “Que hace justicia a los agraviados.” (Sal 103:6)
Sabemos que la injusticia prevalece en este mundo marcado por el pecado, pero Dios es un juez justo e imparcial, que no hace acepción de personas por motivo de rango, posición, o fortuna, y que no puede ser sobornado. De ahí que podamos confiar en que todos los que de una forma u otra han sufrido atropellos a manos de otras personas, recibirán en su momento el beneficio sea de una sentencia justa, o de una compensación, que repare el agravio sufrido, cualquiera que éste sea.

7b. “Que da pan a los hambrientos.” (Sal 37:19;107:9)
Dar pan a los hambrientos (es decir, alimentar, pues “pan” en hebreo tiene el sentido de alimento) es uno de los mayores actos de misericordia que podemos hacer, pues el ser humano no puede vivir sin alimento, y padecer hambre es una de las mayores torturas que se pueda sufrir, ya que el cuerpo reclama lo que le es indispensable para su subsistencia. Las Escrituras exaltan en muchos lugares este acto de misericordia (Pr 25:21,22; Mt 25:35), que Jesús mismo realizó en dos ocasiones cuando alimentó a las multitudes multiplicando los panes (Mt 14:13-21; 15:32-39; Jn 6:10-13).
Dar pan al hambriento también puede interpretarse en sentido espiritual. Jesús dijo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4:4, cf Dt 8:3). El componente espiritual del ser humano, que es su parte más importante pues es eterna, necesita alimentarse tanto o más que su cuerpo. Sin ese alimento el espíritu del hombre languidece, y puede caer en los peores extravíos, como vemos a diario, pues la mayoría de los seres humanos, aunque estén materialmente saciados, viven espiritualmente desnutridos, sin ser concientes de ello, porque no hay dolor físico que acompañe a esa carencia, como sí ocurre en el caso de la falta de alimento material.
Los que gozan de todos los placeres que la vida ofrece no suelen sentir el déficit que padece su vida espiritual, pues viven enteramente a espaldas de ella, ignorándola del todo, hasta que la gracia de Dios les dé un golpe que los haga despertar a las realidades que desconocen o han olvidado.

Enseguida el salmista menciona siete cosas que Dios hace:
7c. “Jehová liberta a los cautivos;” (7) (Sal 68:6; 142:7; 107:10-14) (8)
8. “Jehová abre la vista a los ciegos; (Is 35:5)
     Jehová levanta a los caídos; (Sal 145:14)
     Jehová ama a los justos.”
Los salmos fueron escritos en una época en que prevalecían los conflictos entre pueblos, ciudades y tribus, y en que los vencidos eran con frecuencia tomados cautivos y hechos esclavos. Libertar a los que eran llevados en cautiverio era una de las mayores obras de misericordia de Dios entre los hombres pues aliviaba una de las mayores causas de sufrimiento en ese tiempo.
Pero no son sólo las cadenas físicas las que aprisionan al hombre. ¡Con cuánta frecuencia los hombres viven esclavos de sus vicios, o cautivos de su ignorancia. Sólo Dios puede libertarlos!
Puesto que no era frecuente –antes de que viniera Jesús- que Dios diera la vista a los que nacieron sin ella, o la perdieron en algún momento de su vida, es más probable que los ciegos a los que el salmista se refiere sean aquellos cuyos ojos espirituales están cerrados y son incapaces de ver las realidades que son invisibles para los ojos físicos (Dt 28:29; Is 59:10), aquellas cosas que dice Pablo que son eternas (2Cor 4:18).
Jesús asimismo habla de los ciegos que tienen ojos, pero no ven; de los sordos que tienen oídos, pero no oyen (Mr 8:18; cf Jr 5:21; Ez 12:2). Son los mayores inválidos del mundo, cuyo despertar al trasponer el umbral de la muerte (si no se arrepienten a tiempo) puede ser terrible, cuando aquello que ignoran, o que se negaron a ver, se les presente en toda su tremenda realidad, y ya sea tarde para volver atrás y rectificar su error.
“Jehová levanta a los caídos.” Los caídos de la vida son los que, de un lado, a causa de una enfermedad grave, o por otro motivo, han sufrido un serio deterioro de su salud, o una grave pérdida económica, o una disminución de su posición social eminente. De otro lado, son los que han perdido esposa, o esposo, o hijos, y se encuentran desconsolados por ese motivo; o han sido víctimas de acusaciones falsas que los han arrastrado a los tribunales. También son los que, a causa de un delito, han sufrido una justa condena que los ha privado de su libertad, o de sus bienes o, para vergüenza suya, de la posición social exaltada que ocupaban.
Pero también pueden ser los que han caído en pecado, aunque nadie lo sepa, y se sienten avergonzados de su falta, pero que, una vez arrepentidos, necesitan ser restaurados a su comunión con Dios.
“Jehová ama a los justos.” ¡Qué cierto es que Dios ama a los que pese a sus fallas humanas, y contra toda oposición, tratan de vivir de acuerdo a las normas divinas, y lo hacen siendo un testimonio y un ejemplo ante los demás! ¿Cómo no ha de amar Dios a los que le sirven y hacen en todo su voluntad poniendo por obra sus mandatos?

9. “Jehová guarda a los extranjeros;
     Al huérfano y a la viuda sostiene;
     Y el camino de los impíos trastorna.”
a) En muchos pasajes de las Escrituras se muestra la preocupación de Dios por los extranjeros, el huérfano y la viuda que viven en medio de su pueblo Israel (Ex 22:21,22; Lv 19:33,34; Dt 10:18; 24:17; 27:19; Sal 68:5; 94:6; Jr 7:5,6; Zc 7:10). A los israelitas mismos Él les recuerda cómo, durante muchos años, ellos vivieron como extranjeros en medio de un pueblo que los oprimía, hasta que fueron liberados por Moisés (Ex 23:9; Dt 24:18).
¿Por qué se preocupa Dios de los extranjeros? Porque ellos suelen estar desprotegidos ante las leyes en tierra ajena. Eso sigue ocurriendo en nuestros días, como bien sabemos por las noticias. Por eso es bueno que los cristianos, cuyo corazón es conforme al corazón de Dios, se ocupen de ellos y los acojan.
b) Pocos seres humanos necesitan más protección que los que han perdido padre y madre, o esposo, y que por eso no tienen nadie que los acoja. Por eso también Dios se ocupa de una manera especial de ellos, asegurando su sustento. Un caso concreto es el de la viuda de Sarepta que, durante un período de hambruna en Israel, se preparaba para morir junto con su hijo, cuando el profeta Elías le aseguró que en su pequeña alcuza tendría aceite suficiente para llenar muchas tinajas y venderlo, y así ocurrió (1R 17:14-16).
c) Por último, y en contraste con la protección que promete a los que acaba de mencionar, el autor afirma que Dios trastorna, esto es, perturba, impide “el camino de los impíos.” (Sal 147.6)
Los impíos ilusamente creen que gracias a las ventajas transitorias que su posición les otorga, pueden obtener todo lo que quieran, e imponer a otros menos favorecidos condiciones opresivas. Hacen planes y urden intrigas para hacer avanzar sus intereses y conquistar posiciones de mayor poder. Pero no cuentan con el Dios justo que vigila sus pasos, y que no dejará que sus propósitos prosperen, y los frustrará justo en el momento en que creían obtener la ansiada victoria (Sal 37:35,36). Entonces puede verse cómo se cumple que Dios “hace justicia a los agraviados” (v. 7), y no deja que los que confían en Él sean defraudados.

10. “Reinará Jehová para siempre; tu Dios, oh Sión, de generación en generación. Aleluya.”
No hay Dios como el Dios de Israel que reina por los siglos de los siglos sobre todas las naciones de la tierra, y que sujeta bajo su poder a todos sus habitantes a lo largo de la historia, una generación tras otra (Ex 15:18; Sal 10:16; Ap 11:15). Los judíos podían decir que Él era su Dios porque Él había escogido a Sión como su morada y a Israel como rebaño propio.
Pero aunque Él fuera en efecto, y de una manera especial, el Dios de ellos, Él es, en verdad, Dios de toda la creación y de todos los seres humanos, porque todo lo que existe ha salido de sus manos y ha sido creado por el aliento de su boca. Un día, que esperamos no sea lejano, Él reunirá en la Jerusalén celestial a todos los que creen en el nombre de su Hijo, a todos los que, justificados por la misma fe que tuvo Abraham, conforman el Israel de Dios (Gal 6:16).

Notas: 1. El Salterio fue dividido, no se sabe por quién ni cuándo, en cinco secciones de extensión desigual, por analogía con los cinco libros del Pentateuco.
2. La palabra Hallelu-Yah (que viene del verbo hallel=alabar) significa “alabad a Yavé” (Jehová). Tienen también la palabra “Aleluya” en el encabezamiento y en el pie los salmos 106, 113 y 135, y son muchos más los salmos del 5to. Libro que tienen la palabra “aleluya” sea al inicio o al fin de su texto.
3. El verso inicial de este salmo es casi idéntico al del salmo 103, sólo que éste dice “Bendice” en lugar de “Alaba”.
4. Los vers. 3 y 4 reflejan posiblemente el desencanto del pueblo judío con los príncipes en quienes en el pasado confiaron: el faraón que esperaron podría haberlos librado de Nabucodonosor, pero se abstuvo; o los reyes medo-persas que primero permitieron la reconstrucción del templo de Jerusalén (2Cro 36:22,23) y luego, instigados por los envidiosos samaritanos, la impidieron (Es 4), para finalmente volverla a autorizar (Es 5,6), tal como Hageo y Zacarías habían profetizado(Hg 1; Zc 6:12,13).
5. San Agustín anota muy apropiadamente que los hombres se alegran cuando, estando en dificultades, se les anuncia que hay un hombre poderoso que los puede ayudar, pero se entristecen si se les dice que pongan su confianza en Dios. Se alegran de que los ayude alguien que necesita quien lo salve, y se entristecen si se les promete la ayuda de Uno que no necesita un Salvador, porque Él lo es de todos.
6. San Agustín dice que es bendito el que busca la ayuda del Dios de Jacob, de Aquel que fue un ayudador tan grande que hizo de Jacob un Israel.
7. El salmo menciona cinco veces seguidas el nombre divino en alusión a los cinco libros del Pentateuco.
8. Algunos ven en esta frase una alusión a la liberación de los judíos que estaban cautivos en Babilonia.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#722 (15.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

1 comentario:

Noemi dijo...

reciban muchas bendiciones desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com