lunes, 13 de junio de 2011

LA DIVINIDAD DE JESÚS EN LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS II

Estudio Bíblico y Aplicación

Por José Belaunde M.

En el artículo anterior hemos estudiado las dos primeras formas cómo Jesús, contrariamente a lo que sostienen muchos eruditos, proclamó progresivamente su divinidad en los tres evangelios sinópticos. Ahora continuamos examinando las cinco restantes.

3. En el Sermón del Monte Jesús habló como si Él fuera el supremo legislador, más grande que Moisés, que había recibido las tablas de la ley directamente de las manos de Dios en el monte Sinaí (Ex 20).

Refiriéndose a la Torá de Moisés Jesús dijo seis veces: “Habéis oído que se dijo a los antiguos, pero yo os digo…” (Mt 5: 21,22; 27,28; 31,32; 33,34; 38,39; 43,44)

¡Un momento! En esos párrafos Jesús se permite rectificar a Moisés. ¿Cómo se permite Él rectificar al hombre que había recibido la ley hablando con Dios cara a cara? ¿Por quién se cree Él para decir eso? Sin embargo, entre otros puntos, Jesús rectificó a Moisés prohibiendo el divorcio que Moisés había permitido a causa de la dureza de corazón de los israelitas. Jesús se declaró en contra (Mt 5:31,32; 19:8,9; Dt 24:1-4)

Es sabido que por ese motivo muchos escritores y rabinos judíos lo acusan de extrema arrogancia, al pretender enmendarle la plana a Moisés y de pretender hablar con igual, e incluso mayor autoridad que él. Se cree igual a Dios.

Moisés, dicen, habló de parte de Dios, no por su propia autoridad. No obstante, Jesús no dice, como haría un profeta: “Pero Dios os dice…” sino “Yo os digo…·” Él habla en nombre propio. Puede hacerlo porque Él es Dios, y puede hablar con la misma autoridad con que Dios habló a Moisés en el Sinaí.

Ese fue uno de los motivos por los cuales las autoridades del templo lo hicieron condenar a muerte. Se creía igual a Dios. Habían entendido bien lo que Jesús decía de sí mismo (mejor que los críticos modernos). Sólo que no le creyeron y por eso lo condenaron, y se condenaron ellos mismos.

Jesús dijo de sí mismo que Él era el Señor del sábado (Mr 2:28). El sábado había sido establecido por Dios en el Sinaí como una ley para Israel. Por tanto, Dios es el Señor del sábado y se guarda el descanso por obediencia y respeto a Él (Ex 20:8-11).

Guardar el día de reposo era una manera de rendir tributo a Dios que lo había establecido. Todos los israelitas estaban obligados a guardarlo bajo pena de muerte (Ex 31:14), porque Él era el Señor del Sábado, y tenía el control de la vida del pueblo que había elegido para que le sea testigo en la tierra.

Pero Jesús dijo: “El Hijo del Hombre es Señor del día de reposo”, y os digo cómo se debe guardar (Mt 12:8,10-13; Mr 2:28; 3:4,5; Lc 13:10-16), no como en épocas pasadas en que no se podían hacer tales o cuales cosas, lo cual tenía sentido en ese tiempo.

Nosotros conocemos esos episodios porque Jesús se enfrentó varias veces a los escribas y fariseos que lo acusaban de hacer, o permitir, determinadas cosas que estaban prohibidas por la ley, o la tradición, en día de reposo. Pero Él tenía la autoridad para determinar qué se podía, o no se podía, hacer ese día porque Él es Dios. (Nota 1)

4. Jesús hizo milagros en su propio nombre. Al paralítico le dijo: “Levántate y anda.” (Mt 9:6; Mr 2:11). A la hija de Jairo le dijo: “Niña, a ti te digo, levántate.” (Mr 5:41). Al hijo de la viuda de Naím le dijo: “Joven, a ti te digo, levántate.” (Lc 7:14).

Él tenía autoridad para hacer que un fallecido resucitara, esto es, que volviera a la vida.
Los apóstoles, al contrario, hacían milagros en el nombre de Jesús, como en el caso del paralítico que estaba pidiendo limosna en la puerta del templo, al cual Pedro le dijo: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.” (Hch 3:6; cf 4:10)

Jesús no dijo: “En el nombre del Padre, en el nombre del Dios eterno, ¡levántate!” No, sino dijo directamente: “Yo te digo, levántate.” Él tenía autoridad propia para sanar a los enfermos y para resucitar a los muertos.

5. Jesús afirma tener autoridad para perdonar los pecados, algo que sólo Dios tiene: “Y sucedió que le trajeron un paralítico, tendido sobre una cama; y al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. Entonces algunos de los escribas decían dentro de sí: ¿Por qué habla éste así? Blasfemias dice (¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios? agrega el evangelio de Marcos que dijeron los escribas). Y conociendo Jesús los pensamientos de ellos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: los pecados te son perdonados, o decir: levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo entonces al paralítico): “A ti te digo: Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa. Entonces él se levantó y se fue a su casa” (Mt 9:2-7; Mr 2: 1-12)

Si lo sanó con tanta facilidad, con igual facilidad puede también perdonar los pecados. Y Él ha transmitido a la iglesia la autoridad para perdonar -o para retener- los pecados de los hombres (Ver Jn 20:23).

Encima de todo eso Él comunicó a Pedro, y por tanto a la iglesia, la autoridad para prohibir y permitir, que es lo que la expresión “atar y desatar” significaba en el judaísmo de su época, en cuyo contexto Jesús actuaba, y cuyo lenguaje utilizaba.

Es decir, Él otorgó a la iglesia autoridad para establecer, en base a la palabra, lo que es lícito y lo que no lo es; para permitir ciertas cosas o para prohibirlas (Mt 16:19), como en el caso del aborto, p. ej. Sólo Dios puede otorgar esa autoridad.

6. Jesús reclama para sí el derecho de juzgar a los vivos y a los muertos: “Entonces el sumo sacerdote, levantándose en medio, preguntó a Jesús, ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Mas Él callaba y nada respondía. El sumo sacerdote le volvió a preguntar: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Y Jesús le dijo. Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.” (Mr 14:60-62)

¿Viniendo a qué? Viniendo a juzgar a los hombres en el último día. “Y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras.” (Mt 16:27). ¿Quién es el que juzga a cada ser humano según sus obras sino Dios mismo? (2)

En el juicio a las naciones Jesús dice: “Entonces el rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mt 25:34).

Y después añade: “Entonces dirá también a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” (Mt 25:41). Él juzga a los pueblos. A unos salva, a otros condena. A unos los invita a subir a su reino; a otros los coloca a su izquierda y los envía al infierno.

Notemos que ahí Jesús dice que todo lo que se haga, o se deje de hacer, a un ser humano, es decir, a una de sus criaturas, es hecho a Él mismo.

Sólo Dios puede decir una cosa semejante, porque Él es el dueño de todas las criaturas.

Lo que yo le haga a mi prójimo, no se lo hago sólo a él, sino que se lo hago a Jesús, ¡Tomemos nota! Lo que alguien me hace a mí, no me lo hace sólo a mí, sino se lo hace a Jesús, y Él lo vengará. ¡Qué responsabilidad tremenda tenemos! Toda palabra, todo gesto despectivo, que yo dirija a otro; todo engaño, todo insulto que le hayamos hecho a una persona, cristiana o no, se lo hemos hecho a Jesús. Y en el día del juicio, que será un instante eterno, porque se juzgará a millones y millones de seres humanos, todos oirán la sentencia que se pronuncie sobre cada uno.

Gracias a Dios que somos salvos, no por nuestras obras sino porque hemos creído, pero la recompensa la ganamos; la aumentamos o la disminuimos por nuestras obras, actitudes, palabras y gestos. ¡De cuántas palabras despectivas tenemos que arrepentirnos; de cuántas murmuraciones, de cuántos chismes! ¡De cuánta palabra ociosa daremos cuenta el día del juicio! (Mt 12:36).

En las esquinas de nuestra ciudad hay muchos niños que piden limosna o venden caramelos, y la gente suele despedirlos de mala gana. Les molesta que vengan a estirar la mano. El Señor me ha hecho comprender que debo tener en la guantera de mi auto una reserva de monedas de 10, 20 o 50 centavos para darles. Y si no tengo nada, les doy al menos lo mejor que tengo: una sonrisa.

Y me alegra ver cómo el niño contesta a la sonrisa sonriendo él también, aunque no reciba nada. ¡Y cómo se duele su cara cuando uno lo trata mal, porque la mayoría de ellos mendiga porque tiene hambre!

¿A quién hemos despedido con un gesto despectivo? A Jesús. ¿A quién hemos dado una moneda, o un pedazo de pan? No se lo hemos dado a un niño; se lo hemos dado a Jesús, que mendiga en su lugar, y que dijo una vez: “Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…” (Mt 25:35).

Y no es lo mismo darle a una organización para que lo haga en nombre nuestro. Es mucho mejor hacerlo uno mismo. Que sea nuestra mano la mano de Dios que alimenta a un pobre. Si Jesús viniera a nuestra puerta a mendigar ¿le diríamos: “Anda a tal lugar que te van a dar algo de mi parte.”?

Dios ha bendecido mi casa enviando pobres a mi puerta, para molestia de algunos vecinos a quienes incomoda su presencia en la calle. Pero yo les abro la puerta y les doy lo que tengo a la mano, obedeciendo a lo que dice Proverbios: “No te niegues a hacer el bien a quien es debido, cuando tienes poder para hacerlo. No digas a tu prójimo: Anda y vuelve y mañana te daré, cuando tienes contigo qué darle.” (3:27,28).

Es bueno tener una reserva de menestras para repartir a quienes tocan a nuestra puerta, o dar para medicamentos al que trae una receta del día. Pudiera ser que nos exploten o que nos engañen, pero es mejor darle a un mentiroso lo que no necesita, que negarle ayuda al que de verdad la requiere. Aquí el dicho “En la duda, abstente” no se aplica, sino más bien: “En la duda, da.” Si te cuesta hacerlo, pídele a Dios la gracia de tener un corazón compasivo, y serás bendecido, porque no es al pobre a quien das sino a Él.

7. Jesús promete enviar al Espíritu Santo: “He aquí yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros…” (Lc 24:49), promesa que se cumplió en Pentecostés (Hch2).
Ahora bien, si Jesús es capaz de enviar al Espíritu Santo, que es Dios, Él no es inferior a Dios, puesto que lo envía.

Habría mucho que decir además acerca del conocimiento que tiene Jesús del Padre, y del conocimiento que tiene el Padre de Jesús. Ambos se conocen mutua y plenamente. El Padre es en su esencia incognoscible. Nadie puede conocerlo. Pero Jesús dice: Yo conozco al Padre como el Padre me conoce a mí. (Mt 11:27).

Esta igualdad en el conocimiento es igualdad de categoría. Los que le escucharon decir eso quizá no entendieron que decía: Yo soy Dios. Pero ése es el sentido de sus palabras. Los evangelios nos hablan de eso: de que Él era Dios, de que Él es Dios y de que sigue siendo Dios. Él está en los cielos coronado, y nos está esperando.

Por eso es que Él siendo hombre, pero ya resucitado, e incluso, antes de resucitar, aceptó que se le adorara, algo que sólo se puede hacer a Dios.

Aceptó que un poseso, en tierra de gadarenos, se arrodillara delante de Él (Mr 5:6). Después de resucitar, aceptó que las mujeres vinieran y se postraran a sus pies, adorándole (Mt 28:9). Al final, antes de ascender al cielo, dice el Evangelio que los apóstoles al verlo, lo adoraron y Él no se lo impidió. (Mt 28:17)

Él es el único hombre que haya caminado en la tierra que sea digno de adoración. Por eso yo invito a todos los que leen estas líneas a ponerse de rodillas y adorarlo. Él está a su lado y Él es nuestro Señor. Él nos ama y nos conoce. Nosotros nunca somos más grandes en realidad que cuando nos arrodillamos delante de Él, reconocemos su grandeza y lo adoramos.

Notas: 1. Hace algunos años visité una sinagoga con una amiga cristiana de origen judío. Durante la prédica le oí decir al rabino que había un mandamiento que ordenaba trabajar seis días a la semana. Yo, intrigado, me pregunté: ¿Dónde está ese mandamiento que no lo conozco? Pero el rabino leyó en Éxodo: “Seis días trabajarás y harás toda tu obra.” (Ex 20:9).
¿Ustedes sabían que hay un mandamiento que ordena trabajar seis días a la semana? Yo conocía el mandamiento que ordena descansar el sábado, pero hasta entonces no había advertido que ese mismo mandamiento ordena trabajar seis días a la semana. ¡Vaya sorpresa! No hay excusa para la ociosidad.

2. En Ezequiel 7 Dios dice repetidas veces que Él es el que juzga: “Te juzgaré según tus caminos y pondré sobre ti todas tus abominaciones…” (v. 4,8) “…y sabréis que yo soy Jehová el que castiga…” (v. 9).

NB. Este artículo y el anterior están basados en la transcripción de una enseñanza dada recientemente en la Iglesia Evangélica Pentecostal de San Juan, Argentina, la cual estuvo basada en buena parte, a su vez, en el 2do capítulo del libro “El Salvador y su amor por nosotros”, de R. Garrigou-Lagrange.

#679 (29.05.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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