martes, 2 de noviembre de 2010

SIMPLICIDAD

Por José Belaunde M.

"Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con simplicidad (1) y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y mucho más con vosotros." (2Cor 1:12)

Una de las virtudes más celebradas de la espiritualidad antigua es la simplicidad. ¿En qué consiste la simplicidad cristiana? En no tener otro propósito en la vida sino agradar a Dios y que esa sea la finalidad de todos nuestros actos.

La historia de Marta y de María es ejemplar en este sentido. El propósito de Marta, tal como aparece en la narración de Lucas, era digno de encomio: Ella quería atender a Jesús como huésped de la manera más apropiada.

Pero Jesús la reconvino suavemente: "¡Marta, Marta! Estás preocupada de muchas cosas..." (Lc 10:41).

¿Cuáles serían? Que los cubiertos y el mantel estén bien limpios, que la mesa esté bien servida, que los diferentes platos de comida estén a punto y deliciosos..., como se preocupa cualquier buena ama de casa cuando tiene invitados.

Pero todas estas preocupaciones la desviaban de lo principal: escuchar a Jesús, poner sus ojos en Él.

"Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada." (v. 42).

¿Qué había escogido María? Ella no trataba de quedar bien con Jesús. No trataba de agradar a los demás huéspedes. Ella sólo tenía un objetivo: Beber las palabras de Jesús; beber su rostro con la mirada.

Eso era lo más importante y no le sería quitado.

¿Cuántas de nuestras ocupaciones preferidas, o de las actividades con que nos ganamos la vida, nos serán algún día quitadas, sea porque nos cambian de puesto en el trabajo o porque nos despiden?

¿O si se trata de alguna obra cristiana o de un ministerio, porque en la iglesia hay un cambio de orientación, o de liderazgo, o de colaboradores?

¿O simplemente porque me mudo de casa y me voy a vivir a otro barrio, lejos de mis amistados y relaciones?
Pero a María Jesús le dice: Esto no te será quitado.

Cualquiera que sean los cambios radicales que pueda experimentar mi vida, una cosa puede permanecer siempre porque no depende de las circunstancias exteriores: Poner mis ojos en Jesús.

Es un asunto de la voluntad y de la atención.

La simplicidad es pues una forma de amor sobrenatural que hace que la meta de todos nuestros actos y de todos nuestros pensamientos sea agradar a Jesús.

El autor de Hebreos lo expresa bellamente: "Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe" (Hb 12:1,2).

Tú puedes estar involucrado en muchos trabajos, en muchas labores espirituales, en muchos ministerios, y puedes estar corriendo para alcanzar tus metas. Pero todo eso puede ser una pérdida de tiempo, una desviación del camino, si no lo haces para agradar a Dios.

Si tú te empeñas en quedar bien con tu líder -algo en sí bueno- o en cumplir concienzudamente tus metas ¿Por qué lo haces? ¿Para agradar a tu líder, para sentirte satisfecho contigo mismo, o para agradar a Dios? Si lo haces principalmente para agradar a tu líder o a tu pastor, aunque te feliciten y te promuevan, tu éxito y el buen resultado que obtengas valen poco.

"¿Busco yo agradar a los hombres?" pregunta Pablo (Gal 1:10).

Pero si tu Norte es sólo agradar a Dios, sin cuidarte de lo que los hombres piensen de ti, irás derecho y rápido a la meta, porque tendrás su ayuda en grado sumo. También tendrás pruebas. Pero eso es ya otro asunto.

¿Qué estás buscando en el ministerio cristiano? ¿Destacar y ser uno de los preferidos, de los más conocidos y admirados en tu iglesia o en tu ciudad?

Si ése es el caso estás persiguiendo una meta irrisoria y vana, estás sirviendo a un líder de poca importancia. Tu objetivo es demasiado pequeño para la eternidad. El fuego lo quemará un día y se revelará que fue sólo paja (1Cor 3:12-15).

Jesús dijo: "Una sola cosa es necesaria". No dijo una sola cosa es conveniente.

Todo lo demás puede ser conveniente: que te feliciten, que te aprecien, que estén contentos contigo, es conveniente pero no es necesario.

Cuando viajamos ¿llevamos lo conveniente o lo necesario en la maleta? Lo conveniente puede ser que nos estorbe. Esta vida es un viaje a la eternidad. Todo el equipaje que llevemos de más, sobra y estorba. Una sola cosa es necesaria, agradar a Dios. Eso da valor eterno a todo lo que hacemos, aun a lo que carece de importancia, aun a las cosas más nimias.

Podemos estar llevando una vida convencional, trivial, rutinaria, que no se distingue en nada especial, y estar ocupados en un oficio de lo más ordinario y banal. Pero si todas nuestras acciones en esa actividad las hacemos tratando de agradar a Dios y teniendo en mente ese propósito, el más pequeño de nuestros actos puede tener a los ojos de Dios un valor mucho mayor que una hazaña que acapare los titulares de los diarios. No ganaremos nunca un premio Nobel, pero recibiremos una corona gloriosa en los cielos, mucho mayor que la de muchos hombres que se cubrieron de gloria en la tierra y cuyos nombres estaban en boca de todos. La frase de Jesús: "Los últimos ser primeros" (Mt 19:30) tiene también aplicación en este caso.

Notemos que el texto que citamos al comenzar dice: "con simplicidad y sinceridad de Dios". Dios, siendo infinito, es simple porque es perfecto. No hay complicaciones en Él. Los seres humanos somos complicados y las mujeres lo son aún más (dicen los hombres).

Nuestra complejidad es resultado del pecado. Nuestra complejidad está tejida de egoísmo.

Jesús dijo: "Sed simples como palomas y cautos como serpientes" (Mt 10;16).

La paloma es un emblema de la simplicidad. También lo es del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es simple. Por eso se contrista fácilmente (Ef 4:30).

Cuando somos complicados en nuestro lenguaje no llegamos con facilidad a nuestros oyentes y a la gente.

¿Habrá habido un predicador más simple que Jesús? Tratemos de imitarlo.

Los niños son simples y su mirada es directa. No tienen segundas intenciones. Por eso su mirada se roba nuestros corazones.

Se roban también el corazón de Dios. Por algo Jesús dijo que de los niños y de los que son como niños es el reino de los cielos (Mr 10:14,15).

No dijo de los sabios, no de los laureados, no de los más inteligentes ni de los más virtuosos, sino de los que son como niños. ¿Qué habrá en eso de ser como niño que agrada tanto a Dios?

La simplicidad de corazón.

Pero también agrada a los hombres. La mirada directa, simple de un adulto, hombre o mujer, nos atrae instintivamente. Pero las miradas de los adultos por lo general son opacas, turbias, no transparentes, ocultan lo que está detrás de los ojos, en la mente. Como la gente que lleva puestos anteojos oscuros que no dejan ver su mirada. Se los ponen, creo yo, porque no quieren que adivinemos lo que piensan. Instintivamente desconfiamos de ellos.

La verdadera sabiduría es simple. Los filósofos paganos de la antigüedad escribieron elocuentemente acerca de las virtudes, pero no las practicaban. Las conocían porque sabían muy bien qué era lo que les faltaba. Posiblemente los que menos las practicaban eran los que más las elogiaban. Eso aplacaba sus conciencias.

Pero ni la humildad ni la simplicidad figuraban en el elenco de sus virtudes. Al contrario, para ellos la humildad era un defecto, una bajeza indigna del ciudadano. Era algo reservado para los esclavos.

Sólo Cristo reveló a la humildad como una virtud. Y aun peor -en el criterio pagano- la elogió aunada a la mansedumbre: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11:29).

Los dioses paganos eran arrogantes. Se peleaban y competían entre sí. Pero Jesús se humilló a sí mismo tomando forma de siervo, porque, aunque era Dios, se hizo obediente hasta la muerte. A eso lo llama Pablo: la locura de la cruz, un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles o paganos. (1Cor 1:23).

¿A quién obedeció Jesús en el Calvario? A sus jueces y a sus verdugos. Unos más impíos que otros.

"Como cordero fue llevado al matadero..." (Is 53:7). Este es el colmo de la mansedumbre.

Él obedeció a los que eran muchísimos menos que Él porque en la simplicidad de su corazón sólo buscaba agradar a Dios, su Padre, y hacer su voluntad (Jn 4:34;5:30;6:34).

En la simplicidad de nuestro corazón ése debe ser nuestro principal objetivo.

La simplicidad destierra toda preocupación sobre los medios para agradar a Dios, toda preocupación acerca de las estrategias para alcanzar nuestras metas.

No quiero yo decir que no haya métodos y estrategias que emplear para ganar almas y consolidarlas en el Reino. Eso tiene ciertamente su lugar. Pero es secundario respecto de lo principal.

Si no es el puro y simple amor a Dios lo que nos impulsa a ganar almas, todas nuestras palabras y todos nuestros esfuerzos tendrán poco éxito, porque los medios y motivos humanos en este campo son inútiles.

No hay técnica más eficaz para llegar al corazón de los perdidos que el amor "no fingido" (1P 1:22). El amor fingido, el amor que se esfuerza por parecer lo que no es, no penetra la coraza de la desconfianza humana. Pasado el primer efecto que puede producir la elocuencia, la emoción se desvanece. Sólo el amor puede traspasar la barrera que las desilusiones o los vicios han levantado alrededor del corazón de los perdidos.

Si somos simples de corazón iremos de frente al corazón del pecador, como ocurría con las palabras y la mirada de Jesús.

Si somos simples de corazón tampoco nos preocuparemos de lo que la gente piense acerca de nosotros, sea bien o sea mal. Al contrario, si somos despreciados estaremos contentos, porque Jesús lo fue antes que nosotros. Y si lo somos compartimos su suerte. Si somos perseguidos por su causa nos consolamos con el galardón celestial que se nos ha prometido (Mt 5:10-12).

¿Qué fue lo que escribió Pablo? Que si padecemos con Él, seremos glorificados con Él...a su tiempo. (Rm 8:17).

La simplicidad nos permite ser indiferentes a la alabanza y a la crítica. La primera la agradecemos con toda simplicidad, sin falsa modestia. La segunda aún más, porque nos enseña a ser humildes.

Pero ¿a cuántos las críticas les molestan, los impacientan, los ofenden? Los inquietan porque, en el fondo, detrás de la fachada de arrogancia, son inseguros.

Les molestan porque necesitan ser constantemente alabados. Su yo inseguro requiere del bálsamo de la adulación para sentirse bien.

Los ofenden porque tienen una muy tenue buena imagen de sí mismos y todo lo que perturba esa frágil imagen lo toman como agresión.

Pero si nos contentamos con agradar a Dios, no nos molestan nuestras deficiencias y nuestros defectos. Nos basta tener nuestra suficiencia en Dios que todo lo puede... a pesar de nuestros defectos, porque sabemos que a despecho de nuestras deficiencias, Él obra a través nuestro.

Si uno sabe que ha hecho lo que tenía que hacer, y que la finalidad de todos sus actos es servir a Dios, no le importa lo que la gente piense de él, porque la única opinión que realmente cuenta es la de Dios. Y aunque uno nunca puede satisfacer las demandas de Dios, sabemos que si actuamos con rectitud de conciencia Él suplirá lo que nos falta.

La virtud de la simplicidad evita ofender a las personas en la conversación, porque es conciente de que aún con nuestras palabras debemos amarlas.

Sin embargo, si alguna vez, por excesiva franqueza, uno se expresara de una manera que pudiera hacerlo quedar mal ante los demás, que pudiera desmerecerlo, no se inquieta por ello, sabiendo que todo está en manos de Dios, incluso la opinión que otros tienen de uno.

La simplicidad nos permite alabar a Dios y darle gracias en todas las circunstancias y por todo lo que nos suceda, aunque sea doloroso, o desagradable, o contrario a nuestros intereses, pensando que nada ocurre sin que Dios lo permita. Y si Él lo permite por alguna buena razón será... que ahora no vemos.
La simplicidad ve a todas las personas, malas o buenas, creyentes o incrédulas, amigas u hostiles, reposando en el regazo de Dios que las creó, y que las ama tal cual son, así como nos amaba a nosotros antes de que nos volviéramos a Él, a pesar de todos nuestros defectos y errores. Si vemos a la gente en sus brazos no nos ocuparemos en juzgarlos o en criticarlos. (Sin embargo ¡Cuántas veces lo hago yo!) Si Dios me amó y fue misericordioso conmigo a pesar de todo ¿como no lo seré yo también con mi prójimo? (23.04.03)

Nota (1) Reina-Valera 60 trae acá "sencillez"; otros ponen "santidad", "pureza", etc.. La palabra griega aplótes es traducida de diversas maneras, pero "simplicidad" expresa aquí mejor el sentido de unidad. Así la traduce también la King James Version. Es posible que RV evite usar "simplicidad" por su parentesco con el sentido que tiene "simple" (necio, ignorante) en el Antiguo Testamento.

NB. Al publicar estas líneas quiero reconocer mi deuda con un pequeño libro anónimo titulado "El Alma Santificada", que reúne pensamientos de autores antiguos sobre diversos temas y que me ha proporcionado las ideas matrices de esta charla.

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