lunes, 21 de junio de 2010

CONSIDERACIONES ACERCA DEL LIBRO DE JEREMÍAS III

Por José Belaunde M.
El rey Nabucodonosor había dado instrucciones al capitán de la guardia Nabuzaradán de tratar bien a Jeremías (literalmente “fijar sus ojos en él”). Posiblemente el rey había sido informado de que el profeta había exhortado al pueblo y a sus príncipes a no oponerse al rey babilónico para evitar un derramamiento de sangre inútil, y que por ese motivo Jeremías había sido echado en prisión (Jr 39:11,12).
Nabuzaradán libera entonces a Jeremías de sus cadenas y le dice: si quieres venir con nosotros eres libre de hacerlo y yo cuidaré de ti; pero si prefieres quedarte en tu tierra, puedes hacerlo. (Jr 40:4).
Como Jeremías opta por quedarse en su tierra, donde de hecho estaba su misión, Nabuzaradán le propone que vaya donde Gedalías, a quien Nabucodonosor había puesto como gobernador de las ciudades de Judá (40:5). Pero el noble, -aunque poco precavido- Gedalías y su séquito, fueron asesinados por un grupo de príncipes liderados por Ismael, quizá envidioso de no haber sido nombrado gobernador (40:13-41:3). Sin embargo, los asesinos fueron derrotados a su vez por otro grupo de gente liderado por Johanán hijo de Carea, quienes se juntaron después cerca de Belén, con el fin de huir a Egipto, porque temían las represalias que los caldeos podían tomar en venganza del asesinato de Gedalías. Fueron ellos entonces donde Jeremías y le dijeron: “Acepta ahora nuestro ruego…y ruega por nosotros a Jehová tu Dios por todo este resto (pues de muchos hemos quedado unos pocos, como nos ven tus ojos) para que Jehová tu Dios te enseñe el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer.” (42:2,3).
A lo que el profeta les contestó: “He oído. He aquí que voy a orar a Jehová vuestro Dios, como habéis dicho, y todo lo que Jehová os respondiere, os enseñaré; no os reservaré palabra.” (v. 4).
“Y ellos le dijeron a Jeremías: Dios sea entre nosotros testigo de la verdad y de la lealtad, si no hiciéremos conforme a todo aquello para lo cual el Señor tu Dios te enviare a nosotros. Sea bueno, sea malo, a la voz del Señor nuestro Dios al cual te enviamos, obedeceremos, para que obedeciendo a la voz del Señor nuestro Dios nos vaya bien.” (v. 5,6)
Después de haberse negado durante tanto tiempo a obedecer a la reprensiones de Dios, esos israelitas dicen estar finalmente dispuestos a obedecerle. Sea bueno o sea malo según nuestro criterio, es decir, nos guste o no nos guste, haremos lo que Dios nos diga. Para llegar a ese punto ha sido necesario que sean humillados, dispersados y disminuidos en número. Cuando vieron que eran pocos los que quedaban, (es decir, cuando según el habla común, estaban en la “última lona” y no les quedaba otra) entonces finalmente decidieron volverse a Dios. Pero en realidad habían hablado hipócritamente a Jeremías. Lo que ellos querían era tener una confirmación, o un permiso, de parte de Dios, por boca de Jeremías, para hacer lo que ellos ya habían decidido de antemano.
Así también obramos nosotros con frecuencia: pedimos a Dios que nos guíe, que nos muestre su voluntad, cuando en realidad lo que estamos deseando no es saber cuál es la voluntad de Dios para cumplirla, sino que Él apruebe lo que ya hemos por nuestra cuenta decidido hacer, sea porque es lo que nos gusta, o sea porque creemos que es lo que nos conviene. ¿Pero habrá alguien que sepa mejor que Dios qué es lo más conveniente para nosotros?
Jeremías demoró diez días en recibir la respuesta de Dios, pero fue muy distinta de lo que esos hombres esperaban, pues él les dijo que debían quedarse en Judá, y que no tuvieran temor del rey de Babilonia, porque Jehová estaría con ellos para librarlos (v. 11b). Pero si ellos se empeñan en ir a Egipto, donde dicen: “no veremos guerra, ni oiremos sonido de trompeta, ni padeceremos hambre…” (v. 14b), “sucederá que la espada que teméis os alcanzará allí en la tierra de Egipto, y el hambre de que tenéis temor, allá en Egipto os perseguirá; y allí moriréis.” (v. 16). ¿Hay alguien que pueda desobedecer a Dios y salir ganando?
Jeremías concluye premonitoriamente su amonestación diciéndoles: “¿Por qué hicisteis errar vuestras almas? Pues vosotros me enviasteis al Señor vuestro Dios, diciendo: Ora por nosotros al Señor nuestro Dios, y haznos saber todas las cosas que el Señor nuestro Dios dijere, y lo haremos. Yo os lo he declarado hoy, y no habéis obedecido a la voz del Señor vuestro Dios, ni a todas las cosas por las cuales me envió a vosotros. Ahora, pues, sabed de cierto que a espada, de hambre y de pestilencia moriréis en el lugar donde deseasteis entrar para morar allí.” (42:20-22). Jeremías les reprocha su mala intención de desobedecer a Dios y las consecuencias que tendrá su desobediencia. ¿Le harían finalmente caso?
43:1-3 “Aconteció que cuanto Jeremías acabó de hablar a todo el pueblo todas las palabras de Jehová, Dios de ellos,…dijo Azarías hijo de Osaías y Johanán hijo de Carea, y todos los varones soberbios dijeron a Jeremías: Mentira dices; no te ha enviado el Señor nuestro Dios para decir: No vayáis a Egipto para morar allí, sino que Baruc hijo de Nerías te incita contra nosotros, para entregarnos en manos de los caldeos, para matarnos y hacernos transportar a Babilonia.” Como ellos se habían propuesto no obedecer, para justificarse a sí mismos y ante Jeremías, inventan un pretexto. No es que Dios te haya hablado, sino que Baruc te incita contra nosotros para hacernos caer en una trampa y destruirnos. La excusa que ellos inventan es traída de los cabellos, pero está encaminada a reforzar su decisión ya tomada de ir a Egipto. Lo que ellos alegan equivale a decir: tu secretario Baruc sabe muy bien que si nos quedamos, moriremos; por eso él ha urdido esta estratagema, engañándote para inducirnos a quedarnos y que seamos destruidos. Con tanto mayor motivo no debemos hacer caso de tus palabras, pues ellas están encaminadas para nuestro mal. La desobediencia de los rebeldes les inspira a veces excusas ingeniosas pero tristemente necias en sus resultados.
Los versículos 4 al 7 del cap. 43 narran la emigración del grupo rebelde a Egipto, llevándose a la fuerza a Jeremías y a su secretario Baruc. Una vez llegados a la ciudad de Tafnés en Egipto Dios les anuncia que el faraón será derrotado por Babilonia y que aquello de lo que habían querido escapar les alcanzaría en la tierra donde se habían refugiado: “Y vino palabra de Jehová a Jeremías en Tafnes, diciendo: Toma con tu mano piedras grandes, y cúbrelas de barro en el enladrillado que está en la puerta de la casa de Faraón en Tafnes, a vista de los hombres de Judá: y diles: Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: He aquí yo tomaré y enviaré a Nabucodonosor rey de Babilonia, mi siervo (Nota 1), y pondré mi trono sobre estas piedras que he escondido, y extenderá su pabellón sobre ellas. Y vendrá y asolará la tierra de Egipto; los que a muerte, a muerte, y los que a cautiverio, a cautiverio, y los que a espada, a espada." (43:8-11) ¡Qué interesante! Dios dice que los que Él ha destinado a morir, morirán; y los que él ha destinado para que sean llevados en cautiverio, a cautiverio irán; y los que Él ha destinado a ser víctimas de la espada, por la espada caerán. Cada cual según lo que Dios ha previsto.
La destrucción que sufrirá el orgulloso imperio egipcio será total. Ella se manifiesta especialmente en la destrucción de sus templos. (v. 12,13). Es como si el invasor quisiera decirles: Tus dioses no sirven para nada porque no han podido protegerte.
Más tarde vino palabra de Dios para los judíos que se habían establecido en diversas ciudades de Egipto: "Así ha dicho Jehová Dios de los ejércitos, Dios de Israel: Vosotros habéis visto todo el mal que traje sobre Jerusalén… causa de la maldad que ellos cometieron para enojarme, yendo a ofrecer incienso, honrando a dioses ajenos, que ellos no habían conocido..." (44:2,3). Es extraordinario que los israelitas hubieran desobedecido al mandamiento más importante de la ley, el que figuraba en primer lugar en la tabla, el que les prohibía servir a dioses ajenos (Ex 20:3; Dt 5:7). Eso es lo que Dios les reprocha, no su fornicación, o su deshonestidad y sus otros pecados, aunque también los denuncia. Pero es a causa de los dioses ajenos ante los cuales se inclinaron que Él trajo destrucción al pueblo elegido, hasta el punto de hacerlos desaparecer como nación independiente.
Ahora bien, ¿por qué figuraba ese mandamiento en primer lugar? ¿Por qué le da Dios tanta importancia? ¿No son los puntos relativos a la moral, a la rectitud de vida, a la conducta con el prójimo, lo más importante? Es que si lo primero falla -la relación con el Creador, la adoración exclusiva al Dios único y verdadero- todo lo demás fallará en consecuencia. Si el hombre rinde culto a otros dioses, a otras fuerzas, a otros espíritus, a otras entidades (que son representantes del demonio), toda la estructura de su conciencia moral y de su conducta recta se desvirtúa, se corrompe y se desmorona. De ahí que fuera tan importante que el pueblo elegido no se desviara hacia otros cultos, que no contaminara su adhesión al Dios viviente con otras devociones. Con buen motivo Dios dice de sí mismo que Él es un Dios celoso (Ex 20:5); celoso no sólo de su gloria, sino también de nuestro bien.
Ese principio sigue siendo válido hoy día. Aquí no cabe sincretismo alguno. En gran medida la inmoralidad generalizada del peruano en los campos de la conducta sexual y del dinero, es consecuencia de que nuestro pueblo no ha mantenido incontaminada la adoración al Dios único y verdadero, sino que su culto está infestado de excrecencias de la mal llamada "religiosidad popular" que se le han ido agregando. Y es grande la responsabilidad de quienes no han guardado al pueblo de ellas, sino que incluso las han estimulado.
44:15-17. “Entonces todos los que sabían que sus mujeres habían ofrecido incienso a dioses ajenos, y todas las mujeres que estaban presentes, una gran concurrencia, y todo el pueblo que habitaba en tierra de Egipto, en Patros, respondieron a Jeremías, diciendo: La palabra que nos has hablado en nombre del Señor, no la oiremos de ti; sino que ciertamente pondremos por obra toda palabra que ha salido de nuestra boca, para ofrecer incienso a la reina del cielo, derramándole libaciones, como hemos hecho nosotros y nuestros padres, nuestros reyes y nuestros príncipes, en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y tuvimos abundancia de pan, y estuvimos alegres, y no vimos mal alguno." Este pasaje pone al desnudo el endurecimiento del corazón humano y la esperanza terca que suele poner en supersticiones. Han visto todo el mal que les ha sucedido por abandonar a Jehová y la destrucción que les trajo y, no obstante, atribuyen con nostalgia la felicidad que gozaron en el pasado al culto de una falsa diosa (que puede haber sido la diosa cananea Astarté, o la babilónica Ishtar, o la egipcia Hazor), y no a la bondad de Dios. Atribuyen el mal que ahora les aflige al haber seguido las exhortaciones de Jeremías. Frente a tanta ingratitud no es sorprendente que Dios diga que pondrá especial cuidado en que les sobrevenga todo el mal que Él ha preparado para ellos:
A continuación hablan las mujeres reiterando la obstinación de sus maridos: “Mas desde que dejamos de ofrecer incienso a la reina del cielo y de derramarle libaciones, nos falta todo, y a espada y de hambre somos consumidos. Y cuando ofrecimos incienso a la reina del cielo, y le derramamos libaciones, ¿acaso le hicimos nosotras tortas para tributarle culto, y le derramamos libaciones, sin consentimiento de nuestros maridos?” (v. 18,19). Las mujeres involucran a sus maridos en su idolatría, porque en efecto, ellas no podían pronunciar votos o juramentos (como los que se pronuncian en el culto idolátrico) sin el consentimiento de sus maridos (Nm 30:3-16)
20-25: “Y habló Jeremías a todo el pueblo, a los hombres y a las mujeres y a todo el pueblo que le había respondido esto, diciendo: ¿No se ha acordado el Señor, y no ha venido a su memoria el incienso que ofrecisteis en las ciudades de Judá, y en las calles de Jerusalén, vosotros y vuestros padres, vuestros reyes y vuestros príncipes y el pueblo de la tierra? Y no pudo sufrirlo más el Señor, a causa de la maldad de vuestras obras, a causa de las abominaciones que habíais hecho; por tanto, vuestra tierra fue puesta en asolamiento, en espanto y en maldición, hasta quedar sin morador, como está hoy. Porque ofrecisteis incienso y pecasteis contra el Señor, y no obedecisteis a la voz del Señor, ni anduvisteis en su ley ni en sus estatutos ni en sus testimonios; por tanto, ha venido sobre vosotros este mal, como hasta hoy. Y dijo Jeremías a todo el pueblo, y a todas la mujeres: Oíd palabra del Señor, todos los de Judá que estáis en tierra de Egipto. Así ha hablado el Señor de los ejércitos, Dios de Israel, diciendo: vosotros y vuestras mujeres hablasteis con vuestras bocas y con vuestras manos lo ejecutasteis, diciendo: Cumpliremos efectivamente nuestros votos que hicimos, de ofrecer incienso a la reina del cielo y derramarle libaciones; confirmáis a la verdad vuestros votos, y ponéis vuestros votos por obra.”
En este pasaje se da mucha importancia a las mujeres. Creo que es la primera vez que un profeta se dirige directamente a ellas en esta forma (si exceptuamos Is 32:9-12). ¿Sería el motivo el hecho de que en esta desviación del pueblo tuvieran mucha parte las mujeres? Eso sería plausible dado que se trata aparentemente de una forma de idolatría específicamente femenina. ¿O será más bien que el profeta aprovecha esta ocasión para poner en relieve la influencia que las mujeres tienen en sus maridos, para bien o para mal, y la parte que ellas siempre han tenido en las desviaciones idolátricas del pueblo? Ya este aspecto había sido destacado en la historia de la infidelidad de Salomón (1R 11:1-8). Si así fuera, el profeta, saliéndose del patrón usual de poner el énfasis en el varón, sigue aquí una línea más intimista y personal, dejando lo abstracto y hierático, para dirigirse a la situación humana en su realidad concreta.
26,27: “Por tanto, oíd palabra del Señor, todo Judá que habitáis en tierra de Egipto: He aquí he jurado por mi grande nombre, dice el Señor, que mi nombre no será invocado más en toda la tierra de Egipto por boca de ningún hombre de Judá, diciendo: Vive el Señor. He aquí que yo velo sobre ellos para mal, y no para bien; y todos los hombres de Judá que están en tierra de Egipto serán consumidos a espada y de hambre, hasta que perezcan del todo.” Este oráculo tuvo pronto un terrible cumplimiento. Su nombre santo no sería invocado más en Egipto por ningún hombre de Judá porque todos los que emigraron a ese país contra su voluntad (salvo un pequeño remanente), perecerían. (2)
Sin embargo, un pequeño remanente escapó a la carnicería y retornó a Judá: “Y los que escapen de la espada volverán de la tierra de Egipto a Judá…” Y he aquí la enseñanza: “sabrá pues todo el resto de Judá que ha entrado a Egipto para morar allí, la palabra de quién ha de permanecer: si la mía o la suya.” (v. 28). ¿Habrá palabra humana que prevalezca sobre la de Dios?
Al final del capítulo Jeremías da un signo de parte de Dios de que lo anunciado sucederá: “Y esto tendréis por señal, dice Jehová, de que en este lugar os castigo, para que sepáis que de cierto permanecerán mis palabras para mal sobre vosotros…He aquí que yo entrego a faraón Hofra, rey de Egipto, en mano de sus enemigos…así como entregué a Sedequías, rey de Judá (Véase cap 39), en mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia, su enemigo que buscaba su vida.” (v.29, 30).
Según el historiador judío Josefo, cinco años después de haber capturado Jerusalén, Nabucodonosor invadió Egipto y lo sometió a su yugo, matando al faraón. Es muy probable que él entonces vengara la muerte de Gedalías, aniquilando a los judíos que habían querido refugiarse en Egipto. (3)
Según una tradición antigua Jeremías fue apedreado en Egipto por los judíos que no quisieron escuchar sus advertencias, pero su muerte no está registrada en las Escrituras.

Notas: 1. Dios llama a Nabucodonosor “mi siervo”. ¿Cómo podría ser un siervo de Dios el rey que destruyó el templo de Jerusalén? Por que lo hizo por orden suya. Dios lo usó como instrumento de castigo.
2. No obstante, siglos después habrá una numerosa colonia judía en Alejandría que invocará el nombre de Dios, pero que vivirá en constante conflicto con el pueblo de ese país.
3. Según el historiador griego Herodoto, Hofra fue asesinado por su sucesor Amasías unos diez años después, el año 570 AC. Sin embargo no es seguro que se trate del mismo faraón.

NB. Este artículo, como los dos anteriores del mismo título, están basado en trabajos escritos para un curso de “Entrenamiento Ministerial” seguido hace más de veinte años, que he revisado para ésta su primera impresión.

#627 (16.05.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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