lunes, 21 de junio de 2010

AUTORIDAD DE DIOS Y AUTORIDAD HUMANA

Por José Belaunde M.
La palabra "autoridad" viene de la palabra "autor" que, a su vez viene de "autós", que, en griego, es el pronombre reflexivo "sí mismo". Dios tiene autoridad sobre el mundo, sobre la creación, porque Él es su autor. Él la creó. Esa autoridad viene de sí mismo. No viene de ningún otro. Él mismo es el origen, el principio, de la autoridad que Él ejerce.
En nuestro mundo todo el que funda o crea alguna cosa, alguna institución, tiene autoridad sobre ella. Por ejemplo, el fundador de una empresa, el dueño, tiene autoridad sobre ella porque él la fundó, él la creó y le pertenece. El padre, o ambos esposos, como padres de familia, tienen autoridad sobre su hogar porque ellos lo fundaron.
Dios instituyó la autoridad en el mundo, porque Él es un Dios de orden, y no hay orden posible sin autoridad. Todas las autoridades que hay en el mundo son un reflejo de la autoridad que Él ejerce como creador, como autor del universo, y proviene de Él. Pablo lo expresa muy claramente en Romanos: "no hay autoridad sino de parte de Dios y las que hay, por Él han sido constituidas". (Rm 13:1)
Pero Dios no sólo ha creado el universo, sino lo sustenta también “con la palabra de su poder” , como dice Hb 1:3. Así como Él lo creó con su palabra, con el Verbo, de igual manera Él lo sustenta día a día, lo mantiene en existencia, momento a momento, con su poder, como quien sostiene un gran objeto con la fuerza de su brazo. Si dejara de sostenerlo un instante, si retirara su brazo, el mundo volvería a la nada de donde salió (Sal 104:29).
Hay quienes, aun creyendo en un Dios creador, piensan que Dios ya no interviene en el mundo; que el mundo tiene una existencia autónoma, independiente de Él. Los que así piensan quieren -inconcientemente quizá- eliminar a Dios de sus vidas, no quieren tenerlo en cuenta a Él en lo que hacen, porque les estorba.
Los filósofos deístas de los siglos XVII y XVIII, hablaban de Dios como del "gran relojero". Dios, decían, creó el mundo, le dio forma, como un relojero fabrica un reloj; le dio después cuerda y, a partir de ese momento, el reloj marcha solo, sin intervención de su creador.
Pero Jesús afirmó que ningún pajarillo “cae a tierra sin vuestro Padre”, y que hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados. (Mt 10:29,30)
Dios no se ha ausentado del mundo. No le ha dado la espalda ni se desentiende de él. Nada, ni el más pequeño acontecimiento, ocurre sin la intervención de Dios, sin que Él lo sepa, lo quiera o lo permita. Eso es para nosotros un gran misterio y, a la vez, un gran consuelo, y nos proporciona una gran seguridad.
Al comienzo de la creación Dios ejercía directamente su autoridad sobre sus hijos, Adán y Eva, y andaba con ellos en el huerto. Pero, a causa de su caída, ya no andó Dios en medio de ellos como hacía antes y sólo les hablaba ocasionalmente. Pero como no podía dejar a su creación sin autoridad, a medida que la humanidad crecía en número, Dios empezó a ejercer su autoridad sobre ellos a través de otros hombres, en quienes delegaba su autoridad.
Dice el Génesis que Dios había dado a Adán autoridad sobre toda la tierra, sobre la creación (Gn 1:28). Pero como él se rebeló contra Dios, cediendo a la sugestión de la serpiente, Adán cedió al diablo la autoridad que Dios le había dado. Desde entonces el diablo ha secuestrado o, por así decirlo, ha usurpado una parte de la autoridad que Dios había dado al hombre.
Por eso es que Satanás pudo decirle a Jesús, cuando lo llevó a la cima de un monte, y le mostró todos los reinos de la tierra: "Todo esto me ha sido dado, y a quien quiero se lo doy." (Lc 4:6)
Satanás no mentía. Dijo algo que en parte era cierto. Si no fuera verdad, Jesús le habría dicho: "Mientes, Satanás, lo que dices no es cierto. Eso que me muestras no es tuyo."
Pero Jesús no le contradijo. Y sabemos, como dice el refrán, que el que calla, otorga. Al callarse, aceptaba que lo que el diablo afirmaba era cierto, al menos en parte.
Podría objetarse que la palabra dice que “del Señor es la tierra y su plenitud.” (Sal 24:1) y que, por tanto, los reinos de este mundo no le pertenecen a Satanás sino a Dios, lo cual es verdad. Sin embargo, Jesús llama al enemigo en varios lugares “el príncipe de este mundo” (Jn 14:30), y Pablo lo llama “el dios de este siglo” (2Cor 4:4), (Nota 1) porque él ejerce sobre “el mundo” un señorío temporal pero efectivo. Ese dominio se lo han dado los mismos hombres que se someten a las insinuaciones y ofertas de Satanás, siguiendo “la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire.” (Ef 2:2).
¿Cómo permitió Jesús sin objeciones que Satanás le dijera que a quien él quisiera le daba la potestad de los reinos de la tierra, es decir, que él pone y quita a los gobernantes, cuando el versículo de Romanos que hemos citado antes dice claramente que “no hay autoridad sino de parte de Dios y (que) las (autoridades) que hay por Él han sido constituidas.”? (Rm 13:1)
Lo que Pablo quiere decir es que el “principio” de la autoridad en el mundo procede de Dios y que todos los gobernantes derivan de Él la autoridad que ejercen. Lo cual no quiere de ninguna manera decir que la ejerzan conforme a la voluntad divina, sino muchas veces, más bien, todo lo contrario. Lo pueden hacer porque Dios le ha dado al hombre la potestad de usar sus facultades y atributos en la forma que él quiera, en obediencia o en desobediencia a sus mandatos.
En los hechos Satanás domina el campo de la política humana, poniendo y quitando gobernantes a su capricho, a través de las maquinaciones de los hombres que le sirven, aun sin saberlo. Basta echar una mirada a la política, a la irresponsabilidad, a la arbitrariedad, al egoísmo y a la corrupción que prevalecen en ese campo, no sólo en nuestro país sino en el orbe entero, para constatar que ésa es la triste realidad. La política es una esfera que Satanás y sus huestes de maldad controlan.
Siendo así las cosas, ¿no sería mejor que los cristianos no intervengan en la política para no contaminarse? Al contrario. Si bien el peligro de contagio de las malas prácticas es real, los cristianos están obligados a involucrarse en la política para quitarle a Satanás el dominio que tiene sobre ese campo, y para influir en las decisiones que tomen parlamentos y gobernantes con los principios del Evangelio. Abstenerse de hacerlo es claudicar de la misión que Jesús confió a sus discípulos: “Id por todo el mundo…” (Mr 16:15). Ese mundo incluye, con las debidas precauciones, a todas las esferas de la actividad humana, incluyendo las artes y los espectáculos.
Así es cómo, a consecuencia de la caída de Adán, Satanás interviene e interfiere en el uso de la autoridad que Dios ha delegado en el hombre sobre todo lo que concierne a la tierra y a la humanidad. Por eso están las cosas tan mal como están. Porque el enemigo, por envidia del hombre, y usurpando una autoridad que no le corresponde, ha venido para robar, matar y destruir (Jn 10:10a).
Notemos además que, así cómo Satanás tentó a Adán y Eva, prometiéndoles si seguían su sugerencia, una recompensa maravillosa que no fue cumplida, de manera semejante Satanás sigue tentando al hombre y a la mujer, prometiéndoles recompensas engañosas (placeres, poder, dinero, fama, toda clase de satisfacciones, etc.) que duran muy poco y que pronto se convierten en un tormento.
¿Por qué permite Dios que Satanás siga haciendo de las suyas? No podemos penetrar en las profundidades de la mente divina, ya que sus pensamientos no son nuestros pensamientos y sus caminos no son nuestros caminos (Is 55:9). Pero, por lo que Dios dice en la Biblia podemos deducir que Él lo permite porque desea que el hombre sufra las consecuencias de sus propios actos, de sus decisiones y de seguir las insinuaciones de Satanás, del mundo y la carne, a fin de educarlo. Sufriendo se aprende.
También sabemos que, afortunadamente, Dios quiere recuperar su autoridad plena sobre el mundo, quiere instaurar su reino sobre la tierra. Con ese fin envió Él a su Hijo a vivir entre nosotros y a morir por nuestros pecados. Al comienzo del sermón de la montaña, Jesús nos enseñó a orar diciendo primero: "Venga a nosotros tu reino"; y después, "Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo." (Mt 6:10).
La segunda frase explica la primera: el reino de Dios existe sobre la tierra dónde y cuándo se hace la voluntad de Dios, y en la medida en que se hace lo que Él manda. El reinado de Dios, que es lo mismo que decir el gobierno de Dios, consiste en el ejercicio pleno de su autoridad, en el sometimiento de todo lo creado a su voluntad.
Sabemos que Él ejerce autoridad incontrastable en el cielo. Quiere ejercerla de la misma forma en la tierra.
Jesús dijo a sus discípulos: "El reino de Dios está en medio de vosotros." (Lc 17:21) Eso puede entenderse de dos maneras: En primer lugar, el reino de Dios estaba en medio de ellos, o se había acercado a ellos, porque Jesús estaba en su medio. Donde está el rey, está el reino. Pero Él ya no está físicamente en la tierra, de donde, en segundo lugar, el reino de Dios está en medio nuestro espiritualmente, cuando el rey está en nuestros corazones; cuando nos convertimos y Él viene a reinar en nuestras vidas; cuando el Espíritu Santo, por el nuevo nacimiento, entra en nosotros.
Pero ¿hasta qué punto podemos nosotros realmente decir que Él reina en nuestros corazones? Su reino se constituye en nosotros en la medida en que nosotros hacemos su voluntad, en la medida en que le obedecemos. Si sólo le obedecemos a medias, su reino está como opacado, no es plenamente vigente en nosotros.
De otro lado, nosotros no podemos ejercer la autoridad que Dios nos ha dado si no nos sometemos primero a la autoridad de Dios. Puesto que nuestra autoridad viene de la suya, sólo podemos ejercerla en armonía con su voluntad.
Nosotros hemos sido trasladados del reino de las tinieblas al reino de su luz admirable, como dice la primera epístola de Pedro (1P 2:9). Antes vivíamos en el reino de las tinieblas y hacíamos la voluntad del príncipe de las tinieblas. Pero, desafortunadamente, ahora que estamos en el reino de la luz, es decir, en el reino de Dios, seguimos haciendo todavía en parte la voluntad del príncipe de las tinieblas. ¿O no es así? Cuando nos encolerizamos, o cuando hacemos lo que no agrada a Dios y le ofendemos, haciendo cosas de las que después nos avergonzamos, ¿la voluntad de quién hacemos?
¿Por qué obramos así, siendo inconstantes? Porque nuestra vieja naturaleza, la concupiscencia de la carne, aún permanece en nosotros, y sigue obedeciendo a su viejo maestro, a su viejo patrón, al diablo. No nos hemos liberado totalmente de él.
En la medida en que vayamos muriendo a nosotros mismos, y con ello, a la carne en nosotros, -o dicho de otro modo, en la medida en que Cristo sea formado en nosotros (Gal 4:19)- iremos obedeciendo cada vez más a Dios, y su reino se irá estableciendo paulatinamente en nuestras vidas.
En el mundo los gobernantes deben ejercer la autoridad que Dios ha delegado en ellos para bien de los gobernados. Pero la ejercen en la mayoría de los casos, sin saber por cuenta de quién lo hacen y con qué propósito. No son concientes de que es de Dios de quien han recibido la autoridad que ejercen. Creen que la autoridad les pertenece; que es suya. Y por eso la ejercen mal, no para provecho del pueblo, sino para el suyo propio. Y como la ejercen mal, los que están bajo su autoridad sufren.
De esa manera se cumple una maldición divina que, aunque no está expresada verbalmente en el capítulo tercero del Génesis, se puede decir que estuviera implícita. Como si Dios hubiera dicho: Ya que no habéis querido ser gobernados por mí, en adelante seréis gobernados por hombres que no reconocerán mi autoridad sobre ellos; que no sabrán que ejercen la autoridad en mi nombre. (2)
Quizá alguno podría objetar: ¿Ejercen todos los gobernantes su autoridad en nombre de Dios? ¿Podríamos decir, por mencionar algunos ejemplos extremos, que un Hitler, o que un Stalin, ejercieron su autoridad en nombre de Dios?
Sí, aunque nos parezca extraño, en nombre de Dios la ejercieron, porque, como Pablo dice, no hay autoridad fuera de Él. Pero en el ejercicio de esa autoridad, así como en el caso de la mayoría de los gobernantes, sino en todos, se ha entrometido alevosamente el príncipe de este mundo, para inducir o dominar. Y por eso esos dictadores usaron la autoridad que tenían de mala manera y, bajo su influencia, cometieron tantos crímenes.
¿Por qué lo permite Dios? Porque nosotros lo merecemos, porque nos lo hemos buscado, ya que en nuestras vidas privadas y públicas, no obedecemos a su voluntad. Y es su propósito que nosotros experimentemos las consecuencias de nuestros actos. Lo permite, en verdad, para nuestro bien, para que aprendamos.
Él usa a los malos gobernantes para castigar a los países, a las naciones, al mundo, por sus pecados, a fin de traerlos al arrepentimiento, así como usa también a los buenos gobernantes para premiarnos, cuando nos portamos bien. Si observamos la historia de las naciones, las grandes guerras –como las del siglo pasado, que tanto sufrimiento trajeron- fueron causadas sea por la ineptitud y frivolidad de sus gobernantes (la primera guerra mundial), sea por sus ambiciones desmedidas (la segunda).
Cuando vemos el espectáculo de corrupción que se exhibe en estos días, nos preguntamos: ¿A qué se debe esto? La corrupción de los gobernantes es un reflejo de la corrupción de los gobernados. Un pueblo corrupto tolera y vota por el candidato corrupto, porque se le parece, porque se identifica con él. Muchos no pueden identificarse con el candidato honesto porque no se les parece, porque es un bicho raro. Para decirlo en términos criollos: Es fácil ser “pata” del candidato deshonesto, porque habla el mismo lenguaje y tiene los mismos reflejos. En cambio, el candidato honesto no es “de mi barrio”, psicológicamente hablando; no me puedo tomar unas “chelas” con él, porque no toma o toma poco. Al candidato honesto le cuesta conectar con el pueblo. (3)
Lo malo es que los hombres, pese a todo lo padecido, no escarmentamos, nos obstinamos en nuestros pecados y endurecemos nuestros corazones. No queremos volvernos a Dios. ¿Cómo podemos pues quejarnos cuando nos va mal, o cuando la situación se vuelve difícil? Volvámonos pues a Dios, reconozcamos nuestros pecados, pidámosle perdón y Él se compadecerá de nosotros y, en su misericordia, sanará nuestra tierra. Entonces las cosas empezarán a mejorar.

Notas : 1. Ap 13:7 dice: “y se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación”,
2. Debo esta noción de la “maldición implícita”, que se deduce del tercer capítulo del Génesis, a mi padre, que era un asiduo lector de la Biblia.
3. Por eso es que el mejor presidente que hemos tenido en los últimos veinticinco años no fue elegido por el pueblo sino por el Congreso, y fue elegido de casualidad, para salir de un impasse. Su corto gobierno de transición rescató al Perú del oprobio de la dictadura de la década del 90. Pero cuando se presentó como candidato en las elecciones presidenciales el pueblo le dio la espalda al honesto, y ganó el que no lo era. Y después nos quejamos.
NB Este artículo, que no había sido impreso antes, es el texto de una charla irradiada el 13.2.99 por Radio Miraflores bajo el título de “Autoridad Espiritual”. Lo he revisado y ampliado para ponerlo al día.
#628 (23.05.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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