lunes, 17 de mayo de 2010

MADRE E HIJO

Por José Belaunde M.
El salmo 22 es el salmo mesiánico por excelencia, el salmo que proféticamente anuncia algunos detalles de la pasión. En él figuran aquellas conocidas frases que son citadas (parcialmente algunas) en los relatos evangélicos: "...los que me ven me escarnecen...menean la cabeza, diciendo: Se encomendó al Señor; que lo libre Él..." (vers.7,8; Mt 27:39,43); "repartieron entre sí mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes." (vers.18; Mt 27:35). Las palabras "horadaron mis manos y mis pies" (vers.16c) no son citadas en ninguno de los evangelios, pero su cumplimiento está implícito en la crucifixión.

Si las frases citadas del salmista pueden aplicarse proféticamente a Jesús deberían poder ponerse también en su boca otras del mismo salmo como : "Sobre ti fui echado desde el seno; desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios." (vers.10). Pero ¿cómo podría haber dicho Jesús de sí mismo esas palabras? Jesús podía haber dicho "desde el vientre de mi madre tú eres mi Dios", porque Él había absorbido el amor de Dios con la sangre de su madre que le pasaba por la placenta. La santidad del alma de ella, su amor y entrega a Dios, y su espíritu de oración, establecieron la atmósfera espiritual bendita en la que el alma humana en ciernes del niño se fue formando. (Nota 1)

De manera semejante las madres forman a sus hijos en el temor de Dios (esa virtud cristiana tan olvidada hoy) desde antes de que nazcan, si sus pensamientos durante el embarazo están centrados en Él. Así como el humo y la nicotina de los cigarrillos que la madre gestante fuma pasan a los pulmones y a las células del pequeño que ella lleva en su seno, de igual manera los pensamientos y sentimientos que ella cultiva pasan al feto, se graban en su alma e impregnan su personalidad antes de que vea la luz.

Por eso también podía decir Jesús: "sobre ti fui echado desde el seno de mi madre...". Si mi madre echó sobre Dios todas sus preocupaciones y confió enteramente en Él, yo, que estaba íntimamente unido a ella en esa etapa, fui también echado sobre Él en confiado abandono desde entonces. De hecho el desarrollo del embrión y todas las circunstancias de la vida de Jesús durante la gestación estaban íntegramente en las manos de Dios que lo cuidaba y protegía.

María necesitó hacer un enorme acto de confianza en Dios al aceptar el encargo que le había transmitido el ángel Gabriel, porque salir embarazada en esas condiciones, siendo aún virgen, suponía para ella asumir un gran riesgo. Recordemos que ella estaba comprometida en matrimonio con el carpintero José, lo que, bajo la ley judía, constituía un compromiso formal que la obligaba a igual fidelidad que si estuviera casada (Dt 22:23-25) (2). Al aceptar concebir un hijo antes de hacer vida en común con José no sólo arriesgaba ella perder a su novio, sino peor, comprometía gravemente su reputación. De hecho, José, (a quien Mateo llama “su marido” aunque aún no convivían), "siendo un hombre justo, no quiso denunciarla y resolvió dejarla en secreto" (Mt 1:19), para no perjudicarla.

Si José hubiera sido otra clase de hombre podría no sólo haber denunciado a su novia, sino hubiera podido haber exigido que sea apedreada por adúltera, pues la ley mosaica preveía esa pena no sólo para la esposa infiel sino también para la novia (Lv 20:10; Dt pasaje citado). Jesús, pues, bien podía decir que desde el vientre de su madre había confiado en Dios, pues ésa había sido la actitud de ella cuando lo esperaba.

Pero las madres de las generaciones modernas, que han sido formadas en la escuela de Hollywood y de la televisión, no tienen en sus mentes pensamiento alguno acerca del temor de Dios. Sus pensamientos, mientras están embarazadas, suelen vagar en torno a otras cosas más terrenas o frívolas. Si viven sin angustias económicas su pensamiento está ocupado en modas y vestidos, en chismes y habladurías, en celos y disputas, en telenovelas y en novelas rosa, cuando no en cosas peores, aunque también, sin duda, en el ajuar para el bebé, en el médico y en la clínica donde darán a luz. Y esas son las cosas, algunas buenas y otras malas, que transmiten a la criatura que crece en su seno; con esos pensamientos alimentan su mente y forman su alma. (3)

Las madres son ignorantes de la influencia que ellas ejercen sobre la futura personalidad de sus hijos. Ahora se está empezando a crear conciencia acerca de la influencia que lo que la madre gestante come y bebe tiene sobre el cuerpo y la salud de la criatura que lleva en el seno. Pero aún no se ha creado conciencia acerca de la influencia que sus pensamientos y sentimientos ejercen en el ser al cual dan la vida (en el hebreo la palabra "nefesh" quiere decir a la vez “alma” y “vida”). A lo más los ginecólogos y terapeutas le recomiendan que lleve en lo posible una vida tranquila y que evite las emociones fuertes; y le advierten sobre los efectos nocivos que sobre el temperamento del futuro ser pueden tener la angustia y las tensiones emocionales que ella experimente durante ese período. Pero acerca de la influencia formativa que el alma de la madre tiene sobre la de su hijo o hija en los meses de embarazo no se enseña nada. Sin embargo, tal influencia es decisiva.

La sabiduría popular sí reconoce la influencia moral que la madre ejerce sobre sus hijas, tal como lo expresa el antiguo refrán: “Al hilo por la trama y a la mujer por la mama.” Es decir, si quieres saber cuál es el talante moral de la hija, conoce a su madre.

Leí hace poco sobre una pareja de esposos que adoptó el hábito de bendecir a los hijos que esperaban cuando todavía estaban en el vientre, y que siguieron haciéndolo todas las noches una vez que nacieron. Años después, ya adultos, y viviendo en otra ciudad, ellos llamaban a sus padres con frecuencia por teléfono para que los bendijeran.

Mi padre, siguiendo una antigua costumbre familiar, solía hacer lo mismo con mis hermanos y conmigo antes de irnos a acostar. ¡Cuánto siento no haber seguido yo esa costumbre y no haber hecho yo lo mismo con mis hijos todas las noches!

Notas: 1. Se podría aducir que Jesús no necesitaba de la influencia de su madre para tener todo eso, pues Él era Dios. Pero no olvidemos que Él era también hombre, y que así como Él cuando niño creció "en gracia para con Dios y con los hombres" (Lc 2:52), como puede desarrollarse todo infante, de igual manera su alma humana pasó por el mismo proceso formativo por el que pasan todos los seres humanos durante el embarazo, estuvo sujeto a las mismas influencias físicas y psíquicas a las que están sometidos ellos. Aunque las Escrituras no lo dicen, es obvio que al escoger a la madre de su Hijo, Dios tuvo un especial cuidado, y que la preparó y asistió con gracias especiales para asegurarse que el desarrollo del niño se realizara bajo las mejores condiciones espirituales posibles.
2. Nótese que en Dt 22:24 el texto llama a la muchacha todavía virgen “la mujer de su prójimo”. En Gn 19:21 Jacob llama a Raquel “mi mujer” aunque sólo estaban comprometidos.
3. No sé quién fue el que escribió: "el que generaliza se equivoca siempre". Soy conciente de que hay muchas madres y parejas de esposos que no responden a la descripción que he hecho aquí y que se preparan seriamente a la misión que asumen al concebir un hijo. Pero me temo que sean minoría.

Consideraciones adicionales.- También pudo Jesús haber dicho esa frase del salmo que comento porque, desde que fue concebido por obra del Espíritu Santo, su desarrollo fue guiado de una manera especialísima por la mirada atenta de Dios que deseaba poner en su Hijo todos los dones y cualidades que necesitaba desplegar durante su ministerio en la tierra.

Pero podríamos preguntarnos: ¿Estaba conciente de sí mismo Jesús durante el tiempo que permaneció en el vientre de su madre? Aunque eso es algo que no ha sido revelado y, por tanto, es un misterio en el que no podemos penetrar, sí podemos pensar, usando la inteligencia que Dios nos ha dado, que siendo Jesús un ser humano en todo sentido, Él tenía de sí la misma conciencia que tiene la criatura en ciernes mientras permanece en el seno materno; pero que, siendo a la vez Dios, su espíritu no había perdido contacto con su Padre. Naturalmente esas son cosas sobre las cuales apenas podemos hacer otra cosa sino especular.

Sin embargo, la relación de Jesús con su madre no terminó con el alumbramiento, sino que, como ocurre con todo ser humano, se prolongó durante los años de la primera infancia en los que la criatura depende enteramente de la que le dio a luz. El aspecto más importante de esa relación es la lactancia que, en la cultura judía, podía prolongarse más allá del primer año de vida. Es una relación de intimidad: el niño se alimenta de la sustancia de su madre. Ella le provee el alimento que necesita. De hecho, la leche materna provee nutrientes que ninguna leche artificial proporciona. Es también una etapa de intercambio de cariño en que la criatura se alimenta del amor de su madre.

El bebé ama a la madre que le da de mamar porque alimentarse es durante los primeros meses de su vida su ocupación principal. Las madres que sea por vanidad –ya que dar de mamar afea sus pechos- sea porque limita su independencia, no dan de mamar a sus hijos, no saben el daño físico y espiritual que les hacen y el que se hacen a sí mismas. (Nota 4) No por nada Pablo dice que las mujeres se salvarán criando hijos (1Tm 2:15. El verbo teknogoneo, que Reina Valera 60 traduce como “engendrar”, significa “tener hijos”, lo que incluye criarlos). Eso quiere decir que la crianza tiene un valor muy especial para Dios.

La tuvo para el niño Jesús. ¿Podemos imaginar cómo la divina criatura hambrienta levantaba sus bracitos hacia su madre, y mordía con ansia su pecho, como suelen hacerlo los niños en esa tierna edad? Nos cuesta imaginar que Jesús, siendo Dios, tuviera una relación de dependencia con su madre como la que tienen todos las criaturas, una relación en la que el amor filial se desarrolla y se fortalece. Pero así debe haber sido.

Sin embargo, la relación madre/hijo no se limita a la lactancia, sino que se extiende a todos los campos de la vida del niño que en esa primera etapa gira en torno de su madre. Ella es, en efecto, en esa etapa el centro de su vida. Ella lo limpia, lo lava, lo viste y sobre todo lo acaricia. ¡Qué importantes son para el niño las caricias que recibe de su madre y cuánto sufre si por algún motivo es privado de ellas!

¿Cómo trataría María a su Hijo? ¿Con cuánto cariño lo limpiaría, lo vestiría, lo estrecharía contra su pecho y lo besaría? ¿Y cómo la besaría Jesús y se abandonaría en sus brazos? Siendo Jesús un ser perfecto, no creo que haya habido niño alguno que haya amado a su madre más que Él.

Cuando el niño empezó a crecer María le enseñó a dar sus primeros pasos, le enseñó a hablar, y seguramente más adelante le enseñó las primeras letras. Ella fue su primera maestra, pero pronto, a los cinco años, Jesús iría a la escuela en la que los niños judíos aprendían de memoria la Torá. Por eso podía Jesús de adulto citarla con tanta facilidad.

Cuando el niño llega a los tres años y -con la facilidad adquirida en el caminar- empieza a hacerse algo independiente, comienza también a dirigir su atención a su padre, a observar lo que hace y a tratar de imitarlo. El niño se hace hombre admirando y queriendo ser como su padre. José lo llevaría a su taller y le enseñaría el uso de las herramientas de carpintería. A su lado Jesús aprendería el oficio con el que se ganaría el sustento diario antes de empezar su ministerio público.

Pero no por eso se separó Jesús de su madre, como no se independiza el niño de la que le dio a luz hasta la adolescencia. El Evangelio dice que Jesús estaba sujeto a sus padres (Lc 2:51). Podemos pensar que la obediencia de Jesús a sus padres era perfecta, porque de no haberlo sido habría habido pecado en Él (2Cor 5:21; 1P 2:22). Jesús escucharía atentamente los consejos y las direcciones que le daba su madre, como era usual en las familias judías. Por eso dice Proverbios: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la dirección de tu madre.” (Pr 1:8).

¿Cumplen las madres cristianas esa misión de aconsejar a sus hijos, de guiarlos en el buen camino y de enseñarles las buenas costumbres? ¿Los corrigen cuando es necesario? A juzgar por la forma cómo se comportan, a veces incluso en la iglesia, me temo que algunos padres y madres malcríen a sus hijos, por temor de ejercer su autoridad, o porque no se toman la molestia de corregirlos con firmeza. Algún día lo lamentarán porque cosecharán el fruto de su negligencia. El niño bien educado nunca deja de adulto de respetar a sus padres y de seguir sus consejos.

¿Oraría María por su Hijo, ella que guardaba en su corazón las cosas que decían de Él? (Lc 2:19,51) ¿Ella que había escuchado decir a Simeón que su Hijo sería un signo de contradicción, y que una espada atravesaría su alma? (Lc 2:34,35) Su alma se llenaría de aprehensión, pues bien podía ella imaginar que la misión que Dios confiaba a su Hijo suscitaría mucha oposición. Ella conocía por la historia de su pueblo cuál era la suerte que habían corrido algunos profetas. Ella era una mujer de oración, porque sólo una mujer que amara profundamente a Dios podía contestar sumisa e intrépidamente al reto que le planteaba el ángel: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra.” (Lc 1:38). (5)

¿Oran las madres por sus hijos para que el Señor guarde sus caminos? No saben ellas cuánto necesitan sus hijos de sus oraciones, sobre todo cuando empiezan a pasar la mayor parte de su tiempo fuera de casa, y empiezan a juntarse con amigos y amigas que sus padres no conocen, y están en peligro de caer bajo malas influencias. Las madres deben pedir a Dios que guarde a sus hijos y los defienda de las asechanzas del enemigo. La madre que ora puede levantar una muralla de protección en torno de su hijo que el maligno no puede penetrar.

Por lo que cuenta Agustín de Hipona, podemos decir que él fue hijo de su madre Mónica no sólo porque ella le había dado a luz, sino porque él, ya adulto, había hallado la luz verdadera y abandonado la vida de pecado que llevaba, gracias a las oraciones y lágrimas de ella.

¡Oh madre cristiana! ¿Cuántas lágrimas has derramado por tu hijo? ¿Cuánto has clamado al cielo por él, cuando empieza a transitar por caminos que no le convienen? Si tú oras y clamas al cielo por él, puedes darlo a luz dos veces.

Notas: 4. El diario “El Comercio” ha publicado este domingo un interesante artículo sobre los beneficios únicos de la leche materna que aconsejo leer. Transcribimos algunos párrafos: “En la leche materna existen dos grasas especiales que promueven el crecimientos y el desarrollo de las neuronas y de la médula espinal del bebé. Esos ácidos grasos… no se encuentran en la leche de ninguna otra especie ni en las fórmulas maternizadas.” “Los beneficios de la lactancia también se extienden a la madre. Las mujeres que amamantan pierden el peso ganado durante el embarazo más rápido y tienen menos posibilidades de tener anemia, hipertensión y depresión posparto. Asimismo, la osteoporosis y los cánceres de mama y de ovario son menos frecuentes en aquellas mujeres que amamantaron a sus hijos.” Es también una cosa sabida que los niños que fueron amamantados son más sanos que los que no lo fueron.
5. Como se ha observado en muchas ocasiones, ésta es una de las frases más extraordinarias que haya pronunciado ser humano alguno, porque muestran la disposición del corazón de estar al servicio de Dios sin condiciones, cualesquiera que sean las circunstancias. Muestra una confianza irrestricta en Dios. Ojalá ese espíritu impregne nuestra vida.

NB. La primera parte de este artículo fue publicado en la revista “Oiga” hace unos 25 años, bajo el pseudónimo de Joaquín Andariego que usaba entonces. Lo he revisado y he añadido una segunda parte para esta ocasión, como un homenaje a todas la madres a quienes se festeja este domingo.

#626 (09.05.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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