viernes, 14 de agosto de 2009

AMOR

El ser humano ama instintivamente.

Es la imagen de Dios en él lo que lo impulsa a amar.

El animal también ama, aunque no de la misma manera ni con la misma intensidad que el hombre. Conocemos el amor de la madre por sus cachorros y del perro por su amo. Yo he sido testigo una vez del amor conmovedor de un noble gato doméstico por su amada gatita techera, pese a que ella le era continuamente infiel.

El amor es como el hambre. Necesita un objeto para saciarse. Por eso si no encuentra un ser humano al cual amar, ama a su mascota. (San Agustín dice que en su juventud pecadora él creía amar a todas las personas del sexo opuesto, pero que en realidad de lo que estaba enamorado era del amor, que encontraba muchos objetos en qué fijarse)

Adán estaba lleno de mascotas, pero ninguna le satisfacía. Sólo le podía satisfacer amar a un ser de su misma especie. Cuando lo tuvo exclamó: "Esta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos" (Gn 2:23).

El amor impulsa a darse. Es un movimiento desinteresado, centrífuga. pero también necesita recibir. Es pues también un movimiento egocéntrico, centrípeta. Uno y otro movimiento cierran el círculo.

El amor pues tiene esos dos aspectos: el desinteresado y el egocéntrico, por no decir egoísta.

El amor, en principio, invita a la respuesta, suscita amor en la persona amada, aunque no ocurre en todos los casos. Pero aun cuando no suscite amor en la persona amada, al menos genera simpatía por el que ama.

En el dar y recibir amor estriba gran parte de la felicidad humana. El que lo da y no lo recibe es desgraciado. Igual el que recibe amor de alguien pero no puede corresponder, no puede ser feliz, porque le falta el movimiento recíproco que cierre el círculo.

Cuando el hombre es transformado por la gracia, el darse predomina sobre el recibir, en aplicación de las palabras de Jesús: “Más bienaventurado es dar que recibir.” (Hch 20:35). Cuanto más ame a Dios, más quiere darse y menos necesita recibir.

Asimismo, cuanto más ame sobrenaturalmente a los demás, menos necesita recibir de ellos amor en contrapartida. El amor de Dios le basta.

En el ser humano no regenerado el aspecto egocéntrico del amor predomina. Por eso, con la misma facilidad con que ama a una persona, rechaza, odia o juzga antipático al que no corresponde a sus gustos, o a su idiosincracia. Es decir, cuando no halla en el otro afinidad, "buena química".

Pero cuanto más amamos a Dios, menos proclives somos a rechazar al que no nos "cae bien". Ya no vemos al ser humano con sus defectos, sino al hombre o mujer creados por Dios a su imagen y semejanza. Y a quien Dios ama a pesar de todo, como me ama a mí.

El amor es una virtud sobrenatural. Es mucho más que un valor, porque en verdad en el amor están incluidas todas las virtudes, y sin él todas las demás son inútiles (1Cor 13:1-3).

En el mundo al amor por los demás se le llama altruismo, que es uno de los más altos valores de la ética filosófica. Esto significa: pensar en el otro, en los demás, aun a costa de uno mismo; desear ayudar, preferir el bienestar ajeno al propio, etc.

Hay muchas manifestaciones de este noble sentimiento en el mundo: la Cruz Roja, los “médicos sin frontera”, el voluntariado, etc.

Es un sentimiento bueno y loable, pero por sí solo no transforma a la persona. Eso sólo lo puede hacer el amor sobrenatural.

El amor como sentimiento natural asume muchas formas: la cordialidad, la simpatía, la filantropía, la generosidad, etc.

Pero esas manifestaciones están fuertemente ligadas al temperamento. El sanguíneo, por ejemplo, es cordial; el melancólico es frío, reservado. Es una cuestión de temperamento. Pero pudiera ser que el melancólico ame más profundamente que el sanguíneo, sólo que no lo manifiesta con la misma facilidad.

El amor es un componente indispensable de las relaciones humanas en todos los campos.

“El amor cubre muchas faltas”, dice Proverbios 10:12. Nos vuelve pacientes, tolerantes, dispuestos a ceder, a perdonar. Facilita las relaciones humanas y el diálogo.

Es un hecho mil veces comprobado que el que se enamora cambia para bien: se ennoblece, está dispuesto a sacrificarse por el ser amado, sus ojos le brillan.

También el hombre egoísta cuando es padre, empieza a preocuparse por su hijo y está dispuesto a sacrificar su comodidad por él. Dios nos ha hecho de esa manera a propósito.

El amor se aprende, se cultiva. El niño aprende a amar, siendo amado. Y cuanto más amado sea, más tenderá a amar a otros; a menos que haya sido engreído, en cuyo caso el amor recibido en exceso lo vuelve egoísta y exigente.

Conviene que los padres, o parientes de niños pequeños se pregunten: ¿Amamos lo suficiente a nuestros hijos? ¿Expresamos nuestro amor con frecuencia? ¿O hemos hecho del amor un pretexto para engreír al niño? (Con frecuencia el que engríe, trata inconcientemente de ganarse el amor del niño complaciendo todos sus deseos. Es decir, lo soborna inconcientemente).

O al contrario, ¿Negamos a nuestros hijos la atención y el amor que necesitan? ¿O los amamos, pero no manifestamos nuestro amor con frecuencia?

Pero el amor también puede desaprenderse por las desilusiones, por los rechazos, por el maltrato recibido. En ese caso solemos encerrarnos en nosotros mismos y nos volvemos egoístas.

El egoísta se aísla, se queda solo. En la vejez su vida es un páramo.

En cambio, el amor es como la miel, atrae. El que ama, sobretodo sobrenaturalmente, estará siempre rodeado.

El diablo es ducho en imitar las virtudes. Y lo hace de muchas maneras para desvirtuarlas.

De un lado puede convertir a las personas en ascetas fanáticos, que rechazan el amor humano. De otro, pone todo el énfasis en los sentidos, en lo erótico, en el aspecto sensual del amor, al punto de convertirlo en una caricatura del amor, en una negación del amor, porque el amor erótico puede volverse cruel, como lo ilustran el sadismo y el sadomasoquismo, y fácilmente se torna en odio.

El amor sin Dios a la larga decepciona. Pero el amor humano que refleja el amor de Dios en uno, nutre al ser amado y al ser que ama, sea niño, adulto, o anciano.

¿Quién puede decir que no ame amar?

NB. Los dos textos que publico, uno esta semana, y el otro, Dios mediante, la semana entrante, me sirvieron de esquema para una charla dada durante un “Seminario sobre Valores” realizado en la iglesia de la Alianza Cristiana y Misionera de la ciudad de Tacna el año 2003. Me reservo para más adelante publicar la trascripción de esa y las demás charlas del Seminario, pero creo que su contenido, aun en la forma esquemática que los presento, es edificante.


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