viernes, 12 de junio de 2009

DAVID Y ABIGAIL II

Este artículo y el anterior están basados en la grabación de una enseñanza dada recientemente en el Ministerio de la Edad de Oro, de la C.C. “Agua Viva”

En el artículo anterior hemos dejado a Abigail bajando por un camino secreto, yendo al encuentro de David y orando al mismo tiempo. Como consecuencia de haber estado orando durante el trayecto, como creemos, apenas hubo dejado el atajo que había tomado se encontró con David. Dios la había guiado en el camino y la guiará también en las palabras que ella le dirija.

Leamos el texto: “Cuando Abigail vio a David, se bajó prontamente del asno y postrándose sobre su rostro delante de David, se inclinó a tierra y se echó a sus pies, y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado (es decir, la ofensa de Nabal), mas te ruego que permitas que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva.” (1Sm 25:23,24). Miren la sabiduría con que ella le habla: “Sobre mí sea el pecado”. En otras palabras ella le dice (parafraseando): “Échame la culpa a mí, no a los otros inocentes que no tienen nada que ver en el asunto”, porque ella está segura de que David no se vengará en una mujer que se humilla y se arroja a sus pies, y además es bonita. Y sigue diciendo: “No haga caso ahora mi señor de ese hombre perverso, (Nota 1) de Nabal, porque conforme a su nombre así es. Él se llama Nabal y la insensatez está con él; (perdónalo, pues es propio del hombre sabio perdonar al necio) mas yo tu sierva no ví a los hombres que tú enviaste.” (vers. 25) Ella no trata de justificar a Nabal, sino se somete a la misericordia de David y apela a su generosidad.

Yo me digo, y espero no tocar el corazón de nadie cuando pregunto: ¿Cuántas mujeres hay aquí que se casaron con un hombre necio? ¿Con un hombre que no las entendía? ¿Con un hombre que era menos inteligente que ella? ¿Cuántas habrá no sólo acá? Pero también podríamos hacer la pregunta contraria: ¿Cuántos hombres hay acá que se casaron con una mujer necia, porque se dejaron llevar por lo que veían y no miraron el corazón de la mujer? Porque ¿con quién se casa el hombre, o se casa la mujer? ¿Se casa el hombre con la belleza de la mujer? ¿La belleza del rostro y del cuerpo de una mujer hacen feliz al hombre? Bueno, sí, durante un tiempo, mientras dure la pasión, pero ¿pasada la pasión? Y la mujer, ¿es feliz con la apostura, con el rostro buen mozo de su marido? Bueno, sí, por un tiempo, pero si él no es inteligente, si no es gentil con ella, si es un bruto y la trata mal, al poco tiempo se decepciona. Entonces ¿qué es lo que hace felices al hombre y a la mujer en el matrimonio? ¿Será la pasión o el amor? Ciertamente, durante un tiempo, pero también el amor y la pasión se esfuman con el tiempo (aunque no debieran). Lo que hace feliz al hombre y a la mujer, escúchenme, es el carácter del cónyuge. El hombre se casa con una cara bonita, y la mujer se casa con un buen mozo, pero no viven con la cara que les atrajo sino viven con el carácter de su cónyuge. Es el carácter de la persona con la que vivimos lo que nos hace felices o infelices. ¡Y cuántos son infelices en el matrimonio porque no pensaron en eso! Vieron la cara, vieron el rostro, vieron la pinta, (o quizá la billetera) pero no miraron el corazón, y después viene la desilusión, y muchas veces también, por desgracia, el divorcio.

Pero Abigail le dice en buenas cuentas a David: “Dios me manda para impedir que tú te vengues y cometas un crimen derramando la sangre de inocentes que no tienen la culpa de la necedad de Nabal.” Leamos lo que dice el texto: “Ahora pues Señor mío, vive Jehová y vive tu alma, que Jehová te ha impedido venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano. Sean pues, como Nabal tus enemigos y todos los que procuran mal contra mi señor.” (es decir, despreciables. Quizá aquí exprese Abigail cierto resentimiento que guarda a su marido). Caiga más bien sobre tus enemigos la venganza que tú pensabas ejecutar en Nabal. “Y ahora este presente que tu sierva ha traído a mi señor, sea dado a los hombres que siguen a mi señor.” (v. 26). Como diciendo: “yo he traído esta provisión para tu gente”, evitando herir la susceptibilidad de David, que, en su orgullo masculino, podría tomar mal el recibir un regalo de una mujer.

“Yo te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa”, -la ofensa de su marido que ella tomó sobre sí. Enseguida ella expresa su fe en la elección divina manifestada en la unción que el profeta Samuel derramó sobre su cabeza (1Sm 16:12,13), “pues Jehová de cierto hará casa estable a mi señor, (esto es, te dará el reino) por cuanto mi señor pelea las batallas de Jehová (contra los enemigos del pueblo de Dios), y mal no se ha hallado en ti, en tus días.” (aunque muchos te hayan acusado falsamente, tu inocencia es patente a la vista de todos) (v. 28). A continuación ella profetiza sobre David: “Aunque alguien se haya levantado para perseguirte y atentar contra tu vida (es decir, el rey Saúl), con todo, la vida de mi señor será ligada en el haz de los que viven delante de Jehová tu Dios (2) y Él arrojará la vida de tus enemigos como de en medio de la palma de una honda”, como diciendo: “Dios arrojará a tus enemigos como una piedra que dispara la honda”, aludiendo sutilmente a la forma cómo David había matado a Goliat, un recuerdo que no dejaría de halagar a David. (v. 29) “Y acontecerá que cuando Jehová haga con mi señor conforme a todo el bien que Jehová ha hablado de ti y te establezca por príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimiento por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado por ti mismo. Guárdese pues, mi señor; y cuando Jehová haga bien a mi señor, acuérdate de tu sierva”. (v. 30,31). Las palabras persuasivas de Abigail apaciguan la cólera de David y lo convencen de que no debe tomar venganza por sí mismo.

David se queda impresionado por la sabiduría de esa mujer, y seguramente también, por su belleza. ¿Y cómo le contesta él entonces? “Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre y a vengarme con mi propia mano. Porque vive Jehová Dios de Israel, que me ha defendido de hacerte mal, que si no te hubieras dado prisa en venir a mi encuentro, de aquí a mañana no le hubiera quedado con vida a Nabal ni un sólo varón”. (3) (vers. 32-34). Ése había sido el propósito que David hubiera llevado a cabo de no haber sido por la intervención providencial de Abigail.

David recibe agradecido los presentes que Abigail le trae. La bendice y le hace notar que la ha respetado (otro quizá hubiera abusado de ella), y le dice que vuelva en paz a su casa: “Y recibió David de su mano lo que había traído, y le dijo: Sube en paz a tu casa, y mira, he oído tu voz y te he tenido respeto”. (v. 35)

Cuando una persona actúa siguiendo el sentir que Dios pone en su corazón, la voz de Dios, en suma; una vez que ha cumplido lo que Dios le ha dicho que haga, puede regresar a su casa en paz, porque ha arreglado las cosas a la manera de Dios, y no a la manera propia. Fíjense, Abigail le habló a la conciencia de David, diciéndole: Si tú hubieras hecho lo que te habías propuesto, el día que subieras al trono de Israel estarías atormentado por los remordimientos de haber derramado sangre inocente. Y quien sabe si esa acción imprudente no hubiera estorbado tu ascenso, porque cada vez que se derrama sangre se provocan deseos de venganza de parte de aquellos que tienen parientes entre los muertos, y el odio resultante podría haber traído inestabilidad a tu reinado. Y aunque así no fuera, esa mancha hubiera mancillado tu gloria.

Cuando ella regresa de su encuentro con David, halla que su marido, Nabal, está en pleno banquete con sus amigos y completamente borracho. Ella le ha salvado la vida, ha salvado sus propiedades y su gente, que debía haber sido mucha porque él era un hombre muy rico; pero cuando regresa ¿qué es lo que encuentra? Un hombre borracho que es ajeno a lo que ella ha hecho por él. Entonces ¿qué es lo que hace ella? ¿Acaso le grita: “¡Oye tú, bandido! ¿Sabes tú lo que yo he hecho? ¡Te he salvado la vida, vengo aquí y te encuentro divirtiéndote con tus compinches!”? ¿Hace eso ella? ¿Qué es lo que ella hace? Se calla la boca, no le dice nada y espera que se le pase la borrachera a su marido.

¿Cuántas mujeres actuarían así, con esa prudencia? ¿Cuántas mujeres cuando llegan a su casa y ven que su marido vuelve borracho del trabajo, se callan la boca y esperan para hablarle que le haya pasado? ¿Cuántas más bien arman una pelea haciéndole reproches? Como el marido está ebrio arriesgan provocar una reacción violenta en el hombre que después les pega. Pero ella actúa con prudencia, guarda silencio. Al día siguiente, cuando él está lúcido, tranquilo, le dice lo que ha hecho y cómo David pensaba vengarse de la ofensa que él le había inflingido. Al enterarse de lo que ella había hecho, de la impresión a Nabal le da un patatuz, como decimos, posiblemente un ataque de apoplejía. Porque dice la palabra: “Por la mañana, cuando ya a Nabal se le habían pasado los efectos del vino, y le refirió su mujer estas cosas, desmayó su corazón en él y se quedó como una piedra.” Rígido como una estatua. “Y diez días después Jehová hirió a Nabal y murió.” (vers. 37,38).

¿Qué es lo que puede haber afectado tanto a Nabal? Como él era avaro, quizá la cólera de haber perdido los bienes que fueron dados a David; o su alarma ante el peligro que había corrido, que sólo entonces comprendió; o el fastidio de que su mujer lo hubiera humillado llevándole a David las provisiones que él le había negado. O una combinación de esas cosas.

David no tuvo necesidad de vengarse, porque fue Dios el que hizo justicia entre él y Nabal. Dios lo preservó de hacer el mal e hizo que la maldad de Nabal caiga sobre su cabeza. ¿Sabremos nosotros esperar cuando alguien nos ofende? ¿Querremos tomar venganza por mano propia? Hay un pasaje en Romanos en que Pablo dice que nosotros no debemos vengarnos sino, al contrario, hacerle bien al que nos ha ofendido (“…Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor…”) porque de esa manera acumularemos carbones encendidos sobre su cabeza. (Rm 12:19,20).

Cuando David se entera de la muerte de Nabal, ¿qué es lo que hace David? Manda llamar a Abigail. Le envía unos hombres de su parte para que le propongan matrimonio; la toma y hace de ella su esposa. Es interesante que no vaya él mismo a hacerle la propuesta. Enviarle mensajeros era una manera de honrarla, pero, a la vez, de precaverse contra un posible rechazo. Pero ella, que tuvo que darse cuenta del impacto que hizo en David, aceptó encantada enseguida y con mucha humildad el requerimiento de David.

Pero fíjense cuál fue el resultado de la sabiduría, de la paciencia y de la prudencia de Abigail. Ella pasó de ser esposa de un hombre necio, de un hombre insensato y perverso que la hacía infeliz, a ser la esposa del que algún día iba a ser el rey de Israel. Claro está que su decisión no carecía de riesgos. Después de todo David era un perseguido por alguien que tenía un ejército más grande que la pequeña banda que lo seguía. La vida que él llevaba era una vida trashumante, llena de peligros (Véase el cap. 30:1-19) en la que él contaba sobre todo con su audacia. Pero ella tenía fe en la promesa que Dios le había hecho a David a través de Samuel, y no dudaba de que algún día sería rey.

David tenía, es cierto, otra mujer, Ahinoham, que fue la madre de Amnón, el que violó a su media hermana, Tamar (2Sm 13). Abigail fue pues la segunda esposa de David, sin contar a Mical, que el rey Saúl había dado a otro hombre (vers. 43,44). Pero la poligamia era práctica común entonces, y supongo que entre ellas se arreglarían. Pero de lo que sí podemos estar seguros es de que cuando se encontró David la primera vez con Abigail hubo un flechazo a primera vista. Por eso la mandó a buscar tan pronto como supo que ella había quedado libre.
Abigail conquistó a David, claro está con su belleza, pero sobre todo con su inteligencia y “buen entendimiento”, con la sabiduría de sus palabras; lo conquistó con su sentido de oportunidad, que le permitió hacer sin tardar lo necesario en una situación de peligro; lo conquistó con su humildad, pero también con la profecía que pronunció acerca de su futuro. Así que yo creo que Abigail es ciertamente un modelo para todas las mujeres, que deberían estudiar este epsodio, porque contiene profundas enseñanzas. Nosotros sabemos que todo lo que está escrito en la Biblia para nuestra enseñanza fue escrito (Rm 15:4). Les sugiero, por eso leer todo este capítulo. Seguramente el Señor les va a inspirar a ustedes, mujeres, enseñanzas, lecciones y conclusiones que yo como hombre no podría sacar. Pero sería también bueno que los hombres lo lean para que se avergüencen si alguna vez abrigaron sentimientos de venganza semejantes a los que muestra David en este capítulo; o si alguna vez se comportaron con su mujer con la torpeza de un Nabal.


Démosle gracias a Dios por su palabra.

Nota 1. Aquí repite Abigail en el hebreo la expresión “hombre de Belial”, que la Escritura reserva para los hombres malvados y sin ley (Dt 13:13). Belial no era al principio un nombre propio, pero se convirtió en el nombre del demonio o del Anticristo. En ese sentido lo usa Pablo en 2Cor 6:15.
2. Esta figura de lenguaje, tomada de la vida diaria, alude a la alforja en la que las personas guardan sus pertenencias más valiosas y que llevan siempre consigo. Es como si le dijera: Dios te guardará en el secreto de su presencia. Véase el Sal 31:20.
3. El texto hebreo usa aquí en vez de “varón” una expresión de un naturalismo tan crudo que ninguna versión moderna se atreve a traducirla literalmente.

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1 comentario:

Mariela dijo...

Excelente artículo. Gracias por compartirlo.