miércoles, 3 de junio de 2009

DAVID Y ABIGAIL I

Este artículo está basado en la grabación de una enseñanza dada recientemente en el Ministerio de la Edad de Oro, de la C.C. “Agua Viva”

Padre, queremos darte gracias porque tú eres un Dios bueno y misericordioso. Yo quiero pedirte, mi Dios, que tú alimentes a este pueblo tuyo que está aquí reunido en este momento, y que lo alimentes a través de mi boca. Te pido, Padre, que tomes control de mi lengua y de mis palabras, y que sea tu Espíritu quien dé el mensaje que tú deseas que sea escuchado esta mañana. Abre los oídos de los que te escuchan para que te oigan a ti y no a mí, Señor. Gracias Padre, en el nombre de Jesús, Amén.

El personaje central de esta historia, que ocupa todo el capítulo 25 del primer libro de Samuel, no es David sino Abigail. La palabra Abigail quiere decir: “padre de gozo”, en el sentido de causa o fuente de alegría…. Es decir, de acuerdo a su nombre, ella era una mujer hecha para dar gozo a su marido. Pero sabemos que, desgraciadamente, ella había sido casada –pues en esa época los padres escogían al marido- con un hombre muy rico pero que no apreciaba sus cualidades, con un hombre que se llamaba Nabal, cuyo carácter estaba marcado por el significado de su nombre, que quiere decir: necio, insensato. Pero, como veremos más adelante, él era además un hombre soberbio, testarudo, avaro y perverso. El original hebreo lo llama dos veces de hecho “hijo de Belial” (v. 17 y 25), adjetivo que reserva para hombres especialmente malvados. Él con su torpeza pudo haber causado la desgracia de su familia. (Las riquezas suelen producir arrogancia en los que no temen a Dios).

Pues bien, Abigail era una mujer hermosa y de buen entendimiento. Es interesante que el versículo 3 de este capítulo diga que ella “era una mujer de buen entendimiento y de hermosa apariencia”. Menciona primero el entendimiento y después la apariencia, para darnos a entender que es mucho más importante que la mujer tenga buen entendimiento y no buena apariencia, porque lo primero dura y siempre produce buen fruto, mientras que lo segundo pasa con el tiempo. Pero nosotros los varones sabemos muy bien que lo primero en que nos fijamos es en la apariencia de una mujer. ¿No es así? Porque ¿detrás de qué se van nuestros ojos? Detrás de las mujeres bonitas, para desgracia de ellas, porque para muchas su belleza es una trampa, pero no nos fijamos en su inteligencia, aunque la Escritura nos advierta que lo que más cuenta, lo que más valor da a una mujer, es el buen entendimiento. También al hombre, dicho sea de paso.

Pues bien, este episodio ocurre en la etapa que llamaríamos heroica, desde un punto de vista; y vergonzosa, desde otro punto de vista, de la vida de David, quien sería después rey de Israel; porque él era en ese momento un hombre perseguido. ¿Conocen ustedes la historia? El rey Saúl había concebido una gran envidia por el pequeño pastor de ovejas que, armado de solo una honda, había matado al gigante Goliat, pues las mujeres hebreas cantaban: “Saúl mató a mil, pero David mató a diez mil” (1Sm 18:7). Por ese motivo David se vio obligado a huir del rey Saúl que lo quería matar y se rodeó, dice la palabra, de un gran número de forajidos, de endeudados, de delincuentes, de gente sin esperanza, que se unieron a él formando un pequeño ejército (1Sm 22:2).

Después de que muriera el profeta Samuel, que lo había ungido como rey, aunque no lo era todavía, David se fue al desierto de Parán que está al Sur de Israel.

La Escritura dice que Nabal era un hombre muy rico que vivía en Maón, en la zona de Carmel; no el monte Carmel del Norte, sino al Sur, cerca de Hebrón. Cuando suceden estas cosas, Nabal estaba esquilando sus ovejas. La esquila era en Israel, como sabemos, una ocasión de festejos. Él tenía tres mil ovejas, dice la palabra (25:2). ¿Cuánta lana le producirían esas ovejas? Es interesante saber que en esa época había bandas errantes de hombres, como el grupo que seguía a David, que ofrecían protección a la gente que vivía en las zonas limítrofes y, por tanto, inseguras, y lo hacían a cambio de dádivas. Todavía hoy día en esa región hay beduinos del desierto que continúan esa práctica, como hemos podido ver los que hemos estado recientemente en Israel y Jordania. Eso era un poco lo que hacía David con su gente. Porque ¿de qué podría él vivir en sus correrías si no tenia tierras, ni tenía negocio? Vivía de lo que la gente le daba a cambio de protección.

Dice la palabra que David había respetado a los pastores de Nabal y los había protegido de merodeadores, sin pedirles nada a cambio y los había tratado bien. Así que, habiéndose comportado de esa manera con Nabal, y necesitando alimentar a su gente, mandó a diez jóvenes donde Nabal, saludándolo cordialmente y pidiéndole que le dé a él, a través de sus mensajeros, lo que tenga a la mano. Y les manda decirle: “Pregunta a tus criados y ellos te dirán que yo he tratado bien a tus pastores y que nunca les faltó nada en el tiempo que yo he estado en Carmel. Hallen por tanto estos jóvenes gracia en tus ojos, porque hemos venido en buen día, te ruego que des lo que tuvieres a mano a tus siervos y a tu hijo David.” (v.5-8)

David le dice con mucho sentido de oportunidad: “hemos venido en buen día”, porque yo sé que como tienes esquiladores en el campo, has preparado para ellos alimento y agua, y puedes darnos un poco de lo que has preparado. Pero Nabal le contesta torpemente ofendiéndolo: “¿Quién es David? ¿Y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay que huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua (escasa en Israel) y la carne que he preparado para mis esquiladores y darla a hombres que no sé de dónde son?” (v. 10,11)

¿Quién es David? ¿Y quién es el hijo de Isaí? Él sabe bien quién es David porque menciona a su padre. Además, siendo David tan popular, no podía ignorar quién era. Lo que él le está diciendo es: “A mí qué me importa quién seas tú; yo no tengo por qué darte de lo mío. Tú no eres nadie para mí”.Y añade, insultándolo: “Hay siervos que huyen de sus señores”, como diciendo: “Tú estás huyendo, sabe Dios por qué motivo, del rey Saúl.” Ante esa respuesta David se siente, como es natural, profundamente ofendido. Siente que Nabal lo ha despreciado y que en vano él ha tratado bien a sus pastores. Entonces David jura vengarse, diciendo que no va a dejar un varón con vida de la casa de Nabal. Toma a 400 de sus hombres y deja a 200 con el equipaje, cuidando las cosas, y se va donde estaba Nabal.

¿Por qué se había ofendido tanto David? Cuando alguien nos insulta, o nos dice palabras de desprecio, ¿qué es lo que hace que nos sintamos ofendidos? Nuestro sentido del honor, que es básicamente orgullo. Era el orgullo lo que motivaba a David en ese momento. Y a causa de ese orgullo, de su dignidad ofendida, él estaba dispuesto a derramar sangre inocente. Porque él se proponía matar no sólo a Nabal, sino a todos los que estaban con él y le servían, que serían sin duda muchos, pero que no tenían culpa de lo que su señor había hecho.

Él estaba dispuesto a matar a personas inocentes para vengar su honor ofendido. ¿Saben ustedes que hasta hace poco tiempo se hacía eso? Hasta no hace mucho era práctica común en nuestro país, y en muchos otros países, que hubiera duelos en que se batía la gente, pistola o sable en mano, para vengar su honor ofendido. El ofendido enviaba un guante al ofensor, o de tenerlo delante, se lo tiraba al suelo, pidiéndole satisfacciones, o que nombre a sus padrinos. De ahí viene la expresión “levantar el guante”, esto es, aceptar el reto. ¿Qué es lo que impulsaba a los hombres a matar unos a otros, arriesgando su vida batiéndose en duelo? El orgullo. Pero Jesús quebró esa concepción errada cuando dijo: “Al que te hiera en la mejilla derecha, ofrécele la otra.” (Mt 6:39b).

Felizmente un criado de Nabal dio aviso a Abigail y le dijo: “Nabal ha ofendido a David y David ha jurado vengarse de él.” Abigail se da cuenta inmediatamente del peligro. Pero miren la sabiduría de Abigail: ella no va directamente donde su marido a decirle: “¡Oye, pedazo de alcornoque. Mira lo que has hecho. Has ofendido a David, que es un hombre de guerra, y él va a venir a matarnos a todos!”

No le hace un lío, sino, ¿qué es lo que hace? Decide actuar por su cuenta. No es el momento para lamentarse y llorar. Ella sabe que sería inútil que le hable a su marido por lo terco que es. Rápidamente prepara alimento abundante para David y su gente. Dice así la palabra: “Entonces Abigail tomó luego 200 panes, dos cueros de vinos, cinco ovejas guisadas, cinco medidas de grano tostado, 100 racimos de uvas pasas y 200 panes de higos secos.” (v. 18a) ¡Qué buena cantidad de provisiones! “Y lo cargó todo en asnos y dijo a sus criados: Id delante de mí y yo os seguiré luego, y nada declaró a su marido Nabal”. (v. 18b, 19). Porque ella se da cuenta de que el avaro Nabal seguramente le habría impedido enviar las provisiones. Por eso ella prudentemente lo hace en silencio. Manda a sus criados con los asnos cargados por delante, y les dice: “Yo voy a ir por un camino secreto, por el monte.”

¿Por qué se va ella por un camino secreto? ¿Por qué no va ella con la pequeña caravana de asnos llevando las provisiones a David? No se dice acá, pero yo creo que lo hace porque ella siente la necesidad de orar, porque ella quería estar a solas con Dios. El camino secreto nos hace pensar en el lugar secreto, al cual nosotros nos retiramos para hablar con Dios. Ella seguramente quería pedirle a Dios su protección, porque comprende que la situación es crítica y va a necesitar toda la ayuda de Dios para encontrar favor con David. Ella sabe que David es un hombre de guerra y que su cólera no va a ser aplacada fácilmente. Ella es conciente de que de la recepción que él le acorde depende la vida de su familia entera, incluyendo la de sus hijos, si los tenía, y que sólo Dios puede mutar el corazón vengativo de David en uno que perdone y olvide.

Por la forma cómo ella actúa ante esta emergencia, Abigail es un modelo para todas las esposas, porque ante la situación de peligro creada por su esposo, no hace un escándalo ni se queja, sino asume la responsabilidad de la familia y, discretamente, hace lo necesario para afrontar la situación. No se acobarda ni se achica, sino piensa en la solución más oportuna y la ejecuta sin dudar. ¡Benditas sean las mujeres que son como ella!

Podemos imaginar que mientras ella cabalgaba orando montada en su asno, su corazón temblaba preguntándose ¿cómo me recibirá David? ¿Lo encontraré bien dispuesto? ¿Lograré aplacar su cólera? (Continuará)

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