viernes, 19 de junio de 2009

ORAD SIN CESAR

1ª Epístola a losTesalonicenses 5:17

"Nuestra alma está hundida en el polvo
y nuestro vientre está pegado a la tierra."
(Salmo 44:25)
"...cuyo dios es el vientre..." (Flp 3:19)

Nosotros somos así. Nuestro deseos materiales dominan nuestra existencia y prevalecen sobre los deseos espirituales. Vivimos para satisfacer nuestro apetito, nuestra sensualidad, nuestra codicia, nuestra ambición. Nuestro vientre, como encarnación de todos nuestros deseos desordenados, es nuestro verdadero dios.

Somos como gusanos que se arrastran por tierra. No podemos mirar hacia arriba porque nuestro estómago está pegado al suelo.

El águila que se ha comido un pavo no puede remontarse a las alturas. El peso que lleva en el estómago sólo le permite saltar de rama en rama. Pero ha sido creada para volar en las alturas.
Así también nuestra alma, pero el lastre de la carne no se lo permite.

Pasamos en la mañana un rato largo en adoración pero muy pronto ese estado espiritual se disipa y nos aletargamos. ¿Cómo conservar durante el día nuestra comunión con Dios? Orando todo el tiempo, orando sin cesar.

Pero, ¿cómo orar sin cesar cuando nuestras ocupaciones reclaman toda nuestra atención?
1. Llenando con oración nuestros tiempos vacíos. Esto es:
- cuando caminamos de un sitio a otro;
- cuando vamos en un vehículo de transporte (orando por la persona que tenemos al lado, o diciendo simplemente: Jesús, Jesús).
- cuando manejamos;
- cuando esperamos en el consultorio u otro lugar público, sentados o de pie.

¿Qué hacemos normalmente en esas circunstancias? Por lo general dejamos vagar nuestro pensamiento, u hojeamos distraídamente alguna revista.

Aprovechemos esos tiempos muertos para llenarlos de oración. Hagamos de eso un hábito. (Podemos alabar a Dios en nuestro interior, u orar por nuestros familiares, amigos, por algunos enfermos.

2. ¿Estamos muy ocupados y el tiempo no alcanza? Pues, oremos por nuestras ocupaciones mientras las hacemos (Ayúdame, Señor a hacer esto bien...). Cuando:
- estamos haciendo alguna gestión;
- sostenemos una conversación delicada (Dame, Señor la palabra adecuada...)
- dictamos una carta o escribimos (Ilumíname, Señor).
- contestamos el teléfono (Bendice a mi interlocutor).
3. Las ocupaciones o gestos repetitivos se prestan admirablemente para orar sin cesar. Cada vez que ponemos una hoja nueva en la máquina de escribir, o en la impresora, o que tomamos en la mano una papa para pelarla, o cuando barremos, etc. etc., decir: Dios trabaja a través mío, o: Te ofrezco este trabajo, Señor).
4. Al leer el periódico o ver la TV. Podemos orar:
- por los acontecimientos;
- por las personalidades involucradas;
- por las víctimas de accidentes o de asaltos.
- por los articulistas ateos o agnósticos.
No estemos dormidos frente a los medios de comunicación. Seamos intercesores en acción, aprovechando todo lo que el diario o la pantalla muestran. En esas circunstancias oremos, no critiquemos.
5. En las comidas. Orar al comenzar.
6. Al acostarnos, dormirnos orando. O en las noches de insomnio, en lugar de contar ovejas, ponernos a alabar a Dios, o pasemos revista a las personas que tenemos cerca y oremos por sus necesidades.
Cada cual puede añadir las circunstancias que le sean propias, pero hagamos del orar sin cesar un hábito y la presencia de Dios llenará nuestras vidas.


SED IRREPRENSIBLES
En la 1ra. Epístola a los Tesalonicenses Pablo nos pone delante un precepto, que bien mirado, es formidable. Formidable en el sentido de gran dificultad. Nos dice que guardemos nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1Ts 5:23). ¿Qué quiere decir irreprensible? Sin reproche, sin mancha.

Antes de que nos convirtiéramos eso nos era imposible. Al contrario, hacíamos precisamente lo opuesto. Esto es, manchábamos constantemente nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu con nuestros pensamientos, palabras y conducta. Pero ahora que Jesús mora en nosotros ¿nos es fácil cumplir ese precepto? Porque, fijémonos bien, se trata de un precepto, de una orden, no sólo de un consejo, o de un deseo. Es Dios ciertamente quien puede santificarnos por completo, pero somos nosotros los que tenemos que apartarnos de toda especie de mal, como dice Pablo en el versículo anterior. Dios nos puede santificar y sólo Él puede hacerlo, pero no puede lograrlo si nosotros no hacemos nuestra parte, si no colaboramos con Él. Si nosotros no nos guardamos del mal, si no nos guardamos sin mancha Dios no nos puede santificar perfectamente.

¿Y quién puede honestamente decir que guarda todo su ser sin mancha? Por hablar sólo de nuestra alma ¿cuántas veces no nos dejamos llevar por el rencor, por la antipatía, o hasta por el odio, hacia ciertas personas? Con tales sentimientos manchamos nuestra alma. Ya no la hemos guardado irreprensible, ya la hemos manchado. ¿Y cuántas veces pecamos con nuestra lengua y manchamos nuestro cuerpo? (St 3:6)

Alguno dirá quizá: Lo que Pablo quiere decir es que si alguna vez pecamos, que nos arrepintamos y confesemos nuestro pecado, y Dios, que es fiel y justo, nos perdonará y limpiará de toda maldad (1Jn 1:9). Y así, aunque pequemos, guardaremos todo nuestro ser irreprensible.

Es posible que en extremo pueda interpretarse su pensamiento de esa manera. Pero ¿es eso lo que Dios quiere? ¿Qué pequemos para que Él nos perdone? ¿Es ése nuestro caminar cristiano? ¿Abusaremos de la paciencia y fidelidad de Dios con el pretexto de su promesa de perdonarnos? Toda ofensa afecta la santidad que debemos mantener ante el Señor. Y Él nos manda que seamos santos como Él es santo (Lv 11:44,45; 1P 1:15,16). El pasaje de Tesalonicenses que he citado es sólo una ampliación, una precisión o desarrollo del precepto de la santidad: Guardarnos de toda mancha, de la menor mancha, en verdad, para que seamos irreprensibles. Porque sólo así seremos santos.

De otro lado ¿cómo sabemos que para la venida del Señor habremos tenido tiempo de arrepentirnos? Trátese de su venida personal, cuando nos toque partir de este mundo, (si Él no viene antes) o de su venida general, la Parusía que esperamos con ansia, en la que todo ojo le verá, esto es, su segunda venida, ocurrirá súbitamente. Para advertirnos de la importancia de estar preparados velando y esperando su retorno, que sucederá cuando menos lo esperemos, pronunció Jesús la parábola de las vírgenes necias y prudentes, exhortándonos a mantener nuestras lámparas ardientes con la luz de su espíritu (Mt 25:1-13). Porque pudiera ocurrir que venga tan súbitamente que no tengamos tiempo de arrepentirnos y no nos encuentre irreprensibles sino manchados. Y entonces, quizá nos salvemos, pero nos salvaremos, como dice Pablo en Corintios, como por fuego (1Cor 3:15). Esto es, de refilón, con las justas.

Si no nos guardamos irreprensibles nuestra obra no habrá sido de oro, ni de plata, ni siquiera de madera. Apenas de heno o de hojarasca, que se quemará con el fuego. Pero nosotros no queremos eso, sino que nuestra obra sea de material precioso a fin de que permanezca y recibamos nuestra recompensa (1Cor 3:12-14). Caminemos pues de la mano con el Señor y seamos santos e irreprensibles así como Él es santo.


EL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS
Es una cosa singular que en la serie de mandamientos que le da Dios a Moisés en Levítico 18 y 19, cada grupo de mandatos termine con la frase “Yo soy YWHW vuestro Dios ” (Yahvé o Jehová son dos formas de transliteración del tetragrama), tal como hace Éxodo 20:2 antes de darle el Decálogo. En algunos casos dice simplemente: “Yo soy YWHW”. Pero hay una ocasión en que el grupo de mandatos termina con una frase ligeramente más larga: “Y tendrás temor de tu Dios. Yo YWHW” (Lv 19:13,14). ¿Hay una razón para eso?

Los mandamientos en cuestión son: No explotar a tu prójimo y no robar; no retener el salario del obrero hasta la mañana siguiente; no maldecir al sordo (que no oye), y no poner un obstáculo delante del ciego que lo haga caer.

El que abusa del prójimo indefenso tiene poco o nada que temer del agraviado, y menos del sordo y del ciego, pero sí debe temer de Dios, que oye y ve todo lo que ocurre, porque si bien esos inválidos no pueden desquitarse por sí mismos del daño sufrido, Dios sí los vengará.

Cuando David quitó la vida a Urías con engaños para quedarse con su mujer, Betsabé, la Escritura dice que a Dios le desagradó lo que David hizo (2Sm 11:27). Esa frase puede aplicarse a todos los ocasiones en que el poderoso abusa del débil, a todo acto de abuso de poder, que es lo que expone la fábula que le narró el profeta Natán a David antes de confrontarlo con su pecado (2Sm 12:1-6).

Es el caso de David, Natán le dice que como él había hecho matar a Urías con la espada del enemigo, la espada no se apartaría de su casa (v. 9,10). Y así ocurrió en efecto, pues la vida de su familia se tiñó con la sangre derramada por un hermano contra otro; y su hijo preferido, Absalón, se rebeló contra él y casi lo vence (2Sm 15-18).

En el libro de Jeremías hay una frase que expresa claramente esta correspondencia entre el pecado y su sanción: “De la manera cómo me dejasteis a mí para servir a dioses ajenos en vuestra tierra, así serviréis a extraños en tierra ajena.” (Jr 5:19b)

En el caso de Jacob, sabemos que él, siguiendo el consejo de madre, Rebeca, defraudó por medio de un engaño a su hermano Esaú de su primogenitura(Gn 27:1-40. Años después Jacob fue engañado por su tío Labán, que le impuso trabajar para él siete años por Raquel, la mujer que amaba, pero cuando llegó el día de la boda, le dio por esposa a la hermana mayor, que se llamaba Lea. Jacob tuvo que trabajar siete años adicionales por su amada Raquel, a causa de la primogenitura de Lea, aunque en el caso de ella esto no fuera realmente un derecho sino un pretexto esgrimido por Labán. La primogenitura que él le había robado a su hermano Esaú, fue ocasión para que su tío Labán le robara en cierto modo siete años de su vida, forzándolo a trabajar para él siete años más. Es de notar, de paso, que como Jacob tuvo que huir de su hermano que quería matarlo, él no volvió a ver a su madre, ni Rebeca a su hijo.

Pero ahí no termina el encadenamiento de causa y efecto, pues luego vemos cómo Jacob experimentará nuevamente el pago por haberse apropiado con engaños de la primogenitura de su hermano, y de una manera ligada a los objetos que usó para ese fin, pues para engañar a su padre Isaac, que estaba ciego, él se puso la ropa de Esaú, y para imitar los brazos velludos de su hermano, cubrió sus manos y brazos con la piel de una cabra.

Años después cuando los hijos de Jacob vendieron a Egipto a su hermano José para vengarse de la preferencia que le tenía su padre, a fin de hacer creer a éste que José había sido despedazado por una fiera, tomaron la túnica de su hermano y la mancharon con la sangre de una cabra que habían matado con ese fin. El engaño cometido por Jacob contra su padre tuvo pues un doble pago.

Aunque nosotros creamos que nadie ve lo que hacemos, Dios sí lo ve y por eso todos nuestros actos malos reciben su castigo y los buenos su premio. Debemos pues cuidarnos de hacer cosas que desagraden a Dios, sobre todo en el trato que acordamos a nuestro prójimo, pues Dios lo vengará.
Quizá sea oportuno en este respecto contar un hecho ocurrido en Lima hace unos años, en que vemos cómo el principio aludido en los ejemplos mostrados se sigue cumpliendo en nuestro tiempo. La más grande tienda por departamentos que había entonces contrataba obreros para hacer el mantenimiento de sus grandes depósitos, pero no les proporcionaba el arnés de seguridad que podría salvarles la vida en el caso de que cayeran de los andamios sobre los que trabajaban, como de hecho ocurrió más de una vez. Yo conocía a la familia de uno de sus obreros muertos, que dejó viuda con once hijos en el desamparo, y los insté a presentar una denuncia, exigiendo una compensación económica por la grave pérdida sufrida. Pero tuvieron que desistirse cuando lo hicieron, porque vinieron a verlos gente de parte de esa empresa con amenazas de hacerles daño a los hijos. Pues bien, esa gran empresa, otrora todopoderosa, hoy no existe. Un manejo financiero deficiente la llevó a la quiebra, y los miembros de la orgullosa familia propietaria que la gerenciaban son hoy día funcionarios de las empresas con las que antes competían. Esto es, sirven a los que antes eran sus rivales.

#579 (13.06.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse unos sesenta artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

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