viernes, 17 de abril de 2009

NOEMÍ, LA SUEGRA DE RUT II

En el artículo anterior hemos dejado a Noemí empezando el camino de retorno a Belén, acompañada de su nuera Rut. Veamos cómo la recibieron en su ciudad.

"Anduvieron pues ellas dos hasta que llegaron a Belén; y aconteció que habiendo entrado en Belén, toda la ciudad se conmovió por causa de ellas, y decían: ¿No es ésta Noemí?" (Rt 1:19).

El retorno de Noemí fue un verdadero acontecimiento que conmocionó a la pequeña ciudad. Al saludo de sus coterráneos ella responde: “No me llaméis Noemí, -es decir, dulce, amable, placentera- sino llamadme Mara –esto es, amarga, sufrida, desgraciada- porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso.” (v.20) (Nota1).

“Yo me fui llena –esto es, casada y con hijos- y regreso con las manos vacías” –esto es, sola con mi nuera, viuda como yo. “Por qué me llamaréis Noemí, ya que Jehová ha dado testimonio contra mi, y el Todopoderoso me ha afligido?" (v.20). Ella no puede dejar de dar expresión a su amargura al regresar a la ciudad de la que se alejó feliz y a la que regresa desdichada.

“Así volvió Noemí, y Rut la moabita, su nuera, con ella; volvió de los campos e Moab, y llegaron a Belén al comienzo de la siega de la cebada.” (v.22). Esto es, poco después de la Pascua.

¡Cuál debe haber sido la impresión de la gente de su pueblo, que la vio partir joven y bella, pero ya no era ni lo uno ni lo otro al regresar! Sus mejores años habían pasado, pero ella debe haber conservado algo de belleza en la expresión de su rostro, que a la gente le recordara su galanura pasada.

No obstante ella insiste: “Llamadme Mara”, como las aguas amargas que los israelitas no pudieron beber en un episodio de su peregrinaje por el desierto, -y en un lugar llamado precisamente Mara- que fueron endulzadas cuando Moisés echó en ellas un árbol que el Señor le había mostrado, figura de la cruz de Cristo (Ex 15:22-25).

La amargura que experimentaba Noemí pronto sería endulzada porque el Señor tenía un propósito especial para ella y su nuera, y ellas llegaban en un momento especialmente propicio, el de la siega.

Sabemos ya que Rut era buena y sabia, pero que, sobre todo, era una muchacha virtuosa y casta. Y como era obediente, ella se dejó guiar por los consejos de su suegra, que ya empezaba a vislumbrar las posibilidades favorables que le brindaban las circunstancias. “Tenía Noemí un pariente de su marido, hombre rico de la familia de Elimelec, el cual se llamaba Booz.” (Rt 2:1).

Ella y su nuera tenían que comer, y no querían vivir de la caridad pública. Era pues necesario que Rut trabajara en el campo; para ello le pide permiso a su suegra: “Te ruego que me dejes ir al campo, y recogeré espigas en pos de aquel en cuyos ojos hallare gracia. Y ella le respondió: Ve, hija mía.” (Rt 2:2).

Entonces era costumbre en Israel, como Dios le había ordenado a Moisés, que en el momento de la siega se dejara que los necesitados recogieran las espigas que los segadores hubieran dejado en el campo (Lv 19:9; 23:22; Dt 24:19). La orden establecía que sólo se debía recoger las espigas del campo una vez, dejando lo que quedara para ser recogido por los pobres.

Dio la casualidad (si así podemos llamar a las circunstancias que Dios prepara) que el dueño del campo a donde fue a espigar Rut fuera Booz, el pariente de Elimelec (Rt 2:3). Booz se interesó por saber quién era la joven que espigaba en su campo, y cuando se enteró de que era Rut, la nuera de Noemí, cuya lealtad con su suegra había sido loada por los pobladores de la ciudad, dio órdenes de que la dejaran trabajar sin molestarla, e incluso ordenó que le permitieran beber del agua que él ponía a disposición de sus trabajadores (vers. 4-9). Eso fue ocasión para que Booz conociera a Rut, y lo impresionara favorablemente. Por ello dio instrucciones de que además se le permitiera comer del alimento que hacía llevar para sus trabajadores. No les voy a contar en detalle toda la historia del romance que se empieza a tejer entre Rut y Booz, porque nuestro tema ahora es Noemí y no su nuera, pero lo cierto es que Noemí, enterada de la buena disposición de Booz hacia Rut, empezó a concebir la estrategia que debía llevar la historia a un final feliz.

Ella era dueña de un campo que había pertenecido a su esposo Elimelec, y tenía el derecho de ofrecerlo en venta al pariente más cercano para que –según la terminología usada entonces en Israel- lo rescatara o redimiera (Rt 3:2, c.f. Lv 25:24,25). También, según la costumbre, el que rescatara tenía que casarse con la viuda (la llamada “Ley del Levirato” –de “levir”, “cuñado” en latín. Véase Dt 25:5-10). Booz cautivado por la virtud de Rut, y siendo el segundo en la línea de parentesco, busca al primer pariente en la línea sucesoria y le propone que redima la propiedad. En realidad lo desafía a hacerlo en presencia de diez vecinos (Rt 4:2-4).

El pariente se muestra dispuesto al comienzo, pero cuando Booz le recuerda que al rescatar la propiedad tiene que casarse con la viuda para darle un hijo al fallecido, el pariente desiste y le cede el derecho a él (Rt 4:5-12). Gracias a la unión que tendrá lugar, del tronco de Farés, nieto de Judá, que habría sido cortado si Booz no tenía descendencia, brotaría un nuevo retoño (1Cro 2:4-12). ¿Quién va a ser ese retoño? El hijo que Rut le dé a Booz cuando se casen (Rt 4:13).

Ese vástago, o retoño, nos recuerda un conocido pasaje de Isaías: “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces.” (Is 11:1). Ese vástago que saldrá del tronco de Isaí, será en primer lugar el rey David (1Cro 2:13-15). Pero más allá de David, esa profecía nos habla del retoño de todos los retoños, del hijo de David, es decir, de Jesús, de quien Isaías sigue diciendo: “Y reposará sobre él el espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de inteligencia; espíritu de consejo y de poder; espíritu de conocimiento y de temor del Señor”. (Is 11:2).

¿Comprenden ahora qué es lo que hay detrás del destino de Noemí y cuál era el plan que Dios tenía con ella? ¿Por qué la hizo salir de Belén para ir a Moab y luego retornar? Ella salió de Belén para traer de Moab a una mujer de ese pueblo a la que Dios había escogido para que formara parte de la cadena genealógica del Mesías, en la que, según lo consigna Mateo al inicio de su evangelio, figuran sólo cuatro mujeres en medio de muchos hombres, antes de mencionar a su madre, María (Mt 1:1-16). ¿Qué cosa tan singular? ¿Y quiénes eran esas mujeres?

La primera es Tamar, viuda de Farés, que se disfrazó de prostituta para seducir a su suegro Judá y tener de él un hijo, porque él se había negado a darle como marido al último hijo que tenía, como debió haber hecho siguiendo la ley del Levirato (Gn 38). Nótese que ésa era una ley ancestral anterior a Moisés, posiblemente vigente en toda la región..

La segunda es Rahab, la prostituta, que salvó a los espías hebreos que habían entrado en Jericó (Js 2). Aclamada como heroína en Israel (Js 6:17-25), fue dada como esposa a Salmón y fue madre de Booz (Mt 1:5). (2).

La tercera es Rut, una extranjera y por tanto, indigna para los hebreos, porque pertenecía a un pueblo pagano enemigo del pueblo escogido.

La cuarta es Betsabé, la mujer infiel de Urías (2Sm 11), que fue madre de Salomón (2Sm 12.24).

En suma, una incestuosa, una prostituta, una extranjera y una adúltera. Oye Mateo ¿no estás loco? ¿No había mujeres virtuosas en la lista de antepasadas de Jesús que hubieras podido mencionar en lugar de ésas? ¿Cómo pones a esas mujeres cuyo origen, o cuya conducta, nos avergüenza? ¿Por qué no figuran Sara, o Raquel, o tantas otras cuyas virtudes adornarían esa genealogía? ¿Por qué sólo mencionas a cuatro pecadoras? Sí había mujeres virtuosas que mencionar en esa genealogía, pero sólo figuran mujeres indignas porque ellas representan la condición pecaminosa del hombre con la cual Jesús se vino a solidarizar. Ellas representan el pecado del hombre que el Redentor vino a quitar de en medio para reconciliarnos con Dios. Su presencia en la genealogía anuncia cuál sería la misión del Salvador, que dijo de sí mismo que había venido a “buscar y salvar lo que se había perdido.” (Mt 19:10).

“Y las mujeres decían a Noemí: Alabado sea el Señor que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel; el cual será restaurador de tu alma y sustentará tu vejez; pues tu nuera, que te ama, lo ha dado a luz; y ella es de más valor para ti que siete hijos.” (Rut 4:14,15). Siete hijos era el número proverbial de la familia perfecta, y más que eso había sido su nuera para ella. En verdad Noemí tuvo en ese nieto un hijo que reemplazó a los dos hijos y al marido que había perdido.

“Y tomando Noemí al hijo, lo puso en su regazo, y fue su aya.” (vers.16).

La vida de Noemí se había renovado porque ella se hizo cargo del hijo de Rut, y fue el aya de su nieto. ¿Cuántas mujeres están leyendo este artículo que alguna vez fueron ayas de un hijo ajeno? En el Perú es costumbre que las madres –a veces por necesidad, otras porque sus medios se lo permiten- tomen un aya para que cuide de su hijo pequeño. Y muchas veces el aya es mejor madre que lo que la madre verdadera podría haber sido. En esos casos el niño ama al aya más que a su madre, porque el aya es quien lo alimenta, lo baña y lo limpia, lo pasea y lo acuesta. El niño, indefenso a esa edad, depende de ella para todo y se aferra a ella. Por eso le da todo su cariño. Pero ¡cuánto mejor es que la madre sea el aya de su hijo! Los lazos de afecto profundos se forjan en los primeros años de la vida.

“Y le dieron nombre las vecinas diciendo: Le ha nacido un hijo a Noemí; y lo llamaron Obed. Este es el padre de Isaí, padre de David.” (vers. 17). ¡Qué curioso! El hijo lo tuvo Rut, pero ellas dicen que le ha nacido a Noemí. Eso dicen porque, según las leyes de Israel, Noemí pudo haber reclamado a su nieto como hijo propio. Pero la relación que ella tuvo con ese niño no fue de orden legal, sino de cariño y de cuidado.

¿Qué cosa quiere decir Obed? El que sirve. ¿Y quién fue Obed? Obed engendró a Isaí; Isaí engendró a David (vers. 22). David es el antepasado epónimo de Jesús. ¿Cómo aclamó la multitud a Jesús cuando entró triunfante en Jerusalén, montado en un pollino? “Hosanna al Hijo de David” (Mt 21:9). El libro de Rut apunta a Jesús, y el nexo de unió entre ambos es la genealogía que figura al inicio del evangelio de Mateo. ¡Cuán importantes son las genealogías en la Biblia!

Dios quiso usar a Noemí para que ella fuera la antepasada del Salvador de Israel. Ella, la pobre viuda, es realmente dulce y placentera en la historia de la salvación, y para nosotros, porque ella nos dio, por vía de Rut, al Mesías.

¿Quién dijo que Dios no usa a las viudas?

Notas: 1. Una nota del New International Bible Commentary dice al respecto: “El nombre divino El Shaddai (el Todopoderoso) es casi siempre usado en los tratos divinos con los afligidos”.
2. Esta circunstancia no figura en el Antiguo Testamento, pero el hecho de que Mateo lo mencione indica que esa información debe haberle llegado por conducto de alguna tradición que no figura en la Biblia.

NB. Este artículo y el anterior del mismo título están basados en la transcripción de una enseñanza dada en el ministerio de la “Edad de Oro” de la C.C. “Agua Viva” en Septiembre pasado.

#569 (05.04.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.

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