miércoles, 15 de marzo de 2017

ANOTACIONES AL MARGEN XLV

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ANOTACIONES AL MARGEN XLV

v  Tus actos y tus palabras fluyen de tus pensamientos. ¡Qué principio tan cierto! Por eso dice Proverbios 4:23: “Guarda tu corazón con toda diligencia porque de él mana la vida.”  ¡Cuán importante es no ensuciar esa fuente!
v  Que mi mente sea como un espejo de agua que refleje los deseos de Jesús.
v  Cuando nos hacemos pequeños es cuando más grades somos para Dios.
v  Cuanto más esperes de Dios, más recibes.
v  Encarnar diariamente la bondad de Dios por mis actos, gestos y palabras. Eso es parte de lo que Jesús quiso decir cuando dijo: “Aprended de mí…”
v  Escucha hermano, amigo: Esta vida no es sino el medio de ganar la vida eterna, de alcanzar aquello para lo cual fuiste creado. Tenlo muy en cuenta, no sea que pierdas la oportunidad. 
v  Yo suelo arder en deseos de revancha, de venganza y de castigo. ¿Cómo puedo parecerme a Jesús que era manso y humilde corazón, y nunca devolvió mal por mal?
v  En cierta manera nuestro amor a Jesús, nuestra ternura, “le paga” por lo que hizo por nosotros. Esto es, le compensa por los terribles sufrimientos por los que debió pasar para salvarnos. Es la retribución, si se puede usar ese término, que Él espera. Él no desea otra cosa sino que le amemos.
v  Tenemos que aprender a ser felices aun en medio de las tribulaciones. Ya lo dijo Pablo: “Sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones” (2Cor 7:4) Jesús desea que nosotros tengamos esa actitud porque su amor lo compensa todo.
v  Debemos darle gracias a Dios constantemente por todo lo que Él ha hecho por nosotros, y Él distinguirá nuestra voz de las miríadas de voces que le cantan y alaban.
v  La belleza de los paisajes y de los crepúsculos es un regalo de Dios para el hombre, constantemente renovado, y es un pálido reflejo de su multiforme e infinita belleza. ¡Cómo será la belleza del cielo! A veces en sueños es como si se me permitiera vislumbrarlo.
v  Fue por amor a los hombres que Jesús soportó todo. ¿Cuánto he podido yo soportar por amor a Él?
v  Nuestras sonrisas hacen un bien enorme a los que menos pensamos. Para muchos son el mejor regalo. No seamos pues avaros con ellos, sino seamos cordiales y generosos. Dios nos lo pagará.
v  Jesús está aun en el más miserable, en el más repugnante de los seres humanos. Si vencemos nuestro asco, o nuestro rechazo instintivo, para acercarnos a él, cosecharemos una gran recompensa.
v  En verdad, si he de ser sincero, yo vivo para mí y no para Dios. ¿Cómo cambiar esta tendencia? ¿Cómo invertirla? Todos vivimos centrados en nosotros mismos. Jesús nos pide que no sólo vivamos en su presencia, sino que vivamos amándolo con una devoción y un entusiasmo tan grande que contagie todas nuestras actividades y que se irradie hacia los demás.
v  “Pedid y recibiréis” dijo Jesús. Cuanto más pidas, más recibirás. No te canses pues de pedir por ti y por otros, que Dios no se cansará de dar.
v  Una de dos: O vivimos para Dios, o vivimos para nosotros mismos. En el día del juicio los resultados serán diametralmente opuestos.
v  ¡Qué honor y qué dicha servir a Dios! ¿Somos conscientes de ello?
v  Nosotros con frecuencia nos comportamos como unos pobres a quienes un hombre muy rico se gozara haciendo regalos y dándoles de comer, pero que despreciaran sus dones, los miraran con indiferencia y no los agradecieran.
v  Aunque indigno, yo soy sal de la tierra, porque por todos los medios a mi alcance hablo del amor de Dios.
v  Lo que yo busque debe ser esto en todo: Unirme más y más a Dios. Ésa es mi felicidad, y debe ser también la tuya.
v  Cuando yo doy de mala gana a un pobre, no lo alegro sino lo humillo, le hago sentirse mal. ¿No me siento yo igual si alguien me alcanza de mala gana lo que me pertenece?
v  ¿Qué mejor tarea que la de dar alegría a todas las personas a las que yo me acerque? ¿A mis hijos? ¿A mis parientes y amigos? ¿A los pobres a los que ayudo? Pero, ¿lo hago realmente?
v  ¿Soy yo rápido en hacer el favor que me piden? ¿O me demoro en hacerlo? ¿Tengo que hacerme de rogar? ¿Lo hago de mala gana? ¿Cómo lo haría Jesús si estuviera en mi lugar?
v  ¡Qué gran riqueza es la fe! ¿Hay algún bien que tenga mayor valor en el mundo? Ninguno. Y si es así, ¿cómo no distribuirla a los que carecen de ella? ¿Cómo no compartir lo que he recibido gratis?
v  ¡Qué pregunta tan desafiante y profunda! ¿Para qué vivo yo? ¿Para agradar a Dios, o para agradarme a mí mismo?
v  Al sonreír a otros, al tratar de hacerlos felices y darles alegría, estoy haciendo lo que Dios ama hacer. 
v  Cuando ofendo o hiero a otros, la luz de Cristo en mí se apaga.
v  Puesto que Dios está en mí yo puedo creer que Él hará lo que sea necesario para mi bien. En Él debo confiar, no en factores humanos, inseguros por naturaleza.
v  Todos deseamos ser conocidos y hasta famosos. Eso es humano. Pero antes que nada debemos desear ser conocidos por el amor que irradia nuestra sonrisa, nuestros ojos, nuestros labios. Si lo logramos, nos pareceremos a Jesús.
v  Antes de dar limosna debo dar amor al pobre que extiende la mano, porque eso es quizá lo que más necesita. Al obrar así obraré como obra Dios.
v  ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Qué trabaje y me esfuerce por su causa? No, antes que nada que lo ame.
v  Si la gente percibe el amor de Dios que vive en ti, serás sin proponértelo un apóstol.
v  Debemos creer que todo en nuestra vida ha sido dispuesto de antemano expresamente para nuestro bien. ¿Pero cómo creer eso frente a las pruebas severas que a veces enfrentamos?
v  Dios se alegra de que acudamos a Él con la confianza del hijo pequeño que sabe que su padre lo escucha.
v  ¡Qué gran privilegio, que Dios obre a través mío, de mi boca, de mis manos, y que la gente sienta su presencia!
v  Dios debería ser el centro de nuestros pensamientos. Si fuera así, nuestros pensamientos llenos de Dios nos transformarían y santificarían en poco tiempo.
v  Nada se pierde a los ojos de Dios. Él recuerda todo lo que le ofrecemos, por pequeño que sea.
v  Cuanto más quiera yo agradar a Dios en las minucias de la vida, tanto más derramará Él su amor lleno de ternura sobre mí.
v  Recordar a nuestros amigos incrédulos al orar es bueno, pero no basta. Interceder por ellos con lágrimas es mejor.
v  Nosotros somos hijos de Dios a través de Jesús, el Hijo de Dios. A causa de Él, el Padre nos adoptó como hijos.
v  Aun los más pequeños o furtivos pensamientos nobles, o los estados de ánimo de paz, de elevación del espíritu, han sido inspirados de lo alto. Todo lo bello que pasa por nuestra alma es obra del Espíritu Santo.
v  Cuando llegue el momento de morir, ¿qué más dará que estemos en un muladar, o en un palacio? Lo que importará en ese momento no es dónde estemos, sino a dónde vamos.
v  Que haya silencio en nuestro interior, silencio de recuerdos y pensamientos, es muy difícil, pero es indispensable para poder oír la voz de Dios, aunque a veces su voz irrumpe pese a todo el ruido interno y nos habla clarísimo.
v  ¿Cómo ver a Jesús en el pobre antipático, quejoso y mentiroso? Sin embargo, Él está ahí. No lo rechaces ni lo maltrates. (Mt 25:31-40)
v  Necesitamos desprendernos de todo. Poseer como si no poseyéramos, comprar como si no compráramos (1Cor 7:30). Sólo así podremos llenarnos plenamente del amor de Dios, pues de lo contrario, el sitio estará ocupado.
v  Las guerras, el crimen organizado, la violencia, los atentados cada vez más peligrosos, son obra de Satanás que cada día cobra más espacio porque el mundo rechaza a Dios. No sólo lo rechaza, sino que lo niega, y después se queja de lo mal que están las cosas.
v  Los peores atentados ocurren hoy día en países llamados post cristianos, que en el pasado fueron cristianos y enviaron muchísimos misioneros al mundo pagano, pero que hoy le han dado la espalda a Dios. ¡Cómo pueden quejarse!
v  ¡Cuán cierto es esto! El diablo maneja a su antojo la vida de muchos, e incluso, a veces, la de los creyentes, si se descuidan. Quizá alguna vez lo hizo conmigo.
v  Nunca me entregaré a Dios de una manera que Él considere suficiente. Siempre querrá Él más de mí.
v  Nunca debemos hacernos eco de calumnias y maledicencias, porque la reputación del prójimo debe ser sagrada a nuestros ojos. Pero, ¿cuántas veces habré yo pecado de esa forma repitiendo lo malo que se dice acerca de otras personas, en especial de figuras públicas? ¿Y cuántas veces lo habrán hecho otros acerca de mí?
v  Las almas son como flores. Las hay de todos los colores y formas, y en las combinaciones más diversas. Todas tienen su encanto y exhalan un perfume a veces intenso. Pero las hay también marchitas, dobladas, que perdieron sus colores y la esbeltez de sus formas. El hedor que exhalan es repulsivo.
v  Morir a sí mismo es una condición indispensable para unirse a Jesús y vivir en Él, porque no pueden vivir los dos juntos en el mismo espacio a la vez. Es Él o yo.
v  A veces tomamos decisiones a la ligera, sin darnos cuenta de que las consecuencias pueden ser profundas y duraderas.
v  La presencia del amor de Dios en una persona se manifiesta en su amabilidad y gentileza, en su paciencia y generosidad, que suelen atraer inconscientemente a la gente. Su ausencia se manifiesta por las actitudes contrarias, que provocan rechazo. “Por sus frutos los conoceréis…” Sin embargo, a unos y otros los ama Jesús. ¿Por qué los ama si son necios y malos? Porque su amor es sin límites y lo probó al morir por todos.
v  Con la razón se avanza paso a paso. Con el amor se avanza a saltos.
v  Cuando se burlan de nosotros y no nos comprenden nos parecemos a Cristo que fue incomprendido y objeto de burla. Ése es un privilegio que no debemos rechazar, sino abrazar agradecidos de parecernos a Él.
v  Todas las luces que recibimos de Dios debemos transmitirlas a otros, pues para eso nos han sido dadas, no sólo para nuestro propio beneficio.
v  ¿Estoy deseando yo todo el tiempo que venga el reino de Dios, como nos enseñó Jesús que pidamos en el Padre Nuestro? Me temo que rara vez pienso en ello, al menos de una manera consciente, tan absorto estoy en lo presente.
v  ¿Cómo puede nadie ser santo si cree ser algo en el reino de Dios? ¿Si estima que tiene un ministerio importante, o si cree –o se imagina- que Dios lo ha llamado a grandes cosas? Claro que Dios puede llamar a grandes cosas a alguien, pero lo hace sólo a los que se creen indignos de ese favor, a los que están dispuestos a pagar el precio en términos de sacrificio y esfuerzo.
v  Cuanto menos nos creamos sinceramente, más recibimos de Dios. Él abomina la presunción.
v  ¿De cuántas maneras podemos traducir el amor que hemos recibido de Dios en obras y gestos que bendigan a nuestros semejantes? Ya una sonrisa es bastante, pero no basta, si se me permite la paradoja.
v  ¡De cuántas cosas inútiles estamos llenos! Pero no sólo de las inútiles debemos despojarnos. También debemos hacerlo de las innecesarias y superfluas, salvo que pensemos que en algún momento pueden sernos útiles. ¡Y cuántas de nuestras palabras son vanas! Como dice un proverbio: “En las muchas palabras no falta pecado.” (Pr 10:19).
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#936 (31.07.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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