miércoles, 17 de febrero de 2016

LA ORACIÓN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACION III

Hay algunos requisitos que nuestras peticiones deben reunir para que seamos escuchados. En primer lugar,  que sean específicas, concretas, no vagas. Si queremos  que Dios nos escuche debemos saber qué es lo que queremos: "Señor, dame un trabajo". Está bien, te dirá el Señor, pero ¿qué clase de trabajo quieres?  ¿Cualquiera te da lo mismo? De repente, para enseñarte a pedir bien, te da un trabajo que no te gusta y, encima, mal pagado. Si le has de pedir algo, no desconfíes de su generosidad.
En segundo lugar, es bueno que nuestras peticiones contengan detalles, para que Él pueda satisfacer nuestros deseos. ¿Cómo quieres ese trabajo? ¿Dudas acaso de que Él pueda darte exactamente lo que deseas? Si no lo hace es porque desea darte algo mejor.
En tercer lugar, nuestras peticiones han de ser sinceras, porque Él ve nuestro corazón. No vale la pena que le pidamos cosas que realmente no deseamos, o que no nos importan. Él desea cumplir nuestros deseos, no nuestros caprichos, o veleidades del momento.
Por último, nuestras peticiones han de ser sencillas. No necesitamos usar de grandes palabras para  impresionarlo.
Es cierto que también podríamos no pedirle nada concreto a Dios, sino simplemente decirle: Haz de mí lo que quieras. Y ésa podría ser en algunos casos la mejor oración. Pero hay veces en que necesitamos pedirle cosas concretas.
Hay también algunos principios básicos que debemos observar para que nuestras oraciones sean  contestadas: En primer lugar, debemos orar con fe. Como en casi todas las cosas referentes a nuestra vida espiritual, la fe es una condición esencial. Jesús lo dijo: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar, y os obedecería."  (Lc 17:6). Es decir, con que sólo tuviéramos una mínima dosis de fe, obtendríamos todo lo que quisiéramos, aunque nos parezca imposible. Lo malo es que a veces no tenemos ni esa mínima dosis. No le creemos a Dios; no confiamos en su poder absoluto, ni en su deseo de concedernos lo que necesitamos.
En otra ocasión Jesús dijo: "Conforme a vuestra fe os sea hecho" (Mt 9:29). Nuestra fe es la medida de lo que obtenemos orando: si mucha, mucho; si poca, poco.
Santiago también nos amonesta: "Pero pida con fe, sin dudar; porque el que duda es semejante a una ola del mar que es arrastrada por el viento, y echada a un lado y a otro. No piense, pues, quien tal haga que recibirá alguna cosa del Señor" (St 1:6,7).
Si pedimos sin fe es como si le dijéramos a Dios: "Te ruego que me concedas tal cosa, pero yo ya sé que no me lo vas a dar". Nuestra desconfianza, nuestra falta de fe, lo ofende. Entonces nos contestará: "Conforme a tu falta de fe te será hecho". Y no podremos quejarnos.
Pero si pedimos algo a Dios y confiamos en Él, debemos esperar resultados, porque para eso pedimos, no por hablar. Si no los esperamos, tampoco nos vendrán. Nadie hace ninguna gestión para no obtener nada. De lo contrario, no la haría. Igual es en la oración. Si oramos debemos estar a la espera del resultado, y si demora, insistir. Dios no se ofende por ello; al contrario, se agrada.
Precisamente para enseñarnos a perseverar en la oración Jesús narró la corta parábola del juez impío, que no creía en Dios ni en nadie, y a quien una viuda venía a molestar todos los días con su queja. Para que no le agotara la paciencia, el juez dijo que le haría justicia. Jesús termina diciendo: "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche?" (Lc 18:7). Orar perseverando es pues el segundo principio.
En tercer lugar, hemos de pedir cosas que estén de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Jn 5:14,15). ¿Nos dará Dios algo que Él no quiere? ¿Algo que sea contrario a su ley? ¿Algo que nos haga daño? No podemos obligar a Dios. Más bien, si queremos obtener algo de Dios, debemos pedir cosas que Él quiera darnos, algo que sea para nuestro bien, no para nuestro daño, puesto que Él nos ama.
Pudiera ser, sin embargo, que en algún caso excepcional Dios nos conceda algo que no sea conforme a su voluntad y que suframos las consecuencias. Así aprendemos a no desear lo que Él no desea.
¿Pero cómo sabemos que nuestras peticiones están de acuerdo con su voluntad? Primero, tenemos su palabra que nos ilustra al respecto. No podemos pedirle algo que su palabra dice que es pecado, algo que Él prohíba. Pero la Escritura no cubre todos los casos particulares. Para que podamos saber si lo que deseamos es conforme a su voluntad específica para nosotros en un momento dado, tenemos el recurso de preguntarle a Dios en oración: ¿Es este deseo mío conforme a tus propósitos para mí? Si nos acercamos a Él confiadamente como un hijo a su padre, no dejaremos de oír en nuestro espíritu la respuesta.
En cuarto lugar, la manera más segura de obtener lo que queremos es vivir conforme a la voluntad de Dios, obedeciéndola en nuestra vida diaria: "Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque  guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él." (1 Jn 3:22).
Hacer su voluntad es el camino más directo para vivir en comunión con Él. Si vivimos en comunión con Él no desearemos nada que Él no desee, y si acaso lo deseáramos, sentiríamos en nuestro espíritu un reproche, y nos avergonzaríamos. Pablo dijo: "El que se une al Señor es un espíritu con Él." (1Cor 6:17). Si nuestro espíritu está unido al suyo, nos dejaremos guiar por Él en toda nuestra vida, y Él nos comunicará lo que desea que le pidamos. Si nuestro espíritu está unido al suyo, no querremos hacer nada que Él no pueda hacer junto con nosotros.
En quinto lugar, Jesús nos ha dado un arma: "De cierto, de cierto os digo, que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará." (Jn 16:23; 14:13,14). Pedir algo en su nombre es pedir en su lugar, como si Él mismo lo hiciera. ¿Le negará Dios algo a su Hijo? Por supuesto que no. Por eso Jesús nos asegura que todo lo que pidamos en su nombre nos será hecho, para que demos por seguro que lo hemos obtenido.
¿Reemplazará el nombre de Jesús a la fe? De ninguna manera. Más bien, se le añade. Porque ¿cómo  podríamos pedir algo en el nombre de alguien en quien no creemos? Nuestra incredulidad haría vacío el uso de su nombre.
Pero no sólo nuestra incredulidad. Si con nuestra conducta deshonramos el nombre de Jesús, mal podríamos usarlo para alcanzar algo de Dios.
Por último, y en sexto lugar, obtenemos lo que pedimos si confiamos enteramente en Él, y descansamos en esa confianza: "Encomienda al Señor tus caminos, confía en Él y Él obrará" (Sal 37:5).
Dios nunca defrauda al que en Él confía. Lo dice de muchas maneras su palabra. ¿Y cómo no descansar plenamente en Él si "Él tiene cuidado de nosotros"? (1P 5:7). Si ello es así, bien podemos echar en Él nuestras cargas, descartando toda inquietud, y esperando que Él intervenga a su manera y en su tiempo (Sal 55:22). Orando así ponemos enteramente el resultado en sus manos, sabiendo que Él hará lo mejor.
Estas condiciones que he enumerado no son pasos que han de cumplirse sucesivamente, uno tras otro, para obtener de Dios lo que solicitamos: Primero hacer esto, después aquello, como quien cumple un plan. No, son principios y observar uno solo de ellos puede bastar, provisto que no vivamos en contradicción con los otros. Pero hay veces en que seremos guiados a pedir de una manera, según tal principio, y habrá otras en que seremos impulsados a rogar de una forma distinta, según otro, de acuerdo a las circunstancias.
Dios no sigue reglas. No es un Dios de un solo método, de un solo sistema. Él siempre se renueva aunque siempre es el mismo. Eternamente nuevo y eternamente igual. En su fidelidad "que llega hasta los cielos," y que se prolonga "de generación en generación" está nuestra confianza (Sal 36:5; 119:90).

NB. Esta es la continuación de un artículo que fue publicado por primera vez en febrero del 2002, y que fuera reimpreso nuevamente cuatro años después.

Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#889 (12.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


No hay comentarios: