miércoles, 6 de enero de 2016

PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES
Un Comentario de Mateo 18:23-35
Esta bella parábola, con la que Jesús ilustra la enseñanza acerca del perdón que acaba de dar (Véase el artículo anterior, "Cómo se Debe Perdonar al Hermano" No. 883 del 31.05.15), contiene una bella enseñanza sobre la necesidad de perdonar a los que nos ofenden. Indirectamente habla también acerca de la redención.
Por una curiosa circunstancia la publicación de éste y el artículo anterior ha coincidido con unas preciosas enseñanzas recibidas en la iglesia sobre el tema del perdón. Como puede verse, sin embargo, el enfoque de mis artículos es diferente, siendo básicamente expositivo e histórico.
23. "Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos."
Jesús compara a su Padre con un soberano terreno que ajusta cuentas con sus administradores. Eso nos hace pensar en Dios como un juez delante de cuyo tribunal todos los seres humanos tendremos que comparecer algún día para darle cuenta de toda nuestra vida y de lo que hicimos, bueno o malo, con ella, y con los dones y talentos que nos fueron asignados. Como escribe Pablo: "todos compareceremos ante el tribunal de Cristo." (Rm 14:10, cf 2 Cor 5:10), y también: "cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí." (Rm 14:12).
¿Quiénes son los siervos en la parábola? Son los administradores, o mayordomos, que los reyes solían poner al frente de sus asuntos, negocios y propiedades, a fin de que los administraran para obtener de ellas el  mayor beneficio posible para su soberano, al mismo tiempo que recibían una parte de los beneficios como remuneración.
24. "Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos."
He aquí pues uno que, sea porque había sido negligente en su administración, sea porque había tomado para sí una parte excesiva del beneficio que correspondía a su señor, le adeudaba una suma sumamente alta. Un talento equivalía aproximadamente a 21 Kg de plata; 10 mil talentos alcanzaban a 210 mil kilos, una suma exorbitante. Y si se tratara de oro, el importe sería muchísimas veces mayor.
25. "A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda."
Era costumbre en aquellos tiempos que cuando una persona incurría en deudas que no podía pagar, se le vendiera a él, a su esposa e hijos, incluyendo sus posesiones, como esclavos, para reembolsar el monto adeudado. (Nota 1) Esa venta significaba en la práctica que la familia fuera destruida, con el marido, la mujer y los hijos separados, porque eran vendidos a diferentes compradores. (2).
26. "Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo."
Puesto ante esa terrible amenaza el siervo le pidió al rey que le diera tiempo para recabar todas las sumas que debía entregarle como fruto de su administración, suplicándole que no vendiera a los suyos, ni lo separara de su mujer e hijos. ¿Pero era sólo paciencia y tiempo lo que él necesitaba? Él necesitaba una  gracia mucho mayor. Pero, primero que nada, necesitaba arrepentirse, porque él sólo había pedido tiempo para pagar, pero no le había pedido perdón a su señor por haberle defraudado.
27. "El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda."
El rey, que era un hombre de corazón magnánimo, se compadeció de la situación de su siervo negligente, porque en lugar de concederle el plazo que le pedía para pagarle, yendo más allá de lo solicitado, le perdonó  toda la deuda. ¡Quién haría algo semejante sino Dios!
La gracia excepcional recibida debió haber cambiado su corazón, y de avaro como había sido, debió haberse vuelto generoso y compasivo. No fue el caso como vemos a  continuación.
28. “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes."
Sin embargo, el siervo que había sido liberado del peso de su enorme deuda por la misericordia de su señor, se encontró con un colega suyo que le debía una cantidad mucho menor, esto es, el salario de cien días de un obrero, una suma de cierto valor, pero insignificante comparada con la que a él le había sido perdonada. Y el  mal hombre, olvidando el enorme beneficio que había recibido, se abalanzó sobre su consiervo, y casi  ahorcándolo, le exigió que le pagase lo que le debía. ¡Qué diferencia de comportamiento tan grande! Actuó de manera completamente opuesta al trato que había recibido.
29,30. "Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda."
El pobre hombre, imitando la actitud que su colega había tenido con el rey, se echó por tierra humildemente, y le rogó que le diera un plazo para que pudiera cumplir con su obligación. Posiblemente le enumeró también  las razones por las que, a pesar suyo, hasta ahora no había podido pagarle.
Pero el miserable acreedor no quiso escuchar su clamor, sino que, endureciendo su corazón, fue a acusarlo ante los tribunales, y obtuvo que echaran a su deudor a la cárcel. Eso puede sorprendernos, pero en esa  época no era inusual que la gente fuera echada en prisión por deudas impagas. Las leyes eran tan inmisericordes como el corazón de los hombres.
Cabe entonces preguntarse: Si estaba en la cárcel, ¿cómo podía pagar su deuda? Suponemos que pidiendo a los suyos que vendan todo lo que tengan en casa para reunir el dinero necesario, o que soliciten a amigos y  parientes una ayuda para cumplir con su obligación monetaria.
Notemos que el siervo inicuo no quiso tratar a su deudor con la misma compasión con la cual él había sido tratado, y ni siquiera le quiso acordar el plazo para pagar que él le había pedido al rey.
31. "Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado."
Cuando los consiervos del pobre deudor se enteraron de lo que había pasado se afligieron y, sin duda, también se indignaron, porque fueron a denunciar el hecho al rey, seguros de que éste, siendo un hombre justo, se indignaría tanto como ellos. Y así sucedió efectivamente.
32,33. "Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?"
El rey, enfurecido, no podía menos que echarle en cara su comportamiento al siervo inmisericorde,  recordándole lo generoso que él había sido cuando, accediendo a sus súplicas de concederle un plazo, le  había perdonado la enorme deuda que le debía, algo que él no se había atrevido a pedir.
Si yo he sido compasivo contigo ¿no debías tú serlo también con quien te debía una cantidad muchísimo  menor? Si tú me guardas un ápice de respeto ¿mi conducta contigo no debía servirte de modelo de actitud frente a tu colega?
Aquí Dios nos dice: "Yo te he perdonado la deuda infinita que habías contraído conmigo a causa de tus pecados, ¿y tú no eres capaz de perdonar la pequeña deuda que tu hermano ha contraído  contigo al ofenderte?" El que ha recibido misericordia ¿no debe, a su vez, mostrar misericordia?
34,35. "Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, (3) hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
El rey pues, finalmente, revocó la sentencia misericordiosa que había pronunciado primero, y le aplicó la sentencia más dura a su disposición: Que sea entregado a los cobradores más exigentes y severos a causa de su mal corazón, para que lo atormenten hasta que pague el último centavo adeudado. El hombre pasó de  tener toda su deuda remitida, a tenerla toda exigida y, ahora sí, sin compasión alguna. Él había sido librado de la cárcel por la compasión del rey, pero como no quiso ser a su vez compasivo con su consiervo, él mismo se echó en la cárcel. La misma justicia dura que él quiso aplicar a su colega, le fue aplicada a él.
No hay peor prisión que la del corazón que no perdona. El rencor que guardamos a los que nos han ofendido nos atormenta a nosotros, no al que ofendió, y puede incluso enfermarnos. La verdadera libertad de la cárcel del rencor en que tendemos a encerrarnos se alcanza sólo perdonando de todo corazón a los que nos han ofendido.
Jesús concluye la parábola diciendo: "Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
Tal como vosotros hagáis con las personas que os ofendan, así obrará mi Padre con vosotros. Si no estáis dispuestos a perdonar, tampoco hallaréis perdón en la  corte celestial. Jesús lo dijo: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." (Mt 5:7)
No debe sacarse, sin embargo, conclusiones equivocadas de la parábola, como algunos han hecho, en el sentido de que Dios, como hizo el rey, puede revocar el perdón ya concedido al pecador. Una vez perdonados los pecados, lo están para siempre. Pero otra cosa es cuando el pecador fuera reincidente, y no mostrara  arrepentimiento. Si los pecados viejos le fueron perdonados, los nuevos no lo serán, si no se arrepiente.
De otro lado, ésta no es más que una parábola, es decir, un relato que ilustra una enseñanza. Si al perdonar al siervo que le debía una enorme suma el rey hizo un gesto de una generosidad excesiva, porque él no conocía el corazón del mal siervo, y no podía prever cómo el mal siervo se comportaría con su colega, Dios conoce perfectamente nuestros corazones y sabe muy bien cómo nos comportaremos ante cada situación que enfrentemos.
Esta parábola es, en el fondo, un desarrollo en forma de narración, de una de las peticiones del Padre Nuestro y de la explicación que sigue: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (Mt 6:12) Notemos que en el idioma arameo que hablaba Jesús una misma palabra significaba  deuda y pecado, reflejando el hecho básico de que, al pecar, el hombre contrae una deuda con Dios. "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". (Mt 6:14,15).
Hay otras escrituras que expresan pensamientos afines: "Con la medida con que midáis, os será medido" (Lc 6:38); y "Trata a los demás como tú deseas ser tratado". (Lc 6:31). Pablo expresa el mismo pensamiento: "...perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros." (Col 3:13).
La parábola contiene, por lo demás, una enseñanza valiosa acerca de la relación que existe entre la redención y la compasión que debemos mostrar con el hermano que nos ofende. No hay nada que el hombre pueda  hacer para expiar la culpa de sus pecados, pues constituyen una deuda inmensa e impagable. Pero Dios, consciente de nuestra incapacidad, cuando le pedimos perdón sinceramente, nos perdona por pura gracia, porque Jesús, al morir en la cruz por nosotros, expió todas nuestras culpas y canceló nuestra deuda.
Si Dios se porta así con nosotros, ¿cómo debemos nosotros comportarnos con nuestro prójimo? Al que mucho se le concede, dijo Jesús, mucho se le demanda (Lc 12:48). Si Dios te perdonó una deuda tan grande ¿no debes tú, aunque te cueste, perdonar la pequeña deuda (comparativamente hablando) que te debe tu prójimo?
Notas: 1. La ley mosaica permitía que se vendiera a alguien como esclavo si no podía hacer restitución de lo robado (Ex 22:3 cf Is 50:1) aunque después el profeta Amos (Am 2:6; 8:6) y Nehemías (Nh 5:4,5) denunciarían esa práctica. Cabe preguntarse ¿cómo es posible que la ley de Dios autorizara esa costumbre inhumana que era común entre las naciones entonces, e incluso bajo la ley romana? Como dijo Jesús alguna vez, por la dureza de sus corazones Dios permitía algunas cosas. Él expresaba de esa manera su condena del hurto. También autorizaba la ley que, si un hombre empobrecía, se vendiera a otro israelita, pero no como siervo, sino sólo como criado, y que en el año del Jubileo él y sus hijos recuperaran su libertad y sus posesiones (Lv 25:39-41). Véase en 2R 4:1-7 el episodio del aceite de la viuda donde el acreedor se iba a llevar a sus dos hijos.
2. Como podemos enterarnos por los diarios, esa práctica salvaje subsiste todavía en el Medio y Cercano Oriente.
3. Basanistais, es decir, atormentadores.
Amado lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#884 (07.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú.18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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