Por José Belaunde
M.
EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD II
En nuestra charla
anterior estuvimos hablando acerca del sentido de responsabilidad, esa cualidad
tan importante para el desarrollo de la persona humana, para el desempeño de
sus actividades y para la convivencia social. Después de describir los efectos
de su ausencia en el hombre y en la sociedad, empezamos a indagar acerca de los
orígenes de esta cualidad, de cómo se forma en el ser humano.
Hablamos de las
influencias ambientales y culturales que concurren a formarla, del impacto que
tiene en su gestación el entorno geográfico, la educación y el ejemplo de los
padres.
Pero dijimos que, yendo
más allá de esos factores, en nuestra cultura occidental cristiana, sin negar
la importancia de la herencia greco-romana y de la moral estoica que floreció
antes y después de Cristo --y en la que muchos ven en parte una anticipación de
la moral cristiana- en nuestra cultura, digo, el sentido de responsabilidad
está firmemente anclado en el mensaje del Evangelio.
La frase "sentido
de responsabilidad" no figura en la Biblia , pero sus supuestos se derivan de muchas
de las enseñanzas contenidas en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. En primer
lugar, la ley del amor, : "Haz con
los demás como tú quisieras que hagan contigo." (Lc 6:31) Ésa es la regla de oro de la conducta
cristiana; la expresión práctica del mandato mosaico: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." (Lv 19:18; Mt
19:19). Si lo amo de veras, lo trataré como quisiera que él me trate. No puedo
darle un tratamiento inferior, o menos considerado, del que yo espero de él.
Pero es imposible tratar
bien a alguien si uno mismo no es responsable en sus actos, cuidadoso,
prevenido, prudente porque, de lo contrario, le fallará en alguno de ellos. En
otras palabras, amar no sólo de palabra sino de obra incluye necesariamente ser
responsable. Una persona irresponsable, esto es, que carezca del sentido de
responsabilidad, no podrá verdaderamente llevar su amor a la práctica
beneficiando a los que ama, sino que, más bien, sin quererlo, perjudicará
inevitablemente con sus actos los intereses, o los sentimientos de las personas
que lo rodean, de sus conocidos, amigos y parientes (sin hablar de los que le
son desconocidos), porque obrará de cualquier manera y sin tener en cuenta las
consecuencias de sus acciones (Nota 1).
Si amas a los demás
cumplirás bien los encargos que te den, porque si no, los perjudicas. Si los
amas tendrás cuidado de las cosas, objetos, libros, equipos, etc., que otros te
confíen; los cuidarás mientras estén en tus manos,y los devolverás intactos en
el plazo estipulado. Eso supone ser responsable.
Ese principio abarca
también a los préstamos. Si alguien te facilita una suma de dinero, y eres una
persona responsable, la devolverás tan pronto como te sea posible. Demostrarás
tu amor por esa persona pagándole lo que le debes. Si no lo haces, pecas contra
el amor, en primer lugar; pero también contra el mandamiento que prohíbe robar,
porque no devolver lo prestado es robar. En última instancia el que defrauda a
otros no sólo es deshonesto, sino también es un irresponsable.
El médico, si tiene
sentido de responsabilidad, atenderá a sus pacientes, le paguen o no le paguen
la consulta, con lo mejor de sus
conocimientos y ciencia. No dejará desatendido a ningún enfermo que se le
acerque, porque se sabe responsable ante Dios de la salud y de la vida de sus
semejantes (2). El cuidado que ponga en
atenderlos será una muestra de su amor por ellos, aunque no les sonría, ni sea
muy demostrativo. Vemos pues cómo también en este caso, el amor al prójimo y el
sentido de responsabilidad caminan de la mano.
No se puede amar al
prójimo sin ser responsable en sus actos, hemos dicho. Lo contrario, en cambio,
sí es posible. Es decir, es posible ser muy responsable en el desempeño de sus
funciones, pero no sentir al mismo tiempo amor alguno por las personas a las
que se atiende. Hay que reconocer entonces que el amor, si bien está en la base
del sentido de responsabilidad, lo trasciende, va mucho más allá de esa
cualidad (3).
Santiago escribió
citando a Jesús "que tu sí sea sí, y
que tu no sea no." (St 5:12; Mt 5:37). Eso equivale a decir: que tu
palabra tenga el valor de un contrato, aunque no la respalde un papel firmado.
Cumple con tus compromisos. Esto es, sé responsable cuando te comprometas. No
lo hagas a la ligera, pero si lo haces, honra tu palabra.
Honrar la propia palabra
es una norma eminentemente cristiana, porque Dios honra siempre la suya y no
defrauda al que en Él confía. Si queremos ser perfectos como nuestro Padre
celestial es perfecto (Mt 5:48), nunca dejaremos que nuestra palabra caiga al
suelo, porque, como se dice en Josué, Dios nunca deja que su palabra caiga por
tierra, todas se cumplen (Js 21:45; 23:14). Su palabra “permanece para siempre”, dice la Escritura (Is 40:8; 1P
1:25). En la medida de nuestras fuerzas nuestras palabras deben permanecer,
deben ser siempre válidas, mientras tengamos aliento de vida.
Cuando el cristiano
dice: “Te doy mi palabra”, debe saber que está poniendo a Dios por testigo de
su compromiso. ¿Y cómo podría cumplirlo si no tiene sentido de responsabilidad?
En casos como éste, la veracidad, la fidelidad de un cristiano, su amor por la
verdad, lo empujan a ser una persona responsable.
No es realmente
cristiano el que irresponsablemente incumple su palabra, o defrauda a sus
acreedores, o no entrega a tiempo el trabajo contratado, o lo hace mal, o llega
tarde a las citas.
La puntualidad es una
cualidad eminentemente cristiana, y es un componente del sentido de responsabilidad.
Pablo escribió: "aprovechad bien el
tiempo" (Ef 5:16). El tiempo ajeno y el propio son un don de Dios. Yo
robo a otro su tiempo si llego tarde a una cita. Si suelo ser impuntual,
demuestro que carezco del sentido de responsabilidad en la administración de mi
tiempo, y en el respeto del tiempo ajeno.
Pero es sobretodo en el
trabajo donde se manifiesta más claramente el sentido de responsabilidad. Pablo
dijo en Colosenses: "Todo lo que
hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres."
(3:23). “De corazón”, es decir, con
todo mi ser, con todas mis fuerzas,
Si yo realizo mi trabajo
“no sirviendo al ojo” que me ve, sino
temiendo a Dios (Ef 6:6), ejecutaré mis labores con sentido de responsabilidad,
haciéndolas de la mejor manera posible, y de acuerdo a los deseos del que
contrató mis servicios porque, encima de él está Dios a quien sirvo.
Si desempeño mis labores
de una manera descuidada, sin interés, sin esforzarme; si hago mal el trabajo
que me encargan, si no cumplo los plazos de entrega, doy mal testimonio de mi
condición de cristiano; hago quedar mal el nombre de Dios al mostrarme como un irresponsable, un inmaduro.
Mi devoción al honor de
Dios hará que en todo lo que haga quede muy en alto el nombre de cristiano que
llevo, el nombre de Cristo, mi Señor. Mi adhesión a su nombre me obligará a ser
una persona responsable.
Pero, en última
instancia, el sentido de responsabilidad tiene su origen en el hecho de que
todos nosotros vamos a dar cuenta a Dios de todos nuestros actos en el día del
juicio. Somos responsables ante Él de cada acción que emprendamos, de cada
labor que ejecutemos, de cada cita a la que acudamos, de cada minuto que
perdamos, de cada “palabra ociosa” o
dañina que pronunciemos (Mt 12:36). Él no nos preguntará literalmente con
cuánto sentido de responsabilidad actuamos ante el mundo y ante los cristianos,
pero esa pregunta estará implícita cuando comparezcamos para juicio delante de
su trono.
Sabemos que algún día
nos presentaremos ante el Juez de vivos y muertos para dar cuenta hasta de la
menor de nuestras acciones. Y para recibir la recompensa, el pago, que merecen
nuestros actos (Jb 34:11, 1P 1:25). No tendríamos que dar cuenta, ni
recibiríamos recompensa alguna, si no fuéramos responsables de lo que hacemos.
En esa hora muchos
paganos que siguieron solamente los dictados de su conciencia, y que serán
juzgados por ella (Rm 2:14-16), serán admitidos al cielo y recibirán, quién
sabe, una recompensa mayor que muchos cristianos, porque cumplieron con sus obligaciones
terrenales mejor que éstos; porque fueron responsables de sus actos; y porque,
como dijo Jesús: "Al que mucho
recibe, mucho se le demanda." (Lc 12:48). Y nosotros hemos recibido
más que los paganos.
Sé pues tú responsable
en todas tus ocupaciones, en toda tu conducta, ante tus hermanos y ante el
mundo. Demuestra que eres un digno hijo del más responsable, sí, del más
responsable de todos los padres, del más responsable de todos los patrones, del
más responsable de todos los señores, de Aquél que se sintió tan responsable de
tu destino eterno que mandó a su único Hijo a morir por ti, para que algún día
tú pudieras gozar de su presencia y no fueras condenado por tus actos
irresponsables.
Notas: 1. Quizá el elemento más importante del sentido de responsabilidad sea éste:
el tener en cuenta las consecuencias
posibles de nuestros actos y omisiones. Esa conciencia es una manifestación de
madurez.
2. Lo que ocurre en nuestros hospitales, los lamentables casos de descuido, y
los errores trágicos que se producen con frecuencia, son una muestra de la
falta de esa cualidad entre nuestros galenos.
3. Hay personas que son muy responsables por educación, o por cultura, o por
hábito, o por presión del ambiente, o por inclinación natural del carácter, y
que, al mismo tiempo, son secas y carentes de amor. Y hay también quienes son
muy responsables en hacer el mal. Esto es, que lo hacen a conciencia, sirviendo
al más cruel de los capataces, al enemigo de sus almas. Paradojas de la
naturaleza humana que muestra cómo las virtudes humanas, divorciadas de su
fuente, que es Dios, pueden torcerse y volverse perversas.
NB. El texto de esta charla radial fue
publicado por primera vez en una edición limitada, el 18.07.04, y contenía
material que había sido publicado previamente en el diario “Gestión”. Como el
artículo anterior del mismo título, lo vuelvo a publicar, ligeramente revisado,
a fin de ponerlo a disposición del mayor número posible de lectores.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le
sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás
seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy
importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra
que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a
arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos
haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
#799 (06.10.13). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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