viernes, 27 de abril de 2012

SANTOS PARA SER SANTOS


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
SANTOS PARA SER SANTOS

Pablo empieza su primera carta a los corintios con un saludo dirigido a los santos que son "llamados a ser santos". Aquí parece que hay una contradicción, un sin sentido. Aquellos a quienes escribe esa carta ¿son santos o no son santos? Si son santos ¿cómo pueden ser llamados a ser lo que ya son?

En realidad lo que Pablo escribió dice así: "a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo..." (1Cor 1:2).

En otro lugar de la misma epístola él escribió: "...ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido  justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de nuestro Dios." (1Cor 6:11).

Nosotros hemos sido santificados, cuando fuimos justificados, regenerados, esto es, cuando nos convertimos a Dios. Esto quiere decir que en ese mismo momento fuimos apartados para Dios, consagrados a Él, para llevar una vida de santidad.

Hay una santidad a la que nosotros tenemos derecho, una santidad potencial, una santidad de "posición", como dice la teología, que fue ganada para nosotros por Cristo en la cruz; y una santidad efectiva, actual, que se manifiesta en nuestros hechos y que se conquista poco a poco. Pero ser o no ser santo en la práctica para el cristiano no es una opción, es una obligación: Dios nos llama a ser santos. Nos llama a todos, sea que vivamos en el mundo como profesionales, como empleados  o como amas de casa; que seamos pobres o millonarios; sea que vivamos como eremitas en el desierto, o como misioneros en el lugar más apartado de la tierra. Nos llama a todos, sea cual sea nuestra ocupación o nuestra situación en la vida. Esa es parte de nuestra tarea, santificarnos. No tiene escapatoria.

Eso puede parecer un poco extraño a la mayoría de las personas de nuestra cultura, para quienes ser cristiano significa creer vagamente en Dios y luego hacer lo que le da a uno la gana, con tal de que no haga daño a nadie, o no mucho daño, e ir los domingos, o de vez en cuando, a la iglesia. Eso ya es bastante.

Pues están equivocados. No es bastante, ni mucho ni poco. Está muy lejos de satisfacer los requisitos de ser cristiano, porque serlo quiere decir, para comenzar, ser santo, como dice el apóstol Pedro en su primera epístola, repitiendo las palabras que el propio Dios proclama en el libro del Levítico: "sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir, porque está escrito: SED SANTOS COMO YO SOY SANTO...". (1P 1:15,16; cf Lv 11:44,45;19:2).

Ahora bien ¿qué cosa es ser santo? Tenemos la noción de que el santo es un ser especial, diferente del común de los hombres, un ser místico, etéreo; algo que no está al alcance de la mayoría de los hombres.

Quizá ha habido santos y santas que eran seres un poco especiales, como del otro mundo. Pero, no nos engañemos. La mayoría de los llamados "grandes santos" de la Biblia o de la historia del cristianismo, como por ejemplo, el apóstol Pablo o el profeta Elías, eran seres humanos comunes y corrientes como nosotros, con cualidades y defectos parecidos a los nuestros; con sus virtudes y sus pasiones, como dice la epístola de Santiago: "Elías era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras..."  (St 5:17).

Ellos se diferenciaban del común de los hombres en que habían recibido un llamado especial de Dios y en que, ayudados por su gracia, habían avanzado más que nosotros en el camino trazado por Dios. Pero no eran diferentes a lo que nosotros somos, y nuestras luchas y nuestras debilidades no les eran ajenas.

Para el cristiano una buena definición de la santidad es decir que consiste en "reflejar el carácter de Cristo" en nuestra vida y en nuestra conducta. O, dicho de otra manera, que nuestro carácter se haga en todo conforme al carácter de Jesús. Eso es aquello a lo que el apóstol Pablo se refiere cuando dice que "nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor." (2Cor 3:18).

El que es como Cristo en su ser interior, inevitablemente lo será también en lo exterior. El apóstol Juan escribe: "El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo" (1Jn 2:6). Andar como Él anduvo es comportarse como Él se comportaba, hablar como Él hablaba, hacer las cosas que Él hacía y cómo Él las hacía, amar como Él amaba, sacrificarse como Él se sacrificaba. ¿Hacer también milagros como Él los hacía? No necesariamente, aunque pudiera darse como consecuencia de lo anterior (Nota 1). Pero es imposible actuar como Jesús si uno no se le parece por dentro. Y si tratara de actuar cómo Él sin ser como Él, sería un gran hipócrita.
Todos quisiéramos parecernos a Jesús -aunque no creo que en su muerte; hasta allí no llegamos- y se han escrito muchos libros sobre cómo alcanzar esa meta de asemejarnos a Jesús. San Pablo escribió: "Sed imitadores de mí como yo lo soy de Cristo." (2).

Reflejar su carácter, ser como Él era, es algo que no se obtiene haciendo esfuerzos de voluntad, simplemente queriendo, así como no se llega a ser ingeniero, o de otra profesión, por el mero hecho de querer serlo. Así como hay un camino para llegar a tener un título profesional y seguir determinada carrera, de igual manera hay un camino que seguir para llegar a ser santo en los hechos.

¿Cuál es? Jesús lo dijo en pocas palabras, y me temo que les parezca demasiado simple: "Amar a Dios con toda nuestra alma, con todo nuestro ser y con todas nuestras fuerzas...Y (amar) al prójimo como a sí mismo." (Mt 22:37,39). Esto es algo que se dice fácilmente, pero que no se hace así de fácil. Porque todos amamos mucho a Dios y un poquito al prójimo, si es que lo amamos.

Una buena parte de la tarea inicial consiste en darnos cuenta de que si amamos un poquito al prójimo, amamos también un poquito a Dios. El amor que tenemos por Dios se manifiesta en la manera cómo amamos al prójimo. Es su medida. No se manifiesta en la forma cómo le alabamos y cantamos en la iglesia, aunque eso ayude, porque puede ser una cosa puramente emocional. El amor a Dios se expresa en el amor que tenemos por sus criaturas. San Juan lo dijo muy claro: "Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano padecer necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1Jn 3:17).

Uno no puede amar mucho a Dios y despreciar o aborrecer al prójimo al mismo tiempo. Si desprecia o maltrata al prójimo, desprecia a Dios que creó al prójimo.

Para llegar a amar mucho al prójimo, como Dios quiere, hay que superar el egoísmo, vencerlo, porque ése es nuestro mayor obstáculo. A veces pensamos que el obstáculo mayor para llegar a ser santos es la sensualidad. Y es cierto que nuestra concupiscencia es un gran impedimento. Pero mucho mayor lo es el egoísmo.

El egoísmo no es otra cosa sino amor inflado de sí mismo. Jesús dijo que deberíamos amar al prójimo como a nosotros mismos. Amarse a sí mismo es algo innato, viene de fábrica. Pero si el amor a sí mismo ocupa todo el espacio de nuestro corazón, ya no hay lugar para el amor al prójimo. Se requiere hacer un balance, un equilibrio entre los dos amores, amarnos menos a nosotros mismos a fin de poder amar más al otro. Para ello es indispensable morir a sí mismo. ¡Y qué bien Jesús lo dijo!: "Si alguno quiere venir en pos de mí (esto es, ser como Él) niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame." (Mt 16:24).

Negarse a sí mismo es pues uno de los caminos de la santificación. Negarse las cosas que a uno le agradan para satisfacer las necesidades del prójimo, sacrificarle nuestras comodidades, nuestro tiempo, etc. Es necesario para todo el que quiera ser santo -esto es, semejante a Jesús- porque eso fue lo que hizo Jesús a lo largo de su vida, desde que vino a la tierra, sacrificar su comodidad, su conveniencia, en aras del bien ajeno.

Pero no es suficiente amar al prójimo como a sí mismo. Es necesario ir más allá. Jesús dijo que si queríamos ser perfectos como Él lo era debemos: “Amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen, hacer el bien a los que nos aborrecen, y orar por los que nos ultrajan y persiguen.” (Mt 5:44). Si no lo hacemos estamos muy lejos de ser santos. Se dirá que eso sí es realmente difícil. Lo es. No lo niego, pero es un requisito que Jesús mismo puso y nos dio ejemplo (Lc 23:34).

Eso nos lleva a otro medio indispensable para progresar en el camino de la santificación, que es rendir nuestra voluntad a la de Dios, para obedecerla en todo. La voluntad de Dios se expresa en términos generales en el Decálogo -que se supone todo creyente cumple fielmente- y en términos más puntuales y concretos, que diríamos especializados, en numerosos pasajes del Nuevo Testamento, como el sermón del monte y otros, que constituyen la ley de Cristo, y que deberíamos conocer de memoria, porque necesitamos ajustar nuestras "acciones y reacciones" a ellos.

Pero es innegable que a veces estamos perplejos acerca de lo que Dios quiere de nosotros en ciertos momentos, porque no todas las situaciones que enfrentamos están cubiertas por su palabra. Una de las maneras más seguras de hacer la voluntad de Dios en esos casos, cuando tenemos que escoger entre dos caminos a seguir y no sabemos por cuál decidirnos porque la Biblia no lo expresa de una manera definida, es hacer lo que menos nos atrae o nos agrada en ese momento. ¿Con qué base digo eso? Porque la voluntad de Dios para nosotros en cada instante suele estar en el camino estrecho, no muy placentero quizá de seguir, pero seguro; no en el camino ancho, con sus comodidades y placeres, que nos facilita las cosas, y por donde caminan seducidos los que se dirigen a su perdición. (Mt 7:13,14).

Nuestro progreso en la santificación está pues ligado al hacer la voluntad de Dios en todo, en contra de nuestra tendencia innata que es hacer siempre nuestra propia voluntad y darnos gusto. Hacer la voluntad de Dios no sólo en lo grande, sino también en lo pequeño, en lo cotidiano, esto es, en las minucias de la vida diaria. Debemos reconocer que es difícil porque requiere vencer las tendencias de la carne que no han muerto en nosotros. Pero la vida de Jesús, aun antes de la pasión, recordémoslo, no fue un camino de rosas, sino estuvo sembrado de espinas.

Hacer la propia voluntad en todo, dicho sea de paso, es lo que suelen hacer los que están apartados de Dios, (los incrédulos, y los cristianos nominales) y eso es lo que suele condenarlos. Lamentablemente muchos de los que se convierten siguen haciéndola porque están acostumbrados a ello y les cuesta abandonarlo.

Obedecemos además a la voluntad de Dios siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo que habla en nuestro interior con una voz al principio apenas perceptible, pero que, a fuerza de obedecerla, va adquiriendo más volumen.

Obedecemos también a la voluntad de Dios obedeciendo a los que están sobre nosotros; a nuestros padres cuando somos niños y jóvenes; a nuestros jefes y patrones, cuando somos empleados; a nuestros pastores y a las autoridades de la iglesia, incluso las más humildes, como podrían ser el ujier o el guardián que está a la puerta.
La voluntad de Dios para nosotros se expresa asimismo a través de las autoridades del gobierno, desde las más grandes hasta las más pequeñas. Podemos avanzar enormemente en la santidad por el solo ejercicio de someternos a todas las autoridades, quien quiera que éstas sean, por amor a Dios, haciéndolo porque vemos a Dios en ellas. (Rm 13:1).
En fin, la prueba más segura de la santidad consiste en ver precisamente a Dios en todas las circunstancias de la vida, agradables o desagradables, (porque en todas está Él obrando), en todas las personas a quienes encontramos, simpáticas o antipáticas, y en tratarlas como si fueran el mismo Jesús con quien hablamos, porque "lo que hicisteis al más pequeño de estos, a mí lo hicisteis." (Mt 25:40).

Notas: 1. Sin embargo, si pudiéramos penetrar en todos los factores que intervienen en las respuestas de Dios a nuestras oraciones, quizá veríamos que muchas veces se producen verdaderos milagros que nadie conoce, ni aun nosotros mismos.
2. Uno de los libros más bellos y conocidos sobre este tema es el libro medieval que tiene por título justamente "La Imitación de Cristo". Esta obra, que en una época sólo le cedía en popularidad a la Biblia, es el diario espiritual de un hombre que, después de haber llevado una vida de pecado, se convirtió totalmente a Dios, empezó a servirlo predicando su palabra y promoviendo un avivamiento en la región donde vivía, y que sufrió por ello persecución y ostracismo. Este libro es especialmente bello en su forma original, sin los agregados que le hizo Tomás de Kempis, bajo cuyo nombre circula, pero que fue no su autor sino su editor y divulgador. Según las investigaciones más fehacientes quien lo escribió fue Gerardo de Groote (1340-1384), el iniciador de la "devoción moderna" -movimiento que buscaba el desarrollo de una piedad interior- y fundador de los "Hermanos de la Vida Común".
NB. Este artículo fue publicado hace 12 años en una edición limitada. Ha sido revisado y ampliado para esta nueva impresión.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#723 (22.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 25 de abril de 2012

ALABA ALMA MÍA A JEHOVÁ


ALABA ALMA MÍA A JEHOVÁ
Un comentario del Salmo 146

Por José Belaunde M.

INTRODUCCIÓN: Así como los cuatro primeros libros del Salterio terminan con una corta doxología, o alabanza a Dios, (Sal 41:13; 72:18,19; 89:52; 106:48) los cinco últimos salmos (del 146 al 150) del quinto libro (Nota 1) constituyen en sí mismos una larga doxología que cierra con broche de oro la colección. Esos poemas forman el grupo de cinco salmos “aleluyáticos”, así llamados porque en el encabezamiento y al pie de su texto figura la palabra “aleluya” (2). Salvo el salmo 147, que es más largo, son poemas cortos que recapitulan buena parte del contenido de los salmos anteriores. No se sabe quién los escribió ni quién los agrupó al final. Algunos piensan, sin embargo, que fueron escritos para la dedicación de las murallas de Jerusalén reconstruidas por Nehemías (Nh 12:27ss), porque en el salmo 147:13 se hace alusión a las puertas de la ciudad, y en ese salmo y en los salmos 149 y 150 se mencionan los instrumentos de música que figuran en Nh 12:27,35,41.

1. “Alaba alma mía a Jehová.”  (3)
El salmo comienza con la exhortación que el autor se hace a sí mismo de alabar a Dios. El salmista se dirige a sí mismo como si fuera otra persona con la que dialoga, y le da una orden. De esa manera expresa su propósito, como si se dijera: “Despiértate, sacude tu apatía, tu pereza, y empieza a alabar a Dios”; y el alma se contestara a sí misma:

2. “Alabaré a Jehová en mi vida; cantaré salmos a mi Dios mientras viva.”
Dice que lo hará mientras esté vivo, “mientras haya un atisbo de aliento en mi pecho, mientras lata mi corazón y la sangre pulse en mis venas, yo no cesaré de alabar a Dios.” Esos son los sentimientos que entendemos mueven al autor a expresar la firmeza de su propósito y a manifestar cuán bien ha comprendido la importancia de alabar a su Creador. No sólo lo hará con su voz, sino que compondrá salmos para homenajear y exaltar las maravillas que Dios ha hecho.
“Mi alma está henchida de asombro al contemplar sus prodigios, todo lo que Dios ha hecho a favor de su pueblo. El agradecimiento brota a raudales de mi boca, por todo lo que Dios ha hecho por ellos y por mí.”
Sin embargo, por mi parte yo debo reconocer que alabar al Señor no es lo único que hago, sino que muchas veces aparto mi atención de la alabanza y la pongo en cosas vanas, y aún, a veces, para mi mal, en cosas indignas. No hago lo que me he propuesto hacer mientras viva.
¿Pero cómo podría limitarme a no hacer otra cosa siempre sino alabar al Señor cuando tengo que atender a mis obligaciones y a mi trabajo? ¿Cómo alabar a Dios cuando tengo que llevar a cabo las tareas ineludibles de las que está hecho el tejido de la vida? ¿Cómo? Ofreciéndole al Señor cada una de las cosas que emprendo para vivir y con que gano mi sustento, y Él las aceptará como una ofrenda, y bendecirá todo lo que haga porque lo hago para Él.

3. “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación.” (cf Sal 118:8,9)
Este verso expresa una verdad incontrovertible que no conviene ignorar. Si él alaba a Dios es porque puede confiar enteramente y sin reservas en Él. En cambio no ocurre lo mismo con el que confía en seres humanos, aun en los de más exaltada posición, o en los príncipes de la congregación de Israel, en los grandes, los poderosos y los ricos, porque ellos no son sino meras criaturas, hijos de hombre cuya carne retornará un día al polvo de donde vino (Gn 3:19). Lo que ellos ofrecen no perdura ni constituye un apoyo firme.
Jeremías escribió muy apropiadamente al respecto: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no  verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada.” (Jr 17:5,6)

4. “Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos.” (4)
Cuando exhala su último suspiro termina su existencia como ser vivo en este mundo y su cuerpo es devuelto a la tierra que es su origen, pues todos somos arcilla. Mientras el hombre respira está con vida, pues su aliento lleva el oxígeno del aire a la sangre que lo reparte por todas las células del cuerpo. Pero cuando su corazón deja de latir, la sangre deja de fluir por el cuerpo y el hombre fallece. (Sal 104:29)
Cuando el hombre muere todos sus planes y proyectos, sus afectos y sus odios, perecen con él, y nada puede hacer a favor o en contra de nadie. Si prometió ayudar a alguien, por buena y firme que haya sido su intención y sincero su propósito, su cadáver no podrá hacer nada de lo que se había propuesto hacer, y no podrá mover ni un dedo a favor del que confió en él y puso en él su esperanza. (5)

En cambio:
5,6ª. “Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios (cf Sal 33:12;144:15), el cual hizo los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay;” (Sal 115:15; Hch 4:24; 14:15: Ap 10:6) (6).
Dios hizo todo lo que existe y, por tanto, todo el poder está en sus manos y no depende de nadie para actuar. Él es eterno e inconmovible, y es absolutamente fiel con los que le sirven.
Jeremías también escribió al respecto: “Bendito el varón que confía en Jehová… porque será como árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto.” (Jr 17:7,8)
Enseguida el salmista enumera tres cualidades de Dios que constituyen motivos para que nosotros confiemos en Él. La primera es:

6b. “Que guarda verdad para siempre.” (La palabra hebrea emeth = “verdad”, puede también traducirse como “fidelidad”).
Dios es el mismo ayer, hoy y siempre (cf Hb 13:8). Si Él nunca cambia todo lo que Él promete permanece inalterable, porque Él es la Verdad misma (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Jn 14:6). Por eso es que una de las cualidades de Dios que la Biblia más subraya es su fidelidad (Dt 7:9; Dn 9:4; Mq 7:20).

7a. “Que hace justicia a los agraviados.” (Sal 103:6)
Sabemos que la injusticia prevalece en este mundo marcado por el pecado, pero Dios es un juez justo e imparcial, que no hace acepción de personas por motivo de rango, posición, o fortuna, y que no puede ser sobornado. De ahí que podamos confiar en que todos los que de una forma u otra han sufrido atropellos a manos de otras personas, recibirán en su momento el beneficio sea de una sentencia justa, o de una compensación, que repare el agravio sufrido, cualquiera que éste sea.

7b. “Que da pan a los hambrientos.” (Sal 37:19;107:9)
Dar pan a los hambrientos (es decir, alimentar, pues “pan” en hebreo tiene el sentido de alimento) es uno de los mayores actos de misericordia que podemos hacer, pues el ser humano no puede vivir sin alimento, y padecer hambre es una de las mayores torturas que se pueda sufrir, ya que el cuerpo reclama lo que le es indispensable para su subsistencia. Las Escrituras exaltan en muchos lugares este acto de misericordia (Pr 25:21,22; Mt 25:35), que Jesús mismo realizó en dos ocasiones cuando alimentó a las multitudes multiplicando los panes (Mt 14:13-21; 15:32-39; Jn 6:10-13).
Dar pan al hambriento también puede interpretarse en sentido espiritual. Jesús dijo: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4:4, cf Dt 8:3). El componente espiritual del ser humano, que es su parte más importante pues es eterna, necesita alimentarse tanto o más que su cuerpo. Sin ese alimento el espíritu del hombre languidece, y puede caer en los peores extravíos, como vemos a diario, pues la mayoría de los seres humanos, aunque estén materialmente saciados, viven espiritualmente desnutridos, sin ser concientes de ello, porque no hay dolor físico que acompañe a esa carencia, como sí ocurre en el caso de la falta de alimento material.
Los que gozan de todos los placeres que la vida ofrece no suelen sentir el déficit que padece su vida espiritual, pues viven enteramente a espaldas de ella, ignorándola del todo, hasta que la gracia de Dios les dé un golpe que los haga despertar a las realidades que desconocen o han olvidado.

Enseguida el salmista menciona siete cosas que Dios hace:
7c. “Jehová liberta a los cautivos;” (7) (Sal 68:6; 142:7; 107:10-14) (8)
8. “Jehová abre la vista a los ciegos; (Is 35:5)
     Jehová levanta a los caídos; (Sal 145:14)
     Jehová ama a los justos.”
Los salmos fueron escritos en una época en que prevalecían los conflictos entre pueblos, ciudades y tribus, y en que los vencidos eran con frecuencia tomados cautivos y hechos esclavos. Libertar a los que eran llevados en cautiverio era una de las mayores obras de misericordia de Dios entre los hombres pues aliviaba una de las mayores causas de sufrimiento en ese tiempo.
Pero no son sólo las cadenas físicas las que aprisionan al hombre. ¡Con cuánta frecuencia los hombres viven esclavos de sus vicios, o cautivos de su ignorancia. Sólo Dios puede libertarlos!
Puesto que no era frecuente –antes de que viniera Jesús- que Dios diera la vista a los que nacieron sin ella, o la perdieron en algún momento de su vida, es más probable que los ciegos a los que el salmista se refiere sean aquellos cuyos ojos espirituales están cerrados y son incapaces de ver las realidades que son invisibles para los ojos físicos (Dt 28:29; Is 59:10), aquellas cosas que dice Pablo que son eternas (2Cor 4:18).
Jesús asimismo habla de los ciegos que tienen ojos, pero no ven; de los sordos que tienen oídos, pero no oyen (Mr 8:18; cf Jr 5:21; Ez 12:2). Son los mayores inválidos del mundo, cuyo despertar al trasponer el umbral de la muerte (si no se arrepienten a tiempo) puede ser terrible, cuando aquello que ignoran, o que se negaron a ver, se les presente en toda su tremenda realidad, y ya sea tarde para volver atrás y rectificar su error.
“Jehová levanta a los caídos.” Los caídos de la vida son los que, de un lado, a causa de una enfermedad grave, o por otro motivo, han sufrido un serio deterioro de su salud, o una grave pérdida económica, o una disminución de su posición social eminente. De otro lado, son los que han perdido esposa, o esposo, o hijos, y se encuentran desconsolados por ese motivo; o han sido víctimas de acusaciones falsas que los han arrastrado a los tribunales. También son los que, a causa de un delito, han sufrido una justa condena que los ha privado de su libertad, o de sus bienes o, para vergüenza suya, de la posición social exaltada que ocupaban.
Pero también pueden ser los que han caído en pecado, aunque nadie lo sepa, y se sienten avergonzados de su falta, pero que, una vez arrepentidos, necesitan ser restaurados a su comunión con Dios.
“Jehová ama a los justos.” ¡Qué cierto es que Dios ama a los que pese a sus fallas humanas, y contra toda oposición, tratan de vivir de acuerdo a las normas divinas, y lo hacen siendo un testimonio y un ejemplo ante los demás! ¿Cómo no ha de amar Dios a los que le sirven y hacen en todo su voluntad poniendo por obra sus mandatos?

9. “Jehová guarda a los extranjeros;
     Al huérfano y a la viuda sostiene;
     Y el camino de los impíos trastorna.”
a) En muchos pasajes de las Escrituras se muestra la preocupación de Dios por los extranjeros, el huérfano y la viuda que viven en medio de su pueblo Israel (Ex 22:21,22; Lv 19:33,34; Dt 10:18; 24:17; 27:19; Sal 68:5; 94:6; Jr 7:5,6; Zc 7:10). A los israelitas mismos Él les recuerda cómo, durante muchos años, ellos vivieron como extranjeros en medio de un pueblo que los oprimía, hasta que fueron liberados por Moisés (Ex 23:9; Dt 24:18).
¿Por qué se preocupa Dios de los extranjeros? Porque ellos suelen estar desprotegidos ante las leyes en tierra ajena. Eso sigue ocurriendo en nuestros días, como bien sabemos por las noticias. Por eso es bueno que los cristianos, cuyo corazón es conforme al corazón de Dios, se ocupen de ellos y los acojan.
b) Pocos seres humanos necesitan más protección que los que han perdido padre y madre, o esposo, y que por eso no tienen nadie que los acoja. Por eso también Dios se ocupa de una manera especial de ellos, asegurando su sustento. Un caso concreto es el de la viuda de Sarepta que, durante un período de hambruna en Israel, se preparaba para morir junto con su hijo, cuando el profeta Elías le aseguró que en su pequeña alcuza tendría aceite suficiente para llenar muchas tinajas y venderlo, y así ocurrió (1R 17:14-16).
c) Por último, y en contraste con la protección que promete a los que acaba de mencionar, el autor afirma que Dios trastorna, esto es, perturba, impide “el camino de los impíos.” (Sal 147.6)
Los impíos ilusamente creen que gracias a las ventajas transitorias que su posición les otorga, pueden obtener todo lo que quieran, e imponer a otros menos favorecidos condiciones opresivas. Hacen planes y urden intrigas para hacer avanzar sus intereses y conquistar posiciones de mayor poder. Pero no cuentan con el Dios justo que vigila sus pasos, y que no dejará que sus propósitos prosperen, y los frustrará justo en el momento en que creían obtener la ansiada victoria (Sal 37:35,36). Entonces puede verse cómo se cumple que Dios “hace justicia a los agraviados” (v. 7), y no deja que los que confían en Él sean defraudados.

10. “Reinará Jehová para siempre; tu Dios, oh Sión, de generación en generación. Aleluya.”
No hay Dios como el Dios de Israel que reina por los siglos de los siglos sobre todas las naciones de la tierra, y que sujeta bajo su poder a todos sus habitantes a lo largo de la historia, una generación tras otra (Ex 15:18; Sal 10:16; Ap 11:15). Los judíos podían decir que Él era su Dios porque Él había escogido a Sión como su morada y a Israel como rebaño propio.
Pero aunque Él fuera en efecto, y de una manera especial, el Dios de ellos, Él es, en verdad, Dios de toda la creación y de todos los seres humanos, porque todo lo que existe ha salido de sus manos y ha sido creado por el aliento de su boca. Un día, que esperamos no sea lejano, Él reunirá en la Jerusalén celestial a todos los que creen en el nombre de su Hijo, a todos los que, justificados por la misma fe que tuvo Abraham, conforman el Israel de Dios (Gal 6:16).

Notas: 1. El Salterio fue dividido, no se sabe por quién ni cuándo, en cinco secciones de extensión desigual, por analogía con los cinco libros del Pentateuco.
2. La palabra Hallelu-Yah (que viene del verbo hallel=alabar) significa “alabad a Yavé” (Jehová). Tienen también la palabra “Aleluya” en el encabezamiento y en el pie los salmos 106, 113 y 135, y son muchos más los salmos del 5to. Libro que tienen la palabra “aleluya” sea al inicio o al fin de su texto.
3. El verso inicial de este salmo es casi idéntico al del salmo 103, sólo que éste dice “Bendice” en lugar de “Alaba”.
4. Los vers. 3 y 4 reflejan posiblemente el desencanto del pueblo judío con los príncipes en quienes en el pasado confiaron: el faraón que esperaron podría haberlos librado de Nabucodonosor, pero se abstuvo; o los reyes medo-persas que primero permitieron la reconstrucción del templo de Jerusalén (2Cro 36:22,23) y luego, instigados por los envidiosos samaritanos, la impidieron (Es 4), para finalmente volverla a autorizar (Es 5,6), tal como Hageo y Zacarías habían profetizado(Hg 1; Zc 6:12,13).
5. San Agustín anota muy apropiadamente que los hombres se alegran cuando, estando en dificultades, se les anuncia que hay un hombre poderoso que los puede ayudar, pero se entristecen si se les dice que pongan su confianza en Dios. Se alegran de que los ayude alguien que necesita quien lo salve, y se entristecen si se les promete la ayuda de Uno que no necesita un Salvador, porque Él lo es de todos.
6. San Agustín dice que es bendito el que busca la ayuda del Dios de Jacob, de Aquel que fue un ayudador tan grande que hizo de Jacob un Israel.
7. El salmo menciona cinco veces seguidas el nombre divino en alusión a los cinco libros del Pentateuco.
8. Algunos ven en esta frase una alusión a la liberación de los judíos que estaban cautivos en Babilonia.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#722 (15.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 13 de abril de 2012

ANOTACIONES AL MARGEN XXXI


Por José Belaunde M..
ANOTACIONES AL MARGEN XXXI

* El temor de la muerte es el salario del pecado, porque a la muerte sigue la condenación eterna. Muy cierto. Pero la muerte es en realidad –cuando se vive para Dios- nuestra mejor amiga, porque nos abre las puertas del cielo.

* Jesús dijo: “No os afanéis por el día de mañana” (Mt 6:25). Este consejo de Jesús parece contrario al sentido común y a lo que aconseja la sabiduría del mundo, que hay que prever para el mañana. ¿Pero es ese consejo realmente contrario a la prudencia que aconseja “guardar pan para mayo”, o pensar de antemano en la jubilación? No, porque una cosa es afanarse y otra tomar precauciones razonables y planificar.

* Cuanto menos nos creamos más nos llena Dios con sus dones. Nuestra pobreza es nuestra riqueza. Pero si nos creemos mucho, Dios retendrá los dones que en nuestra suficiencia no creemos necesitar. Nuestra riqueza será nuestra pobreza.

* ¿Puede la humildad odiar? Sí puede. ¿Y el orgullo amar? También, pero en ambos casos es más fácil que ocurra lo contrario: que la humildad ame y que el orgullo odie. De ahí que la humildad facilite la paz.

* Si Dios dejase de querer dejaría de ser Dios, porque Dios es amor. El amor es la materia prima de que está hecho.

* Cuanto más generosos seamos más aumentará lo que tenemos. Esta es una regla que se cumple en muchísimos campos, si no en todos. La generosidad multiplica todo lo que toca.

* La humildad no provoca guerras; el orgullo, sí. La humildad es pacificadora.

* ¿Por qué es que a todo hombre le gusta descansar sobre el pecho de una mujer? ¿Será el recuerdo de la lactancia? ¿O hay algo más?

* Jesús era manso y humilde de corazón (Mt 11:29). Sus enemigos eran todo lo contrario. Por eso lo odiaban, porque el vicio suele odiar a la virtud. ¿Como quién queremos ser? ¿Como Jesús, o como sus enemigos?

* Satanás inspiraba su odio a los enemigos de Jesús, e inspira y fomenta en el mundo el odio de todos los que odian, cualquiera que sea el motivo.

* El consejo de Jesús de poner la otra mejilla al que te da una cachetada, está dirigido a aplacar el odio y convertirlo en amor.

* Nosotros odiamos a Anás y a Caifás y a sus secuaces. Pero Jesús los amaba y pidió al Padre que los perdonara mientras moría también por ellos.

* Cuando hacen daño a su hijo o a su hija, al padre y a la madre les duele más que si a ellos les hubieran golpeado. Eso ocurre en mayor medida con Dios, porque Él nos ama más que ellos y porque, siendo nuestro Creador, es más nuestro Padre que nuestros progenitores.

* Cuando nuestras acciones son en Cristo y para Dios, su amor y su sangre las purifican de las deficiencias que las empañan y contaminan.

* Debemos ser celosos de la reputación ajena, y no lo contrario, hienas que atacan el buen nombre de los demás.

* ¡Cuánto debemos evitar las conversaciones inútiles, y cómo debo yo arrepentirme de decir tonterías no edificantes, como hago con frecuencia!

* ¡Cómo pudiéramos todos permanecer unidos en espíritu a Jesús, aun sin pensar en Él, estando absorbidos por nuestras ocupaciones! Pero nuestros pensamientos y sentimientos indignos nos apartan con frecuencia de Él.

* La humildad es en verdad la llave que abre la puerta del corazón de Dios. El agradecimiento también, cuando uno agradece por lo que Dios le ha dado. Pero es difícil ser soberbio y agradecido al mismo tiempo.

* El hombre moderno, orgulloso de sus logros materiales y tecnológicos, se siente el centro del universo, y desprecia como primitiva y fruto de la ignorancia, toda creencia en un Ser Supremo, como hemos visto en las obras escritas por algunos científicos famosos, promotores de un ateísmo agresivo. Los sentimientos religiosos son objeto de burla.

* Pero ¿cómo no estimar lo que la tecnología ha creado y nos ofrece? En el fondo es Dios quien ha creado todas esas cosas a través del hombre. Sin embargo, pueden convertirse en una trampa cuando acaparan toda nuestra atención, y se vuelven pequeños ídolos para nosotros.

* ¡Qué lástima es cuando dejamos de hacer en el momento lo que sentimos que debemos hacer! ¡Lo que Dios nos pone por delante! Nos perdemos la oportunidad de hacer el bien a una o más personas, y de hacérnoslo a nosotros mismos de paso. Algún día veremos en el cielo todo un armario de oportunidades perdidas que hubieran podido embellecer nuestra corona si las hubiéramos aprovechado.

* ¡Cuánto tiempo pierdo yo, sobre todo de noche, cuando me ocupo al azar de una u otra cosa intrascendente, cuando podría dedicar ese tiempo a elevar mi pensamiento a Dios!

* Quienes corren detrás de los honores del mundo sin merecerlos, cuando después de tanto bregar los obtengan, verán que pronto se marchitan en sus manos.

* Dios no puede olvidar a los que se olvidan de Él, porque ¿se olvidará una madre de los hijos que dio a luz?

* Es bueno obrar en contra del estado de ánimo que nos domina, o nos deprime. Si estoy abatido, caminar rápido y con la frente en alto como si estuviera alegre, lleno de optimismo; si estoy cansado, en la medida de lo posible, no dejarme dominar por la fatiga hasta que pueda tirarme largo y tendido sobre la cama.

* El espejo nos muestra implacable todas las arrugas de nuestra cara y las canas de nuestro cabello. Si hubiera un espejo que mostrara nuestras arrugas y nuestras canas espirituales, ¿cuántos querrían mirarse en él? La Biblia es ese espejo, aunque no es tan gráfico como el que yo imagino.

Pero si pasáramos revista al día antes de dormir, haciendo un examen de conciencia, podríamos detectar algunas de esas arrugas y canas del alma.

* Aunque algunos lo nieguen, esta vida es sólo un período de preparación para el destino final que escojamos, el cielo o el infierno.

* A veces parece que Dios se alejara de nosotros, aunque en realidad está cerca. Lo hace para darnos una lección. Pero una vez aprendida, regresa en el acto.

* Yo quisiera poder jactarme de que nunca me jacto. Pero si lo hiciera incurriría en lo que quiero evitar.

* Cuando nos humillamos preparamos nuestra exaltación. Pero hay quienes consideran deshonroso humillarse. Olvidan que el primero en hacerlo fue Jesús.

* ¿Cuál puede ser la diferencia entre el cariño y el amor? El amor es un sentimiento más absoluto, más avasallante, más comprometedor. El cariño inclina, pero no compromete; no se apodera de la persona que lo siente. El cariño se parece al afecto, aunque no es lo mismo, en que es un amor suave.

* ¡Qué cierto es esto! Dios nos conoce a todos, pero no todos conocen a Dios. Incluso los que creen en Él lo conocen poco. ¿Quién puede decir que conoce realmente a Dios? Conocemos su voluntad porque leemos la Biblia. Pero ¿cuántos conocen sus sentimientos? Algún día los conoceremos, porque lo veremos cara a cara, como dice Pablo (1Cor 13:12). ¡Oh cómo quisiéramos que llegara ese momento! Pero, a la vez, no queremos abandonar esta vida que amamos, salvo que se nos vuelva insoportable.

* ¡Qué cierto es que las buenas noticias no son noticia! (Salvo que se traten de una victoria en el fútbol). Los diarios dedican páginas de páginas a los chismes, y dimes y diretes de la farándula. ¿Lo hacen porque a sus directores les interesan esos temas? No, sino porque saben que a sus lectores les interesan. Pero que empiecen a publicar noticias acerca de lo que son verdaderas buenas noticias, como el avance de la predicación del Evangelio en el mundo, o del progreso de algunas obras de caridad que benefician a muchos necesitados, a ver si algunos las leen. Ningún diario que quisiera venderse bien dedicaría una sección a ese tipo de noticias, porque no tendría lectores.

* Dios nos quiere llevar a una mayor intimidad con Él, pero nosotros nos resistimos porque no queremos abandonar nuestro pequeño mundo de atractivos, intereses y afectos. Pero todo lo que se interpone entre nosotros y Dios debe ser descartado, no porque sea necesariamente malo, sino porque es un obstáculo a nuestra unión con Él.

* La comodidad no es el lugar donde mejor se aprende la paciencia, ni la abundancia el lugar donde mejor se aprende la generosidad. La pobre viuda, dijo Jesús, dio más que todos los que echaron su ofrenda en el templo, porque dio todo lo que tenía.

* Hace poco respondí a una consulta de una lectora sobre el nombre de Dios mediante la siguiente carta:

“El tema bastante complicado de la pronunciación correcta del tetragrama, o nombre divino, YHWH, con que Dios se reveló a Moisés, viene del hecho de que el alfabeto hebreo consta solamente de consonantes (22 en total). A fin de que no se perdiera la pronunciación tradicional, hacia el año 1000 DC los escribas judíos (llamados "masoretas") añadieron vocales a las palabras mediante un sistema de puntos y rayas que se escribían debajo de las consonantes. Por respeto al nombre divino en lugar de poner las vocales correctas pusieron debajo de YHWH las que corresponden a Adonai (mi Señor). Ignorante de este hecho, el monje dominico Santes Pagninus, que a comienzos del siglo XVI hizo una nueva traducción del Antiguo Testamento del hebreo al latín, (que fue usada por Lutero para su propia traducción al alemán), transcribió el tetragrama equivocadamente como Jehová, y así empezó a figurar en las traducciones protestantes del Antiguo Testamento, salvo en las que, siguiendo el ejemplo de la Septuaginta y de la Vulgata, ponían Señor.”

“A mediados del siglo XIX unos eruditos protestantes se dieron cuenta del error cometido por Pagninus, y un poco adivinando, leyeron el Tetragrama como Yavé (más propiamente YaHWeH), siguiendo las primeras transliteraciones al griego hechas por los padres de la iglesia, Clemente de Alejandría y Teodoreto, esto es, "Yáue" o "Yáve". Es irónico que las versiones protestantes sigan poniendo Jehová y que las versiones católicas modernas opten por Yavé. Es un caso de ecumenismo involuntario.”

“Es probable que, en arameo, el idioma que hablaba Jesús, el nombre sagrado se pronunciara Yáue.”

“Aunque yo escribo para cristianos sin distinción de iglesias y denominaciones, la mayoría de mis lectores suele usar, hasta donde yo sepa, la versión Reina Valera 60, que pone Jehová.”

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#721 (08.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

PABLO EN ATENAS

Por José Belaunde M.
PABLO EN ATENAS
Consideraciones acerca del libro de Hechos XV

Los discípulos de Berea que sacaron a Pablo de su ciudad lo acompañaron no sólo hasta el puerto donde tenía que embarcarse, sino fueron con él hasta su destino que era Atenas (Hch 17:14,15. Nota 1). Ellos querían asegurarse de que llegaba bien. Amaban y respetaban tanto al hombre que les había hecho conocer la verdad, que no podían quedarse tranquilos si su maestro no llegaba con bien al término de su viaje.

Ahora, cabe preguntarse ¿Por qué escogió Pablo ir a Atenas? Ya esa ciudad no ocupaba el lugar privilegiado de antaño, pues Grecia había pasado a formar parte del Imperio Romano. No obstante, retenía su prestigio como antiguo centro del poder griego pero, sobre todo, por la calidad de su vida intelectual, aunque habían surgido también otros centros académicos.

Antes de partir sus acompañantes, Pablo les había pedido que dijeran a Silas y Timoteo, que se habían quedado en Berea para fortalecer a los hermanos, que vinieran a reunirse con él a Atenas a la brevedad.

Mientras los esperaba, dice el texto, Pablo “se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” (v.16), (2) seguramente porque contemplaba los grandes templos, comenzando por el majestuoso Partenón, que adornaban la ciudad con su arquitectura, y el culto que se rendía a sus numerosos dioses.

Para él, que sabía que sólo hay un Dios, ese espectáculo debe haberle parecido triste, extraño y deprimente. No porque él no se hubiera enfrentado antes al fenómeno de la idolatría, con sus estatuas, sacrificios y templos, sino porque ahí en Atenas, sus esfigies, templos y monumentos brillaban por su esplendor, y los atenienses se sentían orgullosos de ellos. Pero vistas bien las cosas, de lo que ellos estaban orgullosos era en verdad de las manifestaciones de su tremenda y trágica ignorancia, a pesar de que, por otro lado, fueran sin duda, muy cultos e inteligentes.

Ese paradójico contraste ocurre también en nuestro tiempo. Hay muchísimos hombres y mujeres que poseen un intelecto muy desarrollado, que están repletos de conocimientos y habilidades, y que desempeñan funciones de mucha utilidad en la sociedad, y que, sin embargo, en las cosas fundamentales del espíritu están en la luna, por así decirlo, porque no tienen fe y no conocen al Dios verdadero. Por ese motivo, aunque gocen de gran prestigio en el mundo de la ciencia, de la política, o de los negocios, muchos de ellos caminan dando tumbos en su vida privada y caen a veces del pedestal que los encumbra. (El caso reciente de un alto funcionario internacional famoso que perdió se encumbrada posición en medio de un escándalo, es un buen ejemplo de lo que afirmo).

Es que en verdad, el que tiene a Dios lo tiene todo, aunque sea un indigente, o un ignorante. Pero el que no tiene a Dios no tiene nada aunque sea dueño de una fortuna, o de grandes conocimientos.

Vemos ahora que aquí en Atenas, aunque Pablo no deja de acudir a la sinagoga para debatir con los judíos acerca de Jesús, su atención principal se centra en los paganos de la ciudad, a quienes deseaba dar a conocer a Cristo.

Con ese propósito en mente él va al ágora (o plaza principal), esto es, al lugar central en donde, como era usual en las ciudades griegas, solía reunirse la gente para tratar de sus asuntos y negocios, o para discutir de política o de filosofía. Ahí encontró a algunos cultores de las dos corrientes filosóficas predominantes entonces, a los seguidores de Epicuro y a los estoicos (3). A ellos lo que Pablo les decía debe haberles sonado extraño, pues les hablaba en términos a los cuales ellos no estaban acostumbrados pero, sobre todo, porque lo hacía desde una perspectiva que ellos desconocían: la de un Dios personal que se acerca a los hombres y se hace como uno de ellos; que desciende a la tierra para morir y resucitar (v.18).

Intrigados por su mensaje y deseando oírlo en un marco más adecuado lo llevaron a la corte del Areópago (v.19,20), que se reunía en la columnata real del ágora. La corte del Areópago, así llamada porque originalmente se reunía en la colina (pagos) de Ares (nombre griego del dios Marte), era la más venerable de las instituciones atenienses, que había cumplido las funciones de un senado en épocas pasadas. Aunque sus atribuciones habían sido recortadas con el advenimiento de la democracia, retenía parte de su antiguo prestigio y tenía bajo su responsabilidad los asuntos relativos a la religión, la moral y el homicidio, entre otros.

Aquí Lucas hace una acotación muy pertinente acerca del carácter de los atenienses en esa etapa de decadencia de su ciudad, pasados sus tiempos de gloria, pero que es característica también de los habitantes de muchas ciudades del mundo contemporáneo (v. 21). Y era que los atenienses estaban siempre pendientes, y no les interesaba otra cosa que no fueran las novedades que llegaban a su atención (4). En esto, en realidad, no se diferenciaban mucho del hombre moderno de todas las latitudes que está pendiente de lo nuevo que ocurre. Si no fuera eso cierto no se venderían tantos diarios en los kioskos cuyo atractivo principal es traer la noticia fresca, ni se difundirían tantos programas noticiosos (o chismográficos) por la radio y la TV.

Esas publicaciones y esos programas viven de la curiosidad del público por saber qué ha ocurrido en las últimas horas, y rara vez invitan a sus lectores, o a sus oyentes, a reflexionar sobre el significado, o la trascendencia, de los acontecimientos locales o mundiales que presentan. Si nosotros leyéramos esos diarios, u oyéramos esas noticias, en oración, es posible que el Señor nos hablara y nos hiciera ver qué hilos se mueven detrás de la trama de los sucesos cotidianos cambiantes, y qué espíritu mueve a los personajes que aparecen en los titulares.

Pero Pablo, siempre atento para aprovechar la menor oportunidad que se le presentara para predicar el Evangelio, se puso de pie en medio del Areópago -posiblemente sobre un podio que le permitiera ser escuchado por todos y dominar a la audiencia- y pronunció un discurso (5) que procuró adaptar a la mentalidad de sus oyentes atenienses.

Lo hace con bastante habilidad pues empieza halagándolos y refiriéndose a cosas que estaban a la vista de todos. Él elogia el sentido que tienen de los elementos invisibles y espirituales de la vida, pues honran a las divinidades conocidas con monumentos y templos, dándoles el culto que creen se merecen (6). E incluso, les dice él, habéis dedicado, por si acaso, una estatua al dios que todavía no conocéis, pero cuya existencia os parece probable, si no segura.

Fíjense en el sentido de oportunidad que tiene Pablo. Él ha identificado un objeto singular en el Acrópolis, en medio de los templetes y las estatuas que lo adornan, e inmediatamente lo aprovecha para dirigir su plática al objetivo de sus palabras: presentar a Cristo.

Pablo dice: Yo vengo a hablarles del Dios a quien ustedes adoran sin conocer (v.22,23). No podía haber escogido una frase mejor para capturar la atención de sus oyentes. Sus palabras siguen luego un curso racional, explicando en un lenguaje que se asemeja al de los filósofos, lo que las Escrituras hebreas dicen acerca de Dios, esto es, en primer lugar, que Dios creó el mundo y todo lo que existe, lo cual incluye a todos los seres que lo habitan.

Por tanto, en segundo lugar (v. 24), Él es el Señor de toda la creación. Implícitamente ahí está contenida la idea de que Dios es más grande que el universo creado por Él. De donde se desprende que Él no habita en templos edificados por el hombre, como los que se veían en esa ciudad –en donde en cada templo había una estatua, si no varias, dedicada a una divinidad- puesto que el universo entero no lo contiene. ¿Cuántos de sus oyentes captarían la fuerza de su argumento contra la idolatría?

En tercer lugar, Pablo les habla de la futilidad de los sacrificios de animales que se ofrecen en los templos como si Dios tuviese necesidad de ellos para alimentarse ya que, por el contrario, Él es quien da aliento y vida a todos los seres que pueblan la tierra (v.25; cf Is 42:5) (7).

En cuarto lugar, Dios ha creado a la raza humana de un solo primer hombre –lo que significa que todos los hombres son iguales porque descienden del mismo antepasado- para que habiten y pueblen toda la tierra. Les ha fijado los lugares donde pueden establecerse y ha fijado, por medio de las estaciones, los tiempos sucesivos que regulan sus actividades (v. 26).

Todo lo ha hecho Dios de esa manera, en quinto lugar, para que los hombres lo busquen, aunque Él es invisible, palpando en la oscuridad como el ciego palpando encuentra su camino, reconociendo su existencia en la multiforme variedad de las cosas creadas. Aquí expresa Pablo una idea que aparece también en el primer capítulo de Romanos, esto es, que Dios se revela a sí mismo en su creación: “Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Rm 1:20), de modo que los hombres no tienen excusa si no reconocen su existencia, pues Él no está lejos de elos, sino que, al contrario, “en Él vivimos, nos movemos y existimos”. El hombre está rodeado de Dios, inmerso en Él y no puede escapar de su presencia, pues está en todas partes. La frase que Pablo cita es un verso del poeta Epiménides, que Pablo intercala en su discurso, junto con otro de Aratus a continuación: “Pues linaje suyo somos” (Hch 17:28).

Cuando Pablo habla en una sinagoga judía él refuerza sus argumentos citando pasajes de las Escrituras hebreas que sus oyentes conocen. Es natural que, dirigiéndose a un público griego, él apoye su discurso citando a algunos de sus poetas más conocidos (prueba, dicho sea de paso, de que los conocía bien).

En sexto lugar, siendo pues nosotros linaje de Dios, esto es, familia suya, como acaba de decir, –y aquí apunta él implícitamente a la idea del Génesis de que Dios nos hizo a su imagen y semejanza- no debemos nosotros pensar que Dios esté hecho de cosas materiales, (“oro, o plata, o piedra”) como las esculturas e ídolos que el hombre fabrica usando su imaginación, y que se ven en vuestros templos, les dice él; es decir, no debemos pensar que Él sea obra humana, hecha de cosas de las que el hombre dispone, cuando es al revés, el hombre fue hecho, creado, por Dios (v.29).

Pero así como el hombre es muy superior a las cosas que él crea, de manera semejante Dios está muy por encima de sus criaturas y de toda su creación.

Llegado a este punto él expone a sus oyentes el objetivo de todo su discurso, el llamado al arrepentimiento. Él les dice que Dios ha pasado por alto los tiempos en que el hombre ha vivido en ignorancia de su existencia, así como todos los pecados que por causa de esa ignorancia ha cometido (8), pero ahora exige de ellos que se arrepientan de sus malas obras, porque ha fijado un día, que no ha de tardar, en que va a juzgar al mundo entero por medio de un hombre al cual ha confirmado para esa exaltada misión al haberlo resucitado de entre los muertos (v.30,31).

Antes de llegar a este punto el discurso de Pablo ha estado perfectamente adaptado a la mentalidad de sus oyentes, pero la mención de la resurrección provoca en ellos un inmediato rechazo, mezclado con burlas y desprecio. ¿Por qué esa reacción? Porque dentro de su mentalidad racionalista la posibilidad de que el hombre muerto pueda volver a la vida, está totalmente excluida, y quien hable de ese fenómeno como de una posibilidad efectiva está mezclando fábulas con la realidad.

Siglos atrás, Esquilo, uno de sus más grandes poetas, había puesto en boca del dios Apolo estas palabras: “Una vez que el polvo ha absorbido la sangre del hombre y él está muerto, ya no hay resurrección.”

Es posible que el rechazo y la burla de los asistentes impidiera a Pablo culminar su discurso haciendo una presentación completa del mensaje de salvación. Sin embargo, pese al rechazo general, hubo algunos que sí creyeron en su mensaje, y que se le juntaron. Entre ellos figuraba un tal Dionisio, a quien el texto llama “el areopagita”. Que se le llame así podría indicar que se trataba de un miembro de la corte de hombres ilustres que sesionaba en el Areópago y que examinaba las credenciales de los maestros visitantes (9). Figuraba además una mujer llamada Dámaris (que según algunos manuscritos sería su esposa) y a quien no se vuelve a mencionar.

Es de notar que no se tiene noticia de que Pablo fundara una iglesia en Atenas, o de que regresara a esa ciudad. Pero hay un pasaje en Primera de Corintios que ha hecho pensar a algunos que él no quedó muy contento de haber adaptado su mensaje a la mentalidad pagana y de no haber mencionado la cruz en su discurso: “Así que hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado.” (1 Cor 2:1,2. Pero léase el pasaje hasta el v.5). Esto es, en adelante voy a dejar todo alarde de filosofía para hablarles sólo de la redención obrada por Cristo.

Después de estas cosas –empieza diciendo el siguiente capítulo- Pablo salió de Atenas y fue a Corinto”, donde se le abriría un nuevo y fecundo campo de trabajo, como veremos a continuación.

Notas: 1. Atenas, cuyo origen se remonta al siglo XII AC, si no antes, es con razón llamada la cuna de la democracia, pues en ella se forjó este sistema de gobierno. Era la principal de las ciudades-estado griegas a inicios del siglo V por el destacado papel que jugó en la derrota de los invasores persas (490-478 AC). Vencida por Esparta en la guerra del Peloponeso (431-404 AC), recuperó el liderazgo al resistir la agresión macedonia. Aún después de la victoria de Filipo en 338 AC, retuvo parte de su antigua libertad. Después de la conquista de Grecia por los romanos (146 AC), éstos le permitieron conservar sus instituciones como una ciudad aliada del Imperio, que estaba además exenta del pago de impuestos. La literatura, escultura y oratoria atenienses de los siglos V y IV AC nunca han sido superadas. En sus academias enseñaron filosofía Sócrates, Platón, Aristóteles, además de Epicuro y Zenón.
2. El poeta satírico Petronio hace decir a uno de sus personajes que Atenas es un lugar tan lleno de divinidades que es más fácil toparse allí con un dios que con un hombre.
3. Los epicúreos seguían la escuela filosófica fundada por Epicuro (341-240 AC) que basaba su doctrina en el atomismo de Demócrito (circa 460-370 AC), según el cual el universo es el resultado del choque casual de los átomos, los dioses no se interesan por los asuntos humanos, y al llegar la muerte los átomos constitutivos del ser humano se dispersan. No hay pues castigo que temer después de la muerte. Apoyado en esas ideas Epicuro sostenía que el fin de la existencia es experimentar emociones y sensaciones placenteras, y llevar una vida serena rodeado de amigos, libre de pasiones perturbadoras. La noción de que los epicúreos iban tras los placeres sensuales extremos es una deformación calumniosa de sus enseñanzas.
El estoicismo es una escuela filosófica fundada por Zenón (335-263 AC), sistematizada por Crísipo (280-207 AC) y que luego fue modificada absorbiendo elementos del platonismo. Tomó su nombre del pórtico (stoa en griego) en Atenas bajo el cual Zenón empezó a enseñar. Grandes pensadores estoicos romanos fueron el educador Séneca, el político y orador Cicerón, el emperador filósofo Marco Aurelio, y el esclavo Epicteto.
El estoicismo considera que detrás de la realidad material se encuentra el Logos, o razón dinámica del universo, del cual las almas humanas son una emanación, que controla el destino de todas las cosas, y que es sabio y bueno. La virtud –y la felicidad que depende de ella- consiste en adaptarse al impulso del destino dominando las pasiones y emociones. Por ese medio puede llegarse a la indiferencia frente a las situaciones cambiantes, favorables o desfavorables de la realidad. De ahí que popularmente se diga que estoico es alguien que lo soporta todo.
Pese a algunos puntos de contacto con el pensamiento paulino y el cristianismo en general, el estoicismo no reconoce la existencia de un Dios personal y no tiene una concepción radical del pecado. No obstante, el estoicismo influyó en la teología y en la ética de los primeros padres y apologistas cristianos, que se apropiaron de algunos de sus términos y conceptos.
4. Ya Demóstenes (384-322 AC) les había echado en cara ese rasgo de su carácter: “Ustedes se contentan con correr de un sitio a otro preguntando: ¿Hay alguna noticia hoy día?” cuando la amenaza que Filipo de Macedonia representaba exigía acciones y no palabras.
5. El discurso pronunciado por Pablo ha sido llamado “Areopagítica” en la literatura especializada, y ha sido objeto de multitud de estudios de los eruditos.
6. Él emplea el comparativo de una palabra (deisidaimonía) que puede significar tanto “muy religioso” como “muy supersticioso”, en el sentido de reverencia o temor de la divinidad. (Véase Hch 25:19).
7. Aquí naturalmente pudiera objetarse que el mismo Dios de quien él habla prescribió a los israelitas que se ofrecieran sacrificios y holocaustos en el templo de Jerusalén. Es cierto, pero eso fue antes del sacrificio de Jesús en la cruz que anuló e hizo obsoletos todos los sacrificios del templo. Pero debe tenerse en cuenta además que, aparte de los holocaustos en que todo era quemado, una parte de la carne de los animales sacrificados en el templo servía de alimento a los sacerdotes y levitas, y que la mayor parte de lo sacrificado era comida por las propias personas que ofrecían la carne a Dios. Esto es, no era una ofrenda presentada como alimento para Dios.
8. A los de Listra Pablo les dijo que Dios había permitido que los hombres siguieran sus propios caminos, aunque no dejó de darles testimonio de sí mismo (Hch 14:16,17).
9. A inicios del siglo VI empezó a circular una obra de teología mística neoplatónica atribuida a “Dionisio, el Areopagita”, que ha ejercido mucha influencia en el desarrollo de la mística cristiana. Naturalmente el nombre del supuesto autor de ese escrito es un seudónimo detrás del cual se oculta el verdadero autor.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#720 (01.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).