viernes, 3 de agosto de 2012

SI EL SEÑOR NO EDIFICA LA CASA


Por José Belaunde M.
SI EL SEÑOR NO EDIFICA LA CASA
COMENTARIO DEL SALMO 127

Introducción: Este salmo forma parte de la colección de quince salmos “graduales” o de “las subidas” (mahalaj en hebreo) que siguen al salmo 119 en el Salterio (del 120 al 134). En la Introducción a mi comentario al salmo 121 (“Alzaré mis Ojos a los Montes” #706), a la cual me remito, he mencionado algunas de las hipótesis más aceptadas acerca del origen y uso de la colección. Como se señala ahí, es muy probable que estos salmos fueran escritos después del exilio. Sin embargo, este salmo lleva el encabezamiento “para (o de) Salomón”, lo que ha sido interpretado en dos sentidos: el salmo fue escrito por David para su hijo Salomón, con vistas a la construcción del templo que él iba a levantar; o fue escrito por Salomón mismo. No obstante, los encabezamientos que figuran al comienzo de la mayoría de los salmos no forman parte del texto inspirado, sino que fueron añadidos algún tiempo después de escritos, y su valor histórico es dudoso.
Según la “Jewish Study Bible” el salmo se divide en dos partes, la primera, formada por los vers. 1 y 2, se enfoca en la “casa” y en la “ciudad”; y la segunda (vers. 3 al 5), en los hijos. Ambas partes están conectadas porque “casa” puede ser una metáfora de “familia” (cf 2Sm 7:11), y “aljaba” puede ser una metáfora de “casa”, que está llena de “flechas”, es decir, de “hijos”.
Es de notar que el prócer norteamericano, Benjamín Franklin, se refirió a este salmo es su discurso a la asamblea reunida para redactar la Constitución de los EEUU el año 1787, para expresar su convicción de que Dios gobierna todos los asuntos del hombre, y pedir que todas las sesiones de la asamblea comenzaran con una súplica al Altísimo pidiendo su ayuda para llevar bien a cabo la responsabilidad que tenían por delante. ¡Que bueno fuera que las sesiones de nuestro Congreso, y las de todas sus comisiones y grupos de trabajo comenzaran con una oración semejante! Eso aseguraría su éxito.
La noción de que Dios es el origen de todas las cosas, y el garante del buen fin de todos los esfuerzos humanos, es la tesis principal de este salmo didáctico. Al respecto cabe recordar el proverbio que dice: “El caballo se alista para el día de batalla, mas Jehová es el que da la victoria.” (21:31).


1. “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia.”
Lo que este versículo dice es que todos nuestros esfuerzos serán vanos en todo lo que emprendamos si es que el Señor no nos apoya, si es que Él no está en lo que hacemos, si no surge de iniciativa suya. (Nota 1).
Para expresarlo el salmista utiliza dos imágenes sencillas pero conectadas. La primera es la de la construcción de una casa. Si Él no es el que la construye, es decir, si no es su voluntad y deseo suyo que se edifique, son inútiles todos los esfuerzos de los que la levantan, porque no llegarán a buen término. (2).
La palabra “casa” puede referirse a un palacio, o a un templo, puesto que el salmo está dedicado, o es atribuido, a Salomón, constructor de ambos (1Cro 28:10; 29:19). O puede referirse a la casa propia que uno edifica con esfuerzo. O puede entenderse, en sentido figurado, de una familia –a la que el Antiguo y el Nuevo Testamento llaman con frecuencia “casa” (Hch 16:31)- o de una empresa, o del estado mismo.
La segunda imagen es la seguridad de una ciudad. Si no es Dios el que la guarda, de nada sirve toda la atención que pongan los vigías que atisban el horizonte para ver si el enemigo se acerca; de nada sirve el armamento y la preparación de la guarnición que defiende la ciudad. De algún modo el enemigo los sorprenderá y la tomará, o, aún en tiempos de paz, si Dios no la preserva, puede sobrevenir una catástrofe que la destruya, como podría ser un terremoto, o un incendio pavoroso, o una plaga que diezme a sus habitantes.
De mucha mayor utilidad para la ciudad son los ángeles que acampan alrededor de ella (Sal 34:7) que un ejército que patrulle sus murallas.
El pueblo judío tenía alguna experiencia en este aserto, pues Jerusalén había sido tomada e incendiada por sus enemigos el año 586 AC, pese a todas las medidas que tomaron para defenderse de los babilonios. Pero también tuvieron la experiencia opuesta, unos 150 años después, cuando Nehemías reconstruía los muros derribados de la ciudad. Sus enemigos quisieron impedir la obra (Nh 4:7,8), pero no pudieron, no sólo porque Nehemías precavidamente había armado a los que edificaban el muro, sino sobretodo porque Dios guardaba la ciudad (Nh 4:13-18; pero léase todo el capítulo).

2. “Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a descansar, y que comáis pan de dolores; pues que a su amado dará Dios el sueño.”
El autor añade que todos los sacrificios que puedan hacerse negándose el sueño, trabajando hasta tarde en la noche, y levantándose en la madrugada, son inútiles; o que se ahorre al máximo en la comida, negándose toda satisfacción en la mesa, pues no es de esa manera como se obtiene el éxito si Dios no bendice esos esfuerzos, porque es Él quien lo otorga a quien quiere. ¡Cuántos ejemplos hay, en efecto, de personas que exigen lo máximo de sus fuerzas, levantándose temprano y acostándose tarde, sin que lleguen a obtener la ansiada recompensa en la que ponen tanto empeño! Hay un proverbio que expresa un pensamiento semejante: “La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella.” (Pr 10:22).
La frase: “a su amado dará Dios el sueño,” alude al dulce descanso del que ha alcanzado sus metas porque puso en el Señor su confianza, y Él lo ha bendecido (Sal 4:8;Pr 3:24). Pero no es la intención del salmista elogiar la negligencia, o la pereza que se disfrazan de confianza en Dios, o de piedad, ni menos condenar el esfuerzo honesto que la Biblia en otro lugar con mucha razón alaba (Pr 10:4; 31:15,18).

3. “He aquí, herencia del Señor son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre.”
El salmista cambia de asunto y dedica los tres últimos versículos del poema al tema de los hijos. Comienza diciendo que los hijos son herencia del Señor, esto es, que de Él provienen como un don que Él ha preparado. Así como todo padre prepara una herencia para sus hijos, de manera semejante Dios prepara para cada hijo suyo un tesoro que enriquezca su vida en la forma de una descendencia numerosa que lo alegre y llene de satisfacciones.
La gente suele pensar que los hijos son engendrados y nacen simplemente por un proceso natural en el que Dios no interviene. Pero el Salmo 139 dice: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre.” (v. 13). Es Dios quien da la vida y el alma a cada ser humano que viene al mundo. Si Él no estuviera presente en la concepción, no nacería ninguna criatura. Es bueno que reconozcamos con el apóstol Santiago que también en el caso de la vida “toda buena dávida… desciende de lo alto.” (St 1:17)
¿Y qué diremos de los hijos que nos causan dolores de cabeza, sea por su conducta o por su mala salud? Esa es una realidad que no podemos negar. Muchas veces lo primero ocurre por deficiencias en la educación, lo cual es con frecuencia responsabilidad de los propios padres, o por el mal ejemplo que brinda el entorno, o es simplemente consecuencia de la corrupción de la naturaleza humana causada por el pecado, especialmente en el caso de las enfermedades de la infancia, que suelen ser causa de tanta preocupación para los padres.
El verso paralelo llama a los hijos “fruto del vientre”. Es el mejor calificativo que se les podría dar. Los árboles dan frutos que deleitan y alimentan al hombre; el vientre de la mujer produce frutos igualmente deleitables que son algo de mucha estima.
¿Qué padre no se deleita en el hijo pequeño que le ha dado su esposa? La criatura pequeña es la alegría de sus padres (y abuelos) que observan embobados sus mohines, sus menores gestos, sus caprichos  y su llanto. No hay ser humano, me atrevería a decir, que a esa edad no haya sido encantador. Hasta los cachorros de las fieras son simpáticos.
Pero no sólo a esa edad temprana son los hijos motivo de satisfacción para sus padres. También lo son cuando crecen y toman parte en la vida familiar, tal como afirma poéticamente el salmo 128: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa.” (v. 3).

4. “Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud.” (3)
El salmista emplea una imagen tomada de la guerra: los hijos que se tienen en la juventud son como flechas en mano del arquero. Esto es, le permiten alcanzar lo que desea, eliminando o atemorizando a los que quieran oponerse a sus planes. Esta comparación supone una gran unidad familiar, pues implica que los hijos son solidarios con sus padres. El padre que tiene hijos que lo secunden y lo apoyen puede estar orgulloso de ellos. Ellos son el instrumento mediante el cual él se defiende y se impone en el mundo frente a sus rivales. El que no llenó temprano su aljaba de ellos, es decir, el que no los engendró cuando era joven, no los tendrá consigo más tarde cuando los necesite. (4)
Por eso dice a continuación:
5. “Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; no será avergonzado cuando hablare con los enemigos en la puerta.” (5)
Las familias numerosas son un baluarte frente al mundo, frente a los peligros que esconde, y a las rivalidades y enemistades porque, siendo muchos, tienen cómo defenderse y apoyarse mutuamente. De ahí que la Biblia diga con frecuencia y de diferentes maneras, que tener muchos hijos es una prueba del favor de Dios.
Pero de poco servirían contra el enemigo esas flechas si estuvieran torcidas y no derechas. Es el buen ejemplo y la educación basada en los principios de la Escritura, la que asegura que los hijos crezcan como troncos derechos y no torcidos.
En nuestro tiempo los padres no llenan su aljaba de numerosas flechas. Más bien, al contrario, procuran tenerlas semivacías. Hay muchas razones para ello. Algunas justificadas por el alto costo de la vida y de la educación de los hijos. Pero muchas veces es por puro egoísmo. Desean estar libres de las cargas, responsabilidades y ataduras que representan los hijos, pero también en muchos casos, por falta de fe en que Dios provee.
Olvidan que cuando los padres se aman los hijos suelen crecer más sanos y felices en las familias grandes que en las pequeñas. Las familias numerosas cristianas son en realidad remansos de felicidad y baluartes de fuerza cuando son unidas. Si han sido bien educados, los hijos serán algún día motivo de orgullo y no de vergüenza para sus padres.
La Septuaginta y la Vulgata traducen de manera diferente la primera frase de este versículo: “Bienaventurado el hombre que llenó su deseo de ellos.” El intérprete judío Rashi (siglo XI) aplica esta frase a los discípulos de los sabios, pero podría también aplicarse a los hijos de la iglesia, que en los primeros siglos se multiplicaron en poco tiempo, como anunciaba el profeta Isaías: “He aquí yo tenderé mi mano a las naciones, y a los pueblos levantaré mi bandera; y traerán en brazos a tus hijos, y tus hijas serán traídas en hombros.” (Is 49:22).
La frase “No será avergonzado”, según el comentarista Aben Ezra (siglo XII), se refiere en concreto a los padres y a sus hijos. En la antigüedad se honraba a los que tenían muchos hijos. Así por ejemplo, los romanos preferían a sus ciudadanos que daban más hijos a su patria, que a los que le daban menos; e igual hacían los persas (Est 5:11).
“Cuando hablare…” porque sus hijos los defenderán cuando tengan que presentarse ante los tribunales (Véase Nota 5), o ante la opinión pública. ¿Y por qué no aplicar también esa frase a los discípulos de Cristo que defienden su causa contra los enemigos de la fe? (6)

Notas: 1. Un buen ejemplo de este aserto, referido a toda construcción en general, es el de la torre de Babel que fue abandonada inconclusa por sus audaces constructores, porque Dios no estaba con ellos (Gn 11:8).
2. Bellarmino comenta sobre este versículo: “Estas palabras están también dirigidas a los ministros de la iglesia quienes, al predicar la palabra de Dios, tratan de atraer las almas a Él y con ellas levantar un templo para el Señor, esto es, la misma iglesia, como escribe Pablo: ‘¿No sabéis que sois templo de Dios?’ (1Cor 3:16). Poco antes él había también escrito: ‘Yo como perito arquitecto puse el fundamento, y otro edifica encima’ (v. 10). Pero a menos que el arquitecto principal esté presente, el cual dijo: ‘Sobre esta roca edificaré mi iglesia.’ (Mt 16:18) en vano construirán los hombres y predicarán los ministros porque, como el Señor mismo dijo: ‘Separados de mí nada podéis hacer.’ (Jn 15:5) (Traducido libre del inglés).
3. Hay un proverbio chino que dice: “Cuando nace un niño en la familia se cuelga un arco y una flecha en la puerta”.
4. Los hijos tenidos en la juventud son en cierta forma cumplimiento de la exhortación que hace Pr 5:18,19.
5. En la antigüedad las explanadas que solía haber delante de las puertas de las ciudades eran el lugar donde se realizaban las transacciones comerciales importantes, y donde se sentaban a juzgar los ancianos (Dt 25:7; Rt 4:1-4).
6. Los tres últimos párrafos están basados en el comentario de J. Gill.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a hacer la siguiente oración:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#737 (29.07.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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