martes, 22 de marzo de 2011

SAULO SE CONVIERTE EN PABLO

Por José Belaunde M.

Consideraciones acerca del libro de Hechos VI (Nota 1)

En el artículo anterior hemos dejado a Saulo en Damasco, orando y ayunando, después de que el Señor Jesús resucitado se le apareciera en el camino a esa ciudad y se quedara ciego, hasta que vino Ananías para imponerle las manos y recobrara la vista.

El libro de Hechos dice que enseguida –eso quiere decir probablemente que apenas se repuso físicamente- Saulo empezó a dar testimonio en las sinagogas de Damasco (2) de que Jesús era el Cristo, el Mesías esperado por Israel, es decir, todo lo contrario de lo que antes creía y profesaba (Hch 9:20-22). Sobre la base de su experiencia él podía afirmar que ese Jesús, crucificado como un criminal y sepultado, estaba vivo, porque había resucitado. “Yo lo he visto y me ha hablado” podía él gritar a los cuatro vientos.

Sus oyentes judíos se quedaron atónitos al escucharlo, pues ellos probablemente sabían que Saulo había venido a Damasco para llevarse preso a los discípulos del Nazareno. ¿Cómo es que ahora predica lo contrario? (Hch 9:21) Y no sólo predica sino discute y argumenta en las sinagogas con los que lo contradicen. Eso era algo difícil de creer. Podemos pensar también que muchos de ellos, furiosos, lo condenaron a muerte en su espíritu. ¿Y podemos imaginar cómo reaccionarían el Sumo Sacerdote y los demás sacerdotes, y los miembros del Sanedrín que lo conocían, al enterarse del vuelco que había experimentado su colaborador, Saulo, en quien habían depositado tanta confianza? ¡Un discípulo de Gamaliel! ¡Un enemigo declarado de los nazarenos se une a su causa!

Pablo dice en Gálatas 1:15-17 que tan pronto fue llamado por Dios a su nueva misión -después de haber testificado y discutido en las sinagogas durante algunas semanas- él se fue a Arabia y después de un tiempo regresó a Damasco. Esta estadía intermedia en Arabia no es mencionada por Lucas en Hechos, y tampoco indica Pablo cuánto tiempo duró, ni con qué fin fue allá, pero puede haber durado uno o hasta dos años. El único dato cronológico que tenemos de él respecto de esta etapa de su vida es la anotación de que después de tres años (se entiende de su conversión) subió a Jerusalén a ver a Pedro (Gal 1:18).

La Arabia que él menciona debe ser la llamada “Arabia Pétrea”, el reino de los nabateos, cuya capital era Petra. Se supone generalmente que Saulo se retiró allá para meditar en la soledad del desierto acerca de su reciente experiencia y profundizar en su nueva fe, para sondear su alma y escuchar la voz del Espíritu, pero no hay que excluir que él se dedicara también allá a predicar a Cristo.

Al regresar a Damasco –ahora sí armado para la controversia con pruebas irrefutables basadas en las Escrituras- continuó su labor de predicación y de discusión con los judíos en las sinagogas, lo cual provocó una tal reacción de rechazo de parte de sus autoridades, que algunos de ellos –según 2Cor 11:32,33 aparentemente confabulados con el etnarca, o gobernador, de Aretas, rey de los nabateos- decidieron matarlo.

Saulo se enteró de alguna manera de ese complot, y advertido de que sus enemigos estaban apostados en las puertas de la ciudad para no dejarlo salir vivo, se hizo descolgar de noche por los discípulos en una canasta desde una ventana que daba sobre el muro (Hch 9:23-25). (3)

La escapada nocturna de Damasco nos recuerda un episodio semejante ocurrido siglos atrás cuando Josué, antes de sitiar Jericó, mandó dos espías a esa ciudad para informarse de sus defensas. Los espías, que se habían refugiado en casa de la prostituta Rahab, fueron descolgados por ésta de noche desde la ventana de su casa que estaba sobre el muro de la ciudad (Josué cap. 2, en particular el vers. 15).

¿Podemos imaginar con qué ardor predicaba Saulo ahora a Cristo, para que llamase tanto la atención y suscitara tanto odio en sus enemigos? ¿De dónde venía ese fuego? De que él había experimentado el poder de Jesús en su alma, y lo había transformado. La debilidad, la tibieza, la ausencia de poder de mucha predicación viene de que los predicadores mismos no han experimentado el poder de Dios en sus vidas, y no pueden transmitir lo que no tienen. En el caso de Saulo él había recibido una revelación de Jesús glorificado que daba a su prédica tal fuego que, si bien por un lado convertía a unos, de otro lado, provocaba el rechazo violento de aquellos cuya causa él había abandonado.

Permítaseme una pequeña disgresión. Saulo fue objeto de más de una conspiración en contra de su vida. El libro de los Hechos de los Apóstoles menciona por lo menos tres (Hch 9:23; 9:29; 23:12), todas ellas fraguadas por judíos celosos de la ley, para quienes la predicación de Saulo era una afrenta que debía ser lavada con sangre. Los judíos creyentes de entonces tomaban tan en serio su religión que estaban dispuestos a morir y a matar por ella. Los primeros cristianos, lo sabemos por la historia, estaban dispuestos a morir, pero no a matar por su fe, aunque con el correr del tiempo, triste es decirlo, los cristianos llegaron a estar más dispuestos a matar que a morir por su fe. Y esa mentalidad desafortunada prevaleció hasta el siglo XVII, con las guerras de religión que surgieron a raíz de la reforma protestante, que causaron tanto sufrimiento y devastaron Europa Central durante cientocincuenta años. Hoy día ningún cristiano mataría por su fe, pero muchos musulmanes toman tan en serio su religión que sí están dispuestos a hacerlo, así como también algunos judíos ortodoxos fanáticos, aunque en su caso patriotismo y religión están tan íntimamente mezclados, que no se sabe bien cuál de las dos motivaciones prevalece.

Habiendo escapado de Damasco, Saulo retornó a Jerusalén, lleno de su nueva fe y de entusiasmo evangelístico, para ver a Pedro, según su propia confesión (Gal 1:18), como ya se ha visto. Él trató de juntarse con los discípulos (Hch 9:26), pero éstos desconfiaban de él y lo evitaban temiendo que hubiera quizá cambiado de táctica, y que lo que buscaba fuera infiltrarse en sus filas para poder denunciarlos mejor.

Fue necesario que Bernabé, que también había regresado a Jerusalén, lo llevara personalmente donde los apóstoles y les contara la experiencia que Saulo había tenido con Jesús resucitado, y cómo, a partir de entonces, había predicado a Cristo denodadamente (Hch 9:27). Él escribe en Gálatas que fue a Jerusalén a “ver” a Pedro. Otras versiones dicen “visitar”, o “conocer”; más correcto sería decir “entrevistar”. El verbo griego que él usa es historésai (historiar), que quiere decir “interrogar para obtener información”. Su propósito era no sólo conocer personalmente al príncipe de los apóstoles, sino escuchar de sus labios todo lo que él deseaba saber acerca de la vida de Jesús, de sus enseñanzas, de los acontecimientos de la semana de la pasión, etc. Si a nosotros se nos diera la oportunidad, viajando en el tiempo, de visitar a Pedro en esos días ¿qué cosas no le preguntaríamos acerca de Jesús? ¿Qué no querríamos escuchar directamente de él? ¿Cuántas preguntas no nos propondríamos hacerle para saciar nuestra curiosidad acerca del Maestro?

Pablo dice que, además de Pedro, vio a Santiago (Gal 1:19), el hermano que creyó en Jesús sólo después de la crucifixión, quizá sólo después de que Jesús resucitado se le apareciera (¿De quién sino del propio Santiago pudo saber Pablo de esa aparición que sólo él menciona en 1Cor 15:7?). Y si vio a Santiago, ¿no vería también a la madre de Jesús? El hecho de que él no lo diga no es señal de que no se produjera ese encuentro. Él se limita a relatar lo esencial, y a las mujeres no se les daba una atención especial en esa época.

Aceptado pues en el círculo de los ancianos y de los apóstoles, Saulo empezó nuevamente a discutir con los “griegos”, dice el texto, es decir, con los judíos helenistas de habla griega. El rechazo que suscitó entre ellos –él cuyo aliado había sido antes- hizo que algunos de ellos quisieran matarlo, por lo que los discípulos, al cabo de quince días, alarmados, creyeron prudente sacarlo de ahí y enviarlo a Tarso, su ciudad natal (Hch 9:29,30).

Fue durante esa visita a Jerusalén cuando debe habérsele aparecido el Señor, durante un éxtasis que le sobrevino mientras oraba en el templo. El Señor entonces le reiteró la orden de ir y predicar a los gentiles (Hch 22:17-21; cf Gal 1:15,16). Notemos en este episodio cómo se conjugan las acciones humanas y los propósitos del Señor: los discípulos sacan a Saulo de Jerusalén; Jesús le ordena salir pronto de la ciudad.

No sabemos cuánto tiempo permaneció Saulo en Tarso, ni tampoco si se pondría a predicar a Cristo entre los parientes y conocidos que seguramente tendría en esa ciudad. No sería extraño que él allí no hubiera encontrado un ambiente propicio, y que haya experimentado el mismo rechazo que motivó a Jesús a decir que no “hay profeta sin honra, salvo en su propia tierra y en su casa.” (Mt 13:57). Las palabras que escribe en Flp 3:8 (“por amor del cual (Cristo) lo he perdido todo…) sugieren que él -viniendo de una familia acomodada- puede haber sido desheredado por su padre. ¿Fue durante ese período cuando recibió de la sinagoga cinco veces “cuarenta azotes menos uno”? (2Cor 11:24) No podemos descartarlo.

Según sus propias palabras en Gal 1:21,22, él se fue después a las regiones de Siria y de Cilicia a predicar el evangelio como misionero por su propia cuenta. ¿Fue durante esa etapa desconocida de su vida, que duró como diez años, cuando él tuvo las visiones y revelaciones a las que él se refiere en 2Cor 12:1-4, diciendo que fue arrebatado hasta el tercer cielo y “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”? No lo sabemos, pero no es improbable. “Para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en la carne, un mensajero de Satanás, que me abofetee…” escribe él en 2Cor 12:7. No sabemos qué cosa pudo haber sido ese aguijón en la carne, y se ha especulado mucho al respecto. Pero lo cierto es que su función fue la de mantenerlo humilde. ¡Cuán grande es la tentación de enorgullecerse a la que están expuestos los siervos de Dios cuando obtienen grandes éxitos en su ministerio, o cuando reciben gracias particulares de Dios que pueden hacerles sentir que son seres especiales!

En ese mismo período debe situarse probablemente la experiencia de lucha contra el pecado a la qué él se refiere en Rm 7, especialmente en los vers. 14 al 25. Ese capítulo tiene un tono de confesión personal tan intenso que no puede dejar de pensarse que refleje la lucha sin cuartel que él personalmente libró contra la seducción del pecado: “Yo sé que en mí… no mora el bien, porque el querer hacer el bien está en mí, mas no el hacerlo.” (v. 18).

Sea como fuere unos ocho o diez años después (el año 45 o 46) nos lo encontramos en Antioquía del Orontes, en Siria, donde había una comunidad cristiana vibrante en pleno crecimiento, que había sido fundada por unos evangelistas de Chipre y Cirene, y que estaba compuesta por judíos y gentiles, a los que se había agregado Bernabé, enviado por la iglesia de Jerusalén (Hch 11:20-24). Es ilustrativo notar lo que Lucas dice aquí acerca de Bernabé: “Porque era varón bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe.” Fue el propio Bernabé quien fue a buscar a Saulo en Tarso para traerlo a Antioquía (Hch 11:25). Allí Bernabé y Saulo “se congregaron durante todo un año en la iglesia y enseñaron a mucha gente.” (Hch 11:26) Fue también en esta ciudad donde los “seguidores del camino” empezaron a ser llamados “cristianos” (christianoi, es decir, siervos de Cristo), inicialmente, según parece, en son de burla, porque los seguidores de Jesús empezaron a aplicar ese apelativo a sí mismos recién a partir del segundo siglo.

“En aquellos días unos profetas venidos de Jerusalén a Antioquía…dieron a entender que una gran hambre vendría sobre toda la tierra habitada en tiempos de Claudio…” (Hch 11:28). El historiador Suetonio registra, en efecto, que durante el reinado de ese emperador hubo varias sequías y malas cosechas que agotaron las reservas de grano en varios lugares del Cercano Oriente, y diversas áreas sufrieron de hambruna. Esa situación provocó que los discípulos de Antioquía enviaran un socorro económico a sus hermanos en Jerusalén por medio de Bernabé y Saulo. El hecho de que él fuera escogido muestra cómo había aumentado su prestigio e influencia en la iglesia.

Ésta debe ser la visita a la que él se refiere en Gal 2:1 diciendo que pasados 14 años (de su conversión), o sea, hacia el año 46, subió a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. En esa ocasión ellos se entrevistaron con los que eran considerados columnas de la iglesia, Santiago, Cefas (es decir, Pedro) y Juan, los cuales les dieron a él “y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo para que nosotros fuésemos a los gentiles y ellos a los de la circuncisión.” (Gal 2:9). El interés mayor que tenía Saulo en esa reunión era exponer a los tres principales apóstoles cuál era el contenido de su predicación a los gentiles, porque quería estar seguro de que contaba con su aprobación, como dice él “para no haber corrido en vano.” (Gal 2:2). En esa ocasión él debe haberles dicho, entre otras cosas, que él no exigía a los gentiles convertidos que se circuncidaran, lo cual no fue objetado por esas columnas de la iglesia, en prueba de lo cual le dieron no sólo la diestra, sino que también acordaron una división del ámbito de evangelización entre ellos: los apóstoles predicarían a los judíos (e.d. a la circuncisión), y Bernabé y Saulo a los gentiles (e.d. a los incircuncisos). Sin embargo, pese a esta delimitación de los campos de apostolado, Pablo no abandonó nunca a los de su raza, como veremos en el curso de sus viajes.

En la iglesia de Antioquía, nos dice el libro, se destacaba un grupo de profetas y maestros, entre los que se menciona a Bernabé; a Simón, llamado el Niger -lo que quiere decir probablemente que provenía del África; así como a Lucio, que era de la ciudad de Cirene, en lo que es ahora Túnez; a Manasés, cuya madre había sido nodriza de Herodes el Tetrarca; y por último, a Saulo.

Ellos, dice el texto, estaban ministrando al Señor. ¿Qué quiere decir esa palabra? Que estaban celebrando un culto de adoración. ¿Cómo sería éste? No tenemos una idea precisa pero podemos suponer que en buena parte se asemejaba a las reuniones de culto que se celebraban en la sinagoga judía, pues todos ellos eran judíos. Es decir que había oraciones, muy posiblemente leídas a la manera judía, e himnos de alabanza, que habrían sido tomados de la sinagoga, a los que con el tiempo se fueron agregando otros compuestos por los mismos cristianos.

Recuérdese la exhortación que Pablo dirige a los efesios: “Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones.” (Ef 5:19). Ahí se habla de dos formas de alabanza: cantar y salmodiar. A lo primero corresponden los himnos y cánticos espirituales. Tenemos un ejemplo de lo que pueden haber sido estos himnos en la corta estrofa que cita Pablo en 1ª Tim 3:16: “Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria.”

En cuanto a la salmodia, ésta era una forma de recitar cantando sobre un tono dominante el texto de los salmos, semejante a lo que conocemos hoy día como “canto gregoriano”, que deriva de esa salmodia judía antigua. (4)

Estando pues la comunidad de Antioquía reunida .-probablemente el año 47- el Espíritu Santo les habló, sin duda, por medio de uno de los profetas presentes, diciendo que debía apartarse a dos de ellos para una nueva empresa de evangelización que el Espíritu deseaba empezar. Nótese que se menciona primero a Bernabé y después a Saulo. Nosotros podemos pensar que Saulo partiría acompañado de Bernabé. Pero fue al revés: Bernabé dirigía la misión y partió acompañado de Saulo y de su primo Juan Marcos, (Hch 13:5; c.f. Col 4:10), lo cual era natural porque él tenía mucho más tiempo en la iglesia y era conocido por sus obras y su generosidad (Hch 4:36,37) (5). Saulo, en cambio, era nuevo y, además había sido un perseguidor de los seguidores de Jesús. Por eso los discípulos explicablemente al comienzo lo miraban con desconfianza. Pero su designación por el Espíritu Santo para esta misión fue, por así decirlo, el espaldarazo que Dios le daba. Notemos que la obra que los dos apóstoles empezaban no era una empresa personal de ambos, sino era un proyecto de la iglesia entera guiada por el Espíritu Santo. Ellos no eran más que instrumentos que Dios usaba.

El Espíritu Santo los dirigió en primer lugar a Chipre, la isla de donde Bernabé era originario, hacia la cual se embarcaron partiendo del puerto de Seleucia. Llegados al puerto de Salamina, que se encuentra en el lado sud-oriental de la isla, inmediatamente se pusieron a predicar el Evangelio en las sinagogas.

Nótese que Bernabé y Saulo, como seguramente también los apóstoles, en sus viajes misioneros, y como estrategia establecida, empezaban a predicar a Jesús en las sinagogas de los judíos por el simple hecho de que eran sus correligionarios, si no sus compatriotas. A ellos podían probarles por medio de las Escrituras que Jesús era el Mesías esperado por su pueblo, algo que no podían hacer con los paganos, que no conocían las Escrituras. En las sinagogas encontraban no sólo a creyentes judíos, sino también a gentiles temerosos de Dios y a prosélitos, y era sobre todo entre estos dos últimos grupos donde su prédica encontraba acogida. A pesar de que su mensaje solía encontrar resistencias entre los judíos, por medio de su prédica en las sinagogas el Evangelio empezaba a difundirse entre los gentiles que las frecuentaban. Esos dos grupos mencionados cumplían el papel de puente entre el mundo judío y el pagano.

El pequeño trío expedicionario atravesó la isla llegando a Pafos, -en la costa sur-occidental- que era la capital provincial romana, y donde residía su gobernador, el procónsul Sergio Paulo, a quien nuestro texto califica de “varón prudente”, (Hch 13:7), es decir, ponderado, reflexivo. Quizá por ese motivo el procónsul quiso escuchar lo que los dos evangelistas tenían que decir. Pero estaba con él un judío renegado, llamado “Barjesús”, esto es, “hijo de Jesús” (Recuérdese que en ese tiempo Jesús era un nombre muy común entre los judíos), que había adoptado el nombre griego de Elimas, y que practicaba las artes mágicas, algo expresamente prohibido a todo judío.

Este Elimas, posiblemente temiendo perder la influencia que con su magia ejercía sobre el procónsul, se oponía a que Bernabé y Saulo le hablaran. Entonces “Saulo que también es Pablo”, dice el texto (Hch 13:9), (6) tomando la palabra, le habló en un lenguaje muy fuerte: “¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?” (v.10). A continuación le dijo que por oponerse al Evangelio, se quedaría ciego durante un tiempo, lo que efectivamente ocurrió enseguida, por lo que Elimas se vio obligado a recurrir a otros que lo llevaran de la mano.

El procónsul entonces, maravillado, creyó en el Señor Jesús. Este fue el primero de los muchos milagros realizados por Pablo en su carrera evangelísitica. El procónsul es también el primer funcionario romano, después del centurión de Cesarea (Hch 10), en convertirse al cristianismo, aunque era de un rango muy superior al otro. La conversión del procurador debe haber sido interpretada por Pablo como una confirmación de su misión a los gentiles.

Pablo debe haber comprendido también en este incidente la ventaja que para él significaba usar su “cognomen” romano (Paullus) en vez de su nombre arameo (Saúl, helenizado como Saulos) para abordar a los gentiles, pues le permitía dirigirse a ellos, miembros del imperio, como un miembro del mismo igual a ellos, y además, ciudadano romano (7).

A partir de ese momento también Pablo, que era el más elocuente y el más emprendedor de los tres, empezó a tomar el liderazgo del pequeño equipo (Hch 13:13) y su nombre empieza a figurar en primer lugar, antes que el de Bernabé.

Detengámonos un momento en el personaje que se quedó buscando su camino a tientas, porque se había quedado ciego, tal como Pablo había decretado. Tal como había sucedido antes en Samaria, cuando Pedro llegó a esa ciudad para bautizar e imponer las manos a los nuevos conversos, y un mago se levantó para oponerse (Hch 8:9-25), cada vez que el Evangelio empieza a difundirse en algún lugar, Satanás levanta oposición a través de alguno de sus secuaces más notorios, o de aquellos a quienes su mensaje irrita.

Ese será el signo de los trabajos de Pablo. Cada vez que empieza a tener cosecha de almas, el diablo levanta oposición para frustrar su obra. Este será también el signo de toda obra cristiana a través de los siglos: Cuanto más valiosa sea para el Reino, mayor será la oposición del enemigo que se suscite.

Notas:
1. Por un lamentable descuido el título del artículo anterior fue impreso como “La Conversión de Pablo” cuando debió haber sido “La Conversión de Saulo”, que es más coherente con el desarrollo del relato.

2. El hecho de que hubiera varias sinagogas indica que había en esa ciudad una colonia judía importante.

3. A los turistas que visitan Damasco se les muestra la sección del muro de la ciudad, e incluso la ventana, por donde habría sido descolgado Saulo. Pero esta es una identificación más que dudosa.

4. El nombre de “canto gregoriano” que se da a esta forma de cánticos no viene de que fueran compuestos por el primer Papa de ese nombre (siglo VI), sino de que fue él quien dispuso que se reunieran y ordenaran los himnos y melodías tradicionales que era usual cantar en las iglesias latinas.

5. José era su verdadero nombre. Bernabé era su sobrenombre, el cual quiere decir “hijo de consolación.”

6. A partir de este episodio el texto griego de Hechos deja de llamar Saulos al apóstol, y empieza a llamarlo Paulos, que pronunciamos en español “Saulo” y “Pablo” respectivamente.

7. Todo ciudadano romano tenía tres nombres: praenomen (lo que nosotros llamamos “nombre de pila”); nomen Gentile (nombre de la familia o apellido); y cognomen (que no tiene equivalente entre nosotros). Si conociéramos el segundo podríamos tener alguna idea de cómo llegó la familia de Pablo a adquirir la ciudadanía romana.

#666 (20.02.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

2 comentarios:

hilda dijo...

muy bueno .- hildaherrerapadilla@hotmail.com

hilda dijo...

escribanme a mi msn hildaherrerapadilla@hotmail.com