lunes, 11 de octubre de 2010

LA ENVIDIA DE SAÚL

Por José Belaunde M.

Los capítulos 17 al 19 del primer libro de Samuel contienen lo que podríamos llamar un caso clínico de deterioro moral progresivo de un hombre.

Su decadencia moral se desarrolla en torno a su relación con un varón al que lo ligaba al principio una verdadera amistad y que le había brindado grandes servicios. Recordemos solamente cómo el joven David tocó el arpa para Saúl a fin de ahuyentar al espíritu maligno que le atormentaba (1 S 16:14-23) y cómo más tarde David mató al gigante Goliat que atemorizaba al ejército israelí en el campo de batalla (1 S 17).

Recordemos también cómo, algún tiempo atrás, cuando el pueblo de Israel le pidió a Samuel que les estableciera un rey como tenían todas las naciones, el profeta, después de consultar con Dios, y de advertir al pueblo de qué maneras el rey que pedían los explotaría, ungió al más apuesto de los hijos de Cis, a Saúl, como rey de todo Israel, siguiendo las indicaciones del Señor (1S caps. 8 al 10). (Nota 1)

Pero Saúl, pese a las victorias obtenidas sobre los enemigos de su pueblo gracias a la ayuda de Dios, y una vez consolidado su poder, desobedeció en dos ocasiones a las instrucciones que el Señor le había dado a través de Samuel. La segunda vez se trataba de destruir totalmente el ganado capturado a los amalecitas y de matar a su rey, cosas ambas que Saúl dejó de hacer con el pretexto de ofrecer sacrificios a Jehová (1Sam 15). Al recriminarle Samuel su conducta el profeta pronunció esas palabras que se han vuelto proverbiales entre los creyentes: “¿Se complace el Señor tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezcan las palabras del Señor? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios y el prestar atención mejor que la grosura de los carneros.” (1S 15:22).

Poco tiempo después Samuel ungió secretamente como futuro rey de Israel al menor de los hijos de Isaí, al pastorzuelo David (1S 16:1-13), a quien Dios sacó de las majadas (Sal 78:70). A partir de entonces el espíritu del Señor se apartó de Saúl y reposó sobre David.

Cuando Saúl oye que como consecuencia de las hazañas de David, las mujeres del pueblo entonan una canción en que atribuyen al joven héroe más hazañas que a él, siente celos: “Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl, con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música. Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino.” (1 S 18:6-8). Le molesta que a otro le atribuyan mayor valor que a él. Él quiere ser el primero. (¿No somos nosotros así?). ¿Quién puede haberle inspirado esos sentimientos sino el diablo? “No deis lugar al diablo” dice la Escritura (Ef. 4:27). Al haber admitido esos sentimientos y no haberlos rechazado, Saúl cedió al diablo una cabeza de playa en su alma y el enemigo empezó desde ahí a invadirlo gradualmente. (2)

Los celos –que tienen su origen en un sentimiento de inferioridad- dan lugar al temor de que David pueda algún día significar una amenaza para su posición como rey “Mas Saúl estaba temeroso de David, por cuanto Jehová estaba con él, y se había apartado de Saúl; …. Y viendo Saúl que se portaba tan prudentemente, tenía temor de él.” (1S 18:12,15) Él se compara inconcientemente con David y observa lo mucho que éste le aventaja, pero lo que más le preocupa es ver cómo la mano del Señor está con David, mientras que se ha apartado de él.

Al temor sucede el deseo de eliminar al posible rival “Entonces dijo Saúl a David: He aquí, yo te daré Merab mi hija mayor por mujer, con tal que me seas hombre valiente, y pelees las batallas de Jehová. Mas Saúl se decía: No será mi mano contra él, sino que será contra él la mano de los filisteos.” (v.1S 18:17). Le ofrece algo bueno –la mano de su hija- pero su intención es perversa. “El que odia disimula con sus labios, pero en su interior maquina engaño,” dice el libro de los Proverbios y ¡cuánta verdad hay en su dicho! (Pr 26:24). A la conspiración sucede el incumplimiento de la palabra dada: “Y llegado el tiempo en que Merab hija de Saúl se había de dar a David, fue dada por mujer a Adriel meholatita.” (1S 18:19).

Luego vienen los sentimientos fingidos, la hipocresía descarada, y los recados lisonjeros a través de terceros: “Y mandó Saúl a sus siervos: Hablad en secreto a David, diciéndole: He aquí el rey te ama, y todos sus siervos te quieren bien; sé, pues, yerno del rey.” (1S 18:22). Saúl no tiene escrúpulos en emplear a sus propias hijas como peones de su siniestro juego.

Cuando David protesta diciendo que él es un hombre sin recursos ni fortuna para ofrecer al rey una dote digna por su hija, la hipocresía se dobla de astucia: “Y Saúl dijo: Decid así a David: El rey no desea la dote, sino cien prepucios de filisteos, para que sea tomada venganza de los enemigos del rey. Pero Saúl pensaba hacer caer a David en manos de los filisteos.” (1S 18:25)

Saúl sabe que los sentimientos nobles de David no le permitirán aceptar como mujer a una princesa porque él, que no era pobre pero tampoco era rico, no está en condiciones de aportar la dote que corresponda al rango de la novia. Para vencer su objeción en vez de dote Saúl le pone una condición que obligará a David a arriesgar su vida. Pero David sale airoso de la prueba; incluso trae el doble de lo que se le solicita y antes de que se cumpla el plazo señalado (1S 18:26 y 27).

El éxito de David y la evidencia de que Dios lo protege hace que aumente el temor de Saúl: “Pero Saúl, viendo y considerando que Jehová estaba con David, y que su hija Mical lo amaba, tuvo más temor de David; y fue Saúl enemigo de David todos los días.” (1S 18:28,29). Al dejar que el temor lo avasalle Saúl pierde todo control de sí mismo e incluso todo respeto propio, todo recato, pues ya ni siquiera oculta la bajeza de sus sentimientos hostiles ante sus colaboradores ni ante sus hijos: “Habló Saúl a Jonatán su hijo, y a todos sus siervos, para que matasen a David; pero Jonatán hijo de Saúl amaba a David en gran manera.” (1S 19:1).

Cabría preguntarse ahora ¿qué clase de hombres serían sus colaboradores en este momento? “Si un gobernante atiende a la palabra mentirosa, todos sus servidores serán impíos.” dice el libro de Proverbios (Pr 29:12). No sólo su hijo Jonatán le dio entonces la espalda; seguramente todos sus siervos que admiraban a David, deben haberse apartado horrorizados de Saúl. En cambio atraería a otros cuyos sentimientos estaban en consonancia con los suyos. Aunque la Escritura no lo diga explícitamente aquí podemos ver cómo al aumentar su influencia sobre Saúl, el diablo iba destruyendo su vida y su entorno.

Como todo espíritu atormentado Saúl se muestra indeciso y pusilánime. No obstante, aún queda una chispa de sentimiento noble en él, pero se apaga pronto: “Y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra su siervo David, porque ninguna cosa ha cometido contra ti, y porque sus obras han sido muy buenas para contigo; pues él tomó su vida en su mano, y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste, y te alegraste; ¿por qué, pues pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa? Y escuchó Saúl la voz de Jonatan, y juró Saúl: Vive Jehová, que no morirá. Y llamó Jonatán a David, y le declaró todas estas palabras; y él mismo trajo a David a Saúl, y estuvo delante de él como antes.” (1S 19:4-7) Pero la tregua duró poco.

Ya completamente entregado en las manos de Satanás Saúl desvaría y sufre depresiones: “Y el espíritu malo de parte de Jehová vino sobre Saúl; y estando sentado en su casa tenía una lanza a mano, mientras David estaba tocando.” (1S 19:9). Es posible que entonces David, compadeciéndose del estado en que ha caído de nuevo el rey, haya venido a palacio para tocar nuevamente el arpa para él, conociendo el buen efecto que la música tenía sobre su ánimo. Sin embargo, en un acceso de locura, Saúl intenta matarlo con sus propias manos arrojándole su lanza (1S 19:9,10).

Recuperado de su locura pasajera Saúl ordena asesinar a David mientras duerme. Dejando de lado todo escrúpulo, él se convierte abiertamente en un asesino: “Saúl envió luego mensajeros a casa de David para que lo vigilasen, y lo matasen a la mañana. Mas Mical su mujer avisó a David, diciendo: Si no salvas tu vida esta noche, mañana serás muerto.” (1S 19:11). Mical descuelga a su marido por la ventana y David huye para refugiarse donde Samuel en Ramá.

El episodio está lleno de rasgos cómicos porque Mical “tomó una estatua y la puso sobre la cama, le acomodó por cabecera una almohada de pelo de cabra y la cubrió con su ropa…” (1Sam 19:13). Cuando llegaron los mensajeros Mical les dijo que David estaba enfermo en cama y se regresaron. Pero Saúl los volvió a enviar diciéndoles: Tráiganmelo aunque esté enfermo. Y cuando entraron al cuarto vieron que era una estatua lo que estaba sobre la cama. (v. 15,16).

Desengañado Saúl ya no sólo atenta contra la vida de un inocente, que antes fuera un colaborador valioso, sino que ahora además se vuelve contra el hombre que veneraba como un padre y a quien le debía el reino, esto es, contra el profeta Samuel: “Entonces Saúl envió mensajeros para que trajeran a David, lo cuales vieron una compañía de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí y los presidía. (1S 19:20a). Pero Dios frustró los planes de Saúl porque cuando los hombres a quienes él había dado encargo de apresar a David y a Samuel, llegaron donde éstos estaban, el Espíritu de Dios cayó sobre ellos y empezaron a profetizar olvidándose de su encargo: Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron.” (1S 19:20b).

Volvió Saúl a enviar hombres con el encargo de matar a David una segunda y una tercera vez, pero cada vez con el mismo resultado. Por último fue el propio Saúl con igual resultado: “Y fue a Naoit en Ramá; y también vino sobre él el Espíritu de Dios, y siguió andando y profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá. Y él también se despojó de sus vestidos, y él también profetizó delante de Samuel, y estuvo desnudo todo aquel día y toda aquella noche. De aquí se dijo: ¿También Saúl entre los profetas?” (1S 19:23, 24). (3)

¡Qué caminos de ignominia ha recorrido el alma de Saúl desde el momento en que dejó que los celos penetraran en su ánimo! Así ocurre con muchos hombres y mujeres cuando dan un lugar, aunque sea pequeño, al diablo en su alma.

¡Cuántas veces nosotros no hemos visto ese fenómeno de la envidia, en nuestras familias, en nuestros centros de trabajo, e incluso, en las iglesias, envenenando las amistades y destruyendo las relaciones! En lugar de alegrarnos por los dones que Dios regala al prójimo, sufrimos a causa de ellos y nos sentimos menos porque a nosotros no se nos ha dado aptitudes iguales.

Pero ¿qué ganamos con los celos y la envidia? Sólo atormentarnos. ¿Hay alguien que sea feliz envidiando? Al contrario, el que envidia sufre al ver los triunfos ajenos. En cambio, el que admira los méritos del prójimo, se alegra y se goza viendo la obra de Dios en su hermano. Pero hay algo más: Al admirar aprende y absorbe las cualidades que admira.

Notas:
1. Muerto Josué Israel permaneció en la tierra como una confederación de tribus autónomas, cada una con sus propios jefes. De tanto en tanto, cuando estaban en peligro, Dios hacía que surgieran líderes tribales que, con el apoyo a veces de las tribus vecinas, se oponían a los enemigos que los acosaban y los vencían. La Biblia les da el nombre de jueces (Véase el libro del mismo nombre).
Los filisteos de la costa, sin embargo, representaban un peligro mayor, porque tenían armas superiores, debido al monopolio que tenían de la forja del hierro –mientras que los hebreos sólo tenían armas de bronce. Derrotados por los filisteos en la desastrosa batalla de Afec, en la que incluso el arca de la ley cayó en poder de sus enemigos (1S 4), los israelitas reaccionaran pidiendo que se les diera un rey guerrero a la manera de los pueblos vecinos, ya que Samuel era para ellos sólo un líder espiritual.

(2) La expresión “cabeza de playa” (“beachhead” en inglés) viene de la segunda guerra mundial, cuando los ejércitos aliados invadieron Francia, que estaba en poder de las tropas alemanas. En una operación audaz y arriesgada, tomaron un sector de las playas de Normandía, donde los alemanes menos lo esperaban, y a partir de ese pequeño punto, por donde empezaron a desembarcar sus tropas y tanques, iniciaron una ofensiva que los llevaría finalmente a derrotar a los ejércitos de Hitler. De manera semejante al enemigo sólo le basta poner el pie en un pequeño punto de nuestra alma para invadirla toda poco a poco, si no nos despertamos al peligro que nos amenaza.

(3) En esa época el espíritu de profecía caía sobre los profetas con frecuencia como una especie de posesión extática, en la que perdían el control de sí mismos.
(Escrito el 26.9.90 y revisado y ampliado para esta impresión)

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