jueves, 9 de septiembre de 2010

HERODES EL GRANDE II

Por José Belaunde M.
Para no alargarnos demasiado en el relato de los crímenes de Herodes el Grande, diremos, resumiendo, que él fue un desalmado cuyo reinado estuvo jalonado por las peores crueldades y hechos de sangre, incluso contra su propia familia. La matanza de los inocentes de Belén es un incidente menor comparado con sus otras maldades. (Nota 1)
Como gobernante él fue un gran organizador, astuto y sin escrúpulos. Conocía a los hombres y sabía cómo usarlos. Era sin duda un líder nato. Se ganó la admiración de los romanos por sus habilidades políticas y por sus cuantiosos aportes económicos, robados mediante impuestos altísimos a su pueblo. En su propio reino él estaba contra todos, y todos estaban contra él, pero no obstante sus muchos enemigos, se mantuvo en el trono durante 34 años, lo que pone en evidencia su enorme capacidad de maniobra. Su enfermedad final le trajo grandes sufrimientos, al punto que intentó sin éxito suicidarse. Pero se volvió cada día más irritable e impaciente.
Estando a punto de morir, y siendo conciente de que el pueblo no lo amaba y no lloraría su muerte, se propuso obligar a la población a que hubiera mucho llanto. Para ello convocó a gran número de los hombres principales de su reino y los reunió en el hipódromo que él había construido, dando orden de que cuando él muriera, los arqueros se apostaran sobre las tribunas y mataran a flechazos a todos los que había convocado. De esa manera se aseguraría que en el país hubiera un gran lamento con ocasión de su muerte. Felizmente, cuando murió su hermana Salomé revocó la funesta orden.
Sin embargo, ¡oh ironía! este mismo Herodes fue quien reconstruyó el templo de Jerusalén, dándole una grandiosidad mayor de la que había tenido el templo de Salomón, y superando su antiguo esplendor. Con frecuencia los constructores de grandes templos han sido grandes impíos. Es que los edificaban para su propia gloria, no para la de Dios, que no habita en templos de construcción humana, y cuyo Hijo escogió como primera morada en la tierra una humilde covacha.
En Juan 2:20 se dice que había tomado 46 años edificar el templo (hasta ese momento), pero en realidad fueron más años, pues la construcción, que comenzó el año 19 AC, terminó sólo el año 63 DC, siete años antes de su destrucción por los romanos, es decir, 82 años en total.
Preguntémonos: ¿Se agradaría Dios de ese gran templo lujoso, con sus piedras recubiertas de oro, agrandado y embellecido por un impío? ¿No representaba más bien ese templo, con sus comerciantes y cambistas (Jn 2:13-17), sus sacerdotes calculadores, intrigantes y serviles frente al poder romano, la intromisión de Satanás en el culto al Dios verdadero? No es sorprendente que sus ministros complotaran contra Jesús, ni que Jesús predijera que de ese templo no quedaría algún día piedra sobre piedra (Lc 21:5,6).
Herodes sembró sus territorios de grandes construcciones, además del templo de Jerusalén. Para no enumerar sino sus obras principales, reconstruyó la fortaleza que estaba en la esquina noroeste del templo, a la que llamó “Torre Antonia”; edificó varias poderosas fortalezas en su territorio, entre ellas la famosa Masada, cerca del Mar Muerto, donde tuvieron su último refugio los zelotes rebeldes después de la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70. Para disgusto de los judíos reconstruyó el templo y la ciudad de Samaria, a la que llamó Sebaste, en honor de Augusto (su nombre en griego); dotó a la torre de Strato en la costa de una gran bahía artificial, convirtiéndola, con el nombre de Cesarea, en el puerto más grande de su reino (que es nombrado varias veces en el Nuevo Testamento y donde estuvieron Pedro y Pablo más de una vez. Los romanos escogieron a Cesarea como capital de la provincia). Pero también construyó Herodes edificios fuera de su reino, en varias ciudades griegas, incluyendo templos a dioses paganos, algo que los fariseos no le perdonaron.
Para esta enorme obra edilicia él contaba con grandes recursos personales, pero también con las fuertes cargas impositivas con que oprimió a su pueblo. Conciente del descontento que esta política provocaba, remitió parte de los impuestos en dos ocasiones, y tomó medidas enérgicas para aliviar la hambruna del año 25 AC, causada por las malas cosechas, incluso vendiendo la vajilla de oro de su palacio. Pero ninguna de esas medidas le ganó el favor popular.
En el desarrollo posterior de la historia vemos cómo el linaje de Herodes siguió haciendo la guerra al reino de los cielos. Muerto el fundador de la dinastía real, José, esposo de María, que había huido a Egipto con el niño y su madre para escapar de Herodes, decidió regresar a Israel, pero no quiso establecerse en Belén por temor a Arquelao (Mt 2:21-23). Este hijo de Herodes el Grande superaba, en efecto, en crueldad a su padre, si es posible. Tuvo un final triste muriendo en el destierro, porque fue destituido por los romanos y sustituido por un prefecto, debido a las quejas continuas de sus súbditos. Su presencia en el trono fue uno de los factores que, en la Providencia de Dios, decidieron que Jesús creciera en Galilea y empezara allí su ministerio.
Otro hijo, Herodes Antipas, (llamado así en recuerdo de su abuelo Antipáter) tetrarca de Galilea, hizo encarcelar y luego decapitar a Juan el Bautista, a instancias de su mujer Herodías y de su hija, Salomé. Se recordará que ésta agradó tanto a Antipas con su baile sensual que el rey le prometió que le daría lo que le pidiera, aunque fuera la mitad de su reino, a lo que la muchacha, aconsejada por su madre, le pidió que le trajeran la cabeza de Juan Bautista en un plato (Mr 6:14-29) (2). Antipas hubiera querido también matar a Jesús, según le dijeron unos fariseos (Lc 13:31), pero no se atrevió a hacerlo. Antipas pensaba que Jesús podía ser el Bautista que había resucitado (Mr 6:14,16). Los partidarios de este Herodes complotaron con los fariseos para perder a Jesús (Mt 22:15,16; Mr 3:6). Él es el mismo que recibió a Jesús, enviado por Pilatos, el día de la Pasión, y se lo devolvió después de maltratarlo y burlarse de él, haciéndose de esa manera cómplice en su pasión y muerte (Lc 23:6-11).
Su sobrino, Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, hizo matar a Santiago, el hermano de Jesús, y encarceló con el mismo propósito al apóstol Pedro, aunque no pudo lograr su cometido (Hch 12:1-19). Según narra el libro de los Hechos, él murió comido de gusanos por haber aceptado ser exaltado como si fuera Dios (12:20-23).
El linaje de Herodes volvió a rozar la historia del Evangelio, según una mención fugaz del libro de los Hechos, cuando empezaba a predicarse la nueva fe a los gentiles: Entre los profetas y maestros del entorno de Pablo en Antioquia había un tal Manaen, que era hermano de leche de Antipas. Al menos el hijo de una nodriza (es decir, de una doméstica) brilla con luz pura en el negro celaje de esa casa real (13:1). (3)
Por último, un bisnieto, Herodes Agripa II, que convivía con su media hermana, Berenice, visitando al gobernador romano en Cesarea, oyó la apasionada defensa que Pablo hizo de su inocencia, pero no tomó en serio la invitación que Pablo le hizo de que se convirtiera. (4)
Observemos también en el relato de los magos cómo los principales sacerdotes y los escribas, a quienes Herodes convocó para averiguar dónde había de nacer el Mesías, le contestaron inmediatamente y sin dudar: "En Belén", citando correctamente la profecía que lo anunciaba (Mt 2:4-6; Mq 5:2). Sabían dónde debía nacer el Mesías, pero, en realidad, no lo esperaban ni se alegraron con el anuncio de los magos, pues ninguno de ellos los acompañó a ir a buscar al niño para adorarlo. ¡Con qué frecuencia el conocimiento erudito de las Escrituras no está acompañado de fe! Tenían el conocimiento, pero ese conocimiento se había quedado en su mente y no había bajado al corazón.
Supongamos que se divulgara en nuestros días la noticia de que Jesús había descendido a la tierra y que estaba en tal lugar. Seguramente muchísima gente, incluso los incrédulos, azuzados por la curiosidad, correrían a verlo. Pero supongamos que los cristianos no se movieran para buscarlo, como si les fuera indiferente. ¿Qué clase de cristianos serían? Falsos cristianos, cristianos sólo de nombre. Los magos habían dicho que habían visto la estrella del futuro rey de los judíos que había nacido, el Mesías que todo el pueblo ansiosamente esperaba. Pero los escribas y los fariseos aparentemente no lo esperaban ni les importaba, porque no dieron un paso para ir a verlo. A menos que tuvieran miedo de que Herodes tomara a mal su interés por verlo.
Además de los magos hubo otro grupo que acudió a adorar al niño Jesús: los pastores de Belén, cuya historia se narra en el capitulo segundo del Evangelio de San Lucas. Es muy instructivo comparar lo que se dice, o está implícito, en los relatos de ambos: los pastores eran unos ignorantes, no sabían leer, no habían estudiado; los magos, en cambio, eran sabios astrónomos que estudiaban el movimiento de los astros en el cielo, y que habían observado, no sabemos cómo, una estrella que anunciaba el nacimiento del esperado rey de los judíos (5). Los pastores eran pobres, dormían en el descampado, al aire libre; los magos traían tesoros, oro, incienso y mirra. Los pastores estaban cerca; los magos vinieron de lejos. Fueron ángeles los que encaminaron a los pastores a Jesús; una estrella misteriosa guió a los magos (nótese que, en aquella época, mago era sinónimo de astrólogo). Los pastores vinieron rápido y de frente al pesebre; los magos demoraron y se desviaron en el camino (6).
¿Quiénes vinieron rápido? Los pobres, los ignorantes. ¿Quiénes se demoraron? Los sabios. ¿No nos dice nada eso? San Pablo escribió: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1Cor 1:26-29).
¿Quiénes eran los cristianos de Corinto a los que Pablo dirige esa carta? Lo vil y lo menospreciado de esa ciudad. Así que si tú eres vil y menospreciado, ignorante y pobre, di ¡aleluya! porque Dios puede usarte, ya que Él escogió para su obra a lo vil y menospreciado, a lo que el mundo mira de reojo y con desprecio. A ésos escogió Dios, no a los sabios y a los importantes. Es cierto que a veces escoge a algún sabio, como fue el caso de Pablo, que era un hombre docto. Pero si no posees mucha sabiduría del mundo, tú eres un candidato para que Dios te use. ¿Qué es lo que necesita Dios? Un corazón dispuesto. Y si tú no te consideras capaz, Él te capacita. Dios te dará la sabiduría necesaria, si se la pides, como dice Santiago 1:5. Y aun si tú fueras tartamudo, Él puede hacer de ti un predicador elocuente. Lo que Dios necesita es que estemos abiertos a la acción de su gracia.
La primera frase que se pronuncia en el relato de los pastores es: “Os ha nacido... un salvador.” (Lc 2:11) La primera frase que se pronuncia en el segundo relato es la pregunta de los magos: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?" (Mt2:2). Lo propio de los sabios es inquirir, investigar. El sabio es un buscador de la verdad, pero a los simples, la verdad les es revelada.
Dios necesita de unos y de otros. Pero por encima de la ignorancia y de la sabiduría, lo que a Dios le interesa es la humildad. Tengas muchos títulos académicos o ninguno; tengas muchas o pocas habilidades, Dios ve tu corazón. Si eres humilde, atraerás su favor. Pero si eres soberbio, como dice la Escritura, Él te mirará de lejos (Sal 138:6), y no querrá tener nada contigo, ni tú con Él, porque pensarás que no lo necesitas. Sólo cuando te hayas humillado delante de Él y reconocido tu indignidad, Él te levantará y llamará a ocupar uno de los primeros lugares en el banquete de su reino.

Notas: 1. Emil Schürer, en su “Historia del Pueblo Judío en Tiempos de Jesucristo”, dice de ese malvado lo siguiente: “Herodes había nacido para gobernar. Dotado por la naturaleza de un cuerpo fuerte, capaz de soportar la fatiga, se acostumbró desde temprano a toda clase de privaciones. Era un jinete hábil y un cazador osado. Era temible en las contiendas pugilísticas. Era un lancero infalible y sus flechas rara vez erraban el blanco. Experimentado en el arte de la guerra desde muy joven, a los veinticinco años ya había cosechado fama en la expedición contra los ladrones de Galilea. En una etapa posterior de su vida, traspasado el umbral de los sesenta años, condujo personalmente la campaña contra los árabes. Pocas veces el éxito le dio la espalda cuando él mismo condujo una expedición militar.”
“Su carácter era violento y apasionado, brusco e inflexible. Los sentimientos delicados y las emociones tiernas eran ajenas a su naturaleza. Cuando sus propios intereses parecían exigirlo, manejaba los asuntos con mano de hierro, y no tenía escrúpulos en derramar ríos de sangre para alcanzar sus objetivos. No perdonó ni a sus familiares más cercanos, ni a la mujer que amaba apasionadamente, cuando la necesidad o el deseo lo impulsaron.”
“Era, por lo demás, muy astuto y habilidoso, rico en estratagemas. Comprendía muy bien qué medidas era necesario tomar para adaptarse a las circunstancias cambiantes del momento. Pero así como era duro e inmisericorde con los que caían bajo su férula, era adulón y servil con los que estaban en los lugares altos. Su mirada era amplia y su juicio suficientemente agudo para percibir que en las circunstancias del mundo en que vivía nada se podía alcanzar sin la ayuda y el favor de los romanos. Fue por tanto un principio invariable de su política aferrarse a su alianza con el imperio bajo todas las circunstancias y cualquiera que fuera el costo, y sabía cómo lograrlo inteligente y exitosamente.”
“Todas estas características de su naturaleza estaban movidas por una ambición insaciable. Todas sus astucias y esfuerzos, todos sus planes y acciones, apuntaban a un fin: extender su poder, sus dominios y su gloria. Las dificultades y los obstáculos no eran para él sino un estímulo para emplearse más a fondo. Este esforzarse infatigable y sin respiro lo acompañó hasta su edad avanzada.”
2. Herodías, nieta de Herodes el Grande, estuvo casada primero con su tío, Herodes Filipo, hijo del primer Herodes, pero lo dejó para casarse con su cuñado Antipas. Ese matrimonio contrario a la ley de Moisés, fue objeto de las denuncias de Juan Bautista.
3. En esa época, y hasta tiempos recientes, era frecuente que las grandes damas que no querían tomarse la molestia de dar de lactar a sus hijos, encargaran esa tarea a una sirviente o esclava vigorosa, que hubiera dado a luz recientemente, para que lo amamantara junto con su propio hijo. A esas criaturas se les llamaba en el Perú “hermanos de leche”, porque habían bebido del mismo seno. ¿Qué podía hacer que una mujer se privara de la dicha de amamantar personalmente a su criatura? Salvo que hubiera motivos de salud, sólo consideraciones frívolas como el temor de que la lactancia afee sus pechos, o el deseo de conservar la libertad necesaria para seguir participando sin trabas en la vida social.
4. Si tomaba en serio las advertencias de Pablo, hubiera tenido que separarse de su esposa y medio hermana. La familia de Herodes mostró una curiosa tendencia a las relaciones incestuosas, que eran abominación para los judíos piadosos.
5. Dado que los judíos habían residido durante el exilio en Babilonia y en Persia, de donde provenían probablemente los magos, es posible que los habitantes de esos países les hubieran oído hablar de la esperanza que ellos tenían en un rey que sería ungido para salvarlos de sus enemigos.
6. Con frecuencia los que buscan a Dios con el intelecto se extravían en el camino.

Bibliografía: Aparte de la información que proporcionan los evangelios sinópticos y el libro de los Hechos de los Apóstoles, he consultado los siguientes libros: “New Testament History” de F.F. Bruce; “In The Fullness of Time” de Paul L. Maier, la historia de Schürer mencionada más arriba, así como algunos diccionarios y enciclopedias bíblicas. Sin embargo, buena parte de la cuantiosa información que consignan esos libros procede de dos obras del historiador judío Flavio Josefa, que son imprescindibles para el conocimiento de la época: “Las Antigüedades de los Judíos” y “Las Guerras de los Judíos”.

#643 (05.09.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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