jueves, 23 de septiembre de 2010

¡AH VOSOTROS, LOS SEDIENTOS!

Por José Belaunde M.
Un Comentario de Isaías 55:1-5
Yo prefiero usar como texto la versión que confeccioné yo mismo años atrás para memorizar este capítulo, la cual difiere ligeramente de la versión Reina Valera 60.
1. “¡Ah vosotros, los sedientos! Venid a las aguas, y los que no tenéis dinero, venid comprad y comed sin dinero y sin precios, vino y leche.” (Nota1)
“A vosotros los sedientos” ¿Quiénes son los sedientos? La sed, cuando se está privado de agua durante largo tiempo, según cuentan los que la han padecido, es una de las torturas mayores que pueda sufrir el ser humano. El organismo entero clama por el elemento que, según la biología, constituye la mayor parte del peso del organismo humano y sin el cual no puede funcionar. Antes se muere uno de sed que de hambre.
Siendo el Cercano Oriente una región en gran parte desértica, y donde el agua escasea, es natural que el profeta use la sed como metáfora para expresar una aspiración o necesidad espiritual. Porque aquí él no habla de una sed física, sino que ésta es usada como símbolo de una sed de otro orden, más profunda. (2)
Jesús dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5:6), es decir, lo que aspiran intensamente a una vida y conducta diferentes, a una vida de rectitud, que es lo que la palabra griega dikaosuné, quiere decir propiamente.
El llamado es dirigido a todas los hombres y mujeres sin distinción, sean judíos o gentiles, cuya sed no puede ser satisfecha por las comodidades y deleites del mundo porque han hallado que, a la postre, los mayores placeres “son vanidad de vanidades y aflicción de espíritu.” (Ecl 1:14)
Hay personas que tienen una necesidad profundamente sentida de reconocimiento, porque todos los ignoran; o de amor, porque nunca lo recibieron; o de conocimiento, porque su inteligencia lo reclama; o de libertad, porque viven encadenados a los vicios, etc., etc. ¡Tantas necesidades humanas reales insatisfechas! A todos ellos Dios se dirige por medio del profeta: “Venid a las aguas”; venid a la “fuente del agua de la vida” (Ap 21:6), en donde todos esos vacíos, todas esas carencias, todas esas necesidades insatisfechas pueden ser colmadas.
El agua representa aquí aquello que satisface toda necesidad real, sea la que fuere. ¿Por qué el agua? Porque el agua es precisamente esa sustancia, ese elemento que vivifica lo que se está muriendo, que devuelve su lozanía a lo que se marchita. Echad un poco de agua en una maceta, donde una flor o una planta languidece, y enseguida revive y se endereza; regad agua en una tierra árida, y pronto se cubre de verde. El agua en verdad da vida. Por eso es que Jesús la emplea como símbolo del Espíritu Santo, y de la vida que Él infunde: “De su interior correrán ríos de agua viva”, es decir, del interior de la persona que está llena de Él surgirá un agua no estancada sino fresca (Jn 7:38).
¿Dónde está esa fuente de agua viva que satisface todas las sedes? “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” dijo Jesús (Jn 7:37). A la samaritana, que había ido a buscar agua al pozo de Jacob para llenar su cántaro, le hizo ver la diferencia entre el agua que calma la sed momentáneamente, y un agua diferente que calma una sed de otro orden, de modo que quien la beba no vuelva a tener sed jamás (Jn 4:14). ¿Qué cosa puede ser esa agua que calma toda sed sino Él mismo?
El salmista expresó muy bien la sed de Dios que siente el alma humana: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”. (Sal 42:1)
Más que de toda otra cosa el alma humana tiene sed de su Creador, de Aquel que es el origen y soporte de su existencia. Todas las otras cosas con las que el hombre satisface sus diversas hambres no lo llenan realmente. Por eso pregunta el profeta enseguida: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan y vuestro trabajo en lo que no sacia?” ¿Es decir, en aquellas cosas que no pueden calmar su hambre interna? Pero lo pregunta también porque el acceso a esas aguas que él ofrece es gratuito; no sólo no se tiene que pagar por ellas, sino que, aunque se quisiera, no se podrían comprar con dinero, ni con ningún bien material. Más bien, los bienes materiales y las riquezas son un obstáculo para acceder a ellas, porque distraen nuestra atención. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dijo Jesús, porque amaréis a uno y aborreceréis al otro, y viceversa. (Mt 6:24).
Entre los bienes materiales y los espirituales hay una guerra permanente. De ahí también que Jesús le dijera al joven rico que quería seguirlo: “Vende todo lo que tienes” (Mr 10:21). Sólo podemos poseerlos sin que sean un obstáculo, como dice Pablo, teniéndolos como si no los poseyéramos, es decir, desasido nuestro corazón de ellos (1Cor 7:30c); en otras palabras, con desprendimiento.
Pero no sólo es agua lo que Dios gratuita y generosamente nos ofrece, sino también vino y leche. ¿Qué es el vino en un sentido espiritual? La sabiduría, según Proverbios, ofrece a todos los que lo quieran, el vino que ha mezclado (Pr 9:5). También dice Efesios: “No os embriaguéis con vino sino sed llenos del Espíritu Santo” (Ef 5:18.). El vino simboliza a la vez a la sabiduría que viene de Dios, y al Espíritu Santo con la abundancia de todos sus dones. ¿Y la leche? San Pedro nos anima a desear “como niños recién nacidos la leche espiritual no adulterada” de la palabra de Dios. (1P 2:2). La leche es el puro elixir materno del conocimiento divino con que se alimenta a los párvulos espirituales (1 Cor 3:2), y que se digiere y asimila sin dificultad, nutriendo todo su ser.
2. “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Escuchadme y comeréis cosa buena y se deleitará vuestra alma con manjares suculentos.”
Aquí se yuxtaponen el alimento material y el alimento espiritual. El alimento material que nutre el cuerpo debe ser comprado con dinero, esto es, con el fruto del trabajo; pero ése no es el pan del alma que sacia el hambre más verdadero y profundo de quien aspira a cosas superiores.
Jesús dijo, citando Dt 8:3:“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4:4). He ahí el pan verdadero: la palabra de Dios que alimenta el espíritu y sacia el alma. La palabra de Dios Padre, que está consignada en el Antiguo Testamento, y la palabra de Dios Hijo, que está registrada en los evangelios.
Esa palabra se come escuchándola, y se reparte gratuitamente a todos los entendidos que quieran oírla. No hay que gastar dinero para oírla; basta escucharla atentamente y azuzar el oído para alimentarse de ella.
Esa palabra ofrece manjares suculentos (3) para el espíritu que desea alimentarse con el trigo que sacia su más profundo anhelo, esto es, conocer íntimamente a Dios. Él se revela a sí mismo en su palabra, y su Espíritu está dispuesto a iluminar el entendimiento de todos los que se le acerquen con la intención recta y pura de saber más de Él y conocerlo.
Pero esta frase de Isaías amonesta también a los que, urgidos por su curiosidad espiritual, y “teniendo comezón de oír” (2Tm 4:3), van en busca de falsos maestros y de vanas enseñanzas, gastando su dinero neciamente y pagando lo que ellos les cobran, porque no las ofrecen gratis. Los que venden ese falso pan descarrían a mucha gente y les hacen sufrir mucho por ese motivo, mientras ellos se enriquecen con el dinero de los incautos. Pero Jesús dijo: “De gracia recibisteis, dad de gracia.” (Mateo 10:8).
Las palabras vacías con que se alimentan los necios no salen de la boca de Dios sino de la boca del maligno. Sus voceros adoptan maneras sutiles y ofrecen una sabiduría engañosamente oculta que halaga la vanidad de los que se dejan seducir por ellos, haciéndoles creer que sólo los iniciados la pueden entender. ¡Ah necios! ¡Cómo se lamentarán el día que caiga el velo de sus ojos! Comieron un pan engañoso que después se volvió cascajo en su boca. (Pr 22:17).
3. “Inclinad vuestro oído y venid a mí; escuchadme y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros un pacto eterno, el de las misericordias firmes hechas a David.”
La expresión “inclinar el oído” significa prestar atención a lo que se dice, escuchar atentamente, y se encuentra con frecuencia en el libro de Proverbios (4:20; 5:1). A través del profeta Dios invita a sus fieles a venir a escuchar lo que Él tiene que decirles. No es un llamado vano, ocioso, sino uno que está unido a una oferta preciosa: Mis palabras harán que vuestra alma viva, que cobre nuevo ánimo y se goce.
Esa oferta supone que los invitados a escucharla están privados de la verdad, y están abatidos y desanimados. Eso es lo que ocurre con frecuencia cuando no se proporciona una guía segura a los pueblos: “mi pueblo perece por falta de conocimiento” (Os 4:6). Pero Proverbios dice también: “La palabra a su tiempo ¡qué buena es!” (15:23).
Las palabras tienen el poder de desanimar o de revivir: “Hay palabras que son como golpes de espada, pero la lengua de los sabios es medicina”. (Pr 12:18).
Las palabras que el profeta ofrece transmitir tienen esta virtud medicinal de hacer revivir el ánimo de los que están desconcertados y abatidos. Esta promesa recuerda las palabras que profiere Isaías en otro capítulo, y que Jesús hace suyas: “El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me envió Jehová a predicar buenas nuevas a los abatidos”. (Is 61:1). En uno u otro caso es el mismo Verbo divino que hace uso de la palabra para reanimar y dar vida.
Pero hay una promesa aún más trascendente. Dios ofrece como recompensa a los que le escuchen atentamente hacer con ellos un pacto eterno. Sabemos que las relaciones de Dios con el pueblo escogido estaban regidas por pactos, esto es, por acuerdos solemnes, inviolables. ¿Qué pacto es este que ahora promete? Es un pacto nuevo, no hecho antes, que reemplazaría al antiguo, -aunque ya había hecho Dios entretanto con David un pacto imperecedero: que no faltaría un descendiente suyo sobre el trono de Israel, el cual permanecería eternamente (2Sam 7:16). Ese pacto se cumplió con la venida del Mesías, que vino a reinar, aunque su reino no fuera de este mundo (Jn 18:36). Él es Rey de reyes y Señor de señores, y está ahora sentado a la diestra de su Padre, y ha de venir nuevamente en la nubes para hacer visible a los hombres su reinado (Mt 26:64).
Pero las misericordias firmes hechas a David apuntan al final de la vida del Ungido prometido, que aunque sería sacrificado en la cruz por los pecados de los hombres, no vería corrupción, porque resucitaría sin dar tiempo a que los gusanos se apoderaran de su cuerpo en la tumba.
Pablo recuerda esa promesa hecha por Isaías cuando predicaba en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, recordando lo que profetiza un salmo acerca del Mesías: “No permitirás que tu santo vea corrupción”. (Hechos 13:33-35; Sal 16:10). Antes que él, Pedro mencionó esta misma profecía en Pentecostés, anunciando al pueblo que se había congregado frente a la casa donde estaban los apóstoles, que Jesús había resucitado (Hch 2:24-32) y no estaba muerto como ellos creían.
El pacto eterno que Isaías promete es pues el “nuevo pacto” anunciado por Jeremías 31, el pacto de la redención en Jesús, el descendiente de David que habría de reinar para siempre, el cual, aunque muriera en el cumplimiento de su misión expiatoria, resucitaría para no volver a morir. Ese pacto incluye también para nosotros la promesa de la resurrección final de los muertos.
4. “He aquí, yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones.”
Lo primero que llama la atención en este versículo es la frase: “yo lo dí”. El que habla es Dios Padre, de quien en otro lugar se dice que “de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito…” (Jn 3:16). El Padre dio a su Hijo unigénito a la humanidad como mediador de nuestra salvación.
Este versículo de Isaías habla en primer lugar del rey David, a quien Dios ungió para que fuera rey, no sólo de Israel sino también de los pueblos que él conquistó y sujetó a su trono. Él fue no solamente un soberano amado por su pueblo y temido por sus enemigos, sino que además, por la devoción que le tenía a Dios, y por los muchos salmos que compuso en alabanza suya, fue testigo del poder y de la misericordia del Creador.
Pero más allá del soberano político, este versículo habla de Aquel que había de venir después para dar testimonio de la verdad (Jn 18:37), y de las obras y palabras de su Padre (Jn 14:10; 18:37), y que había de ser, además, verdadero Jefe y Maestro a los pueblos. Lo primero, porque reinaría a la diestra de la majestad de Dios para siempre; y lo segundo, por las invalorables enseñanzas que nos dejaría, y que sus discípulos recogerían en los evangelios.
Jesús, hijo de David e hijo de Dios, es pues el personaje exaltado al que esta profecía apunta. Nótese que el original hebreo dice: “Yo le di por príncipe y comandante a los pueblos”, palabras que expresan bien la noción del líder soberano que el profeta tiene en mente.
5. “He aquí que llamarás a pueblos que no conoces y pueblos que no te conocen correrán a ti, por amor del Señor y del Santo de Israel que te ha honrado.”
Esta profecía habla del Hijo de David que habría de venir y que, una vez muerto en la cruz y exaltado a la diestra del Padre, vería cómo, en virtud de la predicación de su Evangelio, una multitud de pueblos que Él en vida no conoció, y que nunca antes habían oído hablar de Él, vendrían corriendo a Él para encontrar la salvación que anhelaban, como se dice en otro lugar: “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban” (Is 65:1).
Eso se refiere a todas las multitudes de los pueblos de la tierra, a todos aquellos que, sedientos de verdad, de amor, de consuelo y de esperanza, que vendrían a buscar a Jesús, según profetiza un salmo: “Pídeme y yo te daré por herencia las naciones.” (Sal 2:8a). Jesús es el puerto al cual aspiran amarrar su barca todos aquellos cuya existencia está siendo azotada por los oleajes de la vida, y que están en peligro de ahogarse. Todos ellos encuentran en Jesús la ribera segura en donde pueden echar sus anclas para descansar y ser restaurados.
Notemos que el profeta no dice “vendrán a ti”, sino “correrán a ti”, porque ese verbo describe la celeridad con que los que oyeron predicar el evangelio en Pentecostés creyeron en Jesús y pidieron ser bautizados. (Hechos habla de tres mil, el primer día, y de cinco mil, después, Hch 2:42 y 4:4) Una vez proclamado el Evangelio la iglesia tuvo en los primeros siglos un crecimiento explosivo que asombra a los historiadores, y no ha dejado de tenerlo desde entonces dondequiera que el Evangelio es proclamado en toda su pureza, transformando la vida de pueblos y naciones.
Un abismo en verdad separa la mentalidad de los pueblos cristianos de aquellos en donde el Evangelio ha sido poco difundido. El conocimiento de Cristo, aunque sea imperfecto, cambia la mentalidad de la gente y la vuelve más humana, más compasiva.
No está demás recordar que el concepto de la dignidad humana y de los derechos inherentes de la persona, es una noción cristiana, aunque hoy, en tiempos de apostasía, se pretenda ignorarlo. Es en los países cristianos, y en virtud del Evangelio, en donde surgió la civilización occidental, con razón llamada cristiana, la más avanzada de todas las civilizaciones que han florecido sobre la tierra.
Franz Delitzsch dice que los versículos 4 y 5 están en relación de tipo y antitipo. Es decir, que lo que se prefigura en el v. 4, se realiza en el v. 5. David fue testigo a las naciones no sólo por su papel de conquistador de pueblos, gracias al poder con que Dios lo ungió, sino también por el poder de la poesía de los salmos brotados de su pluma que cantan a Dios. Lo que él proclamó en el himno de acción de gracias que elevó al Señor en una ocasión en que fue librado de sus enemigos, se ha cumplido realmente a través de los siglos en que sus salmos se han cantado y leído: “Yo te confesaré entre las naciones, oh Jehová, y cantaré a tu nombre”. (2Sm 22:50; Sal 18:49, véase también el Sal 57:9).
Pero David dijo también proféticamente en ese cántico de acción de gracias: “Pueblos que no conocía me sirvieron” (Sal 18:43b), lo cual se cumplió cuando él sojuzgó a las naciones vecinas de Israel. Pero esa profecía se ha cumplido en muchísima mayor medida con Jesús, pues hoy puede decirse que del conocimiento de Jesucristo ha sido llenada casi toda la tierra (Is 11:9), y está siendo llenada por completo en nuestros días, como le prometió el Padre a su Hijo: “(Pídeme y yo te daré) por posesión tuya todos los confines de la tierra.” (Sal 2:8b).
Notas: 1. “El agua –dice el comentarista medieval judío, David Kimchi- es una metáfora de la Torá (ley) y de la sabiduría; así como el mundo no puede subsistir sin agua, tampoco puede subsistir sin sabiduría. La Torá es también comparado con el vino y la leche: con el vino porque regocija el corazón, como está escrito: “Los estatutos del Señor son rectos, regocijan el corazón.” (Sal 19:8). Es comparada también con la leche, porque la leche es la subsistencia del niño; así también las palabras de la ley son alimento para el alma que camina en la enseñanza divina y crece bajo la misma.”
2. Según una interpretación frecuente también valiosa, lo que el profeta ofrece aquí es la salvación en Cristo –de la que ha venido hablando en los caps. 53 y 54- a los que están privados de ella. El profeta es un evangelista lleno de compasión por las almas, que es conciente de la situación desesperada en que se encuentran los que carecen de las bendiciones obtenidas por el Siervo de Jehová (Is 53:5). El llamado que hace Isaías es comparado con el que hace Jesús: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré.” (Mt 11:28) Sin embargo, sin descartar la validez de esa interpretación, hay que reconocer que el mensaje del profeta es dirigido en primer lugar a sus contemporáneos deportados y a sus necesidades espirituales.
3. La grasa de los carneros era para los israelitas el más suculento de los manjares.
Consideraciones adicionales: En Babilonia, centro del comercio mundial entonces –dice un comentarista del pasado- el pueblo judío exiliado, antes pastoril y agrícola, adquirió hábitos mercantiles. Era natural que lo hicieran porque ahí no podían poseer grandes extensiones de terreno ni ganado, tal como les ocurrió más tarde en la Europa medieval, en la que, como les estaban proscritas muchas profesiones y oficios, se dedicaron a la banca. Siguiendo el consejo de Jeremías, los exiliados en Babilonia compraron casas y huertas; se casaron y engendraron hijos; encontraron esposas para sus hijos, y esposos para sus hijas (Jr 29:4-7), y llegaron a sentirse como ciudadanos en esa su segunda patria, de cuya prosperidad dependían. Pero las cosas buenas que encontraron en esa tierra extranjera no podían llenarlos plenamente, porque extrañaban su patria verdadera (Sal 137:1-6), tal como nosotros, aunque seamos prósperos en esta vida, no podemos olvidar que nuestra verdadera patria es el cielo (Flp 3:20), y que las cosas que se ven son pasajeras, pero las invisibles son eternas (2Cor 4:18).
#644 (12.09.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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