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viernes, 10 de marzo de 2023

DILIGENCIA II

DILIGENCIA II

 No hay pues trabajo malo ni trabajo aburrido, solamente hay trabajo hecho con el corazón, con diligencia, o hecho de una manera descuidada. Y si es hecho de una manera descuidada, nos aburre, nos molesta. Nosotros pues tenemos que cambiar esa mentalidad de “así no más”, porque es motivo de mucha frustración para la gente.


jueves, 28 de abril de 2022

EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I a


EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I a

 El sentido de responsabilidad es aquella cualidad que asegura el buen desempeño de las labores asignadas, o asumidas, por cada miembro de la sociedad en el lugar que ocupa. Al mismo tiempo es la cualidad indispensable que nos permite ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos, y que nos frena cuando tememos que puedan ser negativas o perniciosas para nosotros mismos, o para terceros




martes, 16 de febrero de 2010

LA VERACIDAD DE LAS PALABRAS Y EL CUMPLIMIENTO DE LO OFRECIDO

Uno de los signos que mejor nos permiten apreciar la madurez que ha alcanzado un cristiano es la veracidad de sus palabras. ¿Dice siempre la verdad sin desfigurarla, o se permite pequeñas libertades al narrar algo? ¿Cumple siempre lo que promete? ¿Acude puntualmente a sus citas? ¿No se le escapan algunas mentirillas blancas para justificarse? Esas son pequeñas señales con las que nosotros damos a conocer a los demás el grado de nuestra adhesión a la verdad, la consistente o deficiente integridad de nuestro carácter.

Haciendo un esfuerzo de imaginación ¿podríamos imaginar a Jesús diciendo una pequeña mentira para salir del paso? Si sus discípulos lo descubrieran con las manos en la masa mintiendo ¿seguirían creyendo en Él? Si Jesús hubiera mentido tan sólo una vez no existiría el Cristianismo, porque nadie habría querido seguirle a riesgo de su vida ni habría muerto por Él. La confiabilidad de una persona depende de la confiabilidad de sus palabras.

Pero no necesitamos hacer ningún esfuerzo imaginativo para visualizar a un creyente mintiendo, porque nuestra experiencia nos ha enseñado que los cristianos también mienten, en algunos casos con tanta o mayor frecuencia que cualquier incrédulo. La mentira está en el ambiente, forma parte de nuestra cultura peruana y los cristianos no nos hemos podido librar de ese mal hábito que contamina a nuestra sociedad.

Sin embargo, si hemos de ser discípulos de Aquel que dijo de sí mismo: "Yo soy la verdad..." (Jn 14:6) no podemos ser menos veraces que nuestro modelo. Por eso tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento condenan la mentira.

El apóstol Pablo escribe en Efesios: "Desechando la mentira (es decir, descartándola, ni siquiera tocándola), hablad verdad unos con otros" (4:25), citando Zc 8:16 (“Hablad verdad cada cual con su prójimo…”). ¿Qué razón hay para insistir en ello? "...porque somos miembros los unos de los otros", miembros de un mismo cuerpo.

Sabemos por la biología que los miembros del cuerpo están interrelacionados y actúan coordinadamente, intercambiando señales -químicas y de otro tipo- sobre su funcionamiento. ¿Sería posible que un miembro mande señales falsas, mentirosas a otro? No, no es posible: las células no son hombres para que mientan. Pero podría ocurrir que un miembro del cuerpo se malogre, que esté enfermo y que envíe señales equivocadas a otros miembros. En esos casos todo el organismo puede trastornarse. La capacidad del organismo para mantener la salud -es decir, sus defensas naturales- son superadas por los agresores y no pueden corregir al órgano que anda mal. El cuerpo entero sufre y se enferma.

Cuando en el cuerpo de Cristo un miembro manda una señal equivocada, o peor, falsa, a otro, todo el cuerpo sufre, se produce confusión. Aquí pues, Pablo nos da una de las razones más poderosas para la veracidad: la salud del cuerpo de Cristo, de la Iglesia, está en juego. La mentira, la hipocresía, le hacen mucho daño, y más aun, la calumnia .

En la epístola a los Colosenses Pablo repite el mismo consejo en otros términos: "No os mintáis unos a otros..." (3:9). Eso pertenece al viejo hombre, del que ya os habéis despojado para vestiros del nuevo. La mentira es cosa del reino de las tinieblas, de su príncipe que, como dijo Jesús, es el padre de la mentira (Jn 8:44).

Si realmente hemos abandonado ese reino, no podemos mentir.

Mentir equivale a retroceder, a volver atrás al reino que hemos dejado. Por lo mismo, no podemos faltar a las citas a las que nos hemos comprometido ni podemos llegar tarde, pues si lo hacemos habremos mentido a la persona a la que aseguramos que llegaríamos a tal o cual hora. No sólo le mentimos, sino que también le robamos el tiempo que perdió esperándonos, sin que podamos sacar ningún provecho de ello, porque nadie puede utilizar el tiempo que hizo perder a otro. El tiempo es intransferible.

Pero hay más: Si mentimos, aunque sea ocasionalmente, o peor, si mentimos regularmente, no podemos crecer espiritualmente hasta el conocimiento pleno de la verdad (Col 3:10), porque la estaríamos negando en los hechos. El que miente hace las obras de su padre, el diablo (Jn 8:44). No podemos tener comunión con el diablo, mintiendo, y, a la vez, tener comunión con Cristo. Es algo incompatible. Él es la verdad, vino a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18:37). ¿Cómo puedo yo ser su discípulo si miento, si doy testimonio de la mentira? Creo que no hemos llegado a comprender plenamente la seriedad del pecado de la mentira.

Jesús dijo: "Sea vuestro hablar sí, sí; no, no, porque lo que es más de esto, del mal procede" (Mt 5:37); y más tarde lo repetirá Santiago (5:12). Todo lo que agregamos para dar fiabilidad a nuestras palabras procede del diablo, porque el juramento parece excusar que mintamos cuando no juramos. Esa es la trampa del juramento que Jesús rechazó: Si no juro al decir algo, me está permitido mentir, aunque sea un poquito.

Pero Jesús nos está diciendo: nunca puedes mentir. ¿Que cosa es mentir? Faltar a la verdad. Es decir, negar la verdad, torcerla, desfigurarla, disimularla, ocultarla, herirla afirmando como verdadero lo que no lo es. ¿Cómo podría un discípulo de la Verdad, torcerla, negarla, herirla sin negar a su Maestro?

A veces, sin llegar a jurar, para confirmar la verdad de lo que decimos, en vista de que el otro duda, decimos: “Te doy mi palabra de honor”, con lo cual garantizamos la verdad de lo dicho. Pero toda palabra de un cristiano es palabra de honor, compromete su honor, porque toda palabra emitida nos compromete ante Dios que la escucha. Pero no sólo compromete nuestro honor, sino también el honor de Dios de quien nos declaramos hijos, así como todo acto indigno de un hijo deshonra a su padre.

¿Habías pensado alguna vez en eso? El que miente pierde su honor. En consecuencia, carece de honor, esto es, de honra. El que no tiene honra no es "honrado"; no puede recibir honra de los demás, que es lo que ser "honrado" significa: recibir honor. No merece honor ni honra (Nota 1). Pero el que no es honrado no es honesto, como bien sabemos, porque son palabras sinónimas. Es decir, es un deshonesto, capaz de cualquier acto doloso. Por eso decimos que el que puede mentir, puede también robar. Y, de hecho, el que miente calumniando, roba la honra de otros.

De ahí la importancia que tiene el que el hombre público no mienta. Si miente, pierde autoridad, pierde cara, ya que el pueblo necesita confiar en sus autoridades. Porque ¿cómo confiarán en un mentiroso? La mentira es síntoma de una grave deficiencia de carácter que podría llevarlo fácilmente a robar.

En el salmo 15 se describe al hombre íntegro como al que "aun jurando en daño suyo, no por eso cambia" (v. 4c). Esto es, ni aun en el caso de que cumplir con un compromiso lo perjudique, deja por eso de cumplirlo. El hombre justo, el hombre íntegro, no puede faltar a su palabra, aun si no le conviene cumplirla. Está atado por ella.

En el Antiguo Testamento hay dos ejemplos clásicos de lo que expresa este salmo. Uno es el caso del pueblo de Israel en plena conquista de la Tierra Prometida que, por no consultar con Dios, le creyó a los gabaonitas e hicieron pacto con ellos de respetar sus vidas, a pesar de que Dios les había ordenado que no perdonaran la vida de ninguno de los habitantes de la tierra que iban a conquistar. Cuando se dieron cuenta de que habían sido engañados, ya no pudieron dar marcha atrás: habían comprometido su palabra y tuvieron que cumplirla, mal que les pesara (Jos 9).

El otro caso es el juramento que precipitadamente pronunció Jefta de sacrificar al Señor al primero que saliera de su casa a recibirlo, si Dios le daba victoria sobre sus enemigos. Él pensaba naturalmente que el que primero vendría sería, según la costumbre que tenía, su mascota, su perrito, pero resultó ser su hija. Y cuando la vio, rasgando sus vestidos, le dijo que ya no podía retirar la palabra dada a Dios. ¿Y qué le contestó ella, aunque le costaba la vida? "Si le has dado palabra al Señor, haz de mí conforme a lo que prometiste". (Jc 11:30-36). (2).

Estos episodios están allí, entre otras razones, para enseñarnos la importancia que tiene cumplir la palabra dada. En ambos casos se derivan grandes perjuicios para el que empeñó su palabra -en el segundo, en verdad, toda una tragedia. Pero los hombres fieles al Señor no pueden dejar de cumplir lo dicho. La palabra empeñada es sagrada. Así lo entendían los israelitas, para quienes la palabra era un contrato. Así lo entienden también algunos pueblos no cristianos, que en eso nos dan ejemplo, para vergüenza nuestra.

En el libro de Números leemos: "Cuando alguno hiciere voto al Señor, o hiciere juramento ligando su alma con obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca." (30:2). ¡Cómo esta palabra nos acusa! "Hará conforme a todo lo que salió de su boca". ¿Quiénes son los que pueden decir sinceramente que cumplen esa orden del Señor?

Ese pasaje habla del cumplimiento de los votos. ¿Qué es un voto? Una promesa hecha al Señor. El que ha pronunciado juramento ha ligado su alma. Ya no es libre. Por eso dice Proverbios: "es un lazo, una trampa, para el hombre hacer (precipitadamente) un voto y después de hecho, reflexionar" (20:25). Una vez hecho ya es tarde. Mejor sería que reflexione primero y después hable. El hombre íntegro no se apresura a pronunciar palabra que lo comprometa, sino que la medita primero pausadamente; no vaya a ser que después tenga ocasión de arrepentirse de haber abierto su boca.

Dios dijo: "Sed santos porque yo soy santo" (Lv 11:45; 1P 1:16). Dios no puede mentir porque Él es la verdad misma. Si mintiera no sería Dios. Entonces ¿cómo puede mentir el que quiera ser santo como Dios le manda?

Notas (1) No obstante, el mundo honra a los mentirosos, los encumbra, los halaga. Se diría que mentir es una condición necesaria para tener éxito.

(2) Hoy hay una tendencia a desvirtuar el desenlace trágico de ese episodio, porque no figura en el texto la muerte de la hija y hiere nuestra sensibilidad, que no concibe un sacrificio humano. Pero esos eran otros tiempos y todo el contexto indica que Jefta cumplió su juramento.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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lunes, 31 de agosto de 2009

CASTIDAD

Pido disculpas si el lenguaje directo que empleo puede parecer demasiado fuerte o chocante a algún lector o lectora, pero creo que la naturaleza del tema exige usarlo.

Dios ha dado normas para nuestra conducta. Esas normas están contenidas en el Decálogo y son válidas para todos los seres humanos, sean cristianos o no.

Dios ha dado esas normas para que el hombre sea feliz.

La felicidad del hombre en la tierra está estrechamente ligada al cumplimiento de esas normas.

Ellas son las guías que Dios ha puesto para que nuestra naturaleza pecaminosa no se desborde.

Pero si se incumplen esas normas, nuestra naturaleza se descarrila, y el resultado se manifiesta en actos irracionales o gravemente equivocados.

Dios ha dado en el Decálogo normas claras sobre el sexo y sobre la fidelidad conyugal.

Si se violan esas normas las consecuencias son: familias separadas, decepciones amorosas, abuso sexual de la infancia, violación de mujeres, adolescentes embarazadas, vidas truncadas, celos y crímenes por celos, enfermedades venéreas, sida, etc., etc.

Una mala consecuencia de la violación de esas normas que no figura en las estadísticas es la infelicidad humana.

El hombre busca el placer en el sexo, pero aunque lo encuentre, al final el sexo ilícito lo hará infeliz.
...............................
El acto sexual es el regalo de bodas de Dios para los esposos.
Para la noche de bodas…………………no antes.

Anticipar el regalo es como comer una fruta verde, que no está madura, y que puede causar indigestión.

Dios puede perdonar a los que no esperaron y, en su misericordia, bendecir su matrimonio, pero algún día saldrá el mal fruto de lo que hicieron.

Hoy vivimos en un mundo que exalta el sexo como si fuera el bien supremo,.....................estamos bombardeados de sexo por todas partes.
Y nuestro criterio está siendo pervertido por ese bombardeo constante. Sólo la Biblia puede restaurar el punto de vista sano.

Los hombres suelen pedir una prueba de amor a sus enamoradas o a sus novias.......................¡mentira!

No es una prueba de amor lo que solicitan, sino todo lo contrario.

Quieren lo que todo hombre desea cuando intima con una mujer: llevarla a la cama…… Eso es todo.

Si el hombre pide esa prueba y dice que la ama, está mintiendo
Lo que ama es su cuerpo, que es otra cosa.

Tú, muchacha, ¿Que quieres? ¿Que te amen a ti, o que amen tu cuerpo? En última instancia para el instinto sexual del hombre todos los cuerpos de mujer son prácticamente intercambiables.

Pero el hombre que ama a una mujer, la respeta y espera que llegue el matrimonio, precisamente porque la ama.
Si la ama, la quiere pura.

Si tienen relaciones antes de tiempo, sea porque ella cedió a sus instancias, o porque ella también se encendió de pasión, ya no es pura. Dejó de serlo. y él dejará de estimarla, o la estimará menos.

Cuando el hombre presiona a la mujer para que tenga relaciones con él, no es el amor lo que lo incita sino un simple impulso de su naturaleza: el deseo que es muy fuerte en el hombre, sobre todo en la juventud.
La historia de los medio hermanos Tamar y Amnón, hijos de David, es muy ilustrativa. Puede leerse en el capítulo 13 del segundo libro de Samuel. La resumo.

Amnón se había enamorado de Tamar hasta languidecer. Un astuto amigo suyo, sabiendo lo que lo afligía, le aconsejó que se fingiera enfermo y que pidiera que su hermana Tamar le preparara y le trajera algo de comer a su habitación. Hizo así Amnón y cuando Tamar entró a su cuarto con el plato y se acercó a la cama para dárselo, él la forzó sin hacer caso de sus gritos. Pero tan pronto como la hubo poseído, la detestó con un odio mayor que el amor que antes le había tenido.

Con frecuencia los hombres valoran a las mujeres que desean, pero una vez que las conquistan, las desprecian.

Una conclusión que podemos sacar de esta trágica historia, que terminó en la muerte del culpable, es que Amnón no amaba a su media hermana, sino la deseaba apasionadamente. Pero una vez que la obtuvo fue conciente del pecado de incesto que había cometido y transfirió a ella el horror que él tuvo de sí mismo.

Por lo general todo hombre joven tiene en si un fuerte impulso de tener sexo. Si tiene una enamorada –si no es cristiano, o aun siéndolo- tratará de acostarse con ella.

Si tú eres esa enamorada o novia y no cedes, buscará una mujer de la calle para satisfacer su deseo.

Si tú cedes le ahorraste el gasto, pero lo que tú perdiste es mucho más.

Pero si cediste de buena gana, no fue realmente por amor que lo hiciste sino por pasión.

En la Inglaterra del pasado se solía decir respecto de las costumbres sexuales en el campo, que los jóvenes por lo general quieren ordeñar la vaca sin comprarla.
Y se solía decir a los jóvenes: Si quieren ordeñar la vaca, cómprenla. Es decir, cásense.

En nuestros tiempos de libertad sexual las relaciones prematrimoniales habituales son con frecuencia una explotación de la mujer que no quiere quedarse sola.

El hombre goza de ella, pero no se compromete en nada.
No asume ninguna responsabilidad. Si se separan, ella se queda en la calle, porque todo lo que el ganó o compró es para él. Si no se casaron, ella no tiene ningún derecho a los bienes que él pudo adquirir, en parte quizá gracias a ella.

El amor es una cosa maravillosa.
Enamorarse es un sentimiento delicioso.
Es un don de Dios.

Pero el enamoramiento tiene reglas hoy olvidadas que hay que recordar a los jóvenes.

Por de pronto estar juntos sólo en compañía de otros, en grupo.

Cuando la relación se profundiza y hay necesidad de mayor privacidad, será bueno que se encuentren en locales públicos, como cafés, restoranes, etc.… con una mesa entre ambos.
No sentados el uno al lado del otro porque él tratará de abrazarla. y como a ella también le gusta que la abracen…surgirá el peligro.

Si van de paseo solos a un parque no busquen los lugares oscuros.

¿Qué pasa cuando hay contacto físico entre hombre y mujer?

La máquina se enciende y echa a andar sola.
La máquina de las hormonas. Es un mecanismo automático difícil de parar.

Así que la regla número uno es: No se toquen.

Si quiere besarte a la fuerza, rompe con él aunque sea guapo.

Sus intenciones no son rectas, quiere usarte para satisfacer sus impulsos.
No te hagas ilusiones. Las mujeres siempre se hacen ilusiones.

Tú no lo vas a santificar pecando con él.

¿Pecando? Si no hemos pecado, no hemos hecho nada malo.

Toda excitación sexual consentida, sólo o en compañía de una persona del sexo opuesto fuera del matrimonio, es pecado.

Porque la excitación es el preludio normal del acto sexual.

Es su preparación y forma parte de él.

Cuando el hombre y la mujer se besan y abrazan apasionadamente, los sentimientos están comprometidos y entran en juego.

La pasión compartida compromete los sentimientos.

Si rompen, si se separan, saldrán heridos emocionalmente.

Si no se tocaron ni se excitaron mutuamente, se harán menos daño al separarse y sufrirán menos.

Cuando ya su compromiso se formaliza y están próximos a casarse puede haber un cierto contacto, discreto, casto.

Muchachas: Háganse respetar por sus enamorados y novios.

Si te dejas besar apasionadamente y correspondes a él, y él quiere llevarte al hostal, tú te la buscaste.

No abras esa puerta.

Él quiere que le des una prueba de tu amor. Exígesela más bien tú a él.

¿Cuál es esa prueba suprema? Que te respete.

Mujeres: hagan valorar su pureza. Ellos las apreciarán tanto más.

Hombres: aprendan a valorar la pureza de la mujer.

Si la respetas estás protegiendo tu futuro.

Una mujer casta y pura es una fuente inmensa de felicidad para el hombre.

La virginidad es un valor precioso que la mujer debe reservar para el hombre que será su marido.

El Antiguo Testamento destaca en muchos pasajes el valor de la virginidad, no por fetichismo, sino porque es el orden querido por Dios. El Nuevo Testamento lo confirma: “Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla.” (Hb 13:4).

Salirse del orden de Dios trae malas consecuencias.

Para el hombre la virginidad también es importante, aunque es más difícil y menos esencial.

La biología nos dice el motivo:
Los órganos sexuales de la mujer son internos.
Los órganos sexuales del hombre son externos.

En otras palabras, en el sexo el hombre compromete su ser menos que la mujer.

La mujer se entrega. El hombre posee.

Puede poseer a muchas mujeres al mismo tiempo.

Pero ¿qué mujer honesta quiere entregarse a muchos hombres a la vez? Y ¿qué hombre serio querría tener varias mujeres al mismo tiempo?

Los celos en el hombre casado son un sentimiento natural, si no los exagera. Protegen su matrimonio. Pero los celos desbordados pueden volverse una tortura para ambos.

La mujer debe proteger su pureza. ¿Cómo? Mediante una virtud hoy poco practicada: la modestia en el vestir.

La moda femenina moderna que está hecha para excitar al hombre es perversa. ¡Jovencitas, no la sigan!

No te conviertas en un maniquí andante de blusas escotadas y jeans apretados. Guarda tu ombligo para los ojos de tu marido. (Sobre todo, ¡no lo exhibas en la iglesia!) (Nota)

Cuando tú, mujer, novia o casada, te arreglas, ¿para quién lo haces? ¿Acaso para atraer la mirada de los hombres?

¿Por qué? ¿No te basta con el tuyo?

La esposa casta no trata de atraer la mirada admirativa de ningún hombre.

La mirada codiciosa del hombre ensucia a la mujer casada.

Si te vistes para excitar, estás de entrada pecando, porque eres responsable de los malos pensamientos que suscites.

Si después te metes en problemas, no te quejes.

Pero si eres soltera ¿con qué cualidad quieres atraer a un hombre? ¿Con tu atractivo físico?

Los hombres que valen la pena buscan otra cosa en la mujer: carácter y virtudes, que son los dones con que la mujer se convierte en ayuda idónea.

Los hombres superficiales, que luego no saben hacer feliz a la mujer, buscan atractivo físico.

Cuando se aburren de la propia mujer, se buscan otra. Es casi inevitable.

La pureza es una grave exigencia de Dios, que es santo sobre todas las cosas, y quiere que nosotros también lo seamos.

Los hombres y las mujeres deben proteger su pureza, su castidad en este mundo corrompido. Si no la guardan, tendrán mucho sufrimiento.

¿Cómo guardarla? La pureza comienza en el pensamiento.

“Sobre toda casa guardada guarda tu corazón porque de él mana la vida.” (Pr 4:23)

Nota : Naturalmente, si va una chica por primera vez a la iglesia vestida de forma inconveniente, no le vamos a impedir entrar, porque Jesús la habría recibido, ya que Él no vino por los sanos sino por los enfermos, y pudiera ser que, aun mal vestida, encuentre ese día su salvación.


NB. Este artículo y el publicado la semana anterior (“Amor”) me sirvieron de esquema para una charla ofrecida en el marco de un Seminario sobre Valores, realizado en la ACYM de Tacna el año 2003.

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