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jueves, 19 de noviembre de 2020

LA BATALLA DE LA ORACIÓN IV

LA BATALLA DE LA ORACIÓN IV
Si pudiera escribirse la historia secreta, espiritual, de los pueblos, podríamos ver hasta qué punto los acontecimientos grandes y pequeños de su devenir han sido determinados por la oración y por la batalla que ella desata en los cielos; podríamos ver hasta qué punto –aunque no en un sentido absoluto sino sólo relativo- Dios ha puesto el cumplimiento de sus planes en nuestras manos.

miércoles, 18 de noviembre de 2020

LA BATALLA DE LA ORACIÓN III




LA BATALLA DE LA ORACIÓN III
Dios, pues, necesitaba que alguien orara por el cumplimiento de esa profecía, para ponerla en obra. Necesitaba que alguien se pusiera en la brecha a interceder por el pueblo.

miércoles, 11 de noviembre de 2020




LA BATALLA DE LA ORACIÓN I



 

LA BATALLA DE LA ORACIÓN II


LA BATALLA DE LA ORACIÓN II
"Porque nuestra lucha no es contra sangre ni carne (esto es, contra seres humanos) sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores mundiales de estas tinieblas, contra huestes espirituales de maldad en los lugares celestiales". (Así en el original, Efesios 6:12)

viernes, 27 de enero de 2012

LA BATALLA DE LA ORACIÓN

Por José Belaunde M.

El capítulo décimo del libro del profeta Daniel contiene enseñanzas muy profundas acerca de la oración y -esto puede quizá sorprender a algunos de mis lectores- acerca de los conflictos que la oración provoca en las esferas celestiales. Que la oración pueda suscitar conflictos en los cielos es posiblemente una noción novedosa para muchos, pero las Escrituras lo muestran claramente.


El episodio en cuestión nos narra cómo el profeta se había puesto a ayunar y a orar durante tres semanas en medio de gran angustia interior, hasta que se le apareció en visión un ángel de aspecto impresionante, que empezó a hablarle y, entre otras cosas, le dijo:


"Daniel, varón muy amado, escucha atento las palabras que te hablaré y ponte en pie, porque he sido enviado a ti ahora. Mientras hablaba conmigo, me puse en pie temblando. Entonces me dijo: Daniel, no temas, porque desde el primer día en que dispusiste tu corazón para entender y humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras, y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe de Persia se me opuso durante veintiún días. Pero Miguel, uno de los principales príncipes, vino a ayudarme..." (10:11-13).


Lo primero que nos dice este párrafo es que orar es no sólo hablar con Dios, alabarle, pedirle cosas, sino también tratar de entender sus propósitos, sus pensamientos, sus palabras. Esto es algo que concierne directamente nuestras vidas. ¡Sobre cuántas cosas necesitamos preguntar a Dios acerca de sus propósitos! ¡Cuánto tiempo perdido y energías gastadas inútilmente nos ahorraríamos si lo hiciéramos con frecuencia!


Lo segundo es que orar es humillarse delante de Dios y reconocer nuestra condición pecadora, nuestra pequeñez y nuestra dependencia del Creador, ante quien somos menos que el polvo. Y hemos de hacerlo si es que deseamos recibir aquello que imploramos "porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes." (1P5:5)


En tercer lugar, fijémonos en que son nuestras palabras las que provocan la respuesta de Dios, no tan sólo nuestros pensamientos, aunque ciertamente Él los conoce y escucha. Dios quiere que le hablemos. La palabra hablada comunica a la oración una urgencia que el pensamiento sólo no le da.


Por último, el pasaje nos dice que la oración, cuando es conforme a la voluntad de Dios y persigue los propósitos de Dios, provoca una batalla en los cielos entre las huestes angélicas y las demoníacas, porque Satanás tiene intereses contrarios a los que persigue esa oración y se opone a ella con todas sus fuerzas.


San Pablo se refiere a este conflicto en su epístola a los Efesios: "Porque nuestra lucha no es contra sangre ni carne (esto es, contra seres humanos) sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores mundiales de estas tinieblas, contra huestes espirituales de maldad en los lugares celestiales". (Así en el original, 6:12). El príncipe de este mundo, como lo llama Jesús, aunque ha sido arrojado de la presencia de Dios, tiene acceso con toda su corte a las esferas celestes donde se decide lo que ocurre en la tierra, y tiene autorización para oponerse, hasta cierto punto, a los designios de Dios y tratar de hacer prevalecer los suyos.


Este es un misterio que apenas nos ha sido entreabierto en las Escrituras, pero que explica muchas de las cosas que ocurren en el mundo y que de otra manera serían para nosotros inexplicables. Nos permite entender también cómo Jesús pudo decir, antes de su pasión, que la hora del príncipe de las tinieblas había llegado. Es decir, la hora en que Lucifer triunfaría transitoriamente.


Es interesante que averigüemos cuál era el motivo por el cual Daniel se puso a ayunar y a orar. No lo precisa el texto en este pasaje, pero el capítulo anterior consigna una larga oración en que Daniel, afligido por la desolación de su patria, pide a Dios perdón por los pecados de su pueblo, que había sido conquistado por Nabucodonosor y deportado a Babilonia, e intercede por ellos. Daniel le recuerda a Dios la profecía anunciada en su nombre por boca de Jeremías, de que, al cabo de 70 años, el pueblo de Israel retornaría a su tierra (Compárese Dn 9:1-19, en especial el vers. 2 con Jr 25:8-14; 29:4-14, y, en especial los vers. 25:11,12 y 29:10). Estamos autorizados a suponer que la oración de Daniel en el capítulo décimo era por la misma intención de su plegaria en el capítulo previo; esto es, que oraba por la liberación de su pueblo, en cumplimiento de la profecía de Jeremías, y por la restauración del templo derruido de Jerusalén, como era el deseo de todo judío piadoso.


Ahora bien, si Dios había prometido que el pueblo retornaría al cabo de 70 años ¿qué necesidad había de orar por el cumplimiento de esa promesa? Lo que Dios ha establecido debe cumplirse de todas maneras. ¿No es acaso Dios todopoderoso? ¿Tiene acaso Dios necesidad de la ayuda humana? ¿Dependerá el Creador de su criatura? Sin embargo, así como el Hijo de Dios se humilló a sí mismo haciéndose hombre como cualquiera de nosotros, de cierta manera Dios se humilla a sí mismo también haciendo que el cumplimiento de su voluntad en la tierra dependa de la oración del hombre. De otro modo Jesús no habría enseñado a sus discípulos a pedir por el cumplimiento de la voluntad del Padre: "...hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo." (Mt 6:10).


Por lo demás, Dios quiere también que el hombre colabore en los planes suyos que lo favorecen, de tal modo que, por decirlo de alguna manera, no tenga el hombre en todo la mesa servida. Dios, dijo un autor antiguo, quiere ser rogado para hacer aquello que se propone.


Dios, pues, necesitaba que alguien orara por el cumplimiento de esa profecía, para ponerla en obra. Necesitaba que alguien se pusiera en la brecha a interceder por el pueblo. Tan pronto como Daniel empezó a orar, se suscitó una batalla en las regiones celestes. Satanás conocía muy bien la profecía que Jeremías había proclamado por orden divina, pues era pública, y como él se opone a todo lo que Dios quiere, apenas se puso Daniel a orar por su cumplimiento, el Maligno mandó inmediatamente a sus huestes a trabajar para impedir que se cumpliera. De otro lado, podemos suponer que la oración de Daniel era también contraria a los planes y propósitos que la potestad satánica que regía los asuntos de la nación persa había concebido, y a la que la Escritura llama "el príncipe de Persia". (Dn 10:13).


Aquí nos enfrentamos a otro misterio que las Escrituras no revelan plenamente pero que dejan entrever. Así como al lado de cada ser humano hay un ángel de la guarda (Mt 18:10) que lo cuida y un diablo que lo tienta, así también hay sobre cada familia, sobre cada unidad social, sobre cada villa y cada ciudad, sobre cada nación y cada pueblo, autoridades angélicas y demoníacas de rango creciente que intervienen en sus destinos con designios contrarios a los de Dios y que influyen en los acontecimientos. Podemos, por ejemplo, postular, aunque no podamos probarlo, que hace unos años había una potencia satánica que azuzaba el conflicto entre nuestro país y nuestro vecino del Norte y que se oponía a la paz, así como hay potencias satánicas detrás de toda guerra en el planeta.


Pero volvamos a la historia de Daniel. Los propósitos de Satanás son siempre opuestos a los de Dios y es natural que el maligno deseara mantener al pueblo elegido en esclavitud y frustrar de esa manera el plan de salvación que Dios quería llevar a cabo a través de Israel. Así como tampoco, podemos suponer, convenía a los intereses del imperio persa -conquistador a su vez del imperio babilónico- el que una minoría industriosa y disciplinada, como lo era la comunidad judía, abandonara el país.


Pero el ángel que se aparece a Daniel lucha en las regiones celestes contra las huestes espirituales de maldad con la ayuda del arcángel Miguel, que es príncipe sobre Israel, para hacer prevalecer los designios divinos. La batalla en los cielos empezó tan pronto como Daniel comenzó a orar, y ahora el ángel viene a anunciarle la victoria, obtenida cuando su oración ha colmado la medida necesaria. Nuestra oración suscita, pues, en toda ocasión una batalla en los cielos entre las fuerzas que favorecen y las fuerzas que se oponen a nuestras metas, y el propósito de nuestra plegaria se logra cuando nuestra oración ha colmado la medida que Dios requiere.


¡Con cuánta frecuencia nuestros deseos y propósitos no se cumplen, o son obstaculizados, porque son contrarios a los propósitos de Satanás! Si no oramos, o si no oramos con la necesaria persistencia, le dejamos el campo libre a nuestro enemigo para llevar a cabo su obra destructora. Eso hacemos una y otra vez por nuestra falta de oración o por nuestra tibieza en ella. ¡Cuántas cosas nefastas nos han ocurrido a nosotros, o a nuestras familias, porque no nos hemos mantenido vigilantes en oración pidiendo a los ángeles que construyan una muralla protectora en torno a los nuestros! ¡Y cuántas bendiciones hemos dejado de recibir porque permitimos que Satanás las obstaculizara! El diablo viene a robar, matar y destruir (Jn 10:10), lo sabemos muy bien, pero si oramos continuamente, lo mantenemos a raya y frustramos sus propósitos.


Hasta qué punto el desenlace de la batalla celestial depende de la oración en la tierra, nos lo muestra el episodio de la batalla contra los amalecitas, narrado en el capítulo 17 del libro del Éxodo. Los amalecitas atacaron a los israelitas y Josué les salió al frente con el ejército de Israel, mientras Moisés subía al monte a orar, acompañado por Aarón y Hur. Cuando Moisés mantiene en alto las manos en oración las fuerzas de Israel vencen a las de Amalec; cuando las deja caer cansado, los de Amalec ganan. El resultado de la batalla en la tierra refleja el resultado de la batalla en los cielos. Los de Israel prevalecen cuando los ángeles prevalecen; los de Amalec ganan cuando las huestes de maldad llevan la mejor parte. No es que los ángeles puedan realmente ser vencidos por las fuerzas demoníacas. Pero es la oración en la tierra la que fortalece la intervención angélica o la que determina con cuánto ardor darán la pelea por nosotros. Si dejamos de orar, ellos aflojan o dejan de luchar. Quizá se digan: no les interesa tanto lograr la victoria. Su ayuda se amolda a nuestra insistencia y tenacidad, a la intensidad de nuestro deseo de triunfar.


Si pudiera escribirse la historia secreta, espiritual, de los pueblos, podríamos ver hasta qué punto los acontecimientos grandes y pequeños de su devenir han sido determinados por la oración y por la batalla que ella desata en los cielos; podríamos ver hasta qué punto –aunque no en un sentido absoluto sino sólo relativo- Dios ha puesto el cumplimiento de sus planes en nuestras manos.


Lo dicho se aplica a lo que está sucediendo en el Perú en estos tiempos. Nuestro país se encuentra en una encrucijada expectante pero difícil y necesita salir del atraso económico que aun aflige con pobreza a una parte de la población. Al mismo tiempo, necesita mantener un clima político y social ordenado que permita poner en marcha las reformas necesarias y avanzar hacia el futuro. Contra ello conspiran la agitación generada por las demandas y expectativas insatisfechas de la población, los esfuerzos del terrorismo por volver a levantar la cabeza, y la escasa coherencia de algunos actores políticos. Cuál sea el resultado de esta contienda dependerá en buena medida de la fe y de la perseverancia de las oraciones de la iglesia. El triunfo de las fuerzas del bien sobre las del mal en nuestra patria dependerá de que mantengamos los brazos en alto, como hizo Moisés en el episodio que hemos mencionado arriba, y de que haya quienes, como hicieron Aarón y Hur en esa ocasión, sostengan los brazos de los intercesores.


NB. Este artículo fue transmitido por radio el 8.4.00. Fue revisado e impreso por primera vez el 7.12.03.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#710 (22.01.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

lunes, 15 de noviembre de 2010

ASPECTOS DE LA ORACIÓN

Por José Belaunde M.
El capítulo décimo del libro de Daniel nos trae el interesante episodio de la visión que el profeta tuvo al cabo de 21 días de ayuno y oración. En esa visión se le aparece un ángel poderoso que le trae un profecía relativa a los últimos tiempos. Pero yo quiero dirigir mi atención esta vez a dos versículos de ese capítulo.

Los versículos 12 y 13 dicen lo siguiente: "Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día en que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí, Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé con los reyes de Persia."

Podemos ver aquí tres cosas:

1) Entender: Orar es no sólo hablar, alabar, pedir, sino también tratar de entender los propósitos de Dios, sus pensamientos, sus palabras para nuestra vida, o para nuestro país, o para nuestra iglesia.

2) Humillarse: Orar es humillarse delante de Dios (1P5:5,6). Sólo reconociendo nuestra pequeñez delante de nuestro Creador podemos asumir la actitud correcta.

3) "A causa de tus palabras..." Nuestras palabras provocan la respuesta de Dios. Dios quiere que le hablemos, que le pidamos, que clamemos a Él (Jr 33:3) y entonces nos responderá.

El versículo 13 nos dice también que nuestra oración provoca una batalla en los cielos. Satanás tiene intereses contrarios a los que persigue nuestra oración y se opone a ellos con toda su fuerza.

Dios no viene enseguida en nuestra ayuda sino deja que la batalla siga su curso porque quiere enseñarnos a pelear y a dominar. Quiere que desarrollemos nuestra musculatura espiritual, nuestra perseverancia.

El luchador aprende a luchar enfrentándose a contrincantes no más débiles sino más fuertes que él, y, de esa manera, cada vez puede desafiar a otros más fuertes. Si el luchador sólo tuviera contendores inferiores a él en habilidad y fuerza, no desarrollaría su propia capacidad.

Igual nosotros. Dios quiere que, enfrentándonos a dificultades y pruebas cada vez mayores, poco a poco desarrollemos la fe que puede mover montañas. Pero al comienzo moveremos solamente pequeños montículos de arena.

Así como ocurre en la lucha libre, es necesario que aprendamos a usar las llaves, las estrategias, las técnicas de la oración. Porque, en efecto, en la oración hay llaves, hay estrategias, hay técnicas: las promesas de Dios, el nombre de Jesús, el ayuno, la vigilia, la alabanza, el silencio, la batalla espiritual, etc.

Pero durante todo el tiempo que perseveramos, Dios nos está oyendo y, como hizo con Daniel, ha mandado, a sus ángeles para ayudarnos en esa lucha. No nos ha dejado solos. Quizá nosotros nos sintamos a veces solos, pero Él está a nuestro lado justamente cuando más abandonados nos sentimos.

La demora, el obstáculo, la tardanza no sólo sirven para probar y fortalecer nuestra fe, sino que son también una señal para que escudriñemos nuestro corazón y veamos si nosotros no estamos obstaculizando la respuesta. O para que veamos si hay algo que nos falta para poder recibirla. Es una llamada a examinarnos y a intensificar nuestra oración y a crecer en la fe.

Pero la demora es también una señal de que lo que hemos pedido a Dios es algo muy peligroso para los planes de Satanás. Si no, no lucharía tanto para impedir la respuesta.

A veces tenemos que lidiar con situaciones personales o familiares sumamente penosas cuyo origen no entendemos. Pudiera ser que nosotros mismos nos hayamos atraído la aflicción que nos abate. Mal que nos pese tenemos que soportar las consecuencias de nuestros actos, quizá cometidos hace muchos años y que habíamos olvidado, pero que al fin nos alcanzan, hasta que con nuestra oración redimamos las consecuencias, hasta que nuestro arrepentimiento sea profundo y verdadero e ilumine nuestra inteligencia. Porque ése es uno de los frutos de la aflicción: hacernos abrir los ojos.

Recuérdese que Absalón se rebeló contra su padre David muchos años después del adulterio cometido con Betsabé (2Sam 11,15). Pero David reconoció que en esa prueba se cumplía la profecía que Natán había pronunciado contra él (2Sam 12).

El profeta Miqueas escribió: "Habré de soportar la ira del Señor porque pequé contra Él, hasta que juzgue mi causa y me haga justicia" (7:9).

¿Cuándo me hará justicia? Cuando mi arrepentimiento produzca frutos verdaderos en mi alma, cuando haya escarmentado y entendido. (1).

Dios quiere que entendamos. Eso es sabiduría.

El que no aprende de sus errores e insiste en cometerlos, tendrá que sufrir repetidas veces las consecuencias hasta que al fin aprenda. Mejor es aprender a la primera.

Si estando en una situación desesperada nos desesperamos, perdemos todo. Pero si seguimos cavando, esto es, orando y luchando, llegaremos a encontrar la fuente de agua que apague nuestra sed.

En Hebreos leemos: "Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que hay Dios y que premia a los que le buscan." (11:6). Dios premia a los que, estimulados y alentados por la fe en sus promesas, le buscan con diligencia.

Cuando la respuesta demora es porque Dios quiere que le sigamos buscando. Durante ese período de paciencia y de lucha, nuestro corazón esta siendo cambiado: Eso es lo que, por su lado, Dios busca. No es un cambio que se ve afuera; es un cambio interior.

Santiago escribió: "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia (perseverancia). Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" (1:2-4).

La prueba produce paciencia y la paciencia (longánimo) lleva a la obra completa. Nos hace perfectos y cabales.

Dios quiere desarrollar nuestro amor por Él ¿Cómo? Dependiendo de El. Cuando todo falla, cuando todos los medios humanos fracasan, cuando todos nos abandonan, sólo queda esperar en Dios. Cuando nos aferremos a Él como a nuestro último recurso, sin duda le amaremos, así como el niño pequeño en peligro se aferra a sus padres. Cuanto más se aferra a ellos más les ama. Su padre es su confianza. ¡Oh cómo ama el hijo al padre o la madre en quien confía! Su amor va a la par de su confianza.

Dios nos empuja a veces a situaciones en que sólo podemos confiar en Él. En esas situaciones aprendemos a conocerle y a amarle de veras.

Pero sería interesante que nos preguntemos cuál era el motivo de la oración y del ayuno de Daniel. No lo precisa el texto en este punto, pero el capítulo anterior nos trae una larga oración en que Daniel pide perdón a Dios por los pecados de su pueblo recordando, para comenzar, la profecía anunciada por boca de Jeremías, de que, al cabo, de 70 años el pueblo de Israel retornaría del exilio a su tierra (Jr 25:11;29:10). Estamos autorizados a suponer que la oración de Daniel en el capítulo 10 anuda con la oración del capítulo anterior. Es decir que Daniel ora por la liberación de su pueblo y por la restauración del templo de Jerusalén, como era el deseo de todo judío piadoso. Ya había llegado el tiempo en que se cumpliera la profecía.

Ahora bien, si Dios había prometido que el pueblo retornaría a su tierra ¿qué necesidad había de orar por el cumplimiento de esa promesa? ¿No bastaba con que Dios hubiera prometido para que lo ofrecido se cumpla sin más? No siempre basta, aunque nos cueste entenderlo. Así como el Hijo de Dios se humilló a sí mismo haciéndose hombre, en cierta manera, Dios se humilla a sí mismo haciendo que el cumplimiento de su voluntad dependa de la oración del hombre. De otro modo Jesús no habría enseñado a los apóstoles a orar por el cumplimiento de la voluntad del Padre (Mt 6:10).

Dios necesitaba que alguien orara por el cumplimiento de esa profecía para ponerla en obra; necesitaba que alguien se pusiera en la brecha a interceder por el pueblo. (Esa es naturalmente una limitación que Él se impone a sí mismo, no una limitación necesaria). Tan pronto como Daniel empieza a orar suscita una batalla en las regiones celestes, porque su oración es contraria a los propósitos de la potestad satánica que rige los asuntos de la nación persa y a la que la Escritura llama "El Príncipe de Persia".

Los propósitos de Satanás son siempre opuestos a los propósitos de Dios y es natural que el Maligno deseara mantener al pueblo elegido en esclavitud y frustrar el plan de salvación que Dios quería llevar a cabo a través de Israel retornándolo a su tierra.

También podemos suponer que no convenía a los intereses del imperio persa que una minoría industriosa y disciplinada, como lo era la comunidad judía, abandonara el país. Pero el ángel que se aparece a Daniel lucha en las regiones celestes contra las huestes espirituales de maldad, con la ayuda del arcángel Miguel, para hacer prevalecer los designios de Dios. La batalla en los cielos empezó tan pronto Daniel empezó a orar y el ángel viene a anunciarle la victoria cuando su oración ha colmado la medida necesaria fijada por Dios.

¡Con cuánta frecuencia nuestros deseos y propósitos no se cumplen, o son obstaculizados, porque son contrarios a los propósitos de Satanás! Si no oramos, o si no oramos con la necesaria persistencia, le dejamos el campo libre para llevar a cabo su obra destructora. ¡Cuántas cosas nefastas no nos han ocurrido a nosotros, o a nuestras familias, porque no nos hemos mantenido vigilantes en oración haciendo que los ángeles construyan una muralla protectora en torno de los nuestros! El diablo viene a robar, matar y a destruir, pero si oramos continuamente, lo mantenemos a raya y frustramos sus propósitos.

Hasta qué punto el desenlace de la batalla celeste depende de la oración en la tierra ("todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo;" Mt 18:18) nos lo muestra el episodio de la batalla contra los amalecitas que se narra en Éxodo 17:8-16. Cuando Moisés mantiene las manos en alto en oración, las fuerzas de Israel vencen a las de Amalec; cuando las deja caer cansado, los de Amalec ganan.

Aunque ya lo he dicho en otro lugar vale la pena que lo repita aquí: El resultado de la batalla en la tierra refleja el resultado de la batalla en los cielos. Los de Israel prevalecen cuando los ángeles prevalecen; los de Amalec ganan cuando las huestes de maldad llevan la mejor parte. Pero es la oración en la tierra la que fortalece a la intervención angélica. Si dejamos de orar ellos aflojan o dejan de luchar. Quizá se dicen: No les interesa tanto lograr la victoria. Su ayuda se amolda a nuestra insistencia.

Dios quiera que este episodio nos ayude a entender cuán importante es que no cejemos en nuestros esfuerzos para orar sin pausa y sin desmayar por las causas que Él nos ha encomendado, por nuestras familias y por las necesidades de nuestro pueblo o de nuestra iglesia.

Nota (1) Pero si hemos sido perdonados ¿por qué hemos de sufrir todavía por los pecados pasados? Porque las consecuencias humanas de nuestros pecados no se agotan con el arrepentimiento y el perdón, aunque Dios en su misericordia puede apartar parte de esas consecuencias. Sin embargo, Él quiere que comprendamos la gravedad de nuestros actos y que maduremos. Pensemos solamente ¿cuántas vidas habremos afectado y cuánto sufrimiento podemos haber causado que aún no termina? ¿Somos concientes de ello? Sólo sufriendo nosotros mismos comprenderemos el sufrimiento ajeno.