viernes, 20 de julio de 2018

PABLO ANTE EL SANEDRÍN


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PABLO ANTE EL SANEDRÍN
Un Comentario de Hechos 22:30-23:11

En los dos artículos anteriores hemos visto a Pablo hacer su defensa ante los habitantes de Jerusalén, que habían querido lincharlo porque se le acusó falsamente de haber introducido a un gentil en el interior del templo, lo que estaba estrictamente prohibido. Ellos lo escucharon atentamente haciendo el relato de su conversión hasta el momento en que narró que Jesús se le había aparecido en visión y le dijo que lo enviaría a los gentiles. Al escuchar esta palabra recrudeció la ira del pueblo que exigía que se le matase, siendo salvado con las justas por los soldados romanos. Cuando iba a ser azotado por éstos para que confesara cuál era la razón del rechazo de la población Pablo le advirtió al tribuno que no podía hacerlo porque él era ciudadano romano.
22:30. “Al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por la cual le acusaban los judíos, le soltó de las cadenas, y mandó venir a los principales sacerdotes y a todo el concilio, y sacando a Pablo, le presentó ante ellos.”
El tribuno no quiso perder tiempo en averiguar cuál podía ser la causa por la que las autoridades y el pueblo tenían tanta saña contra Pablo y, teniendo él obligación de protegerlo como ciudadano romano mientras no hubiera un delito por el cual pudieran acusarlo ante un tribunal legalmente constituido, convocó al concilio de ancianos para que conocieran del asunto. Entonces ordenó a los soldados que lo soltaran de las cadenas y lo presentó ante el sanedrín que se reunía en un ambiente grande a un costado del templo (Nota 1). Nótese, sin embargo, que ésta no era una reunión formal del consejo de ancianos, sino una convocada de ocasión por el tribuno porque, de haberlo sido, Pablo no hubiera dado inicio a la reunión tomando la palabra, después de la presentación del tribuno, que no sabemos en qué consistió. Pero cabría preguntarse por qué el tribuno no habló previamente con Pablo, antes de convocar a la reunión, para que le dijera cuál era la causa de tanto ensañamiento contra él.
23: 1,2. “Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos (2), yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca.”
Pablo, sin temor alguno (3), teniendo la seguridad de que el Señor lo respaldaba, se dirigió a la asamblea afirmando su inocencia de todo cargo que pudiera hacérsele: Yo como buen judío he vivido delante de Dios sin que mi conciencia tenga nada que reprocharme.
Eso lo decía delante del sumo sacerdote y de los ancianos que sabían cuáles habían sido sus actividades antes de su conversión, y cómo él persiguió, con la anuencia de ellos, a los seguidores de la odiada secta del Nazareno, y cómo él se había convertido inopinadamente en uno de sus más ardientes propagandistas en la diáspora. Esto es algo que los miembros del sanedrín no podían aceptar, que dijera que lo había hecho “con toda buena conciencia”, porque para ellos él era un traidor.
Por ese motivo, y para castigarlo por su osadía, el sumo sacerdote Ananías ordenó que alguien cercano le golpeara en la boca. Ananías posiblemente no era consciente del hecho, pero el maltrato de Pablo en una reunión convocada por la autoridad romana era un insulto a ésta, bajo cuya protección estaba el apóstol.
¿Quién era este Ananías (4) que actuaba tan bruscamente? Era un personaje nefasto cuyas acciones rapaces, abusando de su alto cargo, hicieron que toda la población lo odiara, y tuviera un final trágico durante el levantamiento anti romano que se produjo el año 66 DC. Él había sido instalado en ese cargo el año 47 DC por un nieto de Herodes el Grande, Herodes de Calcis, que era hermano de nuestro conocido Herodes Agripa I, el que mandó matar a Santiago, hijo de Zebedeo, e hizo apresar a Pedro (Hch 12:1-3). Según el historiador Josefo Ananías se había apoderado de los diezmos que eran destinados a los sacerdotes comunes. La gran fortuna que había acumulado le daba un gran poder y permitía que conservara su influencia, aún después de haber sido depuesto el año 58 o 59.
3. “Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear?”
Pablo responde vivamente indignado al injusto maltrato llamando al sumo sacerdote “pared blanqueada”, y lo acusa de violar la ley al mandar golpear al acusado que está delante del tribunal para ser juzgado. Implícitamente lo acusa de aplicarle una pena antes de haber sido sentenciado.
No se sabe exactamente qué ley era la que Pablo acusa al sumo sacerdote de violar, aunque pudiera tratarse de los preceptos de Lv 19:15, y Dt 1:16,17 que ordenan hacer un juicio justo, o de una perteneciente a la ley oral judía, que es sabido protegía los derechos de los encausados. Se recordará que el Evangelio de Juan registra un incidente parecido estando Jesús delante del Sanedrín, cuando un alguacil lo golpea en la cara reprochándole hablar irrespetuosamente al sumo sacerdote Anás. Jesús en esa ocasión reaccionó menos vivamente que Pablo, aunque también protestó. (Jn 18:22,23).
El insulto que Pablo dirige a Ananías, que conlleva el significado de “hipócrita”, tiene antecedentes en las palabras de Jesús, que llama a los fariseos “sepulcros blanqueados” (Mt 23:27). Sin embargo, entre la reacción de Jesús y la de Pablo hay una diferencia marcada: Jesús se queja de que lo golpeen sin razón, pero no responde con un insulto, como hace Pablo. El temperamental apóstol estaba lejos de ser manso como Jesús. (5)
4,5. “Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo.”
La reacción airada de Pablo provoca a su vez la protesta de los asistentes que le reprochan hablar de esa manera al sumo sacerdote. Pablo se disculpa enseguida diciendo que no sabía que el que había ordenado golpearlo era el sumo sacerdote y cita literalmente, para subrayar su respeto por la ley, un precepto de Moisés (Ex 22:28b).
Pero ¿podía Pablo ignorar quién era en esa reunión el sumo sacerdote? Es muy probable que Pablo no conociera personalmente a este Ananías, pues había estado ausente de Jerusalén los últimos años, pero él debe haberlo reconocido, pues presidía la sesión, a menos que tratándose de una reunión convocada precipitadamente por el tribuno, el sumo sacerdote no estuviera sentado al centro, cosa en sí bastante improbable.
6-8. “Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas.”
Entonces, teniendo claro que estaba ante una asamblea que le era hostil, y de la que no podía esperar nada favorable, muy astutamente, dándose cuenta de que la mayoría de sus miembros procedían de los dos partidos rivales del judaísmo, los fariseos y los saduceos, cuya diferencia doctrinal más importante giraba en torno a la creencia en la resurrección de los muertos que los segundos negaban, Pablo exclamó que a él, siendo fariseo, se le estaba acusando por sostener ese punto de doctrina.
Inmediatamente se armó una gran batahola, tal como él había previsto. Los miembros del sanedrín, olvidándose de que habían sido convocados para juzgar a una persona, se enzarzaron en una discusión acalorada sobre el punto doctrinal que los dividía.
El texto de Lucas aclara que los saduceos no sólo negaban la resurrección, sino también negaban la existencia de seres sobrenaturales, como los ángeles y los espíritus. La suya era una religión materialista concentrada en el mantenimiento del culto oficial en el templo y los beneficios que eso les traía. (6)
9,10. “Y hubo un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no resistamos a Dios. Y habiendo grande disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado por ellos, mandó que bajasen soldados y le arrebatasen de en medio de ellos, y le llevasen a la fortaleza.”
Era previsible, dado el gran rencor que estas disensiones producían, y la animadversión mutua que se tenían ambos partidos rivales, que los fariseos asumieran la defensa de Pablo, afirmando la posibilidad de que éste estuviera sinceramente siguiendo una inspiración divina. Esta intervención inesperada de los escribas nos recuerda la intervención de Gamaliel a favor de Pedro y Juan, cuando fueron llevados ante el sanedrín, acusados de desobedecer la orden de abstenerse de predicar en el nombre de Jesús (Hch 5:34-39).
Entonces el tribuno, cuya principal preocupación en ese momento era asegurar la integridad física de su prisionero, porque era ciudadano romano, ordenó sacarlo precipitadamente del lugar y retornarlo a la fortaleza donde estaría a salvo.
Algunos comentaristas han criticado severamente a Pablo porque él se aprovechara de esa diferencia doctrinal entre ambos partidos, como una estratagema para frustrar el juicio que había empezado. Yo pienso que en todos estos sucesos él estaba siendo guiado por el Señor y que fue Él quien le inspiró esa salida inesperada.
11. “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.”
Esa noche, mientras Pablo dormía, se le apareció en visión nuevamente el Señor Jesús para animarlo y decirle que su propósito era ahora que diera testimonio de Él en Roma.
Jesús se le aparece a Pablo para reanimarlo seguramente cuando su estado de ánimo estaba muy bajo a causa del maltrato físico que había sufrido, y en vista de las amenazas que atentaban contra su vida, aparte del hecho de que estuviera encadenado como un malhechor. ¿Quién de nosotros estaría dispuesto a asumir un costo personal tan grande por predicar a Cristo? Es un hecho que su efectividad como evangelista estaba ligada estrechamente al sufrimiento que le acarreaba su misión (Hch 9:16). A semejanza de Jesús, cuanto más alto sea el llamado, mayor es el padecimiento que lo acompaña, pero también, mayor la gracia.
Las palabras que le dirige Jesús no sólo tienen un tono afectuoso de aprobación, sino contienen además la promesa de que él saldrá bien librado de esta prueba para continuar la misión que le ha confiado.

Notas: 1. El Sanedrín estaba conformado por 70 miembros pertenecientes a la aristocracia de origen saduceo (sacerdotes y laicos) y a la clase erudita (escribas) en la que los fariseos ejercían una influencia creciente. Sus reuniones eran presididas siempre por el sumo sacerdote.
2. La fórmula que él emplea revela que es consciente de que él se dirige a sus pares, pues él, por derecho propio, era miembro del concilio.
3. En él se cumplía la promesa hecha por Dios al profeta Ezequiel: “He aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra las frentes de ellos…ni tengas miedo delante de ellos, porque son casa rebelde.” (Ez 3:8,9).
4. Su nombre completo era Ananías hijo de Nebedeo.
5. Hay antecedentes en el Antiguo Testamento de justos que han sido golpeados en la boca por hablar en nombre de Dios (1R 22:24). Pero la muerte poco honrosa que tuvo Ananías da a las palabras de Pablo un carácter involuntariamente profético.
6. No hay fuentes claras acerca del partido o secta de los saduceos, cuyo nombre deriva del sacerdote Sadoc de tiempos de David (2Sm 15:24,25). Es probable que ellos surgieran durante el reinado de Juan Hircano (siglo II AC), en el marco de la lucha que hubo entonces por el control del templo, y estaban ligados a las familias sacerdotales. No dejaron escritos acerca de sus doctrinas, por lo que sólo las conocemos indirectamente por lo que dicen el historiador Josefo y los evangelios. Ellos sólo reconocían al Pentateuco como escritura inspirada, y atribuían un valor a los demás escritos de lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento. No creían en la inmortalidad del alma y, en consecuencia, tampoco en la resurrección de los muertos (piedra angular de la doctrina de los fariseos), y menos en la existencia de ángeles y espíritus. Negaban la predestinación y la intervención de la providencia en los asuntos humanos, considerando que el hombre era libre en sus decisiones y responsable, por tanto, de su bienestar o infelicidad. Con la caída de Jerusalén y la destrucción del templo desaparecieron de la historia.
El partido de los fariseos, cuyo nombre deriva del hebreo parush, esto es, “separado”, parece tener su origen en los hasidim (piadosos) que se opusieron a la helenización de las costumbres impuesta por los reyes seléucidas, sucesores de Alejandro Magno. Ellos fundaron academias (yeshivas) para la instrucción de sus seguidores, y eran los líderes espirituales reconocidos del pueblo.
Ellos figuran en los evangelios como los principales opositores de Jesús, por su insistencia en querer imponer las reglas de pureza ritual válidas en el templo, a la vida ordinaria de los individuos, y por la multitud de normas adicionales con que limitaban la libertad de los individuos. Jesús denuncia su hipocresía al hacer alarde público de piedad, alargando sus mantos y ensanchando sus filacterias. Se opusieron a la rebelión contra los romanos el año 66, y fueron las primeros en hacer las paces con ellos. Con la caída de Jerusalén y la destrucción del templo el año 70, la academia de Yavné, bajo el liderazgo de Johanan ben Zakai, y la anuencia de los romanos, asumió la dirección de la supervivencia del judaísmo.


Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."



INVOCACIÓN: Me asombra la forma incauta e irresponsable como a veces los adultos, incluso en la iglesia, tratan a los niños pequeños de uno a tres años, como si fueran muñecos, con los que se puede jugar a su antojo. Los hacen bailar a la fuerza durante la alabanza, como si eso no los cansara, y ellos no quisieran otra cosa sino estar en brazos de su madre. Los zarandean con el pretexto de mecerlos, hacen temblar su cabecita inconscientes de las lesiones que los movimientos bruscos pueden causar a sus cerebros en formación; los levantan en alto por los pies sin tener en cuenta la sensación de inseguridad, o hasta de pánico, que eso puede producirles. En términos de comparación, ¿cómo se sentiría un adulto si fuera levantado por los pies por un gigante de siete u ocho metros de estatura? ¿No sentiría miedo? ¿No lo sentirá con mayor razón un pequeñuelo, por más que se haga jugando?
No porque sean pequeños pueden los niñitos ser tomados como juguetes, sino deben ser tratados con todo el cuidado que la fragilidad de sus cuerpecitos exige. ¡Padre, madre: No permitas que otras personas, aunque sean parientes o amigos, manipulen a tus pequeñuelos, porque sin querer pueden hacerles daño! Tú eres responsable ante Dios de su bienestar e integridad física.


#963 (19.02.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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