miércoles, 6 de septiembre de 2017

EL QUE CARECE DE ENTENDIMIENTO

                   LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL QUE CARECE DE ENTENDIMIENTO
Un Comentario de Proverbios 11:12-15
12. “El que carece de entendimiento menosprecia a su prójimo; mas el hombre prudente calla.”
El entendido comprende lo que vale un ser humano, rico o pobre, y lo apreciará en sí mismo.  En cambio, el que carece de entendimiento, en su soberbia menosprecia a  todos.  (c.f.14:21; Sir 8:5‑7).
            Frente al necio, el malvado y el imprudente desatan su lengua, insultando o  criticando; en cambio, el prudente calla, porque sabe que el menospreciado de hoy, puede ser el encumbrado de mañana.
            Pero sabe también que responder al discurso malévolo con la misma moneda, o con cólera, sólo sirve para azuzar la llama y encender un conflicto en que todos pueden salir perdiendo. La persona conflictiva debe ser enfrentada siguiendo el ejemplo de Cristo: “quien cuando le maldecían no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba; sino encomendaba la causa al que juzga justamente.” (1P 2:23).
            David reaccionó de una manera semejante cuando Simeí lo maldijo (2Sm 16:5-13). El sendero de sabiduría y de bendición consiste en encomendar todos nuestros asuntos a Dios, que obra siempre de la manera más justa. (Ironside).
            Por eso es que el hombre justo e inteligente es “pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse.” (St 1:19), es decir, es lento para condenar y tolerante con las debilidades ajenas.
            Si no puede aprobar, al menos guarda silencio. “El discurso es plata, pero el silencio es oro”, dice un conocido refrán, que solemos citar incompleto. Eso es cierto especialmente en asuntos que, de ser divulgados, pueden dañar al prójimo. Si es criticado, evita contestar, a menos que sea necesario, y no devuelve insulto por insulto.
            Suele ocurrir que los que menos sabiduría tienen se creen más listos que los demás y quedan en ridículo: “En su propia opinión el perezoso es más sabio que siete que sepan aconsejar.” (Pr 26:16). Porque son más ricos que otros se imaginan que tienen una respuesta para todo, y que todos deben escucharlos como si fueran un oráculo. Su suficiencia los lleva a despreciar a los que, en realidad, son más sabios que ellos. El Sirácida tiene algo que decir al respecto: “No discutas con el mal hablado, que es echar leña al fuego; ni trates con el necio, no te vayan a despreciar los sabios.” (8:3,4)
13. “El que anda en chismes descubre el secreto; mas el de espíritu fiel lo guarda todo.”
El Levítico dice escuetamente: “No andarás chismeando entre tu pueblo.” Pero es interesante que a continuación diga: “No atentarás contra la vida de tu prójimo.” (19:16). La conexión entre ambos preceptos parece indicar que el que anda chismeando pone en peligro la vida ajena. Y en efecto, la maledicencia puede despertar rencores y celos que impulsen a una persona violenta a vengarse.
            Proverbios 20:19 dice: “El que anda en chismes descubre el secreto” y enseguida añade: “No te entremetas pues, con el suelto de lengua.”  Su amistad puede resultarte cara porque puedes verte sin querer envuelto en los problemas que suscita el chismoso.
            En cambio, el hombre discreto, de espíritu fiel, es como una caja fuerte, a la cual uno puede confiar secretos sabiendo que están muy bien guardados. La fidelidad de espíritu es una de las virtudes humanas más valiosas, pues dan confianza y representan seguridad. Quien conoce a una persona que la posee no sabe qué tesoro ha encontrado, pues en una situación de apremio cuenta con alguien en quien pueda confiar.
            El Sirácida dice al respecto: “El que descubre el secreto destruye la confianza, y no encontrará amigo íntimo… como uno destruye a su enemigo, así has destruido la amistad de tu prójimo… se puede vendar una herida, se puede remediar un insulto, pero el que revela un secreto no tiene esperanza.” (27:16,18,21).
             Ser fiel de espíritu consiste, pues, entre otras cosas, en guardar silencio sobre los secretos que nos confían, o de aquellos que de casualidad nos enteramos y no nos conciernen. Sólo Dios y nosotros los conocemos, y será un secreto muy guardado que a nadie dañe.
14. “Donde no hay dirección sabia caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad.”
De la verdad expresada en la primera línea de este proverbio en nuestro país podemos dar fe, porque ¿cuántas veces nuestro país se ha encontrado en dificultades debido a políticas equivocadas dispuestas desde arriba? Y no sólo nuestro país, sino también otros de nuestro continente, especialmente uno que está pasando por una situación de gran escasez y pobreza, siendo un país potencialmente muy rico.
            Por eso podemos decir sin temor a equivocarnos que de la dirección sabia depende el porvenir de la nación, depende el desarrollo de sus potencialidades y de su progreso, no sólo material sino también cultural y educativo.
            De otro lado, ¡qué gran cosa es cuando uno puede contar con buenos consejeros, hombres o mujeres de experiencia, y honestos, en cuyo criterio se puede confiar!
            Pr 20:18 aplica el principio de Pr 11:14a a la guerra, que requiere no sólo de un ejército bien preparado y armado, sino también de una estrategia inteligente y original, que se puede formular contando con consejeros experimentados, tal como afirma Pr 24:6b: “Y en la multitud de consejeros está la victoria.”
            Pr 15:22a (“Los pensamientos son frustrados donde no hay consejo”) hace notar que si no se cuenta con buenos consejeros la persona a quien incumbe la responsabilidad de tomar decisiones que afectan a muchos puede sentirse confundida ante la gran variedad de alternativas posibles. Su segunda línea repite el mensaje de 11:14b.
            Pr 20:18 afirma que el buen consejo ayuda a ordenar los pensamientos, y luego retorna al tema de la guerra. El  lector quizá se pregunte ¿por qué figura tanto el tema de la guerra en estos pasajes? Porque hacer la guerra era en esos tiempos la ocupación principal del género masculino. No sólo los pueblos y los reinos, también las ciudades pasaban el tiempo guerreando unos con otros. Recuérdese lo que dice 2Sm 11:1: “Aconteció al año siguiente, en el tiempo en que los reyes salen a la guerra…” ¿Qué los movía? La ambición de poder y de agrandar el propio territorio, el honor herido, las rivalidades comerciales, etc., etc. Tantos motivos que en nuestro tiempo siguen impulsando a los pueblos a guerrear y destruirse mutuamente, causando tanto sufrimiento. Pero sabemos quién es el que está detrás maléficamente impulsando esos conflictos.
            La nación que no cuenta con un gobierno sabio, dice Ch. Bridges, es como un barco que enfila hacia un mar lleno de rocas. Si no cuenta con un piloto experimentado, está en peligro de encallar y de hundirse.
            Entre los dones que Dios ha dado a algunos hombres se cuenta el don de gobierno, o de presidir (Véase Rm 12:8), que debe ejercerse, dice Pablo, “con solicitud”, esto es, esforzándose por ejercerlo de la mejor manera posible, lo cual supone no sólo rodearse de buenos colaboradores, sino también contar con una dosis adecuada de humildad, reconociendo de Quién se ha recibido la autoridad (Rm 13:1). El orgullo, o el capricho, de los gobernantes los impulsa muchas veces a tomar decisiones equivocadas, basadas con frecuencia en una sobrevaloración de las propias fortalezas, creyendo que la fuerza puede reemplazar a la sabiduría. Pero Ecl 10:10 nos advierte de lo contrario: “Si se embotare el hierro y su filo fuere amolado, hay que añadir entonces más fuerza; pero la sabiduría es provechosa para dirigir.” Si el filo del cuchillo, o del hacha, está gastado, hay que usar más fuerza para cortar. Si se le afilara, el esfuerzo requerido sería menor. La sabiduría puede ser pues más eficiente que la fuerza bruta para alcanzar el objetivo, según dice Ecl 9:16: “Mejor es la sabiduría que la fuerza…”.
            El caso de Roboam, el hijo necio de Salomón, muestra el desastre al que pueden conducir los consejos de jóvenes imprudentes y envanecidos. Cuando subió al trono a la muerte de su padre, el pueblo acudió a él para pedirle que aliviara los impuestos con que los había gravado su padre. Pero el novato rey en lugar de seguir los sabios consejos de los ancianos que habían estado cerca de su padre, que le aconsejaron escuchar al pueblo, prefirió seguir el consejo contrario de los jóvenes con quienes se había criado y que se divertían con él. Ellos le aconsejaron hablar duramente al pueblo y advertirles que él aumentaría los impuestos de su padre, en lugar de disminuirlos. El resultado fue desastroso: Las diez tribus del norte se rebelaron contra él, y aunque peleó contra ellas no pudo dominarlas. A partir de entonces el reino de Israel quedó dividido en dos: el pequeño reino de Judá al sur, y el reino mayor con las diez tribus del norte (2Cro 10:1-11:4). Y no cesó de haber guerras fratricidas entre ellos que los debilitaron.
15.  “Con ansiedad será afligido el que sale por fiador de un extraño; mas el que aborreciere las fianzas vivirá tranquilo.”
Aquí se contrasta ansiedad y vivir seguro. El que ha otorgado una fianza está ansioso, inseguro, porque no sabe si el fiado permanecerá solvente hasta cancelar la deuda. Si incumple, el fiador tendrá que salir en su ayuda, y poner su propio peculio. Pero el que se abstiene de prestar fianza estará tranquilo, al menos por ese lado, ya  que no tendrá que responder por las obligaciones ajenas. Este es uno de los muchos versículos del libro de Proverbios que desaconsejan otorgar fianzas. (6:1; 17:18; 20:16; 22:26; 27:13). El original dice “el que odia chocar las manos…”. Ése era un gesto, que todavía sigue vigente, mediante el cual las partes manifiestan estar de acuerdo, en este caso, de que uno presta fianza y que el otro lo acepta.
El grave error que comete el que afianza a otro es que hace depender su seguridad económica de un tercero, del cual, por mucho que lo conozca, no puede estar completamente seguro. Si yo contraigo un préstamo, mi seguridad depende de mí mismo, de mis propios medios, de mi solvencia, y a nadie podría culpar del mal fin, si ocurriera, sino a mí mismo. Pero por muy honesta que pueda ser la persona afianzada, yo no puedo estar seguro de que en el futuro no sufra un percance que le impida cumplir con su obligación.
Bajo ciertas circunstancias puede ser un acto de caridad, o de solidaridad familiar, prestar fianza al que se encuentra en dificultades, pero antes de dar ese paso, el fiador debe estudiar cuidadosamente los riesgos en que incurre, que dependen de la naturaleza y monto de la obligación, pero también de la calidad de la persona beneficiaria de la fianza y de la confiabilidad de los tribunales, si surgiera un conflicto. Un mal acreedor puede tener la intención secreta de explotar al fiador, sobre todo si puede contar con la complicidad de los jueces. 
El Sirácida aconseja al fiado no olvidar el gesto generoso del que lo afianzó, y nos recuerda que ha habido hombres ricos que se han arruinado por prestar fianza, y que hay también quienes pretenden lucrar porque cobran por ese servicio, pero que, al fin, terminan litigando en los tribunales (Sir 29:14-19). Es cierto que los bancos emiten fianzas por una comisión, pero eso es parte de su negocio.
La prudencia más elemental aconseja no afianzar a un desconocido, y por eso Pr 17:18 llama “falto de entendimiento” al fiador. Proverbios 6:1-5 amonesta seriamente al fiador por el peligro en que ha incurrido por su propia imprudencia, y le aconseja tratar por todos los medios de exonerarse de la obligación asumida, teniendo en cuenta que al prestar fianza no pone en riesgo su propia seguridad, sino también la de su familia. Por lo cual el salmo 112:5, a la vez que exhorta al hombre de bien ayudar al necesitado prestándole dinero, le aconseja gobernar sus asuntos con prudencia. Hay personas que buscan fiadores adrede con el fin de hacerles cargar con las deudas que no tienen la intención de cumplir. Yo tendría algo que contar al respecto y la trampa en que habría caído de no conocer lo que dice Proverbios sobre el tema.
Nadie en su sano juicio se haría fiador de un extraño, y menos de uno que estuviera en bancarrota. Sin embargo, ha habido una excepción a ese sano principio, y que pagó terriblemente por ello, nuestro Señor Jesús quien (según palabras de Ironside que cito libremente a continuación) “se convirtió en nuestro fiador cuando éramos extraños y enemigos en nuestra mente haciendo obras malas” (Col 1:21). Él murió, “el  justo por los injustos para llevarnos a Dios”  (1P 3:18). Todo lo que nosotros debíamos fue exigido de Él cuando murió en el madero por pecados que no eran suyos.
Él probó plenamente la verdad de este proverbio que comentamos acá; “con ansiedad será afligido el que sale por fiador de un extraño” cuando el terrible juicio de Dios por el pecado de los hombres cayó sobre Él. Ningún otro podía satisfacer las demandas de la santidad de Dios contra el pecado, y salió triunfante al fin. Sólo Él podía expiar nuestros pecados…y por eso Dios lo levantó de entre los muertos, y lo sentó a su derecha en la gloria.
¿Qué nos queda hacer a nosotros sino darle gracias y vivir adorándole y sirviéndole por su misericordia infinita?
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#946 (09.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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