miércoles, 9 de marzo de 2016

TIEMPO DE ELECCIONES, TIEMPO DE ORACIÓN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
TIEMPO DE ELECCIONES, TIEMPO DE ORACIÓN
Hemos entrado los peruanos de lleno en un período peligroso, esto es, el de las próximas elecciones generales que decidirán quién nos ha de gobernar en los próximos cinco años y, por implicancia, cuál ha de ser el destino del país en ese lapso por lo menos, si no en un período más largo.

Es un hecho reconocido que las consecuencias de las decisiones que tomen los gobiernos sobrepasan el tiempo que el gobernante se mantuvo en el poder y, por implicancia, las consecuencias de las decisiones que tomen los electores al acudir a las urnas pueden proyectar su sombra a períodos mucho más largos que el de un quinquenio, y afectar nuestro futuro a largo plazo. De hecho, nuestro país sigue experimentando hoy día las consecuencias de las decisiones que tomaron nuestros gobernantes hace tres o más décadas, sin que tengamos en muchos casos idea de qué fue lo que motivó esas decisiones.

Las elecciones, vistas superficialmente, a nosotros pueden parecernos como una contienda política convencional entre las usuales ambiciones personales, no siempre muy santas, y los comunes intereses mezquinos. Pero ellas son, en realidad, un acontecimiento altamente espiritual en el que se enfrentan las fuerzas del bien y del mal, y sus consecuencias son de largo alcance. Ellas concitan por ese motivo un gran despliegue de fuerzas y de astucia por parte del Maligno, que se esfuerza en obtener resultados perniciosos de cuya naturaleza nosotros difícilmente podemos tener idea.

Si pudiéramos contemplar en la esfera invisible qué es lo que se juega en esta contienda en estos días, podríamos ver que está en curso una batalla encarnizada en las regiones celestes, en la que se enfrentan los ángeles de luz que cuidan a nuestra patria, con las fuerzas espirituales de maldad que persiguen arruinarla (Véase al respecto Dn 10:11-13).

Podríamos ver a “hombres fuertes” (Lc 11:21) inflados de orgullo que, junto con las huestes malignas que los secundan, favorecen a determinados personajes que figuran en la contienda como candidatos, creando condiciones favorables para su triunfo, y gozándose de antemano con todo el mal y los sufrimientos que la victoria de sus protegidos podría causar.

Podríamos ver todas las perturbaciones que engendran para enredar el proceso y la extremada astucia con que tratan de sembrar la confusión en el electorado, de tal manera que, aún si los personajes que favorecen no alcanzan la victoria, el daño hecho a la vida institucional de la nación puede ser muy grande.

Del lado opuesto veríamos a las huestes angélicas deteniendo el accionar de los agentes del diablo y favoreciendo a otros candidatos. Pero tal como ocurrió en el episodio de la batalla de Israel contra los amalecitas (Ex 17:8-13), el resultado de la batalla en el cielo depende en gran parte de la oración en la tierra, porque ésta es, en la medida en que podemos entenderlo, la que alienta y da fuerzas a los ángeles. Si nuestra oración no los apoya, ellos se retiran del campo de batalla, o pelean con menos ahínco. Su ardor en la batalla depende de nuestro ardor en la oración, que es por eso una verdadera guerra espiritual. Hay una relación muy estrecha entre la batalla espiritual en la tierra y la que se desenvuelve en el cielo.

Se recordará que en la batalla contra Amalec las fuerzas de los hebreos, comandadas por Josué, vencían mientras Moisés mantenía sus brazos en alto orando, y eran vencidas cuando Moisés, cansado, los bajaba. Para recordarnos la lección que encierra este episodio Dios ordenó a Moisés que lo escribiera en un libro (Ex 17:14).

Este es pues un tiempo de guerra espiritual en la que todos los cristianos somos llamados a enrolarnos si amamos a nuestro país, y si deseamos ver mejores tiempos para nuestra patria.

No es mi costumbre meterme en temas de política pero, dada la actual coyuntura, no puedo dejar de advertir, como muchos ya lo habrán notado, que en las últimas semanas han surgido candidatos cuyas trayectorias son altamente cuestionables desde el punto de vista ético, o que representan un intento improvisado y mal armado de conquistar el poder, que no cuenta con un verdadero programa de gobierno y que, no obstante, cuenta aparentemente con un respaldo financiero significativo.

No podemos dejar de ver, si lo hacemos con realismo, que nuestro país enfrenta varios retos simultáneos muy graves. Uno es el de la proliferación de la delincuencia y de la inseguridad en las calles que ha traído consigo. Uno de sus aspectos colaterales más odiosos es el fenómeno de la extorsión que, apoyado por asesinos a sueldo (sicarios), era algo desconocido hasta hace muy poco en nuestra patria. Hoy ambos fenómenos están cobrando diariamente muchas vidas, trayendo mucho sufrimiento a nuestras familias.

Es cierto que  en los últimos meses se han tomado medidas efectivas para combatir esta lacra, pero se trata de medidas de largo aliento, que requieren de continuidad en su aplicación para obtener resultados tangibles, por lo que sería necesario que el próximo gobierno se proponga continuar en la misma dirección de manera consecuente.

Otro fenómeno ligado al anterior es el de la corrupción en los órganos de gobierno nacional y regional, y en el sistema judicial. Digámoslo francamente: No hay país que pueda progresar sostenidamente si no cuenta con un sistema judicial confiable, que dé seguridad a los inversionistas. De otro lado, la corrupción genera un enorme despilfarro de recursos escasos, que van a engrosar las cuentas corrientes, o las billeteras, de personajes bien situados. O genera obras públicas mal concebidas, o apresuradamente ejecutadas, porque la finalidad con que se emprenden es el lucro de sus promotores, no el bien de la comunidad.

La corrupción en nuestro país se ha visto fuertemente estimulada por un proceso de regionalización llevado a cabo “a las patadas”, sin planificación ni preparación previa adecuada, el cual ha dado como resultado que, en lugar de tener macroregiones bien concebidas, los antiguos departamentos, en muchos casos de fronteras caprichosas, se hayan convertido en un mosaico de regiones autónomas, que carecen de los cuadros administrativos capaces que serían necesarios, y que, en consecuencia, se han convertido en presa de aventureros sin escrúpulos.

A su vez, el fenómeno del narcotráfico está cobrando cada año que pasa mayor fuerza, a tal punto que hay quienes advierten que estamos en camino de convertirnos en un narco estado. El poder económico del narcotráfico pervierte todas las instituciones, corrompe muchas conciencias, y termina dictando muchas sentencias judiciales. Todavía estamos a tiempo de atajarlo, si es que se adoptan las medidas drásticas necesarias. Pero es una tarea urgente.

Por último, para no extendernos demasiado, el nivel de la educación pública en nuestro país es uno de los más bajos del mundo, y adolece de graves deficiencias por carencia principalmente de un profesorado debidamente capacitado. El resultado es que todos los años salen de nuestras escuelas jóvenes y muchachas insuficientemente preparados para enfrentar los retos de la existencia, y para proseguir estudios superiores. Los egresados de los colegios fiscales de muchas localidades del país están condenados a permanecer en la pobreza.

Es cierto también que en este campo, autoridades con visión renovada están llevando a cabo cambios y reformas que pueden significar una verdadera revolución en este campo. Pero aquí también sería necesario que estas políticas novedosas y audaces sean continuadas por el gobierno que en los próximos meses tome las riendas del país, y no eche por la borda, como es costumbre inveterada entre nosotros, los avances logrados por sus antecesores.

Esta es la hora, pues, en que poniéndonos toda la armadura de Dios en nuestra cámara secreta, debemos oponernos a esas fuerzas oscuras que intentan atenazar a nuestro país con cadenas de odio, ambición desmedida y espíritu de revancha. "Nuestra lucha no es contra sangre y carne...", no es contra seres humanos, no es contra determinadas personalidades, sino contra los principados y potestades del aire que mueven a los seres humanos como si fueran títeres (Ef 6:12).

Nuestra misión es atar a los hombres fuertes y ordenar que se seque su influencia en la esfera política de nuestra nación –tal como Jesús ordenó a la higuera que se secara, (Mr 11:20-23)- de modo que cesen de proliferar sus frutos amargos.
El futuro de nuestro país está íntimamente ligado a la persona que lo gobierne, a su capacidad para el cargo, a sus cualidades y defectos de carácter. Es el carácter del gobernante, su personalidad, la suma de sus cualidades y defectos, lo que decide la dirección que tome el país, si buena o mala. El carácter del gobernante, su rectitud, su experiencia y aptitudes, no su carisma o su labia, es lo importante. Sólo un presidente recto puede guiar al país por un camino recto; el mentiroso, el deshonesto, lo desviará por caminos torcidos.

Entremos pues a nuestra cámara secreta, cubriéndonos con la sangre de Cristo, para paralizar con la autoridad que Jesús nos ha dado (Lc 10:19), a los hombres fuertes que quieren imponernos gobernantes que resulten ser contrarios a los verdaderos intereses del país y de su población. Y pidámosle al Señor que Él mueva al pueblo a votar por el candidato capaz, justo y honesto que Él ha escogido para gobernarnos en el próximo quinquenio.

A las iglesias toca tomar el estandarte de esta lucha y estimular a sus fieles a unirse a ella con todo el ardor y el amor a su país que anide en su pecho.

NB: Hace poco más de diez años, estando a puertas de un período electoral, publiqué este artículo con el título de “Tiempo de Elecciones”, expresando la preocupación que muchos ciudadanos responsables sentían por el proceso que se avecinaba. Dado que su contenido no ha perdido actualidad lo publico nuevamente, revisado y actualizado, para reflejar las circunstancias del momento.




Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:

“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#918 (13.03.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


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