LA VIDA Y LA
PALABRA
Por José Belaunde M.
DAVID SIN
HAZAÑAS I
Este artículo fue publicado hace diez años en una edición limitada. Se
publica nuevamente ligeramente revisado y dividido en dos partes.
La vida de David está llena de
enseñanzas para nosotros. No sólo los episodios más conocidos de su victoria
sobre Goliat y el adulterio que cometió con Betsabé. Toda su vida es una mina
de motivos de reflexión, aun en los episodios en que David deja de ser un héroe,
olvidados los tiempos en que el pueblo admiraba y cantaba sus hazañas (1Sm 18:7),
y más bien, la popularidad le había dado las espaldas.
El libro de Samuel
-en sus dos partes- es una de las obras maestras de la literatura universal de
todos los tiempos. Uno de los pasajes más bellos – mi preferido entre todos sus
episodios por los sentimientos encontrados tan humanos que expresa- es el del
retorno avergonzado del ejército que había triunfado sobre las huestes de
Absalón. Fíjense en la paradoja: El ejército triunfante regresa a casa
avergonzado de su victoria porque el rey, en vez de celebrarla, llora la muerte
de su hijo derrotado. Más valía para él la vida de su hijo rebelde que la de
sus soldados fieles. Ese reproche le
hará Joab indignado más adelante.
“Dieron
aviso a Joab: He aquí el rey llora, y hace duelo por Absalón. Y se
volvió aquel día
la victoria en luto para todo el pueblo; porque oyó decir el
pueblo aquel día que el rey tenía dolor por su hijo. Y entró el
pueblo aquel día en la ciudad escondidamente, como suele entrar a escondidas el
pueblo avergonzado que ha huido de la batalla. Mas el rey, cubierto
el rostro, clamaba en alta voz: ¡Hijo mío Absalón, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2Sam 19:1-4)
Normalmente cuando
un ejército obtiene la victoria retorna a casa eufórico, contento y celebrando
su triunfo, y los soldados son aclamados en las calles por la población
jubilosa y agradecida. Pero esta vez, pese al gran peligro del que habían
salvado a las poblaciones que permanecieron fieles a David, los soldados
regresaron con la cabeza gacha, humillados, como quienes han sido derrotados,
escondiéndose de la gente como si debieran sonrojarse de haber triunfado. En
lugar de recibirlos en triunfo y congratularlos, el rey se aparta y llora
desconsolado la muerte de su hijo que se alzó en armas contra él para
destronarlo.
¡Oh David! ¡Tanto
amabas a ese hijo traicionero que buscaba tu mal y que no había respetado ni
tus canas ni tu vida! ¡Que no respetó a tus mujeres y que te humilló
públicamente acostándose con ellas a la vista de todos! (2Sm 16:21,22) ¿No
debieras tú mismo con tus propias manos haberlo castigado? ¿No estabas
declarando con tu indulgencia que tú toleras el pecado, y tolerándolo, lo
alientas? ¡Oh David! ¡Cómo te traicionan tus sentimientos! ¿Tanto habías amado
a su madre, que no fue sino una de tus tantas mujeres?
Cuando diste
instrucciones a tus capitanes les encargaste a todos, a oídos de todo el pueblo,
que trataran benignamente al rebelde Absalón por amor de ti, y respetaran su
vida (2Sm 18:5). ¿Seguirías tratándolo como si fuera un niño aunque ya fuera un
adulto mayor de treinta años? ¿No recordabas cómo había intrigado contra ti,
tratando de robarte el cariño del pueblo, haciéndote aparecer como un soberano
indiferente al sufrimiento de sus súbditos? (2Sm 15:1-6)
Entonces él, abusando
de tu cariño de padre, hacía campaña para ganarse el favor del pueblo, como
hacen en nuestros días los candidatos, halagando a la gente con dulces promesas.
¡Cuán artero era su corazón! ¡Cuán lleno de malos sentimientos y
desnaturalizado! Su muerte temprana fue un merecido castigo. ¡Y tú, en lugar de
agradecer a Dios que te haya librado del mal hijo, te lamentas de no poder
abrazarlo vivo!
Pero ¿no se porta
muchas veces Dios con nosotros de esa manera? ¡Cuántas veces hemos traicionado
a nuestro Padre, le hemos dado la espalda a la vista de todos, y hemos hecho
que la gente blasfeme de su nombre al ver nuestra mala conducta y, en lugar de
castigarnos, Él nos ha tendido la mano! Dios se porta en ocasiones con nosotros
como una amante despreciada que corre detrás del hombre que ya no la quiere,
suplicándole: “¡Ámame al menos un poco!”
David en su
ancianidad había cambiado sus manos teñidas de sangre por manos de misericordia,
y su voz de guerrero aguerrido por las lágrimas de un padre enlutado. ¡Qué
frágil y humano eres David en tu debilidad, y cómo se asemeja tu corazón al de
Dios al volverte tan vulnerable! (“Como
el padre se enternece por sus hijos, se enternece el Señor por los que le temen.”
Sal 103:13).
Por eso cuando te
trajeron la noticia de que tu hijo había muerto, prorrumpiste en sollozos
clamando: “¡Hijo mío, Absalón, hijo mío, hijo
mío, Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en tu lugar, Absalón, hijo mío,
hijo mío!” (2Sm 18:33). (Nota 1)
Tú hubieras querido
morir en lugar de tu hijo, preferirías que él viva y no tú. Esos fueron tus
sentimientos de padre amante al enterarte de la muerte de tu hijo ingrato. Tú
tuviste esos sentimientos, pero Dios no sólo los tuvo, sino que llevó ese
sentir a la práctica cuando Jesús murió en la cruz para que nosotros vivamos.
Él nos amó al punto de poner su vida para expiar nuestros pecados, ya que
nosotros no podíamos hacerlo. Por eso dice bien la Biblia que tú, David,
pecador como eras, tenías un corazón conforme al corazón de Dios. (1Sm 13:14; Hch
13:22).
En otro tiempo la
muerte de Saúl y de tu amigo Jonatán había estimulado tu vena poética, y habías
lamentado su muerte en endechas a oídos del pueblo (2Sm 1:1-17). Y cuando Abner
fue asesinado cruelmente por Joab, habías proclamado un luto nacional en su
memoria y, tomando la cítara, habías cantado a su muerte haciendo que el pueblo
llorara contigo (2Sm 3:31-35). Y cuando en tu luto te negaste a comer, tu
conducta agradó al pueblo cuando lo supo, “pues
todo lo que el rey hacía agradaba a todo el pueblo.” (2Sam 3:36).
Pero ¿agradaría
ahora al pueblo tu duelo en esta ocasión, y los lastimeros lamentos por tu hijo
con que les pagabas mal que hubieran arriesgado su vida por ti? ¡Oh David, en
lugar de premiarlos como se merecían, les hacías sentirse culpables de su valentía
y de su devoción por ti! ¡Pero qué fieles te eran y cómo te amaban, al punto de
que, por consideración a tu dolor, renunciaron a la algazara natural con que
hubieran podido celebrar su victoria, y más bien, retornaron en silencio!
¿Cómo recibirían
las mujeres a sus maridos vencedores al retornar de la batalla llenos de polvo
y sudorosos, cuando no heridos? ¡Seguro que no les mirarían a la cara ni los
abrazarían llorando de alegría por tenerlos de vuelta, sino que ellos se
avergonzarían delante de sus mujeres por haber vencido al enemigo y haberte
causado tanta pena!
2Sm 19:5,6. “Entonces
Joab vino al rey en la casa, y dijo: Hoy has avergonzado el rostro de todos tus
siervos, que hoy han librado tu vida, y la vida de tus hijos y de tus hijas, y
la vida de tus mujeres, y la vida de tus concubinas, amando a los
que te aborrecen, y aborreciendo a los que te aman; porque hoy has declarado
que nada te importan tus príncipes y siervos; pues hoy me has hecho ver
claramente que si Absalón viviera, aunque todos nosotros estuviéramos muertos,
entonces estarías contento”.
¡Qué reproche
tremendo! ¡Amas a los que te aborrecen y aborreces a los que te aman! Pero
¡cuántas veces nosotros no hacemos lo mismo! Hacemos favores y somos gentiles
con los que son nuestros verdaderos enemigos, y nos portamos mal con los que
son nuestros aliados. Hacemos eso porque estamos ciegos. Nuestros sentimientos,
nuestras debilidades, nos ciegan, y de esa manera amamos nuestro mal y nos
precipitamos en él. No reconocemos nuestro bien porque es camino difícil, y no
escuchamos a nuestros amigos porque no nos dicen lo que deseamos oír, sino la
verdad que no deseamos escuchar, eso hablan.
David había sido
un padre consentidor, que no supo disciplinar a sus hijos cuando debió hacerlo.
Por ejemplo, no castigó a Amnón por haber violado a su hermana Tamar (2Sm 13:1-14),
ni a Absalón por haber matado en venganza a su medio hermano (2Sm 13:20-29). Él
no les podía reprochar a sus hijos los pecados con el sexo opuesto que él había
cometido en su juventud, aunque después hubiera escrito: “De los pecados de mi juventud no te acuerdes…” (Sal 25:7)
Si bien
exagerados, los reproches de Joab tenían mucho de verdad, porque si Absalón
hubiera triunfado no habría perdonado la vida de los demás hijos de David y la
de sus seguidores, así como tampoco la de sus familiares. Todos ellos fueron
salvados de una muerte segura por las tropas que los defendieron contra Absalón.
Pero Joab pudo haber hablado con tanta dureza también para calmar su conciencia,
pues era él quien, desobedeciendo la orden expresa de David, mató a Absalón
(2Sm 18:9-15). Sin embargo, en ese acto de desobediencia adrede hubo mucha
previsora prudencia: mientras el líder estuviera vivo, la rebelión no abatiría
completamente y se mantendría latente, como de hecho ocurrió más tarde con Seba
(2Sm 20). Hay semillas de rebelión que son difíciles de extirpar.
19:7,8. “Levántate
pues, ahora, y ve afuera y habla bondadosamente a tus siervos; porque juro por
Jehová que si no sales, no quedará ni un hombre contigo esta noche; y esto te
será peor que todos los males que te han sobrevenido desde tu juventud hasta
ahora. Entonces se levantó el rey y se sentó a la puerta, y fue dado
aviso a todo el pueblo, diciendo: He aquí el rey está sentado a la puerta. Y
vino todo el pueblo delante del rey; pero Israel había huido, cada uno a su
tienda.”
El consejo que le
da Joab es sabio. Con muy buen tino le advierte a David: “Tú tienes ahora la
oportunidad de recuperar el favor del pueblo. Pero estás en una encrucijada: O
te los ganas ahora, o los pierdes para siempre.” Comprendiendo David lo
acertado del consejo, enjuga sus lágrimas y, de buena o mala gana, sale a la
puerta de la casa en que se alojaba, para mostrarse al pueblo que quería verle
la cara.
9,10. “Y
todo el pueblo disputaba en todas las tribus de Israel, diciendo: El rey nos ha
librado de mano de nuestros enemigos, y nos ha salvado de mano de los filisteos;
y ahora ha huido del país por miedo de Absalón. Y Absalón, a quien
habíamos ungido sobre nosotros, ha muerto en la batalla. ¿Por qué, pues, estáis
callados respecto de hacer volver al rey?” Cuando los de
las tribus del Norte comprendieron que su caudillo de un momento había sido
vencido y estaba muerto, reconocieron su locura de haber seguido a un
advenedizo que no sólo se había rebelado contra su padre sino contra el
verdadero Ungido del Señor, y empezaron a echarse el uno al otro la culpa de su
desvarío. Entonces se acordaron de lo mucho que le debían a David, de cómo él
los había salvado tantas veces de la mano de los filisteos, y cuán ingratos
habían sido con él. Entonces sí se acordaron de que no tenían otro rey
verdadero que el hijo de Isaí, y empezaron a hablar de hacerlo volver a su casa
y al trono. Discutían entre sí, achacándose los unos a los otros la culpa de su
conducta al haberse dejado seducir por Absalón. En las buenas todos se
atribuyen el mérito, en las malas nadie asume la responsabilidad.
11-13. “Y
el rey David envió a los sacerdotes Sadoc y Abiatar, diciendo: Hablad a los
ancianos de Judá, y decidles: ¿Por qué seréis vosotros los postreros en hacer
volver el rey a su casa, cuando la palabra de todo Israel ha venido al rey para
hacerle volver a su casa? Vosotros sois mis hermanos; mis huesos y
mi carne sois. ¿Por qué, pues, seréis vosotros los postreros en hacer volver al
rey? Asimismo diréis a Amasa: ¿No eres tú también hueso mío y carne
mía? Así me haga Dios, y aun me añada, si no fueres general del ejército
delante de mí para siempre, en lugar de Joab.” Superado el duelo, David recupera su sentido político y la conciencia
del papel que le corresponde desempeñar como rey. Entonces, en lugar de
vengarse de los de Judá que se habían plegado al rebelde Absalón, él inicia una
sabia política de reconciliación, mostrando clemencia con los príncipes de Judá
vencidos, y calmando sus temores de que él pudiera tomar represalias contra
ellos. (2)
Al decir “mis huesos y mi carne sois” (frase que
es un eco del grito asombrado de Adán al ver por primera vez a Eva, (Gn 2:23), él
les recuerda los lazos tribales y de parentesco que los unen.
Esta labor
diplomática no la hace David personalmente, sino enviando a los sacerdotes
Sadoc y Abiatar como embajadores suyos, es decir, a los de más alto rango de su
corte. Otro hubiera sido el resultado de sus gestiones si los mensajeros
hubieran sido de menor categoría. “A tal señor, tal honor”, dice un refrán
oportuno. Esto es, aplicado pragmáticamente, honra a los que te quieres ganar.
Igualmente, con
el general Amasa, que había comandado el ejército de Absalón, (y que, de paso,
era su sobrino) se muestra generoso ofreciéndole nombrarlo general de su
ejército, en lugar de Joab, con el cual tenía varias cuentas pendientes. Pero
esta promesa, hecha públicamente, le costó a Amasa la vida, pues Joab no dudó
en eliminar a su rival en la primera ocasión que se le presentara (2Sm 20:4-12).
La relación de
David con Joab muestra la ambivalencia frecuente de las relaciones entre el
soberano y su mano derecha, de recíproca dependencia, mutua desconfianza y
rivalidad. (3) Pero David tenía motivos para confiar en la destreza de Joab, que fue
además su cómplice en el asesinato del fiel Urías (2Sm 11:14-25), aunque se
resiente de sus intrigas para influenciar sus decisiones, (como la que narra
2Sm 14:1-20) y de la forma insolente cómo lo critica y aconseja. Sobretodo
detestó que asesinara a Abner (2Sm 3:22-28), y por ese motivo lo maldijo (Véase
los vers. 29-39, en especial el último versículo). Podemos pensar, de otro lado
que, al haberlo involucrado en el complot indigno contra el fiel Urías, David
se rebajó ante los ojos de Joab, e hizo que él le perdiera todo respeto. Los
que son cómplices de nuestros pecados íntimos, rara vez nos aprecian.
Notas 1: La demostración de pena aguda que hizo David esta vez contrasta
fuertemente con la tranquilidad con que asumió la muerte del hijo que Betsabé
le había dado a poco de nacido (2Sm 12:18:23). ¿Por qué la diferencia? Al niño
pequeño no había tenido tiempo de amarlo; en cambio, Absalón debe haber tenido
desde niño cualidades de belleza y simpatía que hicieron que su padre se
encariñara con él. Los padres son muchas veces ciegos en sus preferencias.
2. Es curioso que David tienda la
mano primero a los de su tribu que lo habían abandonado, y que no pensaban
todavía restaurarlo al trono, y no a los de Israel, que ya pensaban
reivindicarlo. En David el llamado de la sangre era más fuerte que el sentido
de equidad. ¡Cuántas veces también a los hombres los lazos de parentesco y de
amistad les nublan el sentido de proporción y
de justicia!
3. De ello hay muchos ejemplos famosos en la historia: Luis XIII de
Francia y su ministro Richelieu; Enrique VIII de Inglaterra y Tomás Moro –el
más noble de los hombres, según sus contemporáneos- a quien el rey mandó matar;
el emperador Guillermo I de Alemania y Bismark, el “canciller de hierro”,
arquitecto de la unidad alemana; Isabel I de Inglaterra, la “reina virgen”, y
su intrigante primer ministro, Lord Cecil, etc.
Amado lector: Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle
perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#869 (22.02.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.
Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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