miércoles, 24 de junio de 2015

DAVID SIN HAZAÑAS I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DAVID SIN HAZAÑAS I
Este artículo fue publicado hace diez años en una edición limitada. Se publica nuevamente ligeramente revisado y dividido en dos partes.
La vida de David está llena de enseñanzas para nosotros. No sólo los episodios más conocidos de su victoria sobre Goliat y el adulterio que cometió con Betsabé. Toda su vida es una mina de motivos de reflexión, aun en los episodios en que David deja de ser un héroe, olvidados los tiempos en que el pueblo admiraba y cantaba sus hazañas (1Sm 18:7), y más bien, la popularidad le había dado las espaldas.
El libro de Samuel -en sus dos partes- es una de las obras maestras de la literatura universal de todos los tiempos. Uno de los pasajes más bellos – mi preferido entre todos sus episodios por los sentimientos encontrados tan humanos que expresa- es el del retorno avergonzado del ejército que había triunfado sobre las huestes de Absalón. Fíjense en la paradoja: El ejército triunfante regresa a casa avergonzado de su victoria porque el rey, en vez de celebrarla, llora la muerte de su hijo derrotado. Más valía para él la vida de su hijo rebelde que la de sus soldados fieles. Ese  reproche le hará Joab indignado más adelante.
Dieron aviso a Joab: He aquí el rey llora, y hace duelo por Absalón. Y se volvió aquel día
la victoria en luto para todo el pueblo; porque oyó decir el pueblo aquel día que el rey tenía dolor por su hijo. Y entró el pueblo aquel día en la ciudad escondidamente, como suele entrar a escondidas el pueblo avergonzado que ha huido de la batalla. Mas el rey, cubierto el rostro, clamaba en alta voz: ¡Hijo mío Absalón, Absalón, hijo mío, hijo mío! (2Sam 19:1-4)
Normalmente cuando un ejército obtiene la victoria retorna a casa eufórico, contento y celebrando su triunfo, y los soldados son aclamados en las calles por la población jubilosa y agradecida. Pero esta vez, pese al gran peligro del que habían salvado a las poblaciones que permanecieron fieles a David, los soldados regresaron con la cabeza gacha, humillados, como quienes han sido derrotados, escondiéndose de la gente como si debieran sonrojarse de haber triunfado. En lugar de recibirlos en triunfo y congratularlos, el rey se aparta y llora desconsolado la muerte de su hijo que se alzó en armas contra él para destronarlo.
¡Oh David! ¡Tanto amabas a ese hijo traicionero que buscaba tu mal y que no había respetado ni tus canas ni tu vida! ¡Que no respetó a tus mujeres y que te humilló públicamente acostándose con ellas a la vista de todos! (2Sm 16:21,22) ¿No debieras tú mismo con tus propias manos haberlo castigado? ¿No estabas declarando con tu indulgencia que tú toleras el pecado, y tolerándolo, lo alientas? ¡Oh David! ¡Cómo te traicionan tus sentimientos! ¿Tanto habías amado a su madre, que no fue sino una de tus tantas mujeres?
Cuando diste instrucciones a tus capitanes les encargaste a todos, a oídos de todo el pueblo, que trataran benignamente al rebelde Absalón por amor de ti, y respetaran su vida (2Sm 18:5). ¿Seguirías tratándolo como si fuera un niño aunque ya fuera un adulto mayor de treinta años? ¿No recordabas cómo había intrigado contra ti, tratando de robarte el cariño del pueblo, haciéndote aparecer como un soberano indiferente al sufrimiento de sus súbditos? (2Sm 15:1-6)
Entonces él, abusando de tu cariño de padre, hacía campaña para ganarse el favor del pueblo, como hacen en nuestros días los candidatos, halagando a la gente con dulces promesas. ¡Cuán artero era su corazón! ¡Cuán lleno de malos sentimientos y desnaturalizado! Su muerte temprana fue un merecido castigo. ¡Y tú, en lugar de agradecer a Dios que te haya librado del mal hijo, te lamentas de no poder abrazarlo vivo!
Pero ¿no se porta muchas veces Dios con nosotros de esa manera? ¡Cuántas veces hemos traicionado a nuestro Padre, le hemos dado la espalda a la vista de todos, y hemos hecho que la gente blasfeme de su nombre al ver nuestra mala conducta y, en lugar de castigarnos, Él nos ha tendido la mano! Dios se porta en ocasiones con nosotros como una amante despreciada que corre detrás del hombre que ya no la quiere, suplicándole: “¡Ámame al menos un poco!”
David en su ancianidad había cambiado sus manos teñidas de sangre por manos de misericordia, y su voz de guerrero aguerrido por las lágrimas de un padre enlutado. ¡Qué frágil y humano eres David en tu debilidad, y cómo se asemeja tu corazón al de Dios al volverte tan vulnerable! (“Como el padre se enternece por sus hijos, se enternece el Señor por los que le temen.” Sal 103:13).
Por eso cuando te trajeron la noticia de que tu hijo había muerto, prorrumpiste en sollozos clamando: “¡Hijo mío, Absalón, hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2Sm 18:33). (Nota 1)
Tú hubieras querido morir en lugar de tu hijo, preferirías que él viva y no tú. Esos fueron tus sentimientos de padre amante al enterarte de la muerte de tu hijo ingrato. Tú tuviste esos sentimientos, pero Dios no sólo los tuvo, sino que llevó ese sentir a la práctica cuando Jesús murió en la cruz para que nosotros vivamos. Él nos amó al punto de poner su vida para expiar nuestros pecados, ya que nosotros no podíamos hacerlo. Por eso dice bien la Biblia que tú, David, pecador como eras, tenías un corazón conforme al corazón de Dios. (1Sm 13:14; Hch 13:22).
En otro tiempo la muerte de Saúl y de tu amigo Jonatán había estimulado tu vena poética, y habías lamentado su muerte en endechas a oídos del pueblo (2Sm 1:1-17). Y cuando Abner fue asesinado cruelmente por Joab, habías proclamado un luto nacional en su memoria y, tomando la cítara, habías cantado a su muerte haciendo que el pueblo llorara contigo (2Sm 3:31-35). Y cuando en tu luto te negaste a comer, tu conducta agradó al pueblo cuando lo supo, “pues todo lo que el rey hacía agradaba a todo el pueblo.” (2Sam 3:36).
Pero ¿agradaría ahora al pueblo tu duelo en esta ocasión, y los lastimeros lamentos por tu hijo con que les pagabas mal que hubieran arriesgado su vida por ti? ¡Oh David, en lugar de premiarlos como se merecían, les hacías sentirse culpables de su valentía y de su devoción por ti! ¡Pero qué fieles te eran y cómo te amaban, al punto de que, por consideración a tu dolor, renunciaron a la algazara natural con que hubieran podido celebrar su victoria, y más bien, retornaron en silencio!
¿Cómo recibirían las mujeres a sus maridos vencedores al retornar de la batalla llenos de polvo y sudorosos, cuando no heridos? ¡Seguro que no les mirarían a la cara ni los abrazarían llorando de alegría por tenerlos de vuelta, sino que ellos se avergonzarían delante de sus mujeres por haber vencido al enemigo y haberte causado tanta pena!
2Sm 19:5,6. “Entonces Joab vino al rey en la casa, y dijo: Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, que hoy han librado tu vida, y la vida de tus hijos y de tus hijas, y la vida de tus mujeres, y la vida de tus concubinas, amando a los que te aborrecen, y aborreciendo a los que te aman; porque hoy has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos; pues hoy me has hecho ver claramente que si Absalón viviera, aunque todos nosotros estuviéramos muertos, entonces estarías contento”.
¡Qué reproche tremendo! ¡Amas a los que te aborrecen y aborreces a los que te aman! Pero ¡cuántas veces nosotros no hacemos lo mismo! Hacemos favores y somos gentiles con los que son nuestros verdaderos enemigos, y nos portamos mal con los que son nuestros aliados. Hacemos eso porque estamos ciegos. Nuestros sentimientos, nuestras debilidades, nos ciegan, y de esa manera amamos nuestro mal y nos precipitamos en él. No reconocemos nuestro bien porque es camino difícil, y no escuchamos a nuestros amigos porque no nos dicen lo que deseamos oír, sino la verdad que no deseamos escuchar, eso hablan.
David había sido un padre consentidor, que no supo disciplinar a sus hijos cuando debió hacerlo. Por ejemplo, no castigó a Amnón por haber violado a su hermana Tamar (2Sm 13:1-14), ni a Absalón por haber matado en venganza a su medio hermano (2Sm 13:20-29). Él no les podía reprochar a sus hijos los pecados con el sexo opuesto que él había cometido en su juventud, aunque después hubiera escrito: “De los pecados de mi juventud no te acuerdes…” (Sal 25:7)
Si bien exagerados, los reproches de Joab tenían mucho de verdad, porque si Absalón hubiera triunfado no habría perdonado la vida de los demás hijos de David y la de sus seguidores, así como tampoco la de sus familiares. Todos ellos fueron salvados de una muerte segura por las tropas que los defendieron contra Absalón. Pero Joab pudo haber hablado con tanta dureza también para calmar su conciencia, pues era él quien, desobedeciendo la orden expresa de David, mató a Absalón (2Sm 18:9-15). Sin embargo, en ese acto de desobediencia adrede hubo mucha previsora prudencia: mientras el líder estuviera vivo, la rebelión no abatiría completamente y se mantendría latente, como de hecho ocurrió más tarde con Seba (2Sm 20). Hay semillas de rebelión que son difíciles de extirpar.
19:7,8. “Levántate pues, ahora, y ve afuera y habla bondadosamente a tus siervos; porque juro por Jehová que si no sales, no quedará ni un hombre contigo esta noche; y esto te será peor que todos los males que te han sobrevenido desde tu juventud hasta ahora. Entonces se levantó el rey y se sentó a la puerta, y fue dado aviso a todo el pueblo, diciendo: He aquí el rey está sentado a la puerta. Y vino todo el pueblo delante del rey; pero Israel había huido, cada uno a su tienda.”
El consejo que le da Joab es sabio. Con muy buen tino le advierte a David: “Tú tienes ahora la oportunidad de recuperar el favor del pueblo. Pero estás en una encrucijada: O te los ganas ahora, o los pierdes para siempre.” Comprendiendo David lo acertado del consejo, enjuga sus lágrimas y, de buena o mala gana, sale a la puerta de la casa en que se alojaba, para mostrarse al pueblo que quería verle la cara.
9,10. “Y todo el pueblo disputaba en todas las tribus de Israel, diciendo: El rey nos ha librado de mano de nuestros enemigos, y nos ha salvado de mano de los filisteos; y ahora ha huido del país por miedo de Absalón. Y Absalón, a quien habíamos ungido sobre nosotros, ha muerto en la batalla. ¿Por qué, pues, estáis callados respecto de hacer volver al rey?” Cuando los de las tribus del Norte comprendieron que su caudillo de un momento había sido vencido y estaba muerto, reconocieron su locura de haber seguido a un advenedizo que no sólo se había rebelado contra su padre sino contra el verdadero Ungido del Señor, y empezaron a echarse el uno al otro la culpa de su desvarío. Entonces se acordaron de lo mucho que le debían a David, de cómo él los había salvado tantas veces de la mano de los filisteos, y cuán ingratos habían sido con él. Entonces sí se acordaron de que no tenían otro rey verdadero que el hijo de Isaí, y empezaron a hablar de hacerlo volver a su casa y al trono. Discutían entre sí, achacándose los unos a los otros la culpa de su conducta al haberse dejado seducir por Absalón. En las buenas todos se atribuyen el mérito, en las malas nadie asume la responsabilidad.
11-13. “Y el rey David envió a los sacerdotes Sadoc y Abiatar, diciendo: Hablad a los ancianos de Judá, y decidles: ¿Por qué seréis vosotros los postreros en hacer volver el rey a su casa, cuando la palabra de todo Israel ha venido al rey para hacerle volver a su casa? Vosotros sois mis hermanos; mis huesos y mi carne sois. ¿Por qué, pues, seréis vosotros los postreros en hacer volver al rey? Asimismo diréis a Amasa: ¿No eres tú también hueso mío y carne mía? Así me haga Dios, y aun me añada, si no fueres general del ejército delante de mí para siempre, en lugar de Joab.” Superado el duelo, David recupera su sentido político y la conciencia del papel que le corresponde desempeñar como rey. Entonces, en lugar de vengarse de los de Judá que se habían plegado al rebelde Absalón, él inicia una sabia política de reconciliación, mostrando clemencia con los príncipes de Judá vencidos, y calmando sus temores de que él pudiera tomar represalias contra ellos. (2)
Al decir “mis huesos y mi carne sois” (frase que es un eco del grito asombrado de Adán al ver por primera vez a Eva, (Gn 2:23), él les recuerda los lazos tribales y de parentesco que los unen.
Esta labor diplomática no la hace David personalmente, sino enviando a los sacerdotes Sadoc y Abiatar como embajadores suyos, es decir, a los de más alto rango de su corte. Otro hubiera sido el resultado de sus gestiones si los mensajeros hubieran sido de menor categoría. “A tal señor, tal honor”, dice un refrán oportuno. Esto es, aplicado pragmáticamente, honra a los que te quieres ganar.
Igualmente, con el general Amasa, que había comandado el ejército de Absalón, (y que, de paso, era su sobrino) se muestra generoso ofreciéndole nombrarlo general de su ejército, en lugar de Joab, con el cual tenía varias cuentas pendientes. Pero esta promesa, hecha públicamente, le costó a Amasa la vida, pues Joab no dudó en eliminar a su rival en la primera ocasión que se le presentara (2Sm 20:4-12).
La relación de David con Joab muestra la ambivalencia frecuente de las relaciones entre el soberano y su mano derecha, de recíproca dependencia, mutua desconfianza y rivalidad. (3) Pero David tenía motivos para confiar en la destreza de Joab, que fue además su cómplice en el asesinato del fiel Urías (2Sm 11:14-25), aunque se resiente de sus intrigas para influenciar sus decisiones, (como la que narra 2Sm 14:1-20) y de la forma insolente cómo lo critica y aconseja. Sobretodo detestó que asesinara a Abner (2Sm 3:22-28), y por ese motivo lo maldijo (Véase los vers. 29-39, en especial el último versículo). Podemos pensar, de otro lado que, al haberlo involucrado en el complot indigno contra el fiel Urías, David se rebajó ante los ojos de Joab, e hizo que él le perdiera todo respeto. Los que son cómplices de nuestros pecados íntimos, rara vez nos aprecian.
Notas 1: La demostración de pena aguda que hizo David esta vez contrasta fuertemente con la tranquilidad con que asumió la muerte del hijo que Betsabé le había dado a poco de nacido (2Sm 12:18:23). ¿Por qué la diferencia? Al niño pequeño no había tenido tiempo de amarlo; en cambio, Absalón debe haber tenido desde niño cualidades de belleza y simpatía que hicieron que su padre se encariñara con él. Los padres son muchas veces ciegos en sus preferencias.
2. Es curioso que David tienda la mano primero a los de su tribu que lo habían abandonado, y que no pensaban todavía restaurarlo al trono, y no a los de Israel, que ya pensaban reivindicarlo. En David el llamado de la sangre era más fuerte que el sentido de equidad. ¡Cuántas veces también a los hombres los lazos de parentesco y de amistad les nublan el sentido de proporción y  de justicia!
3. De ello hay muchos ejemplos famosos en la historia: Luis XIII de Francia y su ministro Richelieu; Enrique VIII de Inglaterra y Tomás Moro –el más noble de los hombres, según sus contemporáneos- a quien el rey mandó matar; el emperador Guillermo I de Alemania y Bismark, el “canciller de hierro”, arquitecto de la unidad alemana; Isabel I de Inglaterra, la “reina virgen”, y su intrigante primer ministro, Lord Cecil, etc.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#869 (22.02.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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