jueves, 19 de junio de 2014

¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? II
Un Comentario del Salmo 8:3-6
3.4. “Cuando veo los cielos, obra de tus manos, (Nota 1) la luna y las estrellas que tú
formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, y el hijo de hombre para que lo visites?” (2)
En verdad, frente a la inmensidad de los cielos ¿qué cosa es esta miserable criatura que camina sobre la tierra? ¿Qué somos nosotros? La astronomía ha revelado que esos cuerpos celestiales que vemos en las noches como pequeños puntitos arriba en los cielos, las estrellas del firmamento, son en realidad de dimensiones portentosas, comparadas con las cuales, la tierra, este planeta sobre el cual caminamos, es de un tamaño minúsculo, y el hombre es menos que un virus, que una bacteria. El sol es más de mil veces más grande que la tierra, ¿y qué es el sol comparado con la Vía Láctea en la cual el sistema solar se encuentra? ¿Qué somos nosotros? ¿Cuántos millones de veces más pequeños que la tierra? Pero eso no es nada, la Vía Láctea, la galaxia en la cual está el sistema solar, es una de los millones de millones de galaxias que pueblan el universo.
¿Cómo podemos nosotros entender esa inmensidad que es la creación? ¿Y qué es el hombre al lado de ella? ¿Qué es el hombre para que Dios se acuerde de él y lo haya visitado viniendo Él mismo a la tierra para hacerse como uno de nosotros? En términos de comparación ¿quién es el hombre, o la mujer, que por amor a las cucarachas quisiera hacerse cucaracha? ¿O menos aun, que hormiga, o que una pulga casi invisible? ¿Qué diríamos de alguien que anuncie que se va a hacer pulga para salvarlas? Que está loco, diríamos. Entonces tenemos que decir que por amor Dios estaba loco, porque nosotros somos menos que una pulga comparados con Él. Él se hizo hombre, se hizo pulga, por decirlo de alguna manera, para venir a redimirnos y asumir nuestra naturaleza.
Oigan, ¿quién quisiera ser pulga? ¿Quién quisiera ser cucaracha? El Verbo, la segunda persona de la Trinidad, que estaba allá en la gloria de los cielos, se propuso tomar forma humana, hacerse hombre, sujetándose a todas las debilidades y limitaciones propias de nuestra condición, y tener hambre desde que era pequeño. ¿Ustedes se imaginan a Jesús como un bebé llorando? Claro que tiene que haber llorado de hambre y sed, o porque se había mojado y tenían que cambiarle los pañales. Su mamá tenía que acariciarlo para calmarlo, y José quizá tenía que cargarlo como hacen todos los padres.
Y una vez crecido, ya adulto, debe haberse cansado trabajando en Nazaret. Iniciada su vida pública anduvo por los caminos polvorientos de Judea y de Galilea, transpirando y cansándose como cualquiera de nosotros. Al final de su carrera fue insultado y golpeado. Lo torturaron y lo mataron clavándolo a una cruz. Todo eso lo soportó por amor a nosotros. ¿Qué es el hombre para que Jesús se sometiera a tantas vejaciones y padecimientos por su causa? ¿Qué es ese ser miserable y malagradecido al lado de Dios?
Asombrado el patriarca Job exclama: “¿Qué es el hombre (enosh), para que lo engrandezcas, y pongas en él tu corazón?” (Jb 7:17).
Dios ama al hombre, y todo lo soportó por amor a esos ingratos que somos nosotros. Es como si nosotros amáramos a un ser que no se puede ver ni con lupa. Dios ama a esa criatura insignificante. ¿Y por qué la ama? ¿Por qué será? Porque la ha creado, porque salió de sus manos.
El ser humano, dice el libro del Génesis, fue creado por Dios. Tomó polvo, arcilla de la tierra, le dio forma, y le infundió aliento de vida (Gn 2:7). Somos obra suya. Él nos ha hecho, y por eso, a pesar de que no somos nada, somos muchísimo, porque nos hizo con sus manos y tenemos su Espíritu dentro de nosotros.
Hay un salmo que dice: “Oh Jehová, ¿qué es el hombre (adam), para que en él pienses, o el hijo de hombre (enosh) para que lo estimes? El hombre (adam) es semejante a la vanidad; sus días son como la sombra que pasa.” (Sal 144:3,4).
Es verdad, nuestro paso por la tierra es fugaz, como esas estrellas fugaces que se ven un instante en el firmamento azul y que de pronto desaparecen. ¿Quién se acuerda de cuando tenía tres años? Yo me acuerdo muy bien de cuando tenía esa edad, cuando jugaba y me tropezaba, caía y lloraba. ¿Y cuándo fue eso? Ayer no más. Ayer no más fui al colegio, hacía trampa y copiaba en los exámenes; ayer no más me trompeaba con mis compañeros que me pegaban porque  eran más fuertes que yo. Ayer no más, ayer no más. Ayer no más me he casado, ayer no más nacieron mis hijos, uno tras otro, casi uno por año. Ayer no más yo los llevaba al colegio. ¡Cómo pasa la vida tan callado, como dice el poeta, y tan rápido! Los años vuelan, vuelan, vuelan.
El salmo 103 lo expresa elocuentemente: “El hombre (enosh), como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella y pereció, y su lugar no la conocerá más.” (v. 15,16).
Y hay otro salmo, el salmo 37, que lo dice de una manera más clara todavía, hablando del impío: “Vi al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde. Pero él pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué y no fue hallado”. (v. 35,36)
Yo pienso ¿cuántos personajes famosos de la historia, o quizá más recientes, se pavoneaban porque eran grandes y reconocidos y todo el mundo se inclinaba a su paso ante ellos porque eran ricos y poderosos? ¿Dónde están ahora? ¿A dónde se fueron? Cuando mueren hay grandes avisos necrológicos en los diarios y se les entierra en medio de gran pompa. Pero en poco tiempo desaparecen de la memoria popular. ¿Dónde están sus sueños, los grandes planes y proyectos que concibieron? Nadie sabe, nadie los conoce ni los recuerda, porque murieron con ellos. Entonces ¿qué es lo que realmente importa? Si todo eso desaparece y no vale nada, lo que realmente importa es cómo nos vamos a presentar algún día delante de nuestro Juez. Eso importa. Si Él nos va a recibir con los brazos abiertos, o nos va a rechazar; si vamos a estar a su derecha con las ovejas, o si vamos a estar a su izquierda con los cabritos. Yo estoy seguro de que todos los que estamos acá vamos a estar a su derecha. Grandes y pequeños, todos vamos a comparecer delante del Dios para quien, como dice el profeta, las naciones son como gotas de agua (Is 40:15).
Otro salmo dice: “Sale su aliento y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos.” (Sal 146:4) Y sin embargo, a ese ser transitorio que no es nada, o casi nada, “lo has hecho poco menor que los ángeles”, como dice este salmo en el vers. 5.
¿En qué sentido el hombre es “poco menor que los ángeles”? (3) Podríamos decir que el hombre tiene inteligencia, pero no una inteligencia tan vasta como la de los ángeles; ni tiene poderes como los que tienen los ángeles, que tienen la capacidad de trasladarse de un sitio a otro en un instante, de aparecer y desaparecer. ¿Quién puede hacer eso? Los ángeles sí lo pueden hacer, nosotros no. Y luego añade: “Lo coronaste de gloria y de honra.” Tóquense la cabeza, ahí tienen su corona de honra y de gloria, aunque seamos calvos algunos. ¿Qué ha hecho el hombre para merecer ese honor?
Luego dice en el vers. 6: “Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies”. Hiciste que dominara sobre toda la creación, según lo que dice el Génesis: “Hagamos al hombre conforme a nuestra semejanza y señoree en los peces del mar, en las aves del cielo, en las bestias y en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.” (1:26) A este hombre que Dios creó, que salió de sus manos, y que es nada en sus dimensiones físicas comparado con la grandeza del universo, a este hombre, digo, le dio la facultad y la capacidad de ser señor de la naturaleza. ¿No es verdad? Yo pienso que el hombre desde el inicio dominaba no sólo sobre los animales que son más pequeños que él, sino también sobre los animales que son más grandes, porque el hombre, aunque es débil en fuerza muscular comparativamente hablando, domina a los rinocerontes, a los hipopótamos, a los elefantes. Y si hubiera animales más grandes, también los dominaría. ¿Por qué los domina a pesar de que no tiene una fuerza comparable a la que tienen ellos? Porque tiene inteligencia, algo que los animales no tienen. Eso nos lo dio Dios, eso es lo que Él hizo por nosotros.
En la epístola a los Hebreos hay un pasaje que habla de algo más importante que quiero tocar para terminar. Dice así: “Pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿O el hijo de hombre, para que lo visites? Tú le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todas las cosas sujetaste debajo de sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero aún no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Empero vemos coronado de gloria y de honra, por el padecimiento de su muerte, a aquel Jesús que es hecho un poco menor que los ángeles, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.”  (Hebreos 2:6-10).
Así que este salmo que estamos comentando, en el que se habla del hombre, también habla del Hijo del Hombre, esto es, de Jesús que vino a la tierra tomando forma humana; que fue hecho temporalmente un poco menor que los ángeles para que pudiera padecer por nosotros y nos redimiese. Fue hecho inferior a ellos, a pesar de que era infinitamente superior a ellos, pues era su Creador. Fue hecho inferior a ellos al tomar “forma de siervo” (Flp 2:7), siendo concebido y formado en el vientre de una mujer, y naciendo en un humilde pesebre (Lc 2:7); y aunque era el dueño de todo, no tenía dónde recostar la cabeza (Mt 8:20); y aunque era igual en gloria y naturaleza al Padre, fue rechazado y despreciado por los hombres que eran sus criaturas; y aunque en Él estaba la vida que “era la luz de los hombres” (Jn 1:4), “se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz.” (Flp 2:8). (Continuaré comentando el vers. 6).
Notas: 1. En verdad, no dice “obra de tus manos” sino “de tus dedos”. Si comparamos las palabras de Jesús en Mt 12:28 y Lc 11:20, veremos claramente que el dedo de Dios es su Espíritu. Con él expulsaba Jesús a los demonios; con él también el Creador desplegó los cielos (Is 40:22), y creó todo lo que contienen (Sal 146:6). En el salmo 144:1 podemos ver cómo las palabras “manos” y “dedos” se usan como sinónimos. Por eso David pudo escribir: “Los cielos son obra de tus manos (Sal 102:25b).
2. En este versículo, en que aparece dos veces la palabra “hombre”, el original hebreo emplea dos palabras distintas. La primera es enosh, “hombre mortal”, uno de cuyos significados es también “ser débil”, por lo que esta palabra es empleada en contextos que subrayan la debilidad humana (Jb 4:17; 7:1; Sal 90:3 y 103:15). Esta palabra contrasta con ish, que significa también “varón” o “esposo”, pero subrayando su fortaleza (Gn 3:6; 7:2; Is 21:9), aunque también puede significar “ser humano” (Nm 23:19). (No está de más recordar que Enosh o Enós era el nombre del hijo mayor de Set, el tercer hijo de Adán y Eva: Gn 5:5,6). La segunda palabra que aparece en la frase es adam, la cual, además de ser un nombre propio, designa a la humanidad en sentido general (Gn 1:26,27: 2:20), o también a un número específico de hombres (Gn 11:5; Jr 47:2). Se podría entonces traducir la pregunta de este versículo de la siguiente manera: “¿Qué es este hombre débil y mortal para que de él te acuerdes, y este descendiente de Adán para que lo visites?”
3. La palabra hebrea Elohim, que se traduce aquí como “ángeles” significa literalmente “dioses”. Aunque es una palabra plural, el libro del Génesis la emplea en un sentido singular para referirse al Dios creador (Gn 1:1,2,3,4, etc.). En su sentido plural puede significar “jueces” o “gobernantes” (Ex 21:6; Sal 82:2,6), o dioses paganos (Ex 18:11; Sal 86:8), o “ángeles”, como en este salmo.
La palabra Jehová que solemos usar viene de una latinización del tetragrámmaton (JHVH por YHWH) y de una lectura equivocada de los signos de las vocales que se colocan debajo de las consonantes en la escritura hebrea, hecha a finales del siglo XIII, y que la costumbre ha consagrado. El alfabeto hebreo consta de 22 consonantes. Hace algo más de diez siglos los escribas judíos (masoretas) inventaron un sistema de puntos y rayas que se colocan debajo de las consonantes, para registrar el sonido de las vocales y que la pronunciación tradicional de las palabras del idioma no se perdiera. Dado que estaba prohibido pronunciar el nombre de Dios (YHWH), se adoptó la costumbre de decir Adonai en su lugar. Para recordarlo se colocaron las vocales de esta última palabra (“a” “o” “a”. La primera “a” corta tiene un sonido cercano a la “e”). Ignorantes de este hecho los traductores cristianos de la Edad Media asumieron que la pronunciación de JHVH era “Jehová”. Recién en el siglo XIX los estudiosos se percataron del error.
NB. El presente artículo, el anterior y el siguiente del mismo título, están basados en la grabación de una charla dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, te invito a pedirle sinceramente perdón a Dios por tus pecados diciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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miércoles, 4 de junio de 2014

¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? I
Un Comentario del Salmo 8:1,2
1. “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre sobre la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos.”
El primer versículo es una exclamación de admiración ante la grandeza de Dios (puesto que su nombre lo representa). Es una grandeza que se extiende sobre toda la tierra, sobre toda la naturaleza visible aquí abajo; sobre todo lo que nuestros ojos abarcan.
Pero también el salmista se admira de la gloria de Dios manifiesta en los cielos; esto es, en la luna, en las estrellas, en las nubes y en los colores fulgurantes del crepúsculo. (Nota 1)
Lo que el hombre puede ver ahora con sus propios ojos en la inmensidad del firmamento ha aumentado casi al infinito por los métodos que la tecnología ha creado. El hombre puede penetrar con instrumentos hasta los confines del universo y se han descubierto galaxias, huecos negros, y toda clase de formaciones celestes antes desconocidas.
Comparado con esa grandeza inconmensurable ¿qué cosa somos nosotros, seres miserables que caminamos sobre la tierra y que tenemos como máximo dos metros de altura?
¿Qué es el hombre comparado con todo eso para que Dios sea acuerde de él y se incline hacia él, siendo ese ser menos que una partícula de polvo comparado con la grandeza del universo?
Las palabras del salmo acerca del glorioso nombre de Dios bien pueden ser aplicadas a Jesús, cuyo nombre está “por encima de todo nombre” (Flp 2:9), porque no hay nombre que sea más conocido y venerado en la tierra que el suyo; no hay nombre que haya marcado más la historia de la humanidad que el suyo, que es el único “nombre bajo el cielo dado a los hombres por el que podamos ser salvos” (Hch 4:12).
En virtud de ese nombre, escribe Juan Crisóstomo, “la muerte fue disuelta, los demonios fueron apresados en cadenas, los cielos fueron abiertos, sus puertas de par en par, el Espíritu fue enviado, los esclavos fueron liberados, los enemigos se volvieron hijos, y los extranjeros, herederos…”
En nuestro país, donde el amanecer y el atardecer duran poco tiempo, debido a la cercanía del Ecuador, nos hemos acostumbrado a ver el despliegue de colores de esos momentos con indiferencia, sobre todo en Lima, donde las nubes los velan en parte. Pero en las regiones donde ambos fenómenos duran más tiempo, en el Sur del Perú, o en Chile, o en los países del hemisferio Norte, el crepúsculo puede durar tres o cuatro horas. El espectáculo de los cielos encendidos de colores cambiantes es maravilloso. ¡Qué belleza! ¡Qué gloria! No hay pintor que pueda igualarlo. ¡Qué mayor manifestación de la gloria de Dios que ésa!
¡Y qué decir del arco iris que sucede a la lluvia! Aunque es cierto que en Lima casi no lo vemos porque llueve rara vez, pero en la sierra donde llueve con frecuencia… ¡Y qué decir de los truenos, de los rayos y los relámpagos que atraviesan el firmamento durante las tempestades, cuando el mar agitado se encrespa! Ése puede ser un espectáculo pavoroso, sobre todo para quienes se hallan en el mar.
Hace varias décadas, de muchacho, yo viajé a Europa en un trasatlántico, y una tempestad nos cogió en medio del océano. Parecía que el barco se iba a hundir porque unas olas de por lo menos diez metros de altura barrían la cubierta, y la proa se hundía en el agua y se levantaba en un sube y baja terrorífico al enfrentar el oleaje gigante. Desafiando las instrucciones dadas a los pasajeros de permanecer en su camarote, yo subí imprudentemente hasta el puente de mando sin que me vieran, y me quedé escondido fuera de la cabina cubierta donde estaba el capitán empuñando el timón. Yo estaba por lo menos a treinta metros de altura sobre el mar, pero me empapé completamente porque las ráfagas del viento huracanado levantaban chorros de gotas de agua como si fuera lluvia. Era un espectáculo de dar miedo.
Los fenómenos en que se desata la furia de la naturaleza nos hablan de la grandeza de Dios, tal como nos lo recuerda el inicio del salmo 19: “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos.”
¿Y por qué es glorioso singularmente el nombre inefable de Dios? ¿Quién sabe cómo se llama Dios? ¿Alguien conoce su nombre? Es Jehová. ¿De dónde viene ese nombre? ¿Cómo lo conocemos? Porque Dios mismo se lo reveló a Moisés, cuando se le apareció en la zarza ardiente y le dijo que había visto la aflicción y oído el clamor de su pueblo, y que lo iba a enviar donde el faraón para que deje salir al pueblo de Egipto (Ex 3:7). Moisés, asustado, se resiste y, entre otros argumentos, contesta: Si el pueblo me pregunta cuál es tu nombre ¿qué les digo? Dios le responde (en hebreo) “Eh yéh asher Eh yéh” (Yo soy el que Yo soy). Este es un juego de palabras que apunta al nombre de Yahweh (que nosotros escribimos como Jehová, y que probablemente se pronunciaba “iáue”) (2) y que significa “Yo soy el que causa que las cosas sean”. HYH (omitiendo las vocales) es la primera persona del verbo imperfecto “ser”. YHWH (el tetragrama sagrado) es la tercera persona singular masculina del mismo verbo imperfecto, que puede ser tanto presente, como pasado o futuro.
“Así dirás a los hijos de Israel: ‘Yo soy’ me ha enviado a vosotros.” Y enseguida añade: “Yaweh, el Dios de vuestros padres, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Éste es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.” (v. 14,15).
Los teólogos y los eruditos han estudiado durante siglos el significado profundo de ese nombre, pero ¿quién puede entender lo que el nombre de Dios quiere decir? Sería como descifrar lo que es Dios mismo. Pero ¿hay mente humana que pueda descifrar o entender completamente lo que es Dios? No lo hay.
Hemos visto que el nombre revelado a Moisés quiere decir ‘Yo soy el que Yo soy’. Es decir, ‘Yo soy el Ser que subsiste por sí mismo’, el Ser que no necesita de ningún otro, que no fue creado sino al contrario es el origen creador de todas las cosas que existen. De Él hemos salido y a Él vamos a regresar algún día. Pero ese significado no agota todo su contenido. En realidad el nombre de Dios es tan grande como Él mismo. Por eso es que uno puede comprender la exclamación de admiración del poeta ante algo tan inconmensurable: “¡Oh Jehová Señor nuestro cuán glorioso es tu nombre sobre toda la tierra!” Porque su gloria va mucho más allá de lo que el hombre puede entender; es más grande de lo que la mente humana puede abarcar.
Y prosigue el salmo diciendo:
2. “De la boca de los niños y de los que maman fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo.”
Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén antes de su pasión, Él citó esta frase para responder a los fariseos que se indignaban de lo que los niños decían de Él. Él usó la versión griega de la Septuaginta, que era, dicho sea de paso, la versión que la iglesia usaba al comienzo, y que sigue siendo la versión de la Biblia que usan las iglesias ortodoxas de habla griega: “De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza” (Mt 21:16).
Leamos el episodio que está en Mateo 21: Jesús entró en el templo de Dios y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones. Y vinieron a él en el templo, ciegos y cojos, y los sanó. Pero los principales sacerdotes y los escribas viendo las maravillas que Él hacía y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron y le dijeron: ¿Oyes lo que éstos dicen? Y Jesús les dijo: Sí, ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?” (v. 12-16). Y les cerró la boca.
Ellos estaban molestos porque al ver los milagros que Jesús hacía, los niños alababan a Dios por las maravillas que Él hacía. Por ese motivo ellos estaban furiosos. A los impíos no les gusta que se alabe a Dios.
Ahora bien, ¿por qué es tan importante la alabanza? Porque la alabanza es un baluarte, una fortaleza, contra la cual el enemigo se estrella impotente. Por eso no la soporta. Donde quiera que haya alabanza el diablo se retira molesto porque no puede hacer nada. Por eso mismo ésa es nuestra arma de elección. Cuando nos veamos acosados por el demonio, no tenemos sino que ponernos a alabar a Dios y él se irá corriendo porque no le gusta oírla. ¿Por qué no le gusta? Recordemos, ¿quién era Lucifer antes de que fuera echado al abismo?  Era el director de la alabanza. Ése era su papel. Por eso él la detesta, porque por soberbia renunció a ella.
Muchas cosas misteriosas y profundas han sido ocultadas a los grandes y a los sabios, a los que se jactan de sus propias fuerzas y conocimientos, pero han sido reveladas a los pequeños que no presumen de nada, dijo Jesús en otra ocasión (Mt 11:25). ¿Y por qué es eso? Porque Él desea ser conocido sobre todo por los que desean sinceramente conocerle y tienen hambre y sed de la justicia que viene de Él (Mt 5:6).
En otra ocasión Jesús dijo también que el reino de los cielos pertenece a los niños y a los que son como ellos (Mt 19:14; Lc 18:16). De modo que si alguna vez alguien te dijera: Pareces un niño. ¡Qué tonto eres! puedes decirle: Gracias a Dios por ello, porque así tengo asegurado un puesto en el reino de los cielos.
El comentarista británico del siglo XVII Mathew Poole escribe que en los niños se puede ver mucho de la gloria de Dios, desde su concepción hasta su crecimiento en lo oculto del seno materno (Sal 139:13,15,16), así como en su alumbramiento y en su crianza; en su alimentación que provee el pecho materno; y por la forma cómo los niños son con frecuencia guardados de peligros de los que ellos no son concientes, por las personas que los rodean. Dios, en efecto, ha puesto en las criaturas pequeñas un  encanto que subyuga los corazones y que hace que de una manera instintiva tendamos a protegerlos y a acariñarlos. Por eso es que hay pocos crímenes tan odiosos y terribles como el de pervertir la inocencia de los niños, como ahora se hace con frecuencia.
¡Qué cosa tan extraordinaria es que una nueva vida humana pueda surgir cuando se unen una célula femenina y una célula masculina! ¡Qué misterio extraordinario! Son dos células, una provista por el hombre, la otra por la mujer. De su unión surge el embrión; que es algo más que una simple célula, porque es una nueva vida, un ser humano. ¿Qué tiene el embrión que lo hace diferente de una mera célula? Tiene un alma y un espíritu.
¿Saben ustedes por qué los aliados del diablo promueven el aborto? Porque odian ese fenómeno, odian el surgimiento de la vida. Odian ese misterio que se produce cada vez que un hombre y una mujer se unen. ¡Y qué maravilla es también cuando la criatura se va formando y crece en el seno materno; y luego irrumpe al exterior y nace!
Yo he estado presente en el nacimiento de la mayoría de mis hijos, y como son nueve, tengo bastante experiencia. Hasta casi podría hacer de partero. Yo he visto qué cosa extraordinaria es un parto. Claro que yo no quisiera ser el que lo sufre dando a luz. Pero en ese trance yo le daba la mano a mi mujer para darle coraje cuando ella pujaba. Al final ella se volvió tan experta que una vez la criatura nació antes de que regresara el médico que la había examinado media hora antes, y dijo que todavía había para rato.
A continuación dice el salmo: “De la boca de los niños fundaste la fortaleza (o perfeccionaste la alabanza) a causa de tus enemigos.“ Yo me pregunto ¿de qué manera la alabanza que brota de los párvulos, de los niños, hace callar a los enemigos de Dios? De hecho, en el episodio de Mateo 21 que hemos leído, en que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, y sana a cojos y ciegos, provocando los gritos de júbilo de los muchachos, y en que los escribas y los fariseos estaban molestos, ¿qué fue lo que pasó? Que los gritos de alabanza de los niños los hicieron callar, les taparon la boca y no pudieron decir nada más. Ver la manifestación gloriosa del poder de Dios enfurecía a los enemigos de Jesús, que ya complotaban para matarlo.
¿No es cierto que a veces los niños dicen  cosas sabias y que nos asombran? Pero no solamente ellos. Nosotros también podemos hacerlo. Cuando nuestra boca ungida por el Espíritu Santo proclama la verdad, los enemigos de Dios, los bribones y los críticos, no tienen nada que responder. No es nuestra inteligencia o nuestra elocuencia, sino la palabra de Dios en nuestra boca la que tiene ese poder. Llenémonos, pues de esa palabra, y limpiémonos de toda vanagloria para que Él pueda usarnos. Seamos como niños en nuestra franqueza y en nuestra inocencia para que podamos confundir a los que se oponen a la obra que Dios hace en la tierra.
Notas: 1. El hecho de que el autor en el vers. 3 no mencione al sol hace pensar que este salmo fue compuesto de noche.
2. La palabra “Jehová” que solemos usar viene de una lectura equivocada de los signos de las vocales que se colocan debajo de las consonantes en la escritura hebrea, hecha en el siglo XIII, y que la costumbre ha consagrado.
NB. El presente artículo y los siguientes del mismo título, están basados en la grabación de una charla dada en el ministerio de la Edad de Oro.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que sea tan necesaria. Con ese fin te invito a pedirle sinceramente perdón a Dios por tus pecados diciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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En relación con la polémica vigente acerca de la Unión Civil sugiero consultar en Internet el folleto “El Cristianismo y el Matrimonio Homosexual” publicado por la IACYM  (http://goo.gl/YKxu94)

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