jueves, 31 de enero de 2013

JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS I


Por José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS I
Un Comentario de Juan 17:1-8
1.  “Estas cosas habló Jesús, y levantando los ojos al cielo, dijo: Padre, la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti”
Cuando Jesús concluyó la conversación con sus discípulos que empezó en el Cenáculo y que continuó mientras se dirigían al huerto de Getsemaní (caps. 13 al 16), Él se dirigió a su Padre para orar. (¡Cuánto de confianza y de ternura hay en la palabra “Padre” en boca de Jesús! ¿Podría el Padre negarle algo a un Hijo tan amado?) Al hacerlo levantó sus ojos al cielo. Cuando nosotros le hablamos a alguien dirigimos nuestra mirada hacia él. Igual hizo Jesús en este momento para hablarle a su Padre, como indicando que su Padre está en el cielo. Pero ¿acaso no está Dios en todas partes, incluso en nuestro interior y no solamente en las alturas, como cantó la multitud: “Hosanna en las alturas”? (Mt 21:9) ¿Y no lo sabía eso muy bien Jesús?
Es una noción instintiva del hombre que Dios está arriba, como dominándolo todo, y nosotros abajo. Esa concepción era propia también de los antiguos paganos que imaginaban que sus dioses estaban en el mítico monte Olimpo, esto es, en el cielo. Está presente en el Antiguo Testamento, donde se nos dice en un salmo que Dios “miró desde lo alto a la tierra”, (Sal 102:19b). Jesús, siendo Dios, actúa en todo de acuerdo a su condición humana. Creo que es una experiencia común que cuando levantamos los ojos al cielo, se eleva, en efecto, al mismo tiempo nuestra alma.
Lo primero que le dice a su Padre es: “La hora ha llegado”. La hora de la decisión, para la cual he venido a la tierra, la hora terrible de la prueba. Esa hora de la más terrible humillación es también la hora de su glorificación, de su exaltación, la hora en que Él cumple la voluntad de su Padre. Al someterse a su designio, Jesús a su vez da gloria a su Padre, reconociendo que está debajo de Él como hombre, aunque es su igual como Dios. Notemos, dicho sea de paso, que la hora ha llegado no por la fuerza del destino, ni como consecuencia de la conspiración en su contra, sino porque Dios en su infinito consejo, así lo ha ordenado desde la eternidad.
Cabría preguntar: ¿Cómo glorifica Dios a su Hijo en esta hora tan terrible? Pablo explica cómo el Padre glorificó a su Hijo: “Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que está por encima de todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y sobre la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Flp 2:9-11).
Según Orígenes su pasión y muerte glorifican a Cristo porque con ellas reconcilió al hombre con Dios, abolió el pecado, derrotó al diablo y destruyó a la muerte. Según Ambrosio, aunque Jesús fue escupido, azotado y crucificado, el Padre lo glorificó haciendo que el sol se oscureciera, la tierra temblara, el velo del templo se rasgara y las tumbas se abrieran, y un pagano (el centurión) reconociera que Él era el Hijo de Dios (Mt 27:51-54). Por eso, aunque era un instrumento de deshonra, la cruz fue un instrumento de gloria para Jesús.
Según Agustín, y otros, el Padre glorificó a su Hijo haciendo que resucite, ascienda al cielo y se siente a su diestra, tal como Jesús había anunciado (Mr 14:62). Más aun, lo glorificó enviando al Espíritu Santo y haciendo que las multitudes se conviertan a Él y lo adoren como Dios (Hch 2:42; 4:4). Lo que Jesús sembró en humillación, lo cosechó en gloria.
2. “Como le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste.”
Dios le ha dado potestad a su Hijo sobre toda la humanidad (Mt 28:18). Aún más, sobre toda la creación, para que Él a su vez salve a todos los que crean y confiesen su nombre, esto es, a los que están destinados a recibir la vida eterna, la vida del espíritu; aquellos a quienes Jesús llama suyos porque el Padre se los ha dado (Hch 2:47). (Nota 1)
¿Perteneces tú a Jesús? ¿Eres tú uno de aquellos a los que Él puede llamar suyos? ¿O perteneces tú al otro, al enemigo? En esta hora en que Jesús se enfrenta a su enemigo, en que se va a jugar la batalla de los siglos, la respuesta que tú des decide tu destino: Pasar la eternidad con Él, o pasarla separado de Él para siempre. Amándolo u odiándolo.
La hora ha llegado, sí. Hay un momento en que la hora llega para cada uno y para todos. No pierdas esa hora, no dejes pasar esa hora sin abrazar los pies de Jesús para que Él te levante.
3. “Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
Jesús da una definición inesperada de la vida eterna. La vida eterna consiste en conocer al único Dios verdadero, y a Jesucristo, su enviado. O más exactamente, la vida eterna se recibe cuando se conoce al Uno y al Otro.
¿Qué quiere decir aquí “conocer”? No se trata de un conocimiento intelectual, sino de un conocimiento íntimo que sólo puede dar la fe (2); de una familiaridad, o comunión interior, que no es estática sino dinámica, esto es, susceptible de aumentar, que produce la certidumbre sobrenatural de la existencia de Dios. (3) Esto era algo que sus discípulos habían adquirido por el contacto diario con Jesús y es algo que todos los que crean en Él después, sin haberlo visto, recibirán (Jn 5:24; 6:40). Recibirán sí, porque es un don que nadie por sí mismo merece, pero que Jesús con su muerte ganó para muchos.
La razón por la cual Jesús le pide a su Padre que lo glorifique es que, al serlo, Él es conocido como el único Dios verdadero, el único que puede dar vida eterna a través de la fe en su Hijo.
4. “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese.”
Jesús glorificó a su Padre haciendo su voluntad, haciendo la obra para la cual Él lo había enviado, dándolo a conocer a sus discípulos y a las multitudes que lo seguían. De hecho toda la vida pública de Jesús, con sus enseñanzas y milagros, fue un acto constante de rendir gloria a Dios. Pero cuando Jesús pronunció estas palabras aún faltaba por llevar a cabo la culminación de esa obra, esto es, su pasión y muerte. Sin embargo, Jesús la da ya por hecha, pues Él está dispuesto a afrontarla, y los acontecimientos que conducen a ella se precipitarán dentro de pocas horas, como Él bien sabía. Bien puede él pues decir en ese momento que ha acabado la obra.
5. “Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese.”
Jesús le dice a su Padre, ahora que yo te he glorificado con mis hechos, glorifícame tú a mí. ¿De qué glorificación se trata? Si Jesús glorifica a su Padre finalmente muriendo en la cruz y resucitando, la gloria que Jesús debe recibir como recompensa es su exaltación retornando al lugar en la Trinidad que Él ocupaba antes de encarnarse, la gloria que Él tenía en el cielo antes de venir a la tierra, y aún mucho antes, esto es, antes que el mundo y todo lo creado existiesen, la gloria de que el Verbo gozaba “en el principio” (Jn 1:1). Esa era la gloria de que la Trinidad gozaba en su espléndida soledad, estaríamos tentados a decir, pero sería equivocado, pues no hay soledad en Dios, ya que Él se basta a sí mismo, y no tiene necesidad de sus criaturas, ni de compañía alguna.
¿Cómo sería esa gloria? Sólo podemos especular. La gloria que el Padre daba al Hijo y al Espíritu Santo, y la que éstos daban al Padre; la gloria que las tres personas de la Trinidad se daban mutuamente.
6. “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra.”
Jesús dice: “He manifestado tu nombre”, es decir, he explicado lo que tú eres, tu carácter, la esencia de tu ser (4), en la medida en que eso sea algo que pueda ser expuesto en palabras humanas. Pero podemos suponer que las explicaciones de Jesús a sus discípulos tenían una unción especial que comunicaba un conocimiento superior al que las meras palabras humanas podían transmitir. No ha habido por eso ningún Maestro de las cosas divinas que pudiera compararse con Jesús.
Jesús reveló a Dios como Padre, en primer lugar, suyo; y luego por adopción, también de todos los que, creyendo en Él como Hijo unigénito, son engendrados por la fe (1:12,13). Aunque el Antiguo Testamento menciona ocasionalmente a Dios como Padre, su mensaje muestra todavía una concepción limitada de la paternidad de Dios. Era necesario que viniera Jesús para enseñar a los suyos a dirigirse a Él como “Padre nuestro.” (Mt 6:9; cf Mt 5:48).
Lo he manifestado a los hombres que tú me diste, no a todos los hombres sino a aquellos que tú escogiste del mundo para que estuvieran conmigo. Eran tuyos porque todos los seres humanos te pertenecen, y tú escoges a los que quieres para tus especiales designios.
Estos hombres que me diste han sido fieles, han guardado, cumplido tu palabra, es decir, te han obedecido aunque eran frágiles y débiles.
Cabe preguntarse si la palabra griega “ánthropos” que nuestra versión traduce como “hombres”, incluye también a las mujeres que acompañaron a Jesús, o sólo a sus discípulos varones. Tendemos equivocadamente a pensar en lo segundo, pero esa palabra quiere decir en realidad “seres humanos”, sin distinción de sexo.
7,8.  “Ahora han conocido que todas las cosas que me has dado, proceden de ti; porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.”
Estos dos versículos hablan de la convicción a la que llegaron los discípulos de que Jesús procedía del Padre. Jesús no se atribuye el mérito de nada de lo que Él ha dicho y hecho en los últimos años como si fuera propio. Las cosas “que me has dado”, esto es, en primer lugar, las palabras que les ha hablado en público y en privado, era el Padre quien las ponía en su boca. Por eso es que ellos las acogieron, las recibieron y las hicieron suyas sabiendo que venían de Dios.
Hay una relación estrecha entre conocer y creer. La fe es un conocimiento sobrenatural de las realidades invisibles, que son más sustanciales y permanentes que las visibles.
La primera parte de la conocida frase de Hebreos 11:1 (“La fe es la certeza de lo que se espera”) está orientada hacia el futuro, pero la segunda parte (“la convicción o seguridad de lo que no se ve”) está referida al presente: La seguridad de que aquello que no se ve es real, aunque esté más allá del alcance de nuestros sentidos.
Nuestros sentidos son limitados, sólo perciben, ven, oyen o sienten objetos cercanos, los que están en nuestro entorno. Pero no ven ni oyen lo lejano, y menos lo oculto.
El conocimiento de que Jesús ha venido de Dios, pertenece al orden de las realidades invisibles, pero era más firme para ellos que si hubiesen visto a Jesús descender del cielo.
Notas: 1. En este versículo se apoyan los partidarios de la doctrina de la elección limitada a un número escogido de personas. Pero hay otros versículos en que la oferta de salvación es abierta: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Jn 3:17). Mundo incluye a todos.
2. “Conocer” en otros contextos alude a la unión sexual (Mt 1:25; Gn 4:1). Conocer a Dios, en el sentido de este pasaje, produce entre el hombre y Dios una intimidad espiritual profunda.
3. Agustín escribe: “Si la vida eterna es el conocimiento de Dios, tanto más tendemos a vivir cuanto más adelantemos en este conocimiento.” Y agrega: “El conocimiento de Dios será perfecto cuando la muerte deje de existir”; entiéndase para nosotros.
4. La palabra “nombre” es usada en la Biblia muchas veces en ese sentido (Ex 3:13,14).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
#760 (06.01.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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