viernes, 9 de noviembre de 2012

LA CAÍDA Y RESTAURACIÓN DE PEDRO II

Por José Belaunde M.
LA CAÍDA Y RESTAURACIÓN DE PEDRO II
En el artículo anterior hemos visto que era necesario que Pedro cayera para que él experimentara su propia debilidad y dejara de confiar en su propia fortaleza. Era necesario que su "ego", que su yo, fuera humillado por la caída. Era necesario que su orgullo, la vanidad de su carne, fuese quebrantada para que el Espíritu pudiera actuar a través de él, para que la gracia encontrara en él un vaso dispuesto.
Eso es algo que nos pasa también a nosotros. El que se cree firme, el que se cree fuerte, “mire que no caiga”, escribió Pablo (1Cor 10:12).
Sólo una vez caído y restaurado podría estar Pedro en condiciones de apacentar a sus hermanos.
Sólo cuando hubiera experimentado la debilidad de su propia naturaleza, podría él comprender y tener compasión de la debilidad de sus hermanos, y podría su solicitud por ellos serles útil.
En cierto sentido, Pedro, por este rasgo, se parece a Jesús, porque la Epístola a los Hebreos dice de Jesús: "Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado." (Hb 4:15).
¿Cómo es posible que Jesús fuera tentado? ¿Cómo puede Dios ser tentado? Santiago dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie.” (St 1:13). Sin embargo, después de haber ayunado cuarenta días en el desierto, Jesús fue tentado tres veces por el diablo (Mr 1:12,13). Incluso Mt 4:1 dice que “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.” Era necesario que fuera tentado para que pudiera ser también nuestro modelo de victoria sobre las tentaciones.
Hemos visto que Hebreos dice que Jesús “fue tentado en todo”. En todas las cosas en que nosotros podemos ser tentados, también Él lo fue. Pero nunca pecó. Ésa es la diferencia. Nosotros hemos sido tentados muchas veces, y muchas veces también, para vergüenza nuestra, hemos caído. Y porque somos concientes de eso, somos concientes de que somos débiles. Y de que no podemos mantenernos firmes en el camino recto si sólo confiamos en nosotros mismos y no confiamos en Dios.
Es muy probable que haya habido  muchas otras ocasiones a lo largo de los tres años de su vida pública, que no registra la Escritura, en que Jesús fue tentado. Para que Jesús pudiera compadecerse de nuestra debilidad era necesario que él experimentara esa debilidad en su propia carne. Era necesario que Él tuviera hambre, que tuviera frío,  que tuviera sed, que se cansara. La Escritura dice, en efecto, que tuvo hambre, que tuvo sed, que se cansó. Era necesario que compartiera nuestras flaquezas, que fuera semejante a nosotros en todo, menos en el pecado.
Ésa es la diferencia entre Jesús y nosotros. Él sufrió las mismas limitaciones que nosotros. Él, que era Dios, quiso padecer lo mismo que padecemos nosotros. Pero nunca pecó.
Parecidamente, pero guardando la infinita distancia que los separa, si Pedro debía ser capaz de fortalecer a sus hermanos y de apacentarlos una vez marchado Jesús, era necesario que él experimentara la humillación de la caída. Era necesario que se diera cuenta de que era débil, de que era frágil, como lo eran también sus colegas, los demás apóstoles. Era necesario que él no se creyera un superhombre, sino que él tenía necesidad como todos de confiar en Dios.
Era necesario que él reconociera su debilidad, su cobardía, para que pudiera compadecerse de la debilidad y de la cobardía de los suyos.
A imagen de Jesús, sólo si él reconocía que era semejante a ellos, podía él guiarlos.
Y, como he dicho antes, sólo después del quebrantamiento de su espíritu podía él recibir la fuerza del Espíritu de Dios; esto es, sólo cuando su propio espíritu no opusiera resistencia a la acción del Espíritu divino.
Igual sucede con todos nosotros. Mientras confiemos en nosotros mismos, en nuestras fuerzas, en nuestra constancia, en nuestra entereza, en nuestra inteligencia, Dios no puede actuar en nosotros, porque el espacio está ocupado.
Dios no puede darnos su fortaleza, su constancia, su entereza, su inteligencia, porque la nuestra está ocupando el lugar. Porque confiamos en nuestra fortaleza, en nuestra constancia, en nuestra entereza, no hay sitio en  nuestra alma para lo que Dios quiere darnos. Pero ¿cuál será mejor, nuestra entereza, o la entereza de Dios; nuestra constancia o la constancia de Dios; nuestra fortaleza o la fortaleza de Dios?
Es como cuando alguien se cae al agua y está a punto de ahogarse. Cuando le da alcance el salvavidas es necesario que el que está ahogándose deje de nadar y abandone todo esfuerzo, para que el guardacostas pueda sacarlo del agua. De lo contrario sus manotadas desesperadas estorbarán al que lo salva.
Nosotros tenemos necesidad de ser humillados. Tenemos necesidad de captar la inutilidad de nuestros propios esfuerzos, para que Cristo pueda ser nuestra fortaleza.
La palabra dice: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Flp 4:13). Sí, pero sólo cuando no quede un ápice de confianza en nuestra propia fortaleza, porque nuestra propia fortaleza estorba a la fortaleza de Jesús y no la deja actuar en nosotros.
De ahí que Pedro diga en su primera epístola: "Humillaos bajo la poderosa mano de Dios para que Él os exalte cuando fuere tiempo." (1P 5:6).
¿Queremos ser exaltados por Dios? Todos lo queremos. Entonces, tenemos que humillarnos. La Escritura dice repetidas veces que el que se humilla será exaltado (Mt 23:12; Lc 14:11; 18:14). Si queremos que Dios nos levante, tenemos que humillarnos delante de Él.
Pedro hablaba por propia experiencia de lo que había vivido, y por eso nos puede dar la pauta de cómo debemos actuar nosotros para que, en su momento, Dios también nos exalte. Al reconocer su caída él había llorado amargamente y se había humillado. Sólo entonces pudo Jesús restaurarlo.
Recordemos que, según Proverbios, la humillación precede a la exaltación, así como la exaltación a la humillación (Pr 18:12).
Las palabras de Jesús que citamos al comienzo (“Yo he orado porque tu fe no falte”) contienen pues una enseñanza crucial para el cuerpo de Cristo, que está simbolizado en Pedro, porque todos somos Pedro.
Pero hay también otra manera cómo la fe de los cristianos -ministros y ovejas por igual, pero más la de los primeros- puede debilitarse y enfriarse: por los halagos materiales, por las comodidades excesivas, por el lujo, por el dinero. Es algo que ha ocurrido en la historia y que sigue ocurriendo en nuestros días.
Dios nos ha llamado a una vida sobria, a una vida en que el espíritu sea cultivado y la carne muera. ¿Pero cómo ha de morir si es alimentada?
Para mortificar nuestra carne, que es lo que manda la Escritura (Col 3:5. Mortificar, dicho sea de paso, quiere decir “hacer morir”·o “dar muerte”) ayunamos, guardamos vigilias privándonos del sueño cuando quisiéramos descansar, etc. Pero ¿cómo ha de morir si, en vez de lo dicho, la halagamos con las muchas comodidades, con el boato y el lujo, con frivolidades innecesarias, compitiendo con los mundanos?
Si nuestro apetito está saciado por las viandas groseras de la carne no buscaremos las viandas refinadas del espíritu, porque ya estará saciado.
La naturaleza carnal cuando es engreída, se adormece y apaga al espíritu. Si se apaga el espíritu, se apaga la fe. “Y si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? Ya no sirve sino para ser echada fuera y ser hollada por los hombres." (Mt 5:13).
La fe no es una virtud estática. No es conquistada para siempre. Puede sufrir altibajos. Con ellos sufre la efectividad del obrero del evangelio.
Cuéntase del emperador Napoleón que cuando estaba en campaña casi no dormía, y si lo hacía, se acostaba en su austero catre de soldado que llevaba consigo. Pasaba en vela casi toda la noche, paseándose por el campamento, previendo los movimientos del enemigo a fin de adelantarse a ellos y anularlos. Su estrategia era por eso invencible, más eficaz y temible que sus cañones.
Siendo el hombre más poderoso de la tierra en su tiempo, podía darse todos los lujos y comodidades que deseara, aún estando en campaña. Pero cuando iba a la guerra, llevaba el peso de la batalla sobre sus hombros. Igual debe hacer el soldado de Cristo, y con mucho mayor motivo, porque su batalla es mucho más importante.
Para bien o para mal las conquistas de Napoleón cambiaron el mapa de Europa. Las conquistas de los cristianos peruanos pueden cambiar para bien el mapa espiritual de nuestra patria. Pero solamente unidos a Cristo en la fe podremos lograrlo.
¿Cómo fue restaurado Pedro? Lo narra el Evangelio de Juan:
“Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? (Jesús sabía que Pedro lo amaba más que los otros). Le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Le dijo: Apacienta mis ovejas.”
“Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas.”
“Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? Y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas.” (Jn 21: 15-17).
Jesús le pregunta a Pedro si lo ama tantas veces como Pedro lo ha negado.
¡Qué maravillosa es la delicadeza de Jesús! ¡Qué maravilloso es su amor y su comprensión de las debilidades humanas! Él no sólo no rechaza ni condena al hombre que lo ha negado de una manera tan vergonzosa; no le echa en cara su traición; no le dirige una palabra de reproche; sino que le encomienda una misión. ¿Por qué actuó de esa manera? Porque sabía que Pedro había llorado amargamente. No tenía que refregarle su traición en la cara.
¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes, cuando una persona cercana nos ha fallado? ¿Nos la pasamos reprochándole su traición a pesar de que nos ha pedido perdón? Si le hemos perdonado, ¿vamos a seguir reprochándole lo que hizo?
Jesús nos ha perdonado nuestros pecados multitud de veces. ¿Acaso va Él a seguir diciéndonos: Por qué hiciste eso?
Jesús no le reprocha a Pedro su traición, sino que le muestra de una manera especialmente afectuosa su amor, asegurándole que no le guarda resentimiento alguno; y encima le confirma la preeminencia que ya antes le había otorgado sobre los doce, dándole el encargo de pastorearlos. Una evidencia más de que su caída era una prueba necesaria.
Tantas veces negó Pedro a Jesús, tantas veces le dijo Jesús: Apacienta mis ovejas. Que es como si le dijera: Tantas veces me negaste, tantas veces yo te confirmo mi confianza. Así obra la misericordia de Jesús.
¡Qué maravilloso es que así como nosotros le hemos fallado y nos hemos arrepentido, Él también, a pesar de nuestras repetidas caídas, nos renueve cada día su confianza y nos diga: Yo te amo, y te doy una misión!
Los que nos llamamos cristianos tenemos, en efecto, una misión. Él está con nosotros y nos renueva su confianza para que dondequiera que nosotros estemos, demos testimonio de Él.
Pero hay algo más. Jesús le predice a Pedro que va a dar testimonio de Él con su muerte. ¿Cómo así? Jesús le dijo: “De cierto, de cierto te digo: Cuando eras más joven, te ceñías e ibas a donde querías; mas cuando ya seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras.” (Jn 21:18)
El evangelio dice a continuación: “Esto dijo dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios. Y dicho esto, añadió: Sígueme.” (v. 19)
Como si le dijera: Tú en esa ocasión te negaste a arriesgar tu vida, te negaste a correr el peligro de morir; no quisiste dar testimonio de mí con tu muerte. Yo te voy a dar oportunidad de repararlo y de que puedas morir por mí.
No está registrado en la Biblia cómo murió Pedro, como tampoco está registrado cómo murió Pablo. Pero hay tradiciones muy confiables de que tanto el uno como el otro fueron martirizados en Roma durante la persecución de cristianos desatada por Nerón. Tanto el uno como el otro, así como los otros apóstoles, dieron testimonio de Jesús con su muerte. Nótese que la palabra griega martus, de donde viene nuestra palabra “mártir”, quiere decir “testigo”.
Felizmente nosotros no estamos amenazados por ninguna espada por el hecho de ser cristianos, ni arriesgamos nuestra vida por ello, pero tenemos que dar testimonio de Jesús con nuestra vida, dondequiera que vayamos, con nuestras acciones, con nuestras palabras, con nuestras sonrisas. Nosotros, por el solo hecho de ser cristianos, somos testigos suyos, somos “mártires” en cierto sentido. Somos embajadores de Cristo adondequiera que vayamos. La gente sabe que somos cristianos y si no nos comportamos como tales, van a decir: Mira a esos cristianitos, mira lo que hacen, mira lo que hablan.
Que nunca se pueda decir algo semejante de nosotros; que nunca se pueda decir que nosotros avergonzamos a Jesús con nuestra conducta delante de los demás. Sino que, al contrario, Jesús, orgulloso de nosotros, pueda decirnos algún día: “Bien, siervo bueno y fiel…. entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25:23), como estamos seguros le dijo a Pedro al final de su fecunda vida.
Nota: Es instructivo fijarse en el uso de las palabras en este episodio. Fijémonos primero en la orden que le da Jesús a Pedro tres veces. En RV60 la primera  y la tercera vez le dice “apacienta” (boske, imperativo de bosko en griego), la segunda vez le dice “pastorea” (poimane, imperativo de poimano). ¿A quiénes? La primera vez RV60 dice “mis corderos” (arníon en griego, que es el diminutivo de arén, cordero, es decir, corderito); la segunda y la tercera dice: “mis ovejas” (probation, que es el diminutivo de próbaton, oveja, es decir, ovejita, término usado en sentido cariñoso). Bosko tiene el sentido de alimentar. La primera vez lo dice de los corderitos; la segunda, de las ovejitas, quizá para intensificar el llamado de Pedro. Pero en la segunda orden (v. 16) Jesús no dice bosko sino poimano, que tiene el sentido de cuidado total, más amplio que solo alimentar, es decir, pastorear, guiar, guardar, curar, conducir al establo. Si los corderitos representan a los cristianos jóvenes, quizá Jesús quería enseñarle a Pedro que cuidar de los cristianos mayores (las ovejitas) exige un esfuerzo mayor.
Las tres órdenes sucesivas que Pedro recibe de Jesús fueron precedidas por un intercambio entre ambos en que Jesús le pregunta a Pedro tres veces si lo ama, y Pedro le responde que sí lo ama. Pero el verbo que Jesús usa en sus dos primeras preguntas (agapao) es diferente del que Pedro emplea en su respuesta (fileo). En su tercera pregunta Jesús usa el mismo verbo que ha usado Pedro, como si Jesús se pusiera en su nivel. ¿Hay algún significado en este juego de sinónimos? No hay nada en las Escrituras que no lo tenga, aunque no siempre sea fácil de discernir. El verbo que Jesús emplea suele significar un amor noble, elevado, desinteresado. Pedro usa un verbo que implica una forma de amor que es amistad o afecto. Pero la diferencia de matiz entre ambos verbos no se manifiesta de una manera consistente en todos los pasajes del Nuevo Testamento en que aparecen. Juan los emplea indistintamente en algunos pasajes.
NB. Este artículo y el anterior del mismo título están basados en la transcripción de una enseñanza dada el 6.6.12 en el Ministerio de la “Edad de Oro”, la cual, a su vez, estuvo basada en un artículo publicado en abril del 2004.
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#750 (28.10.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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