jueves, 6 de septiembre de 2012

DESPEDIDA DE PABLO EN MILETO I


Por José Belaunde M.
DESPEDIDA DE PABLO EN MILETO I
Un Comentario al libro de Hechos 20:13-24
13-15. “Nosotros, adelantándonos a embarcarnos, navegamos a Asón para recoger ahí a Pablo, ya que así lo había él determinado, queriendo él ir por tierra. Cuando se reunió con nosotros en Asón, tomándolo abordo, vinimos a Mitilene. Navegando de allí, al día siguiente llegamos delante de Quío, y al otro día tomamos puerto en Samos; y habiendo hecho escala en Trogilio, al día siguiente llegamos a Mileto.
Al día siguiente del incidente del joven Eutico que cayó de la ventana, Pablo se separó de sus acompañantes, porque quería ir por tierra a pie a Asón, mientras que ellos tomaban un barco. No sabemos por qué motivo quiso Pablo hacer esta parte del viaje solo. Quizá quería estar un tiempo a solas para meditar sobre el extraordinario acontecimiento del día anterior y dar gracias a Dios por él.
Como la distancia que separaba ambas localidades era de veinte kilómetros, podemos pensar que se reunió al día siguiente con sus compañeros y subió al barco en que ellos viajaban.
La siguiente escala era Mitilene, en la famosa isla de Lesbos, famosa, entre otros motivos, porque en ella vivió, entre los siglos VII y VI AC, la poetisa Safo, de cuya intensa poesía amorosa se han conservado algunos fragmentos.
La nave pasó a lo largo de la isla de Quío e hizo escala en Samos. Estas dos islas, pequeñas de tamaño, jugaron un papel importante en la historia helénica. La nave bordeó el promontorio de Trogilio –donde, según algunos textos, permanecieron un día- y llegaron finalmente al puerto de Mileto, en la desembocadura del río Menandro.
Esta ciudad iónica, de agitada historia, fue conocida como un centro de la filosofía griega. Uno de los filósofos que dieron lustre a la ciudad fue el geómetra Tales, a quien se atribuyen cinco importantes teoremas de la geometría griega, cuya demostración todos los escolares de mi tiempo estudiaban.
16,17. “Porque Pablo se había propuesto pasar de largo a Éfeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba para estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén. Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia.”
Por qué motivo tenía Pablo tanto interés en llegar a Jerusalén antes de Pentecostés, no sabemos. Quizá era para él importante tomar parte de las festividades de esa fiesta.
Llegado a la ciudad que hacía las veces de puerto de Éfeso, Pablo mandó llamar a los ancianos de esta última, situada 48 kilómetros al Norte. A continuación el libro pasa a narrarnos una de las escenas más conmovedoras de todas sus páginas. Vamos a dividir el emocionado discurso de despedida de Pablo en cinco secciones: 1) de los vers. 18 al 21; 2) del v. 22 al 24; 3) del v. 25 al 31; 4) del v. 32 al 35; y 5) del v. 36 al 38. (Nota 1)
18-21. “Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos (2) y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.”
La primera parte del discurso sirve de introducción al mismo y es un recuento o reivindicación de su actividad y predicación entre ellos.
Los ancianos han sido testigos de cómo se comportó él desde el primer día de su arribo a la provincia de Asia (Hch 18:19). Tres cosas, dice Pablo, caracterizaron su servicio al Señor en su ciudad. En primer lugar su comportamiento humilde. Debe haber mucho de verdad en eso porque en uno de sus escritos (2 Cor 10:10) él hace alusión al hecho de que los corintios decían que sus cartas eran fuertes pero su presencia no inspiraba miedo.
En segundo lugar, él les recuerda que al dirigirse a ellos, en efecto, él les exhortaba con “muchas lágrimas”, no con voz estentórea y autoritativa, sino que con voz emocionada les rogaba que creyeran en el Señor Jesús y en su mensaje.
En tercer lugar, él hace mención de las pruebas que tuvo que afrontar en su ciudad por “las acechanzas de los judíos”, que se oponían a su prédica.
Nosotros desconocemos cuáles puedan haber sido esas pruebas porque, aparte del hecho de que él tuviera que retirarse de la sinagoga de la ciudad debido a los que rechazaban su mensaje, y refugiarse en la escuela de Tiranno (Hch 19:8,9), el texto no menciona ningún complot de los judíos de la ciudad en su contra (3). Si nos atenemos al libro de los Hechos la mayor prueba por la que él pasó estando allí fue el alboroto provocado por los plateros descontentos por la disminución de sus negocios, que su líder Demetrio atribuyó a la prédica de Pablo contra los ídolos (Hch 19:23-26. Véanse los artículos “El Alboroto en Éfeso I y II” Nos. 731 y 732). Pero es posible, como ya se ha indicado, que el libro de Lucas, omita algunos conflictos y amenazas mayores que Pablo habría experimentado en la capital de la provincia de Asia. Los omitiría posiblemente porque hubiera sido inoportuno mencionarlos si el libro tenía el carácter de un alegato en el juicio que Pablo debía enfrentar, según se verá más adelante (Hch 25:1-12) ante el tribunal del César, como ya se ha señalado (Véase el artículo “Viaje de Pablo a Macedonia y Grecia” #739).
Es muy posible que el hecho de haberse enfrentado constantemente a lo largo de sus viajes misioneros con la oposición obstinada de sus connacionales, fuera el motivo que lo impulsó a escribir los capítulos 9 al 11 de la epístola a los Romanos, redactada poco antes de su paso por Mileto.
Él asegura a los ancianos de Éfeso que nada había omitido de enseñarles (aunque pudiera serles poco grato de escuchar) que no les fuera útil para su crecimiento espiritual, y que eso él lo había hecho tanto en las calles, públicamente, como privadamente en las casas de algunos de ellos, en las que tenía costumbre de reunirse.
Los temas centrales de su predicación fueron aquellos que deben ser los primeros de toda predicación del Evangelio, como lo fueron también del inicio de la predicación de Juan Bautista (Mt 3:2; Mr 1:4) y de Jesús (Mr 1:15) esto es, el arrepentimiento y la fe (Lc 24:47; Hch 26:20).
Pablo dice “el arrepentimiento para con Dios” porque es hacia Él hacia quien debemos voltearnos cuando reconocemos nuestra condición de pecadores; Él es quien debe recibir nuestras súplicas de perdón porque es el único que puede otorgarlo, siendo nosotros responsables ante Él de nuestros actos. Luego dice “la fe en nuestro Señor Jesucristo”, porque una vez vueltos hacia Dios, es en su Hijo en quien debemos creer, esto es, en la obra de expiación que Él realizó por nosotros en el Calvario, pagando por nuestros pecados.
Arrepentimiento y fe son los pilares de la vida cristiana, sin los cuales nada puede ser edificado. Porque ¿de qué le serviría a alguno pretender llevar una vida cristiana si sigue cometiendo los mismos pecados? El signo más patente de que alguien se ha convertido es su cambio de vida. Aquel cuya vida no ha cambiado, que sigue pecando igual que antes, por mucho que asista al templo y haga profesión de tener fe en Jesús, no es cristiano, porque la fe se manifiesta en obras, esto es, en nuestra manera de vivir. Cuánto de Cristo haya en nosotros se hará visible en cuánto de su ejemplo y de su manera de hablar y comportarse se manifieste en nosotros. Como escribió Juan: “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2:6), es decir, debe convertirse en un imitador de Cristo. Para ello necesita conocer y estudiar sus palabras y su vida. Porque ¿cómo podría imitar a Jesús si desconoce cómo Él actuaba y hablaba? No tendría ningún modelo por delante que seguir; no tendría ningún Maestro que le enseñe.En la segunda sección de su discurso Pablo habla de su condición espiritual al emprender este viaje.
22. “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer”
Aquí podemos ver la profundidad de su entrega a Dios, pues él va a donde no le conviene ir, va a entregarse a pesar suyo en manos de sus enemigos (4). Pero él va “ligado (o encadenado) en espíritu”, como si dijéramos, espiritualmente prisionero de una obligación superior que le es impuesta, y que no puede eludir…
23. “salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones.”
Esto es, no obstante la firmeza de su decisión, él está siendo advertido en todas las ciudades por donde pasa, y por boca de los profetas que hay en las congregaciones locales que lo acogen, que en Jerusalén le esperan grandes pruebas, incluyendo la de ser apresado (5). Es decir, antes de que sus enemigos lo tomen prisionero, él ya lo estaba en espíritu.
¿Qué cadenas son más fuertes, las espirituales o las materiales? Para los que viven no en función de las cosas de la tierra, sino en función de las de arriba (Col 3:1-3), las primeras pueden ser más imperiosas, y son cadenas que producen gozo. Pero no sólo para ellos, también para los que viven encadenados al pecado, o a algún vicio, las ligaduras espirituales que los atan pueden ser muchas más poderosas que las materiales, pero son amargas.
24. “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.”
Pablo afirma que él no hace caso de ninguna de esas advertencias bien intencionadas. Tal como Jesús cuando afirmó su rostro para ir a Jerusalén sabiendo que iba para morir en cumplimiento de la misión que le trajo a la tierra (Lc 9:51), Pablo es conciente de que él va a Jerusalén cumpliendo el destino que Dios le ha fijado y que él conocía hace tiempo: ser derramado como libación al servicio de la fe que le ha sido encomendada. (Flp 2:17).
Él no rehúye ese destino sino, al contrario, lo asume con gozo, pues ése es el propósito de su vida (1Ts 3:3). Él lo ha dicho anteriormente: “pues si vivimos, para Dios vivimos; y si morimos, para el Señor morimos, porque sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.” (Rm 14:8).
Esta es una declaración de fe respecto del propósito de la vida de todo cristiano, y que cada uno de nosotros debe hacer suya. Porque ¿para qué cosa, es decir, con qué fin, o para quién vivimos? ¿Para cumplir nuestras propias metas, o para cumplir las de Dios? ¿Para satisfacer nuestras ambiciones personales, o para agradar a Dios? Es cierto que a veces –y es lo deseable- asumimos los objetivos y propósitos de Dios con el entusiasmo de quienes persiguen sus propios objetivos personales porque son coincidentes. Pero nadie puede afirmar que actúa en espíritu de esa manera si no está dispuesto a renunciar a sus designios egoístas y, como aconsejó Jesús al joven rico, está también dispuesto a vender todo lo que tiene y dárselo a los pobres como condición para ser su discípulo (Lc 18:22). Es decir, si no está dispuesto a desprenderse realmente de todo para seguir a Cristo.
Esta disposición interior es la que da la medida de nuestra entrega al Señor. La mayoría en verdad, si hemos de ser sinceros, vivimos tratando de llegar a un compromiso entre nuestras metas personales y las que Dios nos propone. Oscilamos entre desprendimiento y egoísmo, consolándonos con la idea de que no a todos exige Dios un sacrificio supremo.
Pero como bien sabía Pablo, y ése era el motivo de su gozo, la gloria de nuestra recompensa depende del costo que asumamos al servir a Dios. Cuanto más doy ahora de mí mismo a Dios, más recibiré algún día en pago. Jesús lo expresó en otros términos en una frase que también puede aplicarse a esta situación cuando dijo: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.” (Jn 12:25) (6)
Notas: 1. Este discurso es muy distinto de los discursos pronunciados por Pablo en Pisidia, Listra y Atenas, que estaban dirigidos a auditorios judíos o paganos (Hch 13:16ss; 14:15ss; y 17:22ss, respectivamente) mientras que el de Mileto es el único que está dirigido a un auditorio cristiano.
2. Pablo, llamado “el apóstol a los gentiles” reitera aquí, sin embargo, que su tarea evangelizadora está dirigida en primer lugar a los de su nación (Véase Hch 18:4,5; 19:10), por amor de los cuales él dice en otro lugar, que está dispuesto a ser anatema, es decir, a ser separado de Cristo, si fuera posible (Rm 9:3).
3. Poco antes de este episodio sí había habido un complot de los judíos de Asia en su contra cuando, estando en Corinto, él se preparaba para embarcarse para Siria (Hch 20:3. Véase “Viaje de Pablo a Macedonia y Grecia” #739). No es improbable que ellos le reprocharan haber excitado a los habitantes de Éfeso en su contra al predicar contra la idolatría. Los judíos preferían mantener un perfil bajo. Es posible, sin embargo, que su encono procediera simplemente del hecho de que él hubiera renunciado a la religión de sus mayores abrazando el cristianismo que él antes perseguía.
4. Ya en Rm 15:30,31 él había pedido a los destinatarios de esa epístola que oren “para que sea librado de los rebeldes que están en Judea”.
5. Véase, por ejemplo, Hch 21:4,10,11, a su paso por Tiro y Cesarea.
6. En los siguientes pasajes de sus epístolas Pablo expresa el carácter absoluto de su entrega a Cristo: 2Cor 4:7-12; 6:4-10; 12:9,10; Flp 1:20; 2:17; 3:8-11; Col 1:24.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#741 (26.08.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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