viernes, 28 de octubre de 2011

LA BREVEDAD DE LA EXISTENCIA II

Por José Belaunde M.

UN COMENTARIO DE JOB 14:13-22

13. “¡Oh, quién me diera que me escondieses en el Seol, que me encubrieses hasta apaciguarse tu ira, que me pusieses plazo, y de mí te acordaras!”
En la desesperación que le produce el triste estado en que se encuentra, Job desea la muerte, (esto es, descender al Seol) o, por lo menos, una muerte transitoria, o un estado de inconciencia que se le parezca, durante el tiempo en que dure la ira de Dios contra él, si tal cosa fuese posible.
Él atribuye su condición a un castigo –a su juicio inmerecido- que Dios le inflinge, y que, como toda cárcel, es limitado en el tiempo. Él no piensa en la posibilidad de que Dios esté poniendo a prueba su paciencia y su fidelidad, como Satanás incitó a Dios que hiciera al comienzo del poema (Jb 1:7-12).
Pero ¿no son para nosotros muchas veces las difíciles circunstancias por las que pasamos simplemente una prueba de nuestra paciencia y constancia a la que Dios nos somete por un poco de tiempo? San Pedro lo expresa claramente en su primera epístola cuando escribe: “para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo.” (1 P 1:7).
Muchos tienden a pensar que las dificultades por las que atraviesan son un castigo que Dios les manda por sus faltas. Olvidan que con frecuencia nuestros problemas surgen simplemente como consecuencia natural de nuestra conducta errada. El hombre cosecha lo que siembra. Si sembró mala semilla, cosechará mala hierba.
Es cierto también, como dice la Escritura, que Dios considera a veces necesario disciplinar al hombre, como el padre disciplina a su hijo. Pero Hebreos mismo dice que aunque la disciplina cause tristeza momentánea, al final “da fruto apacible de justicia.” (Hb 12:5-11).
En el caso de Job, como se lee al final del libro, ese fruto fue una gran recompensa, pues él recibió multiplicados los bienes que temporalmente había perdido (42:10-17). Pero más que ningún otro premio le valió el ver a Dios con sus propios ojos (42:5). Algo semejante ocurre con nosotros que, cuando somos probados, al final salimos ganando, y algún día, como Job, veremos a Dios cara a cara.

14ª. “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?”
Como ha mencionado el deseo de morir transitoriamente, o de que Dios le permita esconderse temporalmente en el Seol mientras esté airado con él, Job se pregunta a sí mismo: ¿Puede el hombre volver a vivir si ha muerto? La respuesta implícita a su pregunta es negativa, porque una vez muerto el hombre, no vive una segunda vez. (Nota).
Pero el solo hecho de que se haga esa pregunta expresa el deseo profundo de su alma de revivir algún día cuando le toque despedirse de este mundo. Y ése era, y es, el deseo de la mayoría de los seres humanos: que la muerte no sea el final definitivo de su existencia, sino que haya un futuro más allá de su vida física.

14b, 15. “Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi liberación. Entonces llamarás, y yo te responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos.”
Como ha descartado la posibilidad deseada de morir temporalmente –o de estar inconciente un tiempo como en un trance- a Job no le queda sino esperar hasta que Dios se apiade de él y lo libere de su miseria presente. Él no descarta que eso pueda ocurrir; más bien está seguro de que ocurrirá, porque añade: “Entonces llamarás, y yo responderé…”.
¿Por qué dice eso? Porque ahora aunque él clame a Dios, Dios no le responde. Pero cuando venga la liberación de su condición actual de enfermedad y miseria, será Dios quien le hable, y él quien sumisamente le responda, porque entonces Dios mostrará afecto por el ser que sus manos hicieron y formaron (Jb 10:8-11; cf Sal 119:73).
Job expresa sin ambages su convicción, que formaba parte de su fe, de que Dios es el Creador de la vida individual, de que Dios forma individualmente cada cuerpo humano que nace, como lo expresa tan bellamente el salmo 139: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre.” (vers. 13). La vida humana no es un fenómeno ciego fruto del azar que se genera por actos humanos casuales, sino que Él interviene como Creador en la concepción de cada vida humana. No hay vida si Dios no provee su aliento. ¡Qué seguridad y qué confianza proporciona al hombre saber que él es un ser creado individualmente por Dios, y no fruto del azar! ¡Qué hay un Dios que lo llamó a la vida y que vela sobre él, y sin el cual ninguna existencia es posible!

16. “Pero ahora me cuentas los pasos y no das tregua a mi pecado.”
Sin embargo, Job se queja de que Dios lo vigile constantemente (así interpreta él en su dolor la forma como Dios lo cuida), al punto de que cuente cada paso que da, como haría un carcelero a quien han encomendado vigilar a un delincuente peligroso.
Es como si dijera: me pides cuenta de cada cosa que hago, de cada palabra que pronuncio, de cada pensamiento que alberga mi mente. En efecto, en cierto sentido tiene razón Job porque, como dice David, apenas vamos a pronunciar una palabra, antes de que se emita ya Dios la sabe toda (Sal 139:4). Nuestra alma y nuestro ser son transparentes para Él. Pero Dios no asume esa actitud como un juez severo que está siempre al acecho dispuesto a castigar la menor falta del hombre, como equivocadamente piensa Job (“no das tregua a mi pecado”), sino que, como un Padre amoroso que tiene cuidado de sus hijos, Él vigila todos sus pasos.
Jesús dijo que si no cae al suelo sin que Dios lo sepa un pajarillo de esos que se venden por unos centavos en el mercado, ¿cómo no va a cuidar de nosotros que valemos mucho más que un pajarillo? (Mt. 10:29). Dijo además que aun los cabellos de nuestra cabeza, con ser tantos, están contados (Mt 10:30).
El salmo 121:4 dice que el que guarda a Israel (y a todos los hombres) no se duerme ni dormita, como hacen a veces los vigías cuando les vence el sueño, porque Él nunca se cansa.

17. “Tienes sellada en saco mi prevaricación, y tienes cosida mi iniquidad.”
Como Job ha reconocido que es imposible para el hombre justificarse ante Dios (9:2), sumido en su aflicción y en su sentimiento de culpa, él se siente acosado por la memoria de sus pecados pasados, y piensa que Dios los tiene todos ellos cosidos a su cuerpo enfermo como un saco de cilicio que lo atormenta. Él ignora que un día ocurrirá más bien lo contrario, que el Hijo de Dios mismo, en su locura de amor por el hombre, llevará para redimirlo todos sus pecados y los nuestros en su cuerpo clavado sobre un madero, y que por las llagas que cubrieron enteramente su cuerpo nuestras heridas serán sanadas (1P 2:24).
El misterio de nuestra redención no le había sido revelado y por eso él se desespera pensando que ni aun el arrepentimiento lo librará del castigo. ¡Cuánto ignora él de Dios y de su misericordia! Pero notemos que aunque se queje, él no reniega de Dios sino mantiene su integridad, contra lo que el diablo esperaba, y su mujer insensatamente le aconseja: “¿Aun mantienes tu integridad? Maldice a Dios y muérete.” (Jb 2:9). ¡Cuán frustrado debe haberse sentido Satanás, el acusador, que creía que Job era fiel a Dios sólo en la prosperidad porque le convenía, pero que no lo sería en la desventura! (Jb 1:8-11).
Aunque Job ignoraba muchas cosas acerca del amor de Dios ¡qué ejemplo nos da él de perseverancia, a nosotros que hemos recibido la gracia de la redención, pero que a veces nos desesperamos cuando las cosas no nos salen como quisiéramos!

18, 19. “Ciertamente el monte que cae se deshace, y las peñas son removidas de su lugar; las piedras se desgastan con el agua impetuosa, que se lleva el polvo de la tierra; de igual manera haces tú perecer la esperanza del hombre.”
Job debe referirse aquí a algún fenómeno de la naturaleza que él puede haber contemplado, o del que ha oído hablar: un monte que se desmorona como consecuencia de un gran terremoto, o de un deslizamiento de tierras producido por grandes lluvias, como está sucediendo en nuestros días en algunos países tropicales.
Que las pesadas rocas puedan ser removidas de su lugar no es algo que suceda frecuentemente, y no suele ocurrir por mano humana. Pero lo que Job tiene en mente con estas imágenes, que son símbolos de estabilidad aparente, es mostrar cómo lo que parece permanente, puede mudarse y desaparecer.
A esas imágenes añade Job la de las piedras del lecho de los ríos impetuosos que, al ser arrastradas por la corriente, se desgastan. En efecto, las piedras que suele haber en el cauce de los ríos son lo que llamamos “cantos rodados”, de contornos redondos y sin aristas.
“…que se lleva el polvo de la tierra.” Algunos traducen: “que se lleva las cosas que crecen del polvo de la tierra”, esto es, las plantas que parecen firmemente enraizadas en ella.
Las imágenes que él evoca son figuras de la impermanencia del hombre que perece, y con él su esperanza; esto es, su esperanza de prolongar su vida y alcanzar la felicidad. Este es un pensamiento que también figura en Proverbios (“Cuando muere el hombre impío perece su esperanza…”, 11:7), lo que muestra que la muerte y sus consecuencias eran una preocupación de la gente de entonces, como lo ha sido en todos los tiempos. Aunque algunos puedan alcanzar largas vidas, la muerte súbita, inesperada, sea por enfermedad o accidente, o en la guerra, es una realidad constante a la que todos estamos expuestos. En nuestros días, gracias al progreso de la medicina, es cierto, la esperanza de vida ha aumentado, y muchas enfermedades antes mortales tienen cura, pero aunque el promedio de vida haya aumentado, y hoy la longevidad sea más común, la muerte sigue siendo un fenómeno ineludible, pues todos, tarde o temprano, seremos llevados a la tumba, y nos tendremos que despedir de nuestros afectos humanos y de las cosas que atesoramos. Por eso puede Job decir:

20. “Para siempre serás más fuerte que él, y él se va; demudarás su rostro, y le despedirás.”
Dios es eterno, inconmovible; el hombre, no. El hombre perece y al cabo de algunos años, o décadas, su memoria se esfuma; nadie se acuerda de él y de lo que hizo, salvo que lo que hiciera fuera muy importante y alcanzara notoriedad. De ahí que en la antigüedad pagana los hombres trataban de alcanzar la inmortalidad en el recuerdo de sus semejantes haciendo alguna hazaña que fuera siempre recordada. Hoy mismo en la historia de nuestro país, por ejemplo, hay personajes que siempre recordamos por alguna gesta heroica o alguna labor memorable. Pero son una pequeñísima minoría. De la mayoría el único recuerdo que perdura es su nombre en la lápida de algún cementerio.
Eso es lo que somos, polvo que retorna a su origen, y Job muy oportunamente nos lo recuerda. Nos recuerda también cómo, al final de sus años, el cuerpo del hombre inevitablemente decae, su rostro se demuda por la enfermedad, su belleza se marchita, y la sonrisa se aleja de sus labios a medida que su vida se inclina al sepulcro.

Cuando sus restos yazcan bajo tierra, dice Job con acierto:
21. “Sus hijos tendrán honores, pero él no lo sabrá; o serán humillados, y no entenderá de ello”.
Una vez muerto el hombre, la vida sigue su curso; sus hijos e hijas, si los tuvo, prosiguen sus actividades. Llorarán un tiempo al difunto y harán luto por él o ella en la medida que lo amaron y fueron a su vez amados. Pero su recuerdo con el tiempo se desvanece.
Los padres en el sepulcro no se enteran de si les va bien o mal a sus hijos; no se enteran de si reciben honores y son premiados por sus logros, o si son humillados o castigados por sus fracasos. Los descendientes de su linaje aumentarán, pero ellos no conocerán su rostro; no retozarán con sus nietos y bisnietos, ni los cargarán en sus brazos. No por eso, sin embargo, serán olvidados por Dios.
La vida en la tierra prosigue su curso, pero ellos no toman parte en ella; como corredores o caminantes cansados quedaron al borde del camino y nadie se ocupa ni se acuerda de ellos. Otros cruzarán airosos la meta y recibirán el premio, pero ellos quedaron fuera de carrera.

22. “Mas su carne sobre él se dolerá, y se entristecerá en él su alma.”
En la perspectiva de Job, que no conoce la inmortalidad y cree que todo termina en la tumba, los últimos años del hombre son tanto más penosos cuanto mayores sean las aflicciones de su carne acosada por los achaques y las enfermedades, y cuanto mayor sea la tristeza con que la soledad y la ingratitud de los suyos lo aflija.
Y en verdad, si el hombre no tiene a Dios consigo, si en su alma no brilla la esperanza de una vida mejor más allá de la tumba, si no tiene la certeza de que se encontrará con su Creador cuando deje este mundo, morir es la más triste de las tragedias, una tragedia sin remedio, porque nada de lo gozado o sufrido podrá llevarse consigo, ni tampoco tiene, según cree, a dónde llevarlo.

Nota: Es cierto que más adelante en el poema Job expresa su fe en la resurrección (Jb 19:25-27).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#697 (16.10.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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