jueves, 30 de septiembre de 2010

NEHEMÍAS, HOMBRE DE FE Y ACCIÓN

Por José Belaunde M.
El presente artículo fue publicado en enero de 2002 en una edición limitada. Dado el gran interés que presenta este personaje, se pone nuevamente a disposición de los lectores, revisado y ampliado.

El primer capítulo del libro de Nehemías contiene en cápsula toda una enseñanza acerca de cómo debe obrar el creyente frente a los retos del mundo en el que vive.
Nehemías era un hombre a quien Dios había colocado en una situación eminente en la corte del emperador persa. Lo había colocado allí con un propósito. No para que él se gloriara en su encumbramiento, sino para que le sirviese. Nehemías debe haber llegado en algún momento de su carrera a la conciencia de que él desempeñaba un papel en los planes de Dios para su pueblo.

Los hombres que llegan a tener una posición encumbrada en el mundo, o en la iglesia, no son concientes de que la situación privilegiada de que gozan es algo que Dios les ha dado, no para sí mismos, para usarlo en su propio beneficio, o para explotar al prójimo, sino para ponerlo a disposición de los propósitos de Dios (Nota 1).

Esas posiciones son como los talentos que el personaje de la parábola dio a sus siervos para que negociaran con ellos para beneficio de su señor (Mt 25:14-30). Pero por lo común las personas importantes negocian con los talentos para su propio beneficio, para enriquecerse, para la lujuria del poder, para su propia gloria. Algún día Dios les pedirá severa cuenta del uso que hicieron de esos talentos, porque "a quien mucho se da mucho se demanda" (Lc 12:48. Véase también toda la parábola, v. 41-49). El castigo de los que los usaron para sí será peor que el que recibió el mal siervo que enterró su talento (2).

Veamos qué hace Nehemías en este capítulo:

1. Él escucha: “Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas al fuego.” (Vers. 3). El hecho de ser un dignatario de uno de los más grandes imperios de la tierra no lo movió a renegar de su origen. Puesto que él había sido admitido a formar parte de la elite gobernante, quizá le hubiera convenido desvincularse y desentenderse de ese pueblo conquistado y humillado que era el judío. Quizá no le convenía recibir en su palacio a esos hombres que vendrían posiblemente andrajosos, o por lo menos pobremente vestidos, y cansados por el largo viaje. Su mal aspecto quizá lo avergonzaría. Podría haber permanecido indiferente y sordo al dolor y frustración de los viajeros, como suelen hacer las personas que gozan de todo en la vida. Pero él los recibe de buena gana porque se solidariza con ellos y desea ansiosamente tener noticias acerca de los que quedaron en su tierra y de cómo está la ciudad santa, Jerusalén (vers. 2)

El vers. 3 resume en pocas palabras el relato seguramente largo que le hicieron los viajeros, y que debe haber sido minucioso y lleno de detalles conmovedores sobre la desolación y humillación que había sobrevenido a Israel.

2. Él siente una carga: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Señor de los cielos.” (vers. 4). Al oír su narración él podría haberse encogido de hombros y haber contestado por cortesía: 'Sí pues, qué triste es lo que me cuentan. ¡Qué le vamos a hacer! No podemos hacer nada contra la fatalidad. Hay que resignarse', como suele ser la manera como a veces manifestamos en el fondo nuestra indiferencia frente al dolor ajeno, disfrazándola de compasión.

Después de todo a él no le afectaba en nada materialmente lo que ocurría en Jerusalén. Él gozaba del favor del soberano y tenía una posición sólida. Nada de lo que sucediera a cientos de kilómetros de distancia podría influír negativamente en lo más mínimo en su situación. Él era un súbdito del imperio persa; un descendiente de inmigrantes ya perfectamente adaptado a su nueva patria. Posiblemente tanto él como su padre habrían nacido en el exilio.

Pero él se conmueve hasta lo más profundo de sus entrañas, hace duelo y llora sentado en el suelo. Antes que persa él se sentía miembro del pueblo elegido, así como nosotros antes que ciudadanos de tal o cual país, somos ciudadanos del reino de los cielos.
(3)

3. No contento con llorar y hacer duelo él intercede por su pueblo: “Y dije: Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos;” (vers. 5, 6a). Al ponerse a orar él empieza a llevar a cabo (quizá todavía inconcientemente) el propósito por el cual Dios lo ha puesto en ese lugar encumbrado. Todo propósito de Dios que se realiza a través de sus siervos comienza por la intercesión. Cuando Nehemías empezó a orar él no era seguramente todavía conciente de los planes de Dios, pero a medida que oraba Dios se los fue revelando. Orando nos comunicamos con Él y abrimos nuestros oídos para escuchar su voz.

4. Él confiesa los pecados de su pueblo: “Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido. contra ti, y no hemos guardado los estatutos, mandamientos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.” ( vers. 6b,7). Él reconoce que las desgracias que sobrevinieron a Israel no eran consecuencias de un descuido de Dios, o manifestación de su crueldad, sino que eran consecuencia inevitable, anticipada por Dios, de los pecados cometidos por su pueblo y de su endurecimiento frente a las muchas advertencias que Dios les había hecho por boca de sus profetas, en especial de Jeremías. Él no trata de excusar a su pueblo ni a su propio linaje.

5. Él le recuerda a Dios las promesas que hizo a Moisés y a sus otros siervos, de que si bien Él no dejaría de castigarlos si le eran infieles (Lv 21:33), si se arrepentían y se volvían a Él, humillándose, Él los recogería de donde quiera que estuviesen y los restauraría en su tierra (Dt 30:1-5). “Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos; pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al ugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre.” (v. 8,9).

En el vers. 10 Nehemías le recuerda también a Dios que este es el pueblo que Él sacó con mano poderosa de Egipto para realizar con ellos su plan de redención. Es como si le dijera a Dios: 'No porque te hayamos fallado tú vas a dejar tus proyectos de lado. Tú eres demasiado grande para eso'.

6. Él concibe un plan. Las palabras: "concede ahora buen éxito a tu pueblo..." del vers. 11 nos dan a entender que, a medida que Nehemías oraba, Dios le fue mostrando qué es lo que Él quería que hiciera: reconstruir los muros de Jerusalén. La última frase nos da la clave de la misión específica de Nehemías: "Porque yo servía de copero al rey". Es decir, como él era uno de los funcionarios más cercanos al soberano y gozaba de su confianza, estaba en posición de poder hablarle sin intermediarios y obtener de él el apoyo necesario para llevar a cabo los proyectos de Dios (4).

Dios nos bendice de muchas maneras a lo largo de nuestras vidas, pero no lo hace solamente porque nos ama y para nuestro solo bien. Lo hace porque Él desea que usemos sus beneficios para sus propósitos y para el bien de su pueblo.

7. Por último Nehemías ora por el éxito del plan que ha concebido escuchando la voz de Dios. (Vers. 11). Nehemías es un hombre de acción. Él se propone poner su plan por obra de inmediato y le pide a a Dios que lo ayude. No se atarda, no le pide a Dios una señal que se lo confirme. Dios ha hablado y él se apresta a obedecer de inmediato. Pero no emprende el proyecto confiando en sus propias fuerzas sino en la ayuda que Dios no dejará de darle.

Notemos que el texto no dice que Dios le hubiera hablado con palabras audibles, como hablaba a los profetas. Él sintió posiblemente un mover en su corazón, un deseo de hacer algo por Jerusalén, junto con la convicción de que ese deseo venía de Dios, tal como nos suele hablar a la mayoría. Y enseguida él mismo ideó un plan para llevar a cabo ese proyecto de acuerdo a los medios que el Señor había puesto en sus manos.

¡Cuántos planes de Dios se han frustrado porque nosotros hemos sido remolones en llevar a cabo sus proyectos o porque hemos dudado de que era Él quien los inspiraba! Si Nehemías se hubiera quedado rumiando los pros y los contras del plan que había concebido no habría en la Biblia un libro que llevara su nombre.
La ocasión habría pasado y Dios hubiera tenido que buscarse otro hombre para llevar a cabo su proyecto. ¡Cuántas veces habrá ocurrido eso en la historia! Quizá nosotros mismos alguna vez, por falta de fe o de decisión, no hemos hecho lo que Dios quería, le hemos fallado, y Él ha tenido que buscarse a otro más obediente que cumpla sus planes.

Notemos también que Nehemías era conciente de que él no era el único que oraba por Jerusalén. Él sabe que otros oran también y que él cuenta con su apoyo. Él no se cree el centro de la acción o el único. Sabe que Dios obra a través de unos y de otros, y nosotros las más de las veces no estamos ni enterados de todo lo que Dios pone en movimiento.

Veamos también algo de lo que hace Nehemías en el siguiente capítulo: Tan pronto como se presenta una ocasión favorable para que él pueda manifestar al rey sus preocupaciones (5), Nehemías, hace una rápida oración antes de hablar,para que Dios le inspire (2:4). Ese debería ser nuestro proceder cada vez que enfrentamos situaciones inesperadas, o comprometidas, de mucha responsabilidad, en que debamos decir algo: pedirle a Dios que ponga sus palabras en nuestra boca.

Entonces Nehemías le presenta al rey su petición en detalle (2:5-8). El plan que él propone estipula un tiempo estimado para su culminación. Cuando vamos a llevar a cabo algún plan u obra cualquiera es bueno que nos fijemos una fecha límite para cumplirlo.

A continuación Nehemías anota que el rey le concedió lo que le pedía "porque la mano bondadosa de Dios estaba sobre mí". En todo lo que nosotros hagamos cuidemos de que la mano de Dios esté sobre nuestros proyectos y nuestras obras. Si lo está, el éxito está asegurado. Pero ¿cómo asegurarnos de que su mano está con nosotros? Consagrándole nuestras vidas y buscando hacer en todo su voluntad.

Cuando Nehemías llegó a Jerusalén con la compañía de hombres que el rey había puesto a su disposición, dejó pasar tres días antes de emprender nada (seguramente informándose y evaluando la situación). Y añade que no informó a nadie de lo que Dios había puesto en su corazón hacer por Jerusalén (v. 12). Los propósitos de Dios no deben ser confiados a nadie a quien no sea indispensable hablar, hasta que llegue el momento de ponerlos por obra.

Salió de noche a inspeccionar la ciudad para que sus movimientos no fueran conocidos, y sólo cuando tuvo una idea cabal de lo que se debía hacer concretamente, le habló a la gente (v. 17). Las ideas, los proyectos, los planes que Dios bendice maduran en silencio; no se publican a los cuatro vientos. ¡Cuán cierto es que lo que se anuncia antes de tiempo como ya logrado casi nunca se lleva a cabo o no culmina! ¡Cuántas cosas se anuncian como profecía que no son sino pura presunción! (6)

Pablo escribió: "...las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron..." (Rm 15:4). En este libro se narran muchas cosas que ocurrieron en el pasado y que han quedado registradas para nuestra edificación; para que nosotros, estudiándolas, encontremos en ellas un estímulo y un ejemplo. Démosle gracias a Dios de que Él haya cuidado de que estas cosas lleguen hasta nosotros y nos sirvan de enseñanza. (5.01.02)

Notas:
(1) Lo dicho se aplica no sólo a los creyentes sino también a todos los seres humanos porque son criaturas suyas y dependen de Él, pero con mayor motivo a los cristianos.

(2) Recuérdese que en tiempos de Jesús el talento era una medida de peso usada para metales preciosas y, por tanto, representaba un gran valor monetario. Como consecuencia de la parábola la palabra adquirió el sentido que tiene hoy día de don intelectual, habilidad, destreza.

(3) Es interesante comparar la forma cómo Nehemías reacciona al triste relato que le hacen sus compatriotas del lamentable estado en que se encuentran las murallas de Jerusalén, con la forma como reacciona cuando las ve con sus propios ojos. En el primer caso llora desconsolado, en el segundo se enardece y decide actuar para repararlas (Nh 3:11-16).

(4) El copero desempeñaba una posición de alta responsabilidad en las cortes orientales de la antigüedad. Él era el encargado de velar porque el vino que bebía el rey no hubiera sido envenenado (como ocurría de vez en cuando en una época en que las conspiraciones palaciegas eran frecuentes). Como prueba de que su soberano podía beber el vino sin temor el copero lo bebía antes servirlo al rey. Como consecuencia su cercanía al rey el copero solía ejercer gran influencia en el gobierno.

(5) Nótese, sin embargo, que entre el mes de Quisleu (Nov/Dic) del comienzo y el mes en que ocurre esta escena, el de Nisán (Marz/Abr), han pasado cuatro meses. ¿Por qué demoró tanto tiempo Nehemías en hablarle a Artajerjes? Quizá no se le presentó antes una ocasión propicia, o estaba madurando su proyecto.

(6) Cuidemos de no convertir nuestras fantasías, o nuestras ambiciones, en profecías solemnes cuando Dios no nos ha hablado. Dios no pasará por alto nuestra presunción (Jr 23:31; Dt 18:20-22). ¿Cuántas de esas profecías vanas que hemos oído se cumplieron en los hechos? Si no se cumplieron es señal de que Dios no las respaldaba. Sin embargo, siempre estamos a la escucha expectante de palabras bonitas que nos halaguen (Jr 8:11,15).
Hay también profecías mundanas. Como cuando las autoridades anuncian que "desde ahora en adelante no volverá a ocurrir tal o cual situación enojosa", o "que tal problema ha sido definitivamente resuelto". Todo porque, con la mejor intención del mundo, han dictado una ley o tomado algunas medidas. Como si dictando leyes o adoptando medidas se solucionaran todos los problemas, aun los más complejos y enraizados; como si la realidad pudiera modificarse por decreto.

#400 (18.12.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.

jueves, 23 de septiembre de 2010

¡AH VOSOTROS, LOS SEDIENTOS!

Por José Belaunde M.
Un Comentario de Isaías 55:1-5
Yo prefiero usar como texto la versión que confeccioné yo mismo años atrás para memorizar este capítulo, la cual difiere ligeramente de la versión Reina Valera 60.
1. “¡Ah vosotros, los sedientos! Venid a las aguas, y los que no tenéis dinero, venid comprad y comed sin dinero y sin precios, vino y leche.” (Nota1)
“A vosotros los sedientos” ¿Quiénes son los sedientos? La sed, cuando se está privado de agua durante largo tiempo, según cuentan los que la han padecido, es una de las torturas mayores que pueda sufrir el ser humano. El organismo entero clama por el elemento que, según la biología, constituye la mayor parte del peso del organismo humano y sin el cual no puede funcionar. Antes se muere uno de sed que de hambre.
Siendo el Cercano Oriente una región en gran parte desértica, y donde el agua escasea, es natural que el profeta use la sed como metáfora para expresar una aspiración o necesidad espiritual. Porque aquí él no habla de una sed física, sino que ésta es usada como símbolo de una sed de otro orden, más profunda. (2)
Jesús dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5:6), es decir, lo que aspiran intensamente a una vida y conducta diferentes, a una vida de rectitud, que es lo que la palabra griega dikaosuné, quiere decir propiamente.
El llamado es dirigido a todas los hombres y mujeres sin distinción, sean judíos o gentiles, cuya sed no puede ser satisfecha por las comodidades y deleites del mundo porque han hallado que, a la postre, los mayores placeres “son vanidad de vanidades y aflicción de espíritu.” (Ecl 1:14)
Hay personas que tienen una necesidad profundamente sentida de reconocimiento, porque todos los ignoran; o de amor, porque nunca lo recibieron; o de conocimiento, porque su inteligencia lo reclama; o de libertad, porque viven encadenados a los vicios, etc., etc. ¡Tantas necesidades humanas reales insatisfechas! A todos ellos Dios se dirige por medio del profeta: “Venid a las aguas”; venid a la “fuente del agua de la vida” (Ap 21:6), en donde todos esos vacíos, todas esas carencias, todas esas necesidades insatisfechas pueden ser colmadas.
El agua representa aquí aquello que satisface toda necesidad real, sea la que fuere. ¿Por qué el agua? Porque el agua es precisamente esa sustancia, ese elemento que vivifica lo que se está muriendo, que devuelve su lozanía a lo que se marchita. Echad un poco de agua en una maceta, donde una flor o una planta languidece, y enseguida revive y se endereza; regad agua en una tierra árida, y pronto se cubre de verde. El agua en verdad da vida. Por eso es que Jesús la emplea como símbolo del Espíritu Santo, y de la vida que Él infunde: “De su interior correrán ríos de agua viva”, es decir, del interior de la persona que está llena de Él surgirá un agua no estancada sino fresca (Jn 7:38).
¿Dónde está esa fuente de agua viva que satisface todas las sedes? “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” dijo Jesús (Jn 7:37). A la samaritana, que había ido a buscar agua al pozo de Jacob para llenar su cántaro, le hizo ver la diferencia entre el agua que calma la sed momentáneamente, y un agua diferente que calma una sed de otro orden, de modo que quien la beba no vuelva a tener sed jamás (Jn 4:14). ¿Qué cosa puede ser esa agua que calma toda sed sino Él mismo?
El salmista expresó muy bien la sed de Dios que siente el alma humana: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”. (Sal 42:1)
Más que de toda otra cosa el alma humana tiene sed de su Creador, de Aquel que es el origen y soporte de su existencia. Todas las otras cosas con las que el hombre satisface sus diversas hambres no lo llenan realmente. Por eso pregunta el profeta enseguida: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan y vuestro trabajo en lo que no sacia?” ¿Es decir, en aquellas cosas que no pueden calmar su hambre interna? Pero lo pregunta también porque el acceso a esas aguas que él ofrece es gratuito; no sólo no se tiene que pagar por ellas, sino que, aunque se quisiera, no se podrían comprar con dinero, ni con ningún bien material. Más bien, los bienes materiales y las riquezas son un obstáculo para acceder a ellas, porque distraen nuestra atención. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dijo Jesús, porque amaréis a uno y aborreceréis al otro, y viceversa. (Mt 6:24).
Entre los bienes materiales y los espirituales hay una guerra permanente. De ahí también que Jesús le dijera al joven rico que quería seguirlo: “Vende todo lo que tienes” (Mr 10:21). Sólo podemos poseerlos sin que sean un obstáculo, como dice Pablo, teniéndolos como si no los poseyéramos, es decir, desasido nuestro corazón de ellos (1Cor 7:30c); en otras palabras, con desprendimiento.
Pero no sólo es agua lo que Dios gratuita y generosamente nos ofrece, sino también vino y leche. ¿Qué es el vino en un sentido espiritual? La sabiduría, según Proverbios, ofrece a todos los que lo quieran, el vino que ha mezclado (Pr 9:5). También dice Efesios: “No os embriaguéis con vino sino sed llenos del Espíritu Santo” (Ef 5:18.). El vino simboliza a la vez a la sabiduría que viene de Dios, y al Espíritu Santo con la abundancia de todos sus dones. ¿Y la leche? San Pedro nos anima a desear “como niños recién nacidos la leche espiritual no adulterada” de la palabra de Dios. (1P 2:2). La leche es el puro elixir materno del conocimiento divino con que se alimenta a los párvulos espirituales (1 Cor 3:2), y que se digiere y asimila sin dificultad, nutriendo todo su ser.
2. “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Escuchadme y comeréis cosa buena y se deleitará vuestra alma con manjares suculentos.”
Aquí se yuxtaponen el alimento material y el alimento espiritual. El alimento material que nutre el cuerpo debe ser comprado con dinero, esto es, con el fruto del trabajo; pero ése no es el pan del alma que sacia el hambre más verdadero y profundo de quien aspira a cosas superiores.
Jesús dijo, citando Dt 8:3:“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4:4). He ahí el pan verdadero: la palabra de Dios que alimenta el espíritu y sacia el alma. La palabra de Dios Padre, que está consignada en el Antiguo Testamento, y la palabra de Dios Hijo, que está registrada en los evangelios.
Esa palabra se come escuchándola, y se reparte gratuitamente a todos los entendidos que quieran oírla. No hay que gastar dinero para oírla; basta escucharla atentamente y azuzar el oído para alimentarse de ella.
Esa palabra ofrece manjares suculentos (3) para el espíritu que desea alimentarse con el trigo que sacia su más profundo anhelo, esto es, conocer íntimamente a Dios. Él se revela a sí mismo en su palabra, y su Espíritu está dispuesto a iluminar el entendimiento de todos los que se le acerquen con la intención recta y pura de saber más de Él y conocerlo.
Pero esta frase de Isaías amonesta también a los que, urgidos por su curiosidad espiritual, y “teniendo comezón de oír” (2Tm 4:3), van en busca de falsos maestros y de vanas enseñanzas, gastando su dinero neciamente y pagando lo que ellos les cobran, porque no las ofrecen gratis. Los que venden ese falso pan descarrían a mucha gente y les hacen sufrir mucho por ese motivo, mientras ellos se enriquecen con el dinero de los incautos. Pero Jesús dijo: “De gracia recibisteis, dad de gracia.” (Mateo 10:8).
Las palabras vacías con que se alimentan los necios no salen de la boca de Dios sino de la boca del maligno. Sus voceros adoptan maneras sutiles y ofrecen una sabiduría engañosamente oculta que halaga la vanidad de los que se dejan seducir por ellos, haciéndoles creer que sólo los iniciados la pueden entender. ¡Ah necios! ¡Cómo se lamentarán el día que caiga el velo de sus ojos! Comieron un pan engañoso que después se volvió cascajo en su boca. (Pr 22:17).
3. “Inclinad vuestro oído y venid a mí; escuchadme y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros un pacto eterno, el de las misericordias firmes hechas a David.”
La expresión “inclinar el oído” significa prestar atención a lo que se dice, escuchar atentamente, y se encuentra con frecuencia en el libro de Proverbios (4:20; 5:1). A través del profeta Dios invita a sus fieles a venir a escuchar lo que Él tiene que decirles. No es un llamado vano, ocioso, sino uno que está unido a una oferta preciosa: Mis palabras harán que vuestra alma viva, que cobre nuevo ánimo y se goce.
Esa oferta supone que los invitados a escucharla están privados de la verdad, y están abatidos y desanimados. Eso es lo que ocurre con frecuencia cuando no se proporciona una guía segura a los pueblos: “mi pueblo perece por falta de conocimiento” (Os 4:6). Pero Proverbios dice también: “La palabra a su tiempo ¡qué buena es!” (15:23).
Las palabras tienen el poder de desanimar o de revivir: “Hay palabras que son como golpes de espada, pero la lengua de los sabios es medicina”. (Pr 12:18).
Las palabras que el profeta ofrece transmitir tienen esta virtud medicinal de hacer revivir el ánimo de los que están desconcertados y abatidos. Esta promesa recuerda las palabras que profiere Isaías en otro capítulo, y que Jesús hace suyas: “El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me envió Jehová a predicar buenas nuevas a los abatidos”. (Is 61:1). En uno u otro caso es el mismo Verbo divino que hace uso de la palabra para reanimar y dar vida.
Pero hay una promesa aún más trascendente. Dios ofrece como recompensa a los que le escuchen atentamente hacer con ellos un pacto eterno. Sabemos que las relaciones de Dios con el pueblo escogido estaban regidas por pactos, esto es, por acuerdos solemnes, inviolables. ¿Qué pacto es este que ahora promete? Es un pacto nuevo, no hecho antes, que reemplazaría al antiguo, -aunque ya había hecho Dios entretanto con David un pacto imperecedero: que no faltaría un descendiente suyo sobre el trono de Israel, el cual permanecería eternamente (2Sam 7:16). Ese pacto se cumplió con la venida del Mesías, que vino a reinar, aunque su reino no fuera de este mundo (Jn 18:36). Él es Rey de reyes y Señor de señores, y está ahora sentado a la diestra de su Padre, y ha de venir nuevamente en la nubes para hacer visible a los hombres su reinado (Mt 26:64).
Pero las misericordias firmes hechas a David apuntan al final de la vida del Ungido prometido, que aunque sería sacrificado en la cruz por los pecados de los hombres, no vería corrupción, porque resucitaría sin dar tiempo a que los gusanos se apoderaran de su cuerpo en la tumba.
Pablo recuerda esa promesa hecha por Isaías cuando predicaba en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, recordando lo que profetiza un salmo acerca del Mesías: “No permitirás que tu santo vea corrupción”. (Hechos 13:33-35; Sal 16:10). Antes que él, Pedro mencionó esta misma profecía en Pentecostés, anunciando al pueblo que se había congregado frente a la casa donde estaban los apóstoles, que Jesús había resucitado (Hch 2:24-32) y no estaba muerto como ellos creían.
El pacto eterno que Isaías promete es pues el “nuevo pacto” anunciado por Jeremías 31, el pacto de la redención en Jesús, el descendiente de David que habría de reinar para siempre, el cual, aunque muriera en el cumplimiento de su misión expiatoria, resucitaría para no volver a morir. Ese pacto incluye también para nosotros la promesa de la resurrección final de los muertos.
4. “He aquí, yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones.”
Lo primero que llama la atención en este versículo es la frase: “yo lo dí”. El que habla es Dios Padre, de quien en otro lugar se dice que “de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito…” (Jn 3:16). El Padre dio a su Hijo unigénito a la humanidad como mediador de nuestra salvación.
Este versículo de Isaías habla en primer lugar del rey David, a quien Dios ungió para que fuera rey, no sólo de Israel sino también de los pueblos que él conquistó y sujetó a su trono. Él fue no solamente un soberano amado por su pueblo y temido por sus enemigos, sino que además, por la devoción que le tenía a Dios, y por los muchos salmos que compuso en alabanza suya, fue testigo del poder y de la misericordia del Creador.
Pero más allá del soberano político, este versículo habla de Aquel que había de venir después para dar testimonio de la verdad (Jn 18:37), y de las obras y palabras de su Padre (Jn 14:10; 18:37), y que había de ser, además, verdadero Jefe y Maestro a los pueblos. Lo primero, porque reinaría a la diestra de la majestad de Dios para siempre; y lo segundo, por las invalorables enseñanzas que nos dejaría, y que sus discípulos recogerían en los evangelios.
Jesús, hijo de David e hijo de Dios, es pues el personaje exaltado al que esta profecía apunta. Nótese que el original hebreo dice: “Yo le di por príncipe y comandante a los pueblos”, palabras que expresan bien la noción del líder soberano que el profeta tiene en mente.
5. “He aquí que llamarás a pueblos que no conoces y pueblos que no te conocen correrán a ti, por amor del Señor y del Santo de Israel que te ha honrado.”
Esta profecía habla del Hijo de David que habría de venir y que, una vez muerto en la cruz y exaltado a la diestra del Padre, vería cómo, en virtud de la predicación de su Evangelio, una multitud de pueblos que Él en vida no conoció, y que nunca antes habían oído hablar de Él, vendrían corriendo a Él para encontrar la salvación que anhelaban, como se dice en otro lugar: “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban” (Is 65:1).
Eso se refiere a todas las multitudes de los pueblos de la tierra, a todos aquellos que, sedientos de verdad, de amor, de consuelo y de esperanza, que vendrían a buscar a Jesús, según profetiza un salmo: “Pídeme y yo te daré por herencia las naciones.” (Sal 2:8a). Jesús es el puerto al cual aspiran amarrar su barca todos aquellos cuya existencia está siendo azotada por los oleajes de la vida, y que están en peligro de ahogarse. Todos ellos encuentran en Jesús la ribera segura en donde pueden echar sus anclas para descansar y ser restaurados.
Notemos que el profeta no dice “vendrán a ti”, sino “correrán a ti”, porque ese verbo describe la celeridad con que los que oyeron predicar el evangelio en Pentecostés creyeron en Jesús y pidieron ser bautizados. (Hechos habla de tres mil, el primer día, y de cinco mil, después, Hch 2:42 y 4:4) Una vez proclamado el Evangelio la iglesia tuvo en los primeros siglos un crecimiento explosivo que asombra a los historiadores, y no ha dejado de tenerlo desde entonces dondequiera que el Evangelio es proclamado en toda su pureza, transformando la vida de pueblos y naciones.
Un abismo en verdad separa la mentalidad de los pueblos cristianos de aquellos en donde el Evangelio ha sido poco difundido. El conocimiento de Cristo, aunque sea imperfecto, cambia la mentalidad de la gente y la vuelve más humana, más compasiva.
No está demás recordar que el concepto de la dignidad humana y de los derechos inherentes de la persona, es una noción cristiana, aunque hoy, en tiempos de apostasía, se pretenda ignorarlo. Es en los países cristianos, y en virtud del Evangelio, en donde surgió la civilización occidental, con razón llamada cristiana, la más avanzada de todas las civilizaciones que han florecido sobre la tierra.
Franz Delitzsch dice que los versículos 4 y 5 están en relación de tipo y antitipo. Es decir, que lo que se prefigura en el v. 4, se realiza en el v. 5. David fue testigo a las naciones no sólo por su papel de conquistador de pueblos, gracias al poder con que Dios lo ungió, sino también por el poder de la poesía de los salmos brotados de su pluma que cantan a Dios. Lo que él proclamó en el himno de acción de gracias que elevó al Señor en una ocasión en que fue librado de sus enemigos, se ha cumplido realmente a través de los siglos en que sus salmos se han cantado y leído: “Yo te confesaré entre las naciones, oh Jehová, y cantaré a tu nombre”. (2Sm 22:50; Sal 18:49, véase también el Sal 57:9).
Pero David dijo también proféticamente en ese cántico de acción de gracias: “Pueblos que no conocía me sirvieron” (Sal 18:43b), lo cual se cumplió cuando él sojuzgó a las naciones vecinas de Israel. Pero esa profecía se ha cumplido en muchísima mayor medida con Jesús, pues hoy puede decirse que del conocimiento de Jesucristo ha sido llenada casi toda la tierra (Is 11:9), y está siendo llenada por completo en nuestros días, como le prometió el Padre a su Hijo: “(Pídeme y yo te daré) por posesión tuya todos los confines de la tierra.” (Sal 2:8b).
Notas: 1. “El agua –dice el comentarista medieval judío, David Kimchi- es una metáfora de la Torá (ley) y de la sabiduría; así como el mundo no puede subsistir sin agua, tampoco puede subsistir sin sabiduría. La Torá es también comparado con el vino y la leche: con el vino porque regocija el corazón, como está escrito: “Los estatutos del Señor son rectos, regocijan el corazón.” (Sal 19:8). Es comparada también con la leche, porque la leche es la subsistencia del niño; así también las palabras de la ley son alimento para el alma que camina en la enseñanza divina y crece bajo la misma.”
2. Según una interpretación frecuente también valiosa, lo que el profeta ofrece aquí es la salvación en Cristo –de la que ha venido hablando en los caps. 53 y 54- a los que están privados de ella. El profeta es un evangelista lleno de compasión por las almas, que es conciente de la situación desesperada en que se encuentran los que carecen de las bendiciones obtenidas por el Siervo de Jehová (Is 53:5). El llamado que hace Isaías es comparado con el que hace Jesús: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré.” (Mt 11:28) Sin embargo, sin descartar la validez de esa interpretación, hay que reconocer que el mensaje del profeta es dirigido en primer lugar a sus contemporáneos deportados y a sus necesidades espirituales.
3. La grasa de los carneros era para los israelitas el más suculento de los manjares.
Consideraciones adicionales: En Babilonia, centro del comercio mundial entonces –dice un comentarista del pasado- el pueblo judío exiliado, antes pastoril y agrícola, adquirió hábitos mercantiles. Era natural que lo hicieran porque ahí no podían poseer grandes extensiones de terreno ni ganado, tal como les ocurrió más tarde en la Europa medieval, en la que, como les estaban proscritas muchas profesiones y oficios, se dedicaron a la banca. Siguiendo el consejo de Jeremías, los exiliados en Babilonia compraron casas y huertas; se casaron y engendraron hijos; encontraron esposas para sus hijos, y esposos para sus hijas (Jr 29:4-7), y llegaron a sentirse como ciudadanos en esa su segunda patria, de cuya prosperidad dependían. Pero las cosas buenas que encontraron en esa tierra extranjera no podían llenarlos plenamente, porque extrañaban su patria verdadera (Sal 137:1-6), tal como nosotros, aunque seamos prósperos en esta vida, no podemos olvidar que nuestra verdadera patria es el cielo (Flp 3:20), y que las cosas que se ven son pasajeras, pero las invisibles son eternas (2Cor 4:18).
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jueves, 9 de septiembre de 2010

HERODES EL GRANDE II

Por José Belaunde M.
Para no alargarnos demasiado en el relato de los crímenes de Herodes el Grande, diremos, resumiendo, que él fue un desalmado cuyo reinado estuvo jalonado por las peores crueldades y hechos de sangre, incluso contra su propia familia. La matanza de los inocentes de Belén es un incidente menor comparado con sus otras maldades. (Nota 1)
Como gobernante él fue un gran organizador, astuto y sin escrúpulos. Conocía a los hombres y sabía cómo usarlos. Era sin duda un líder nato. Se ganó la admiración de los romanos por sus habilidades políticas y por sus cuantiosos aportes económicos, robados mediante impuestos altísimos a su pueblo. En su propio reino él estaba contra todos, y todos estaban contra él, pero no obstante sus muchos enemigos, se mantuvo en el trono durante 34 años, lo que pone en evidencia su enorme capacidad de maniobra. Su enfermedad final le trajo grandes sufrimientos, al punto que intentó sin éxito suicidarse. Pero se volvió cada día más irritable e impaciente.
Estando a punto de morir, y siendo conciente de que el pueblo no lo amaba y no lloraría su muerte, se propuso obligar a la población a que hubiera mucho llanto. Para ello convocó a gran número de los hombres principales de su reino y los reunió en el hipódromo que él había construido, dando orden de que cuando él muriera, los arqueros se apostaran sobre las tribunas y mataran a flechazos a todos los que había convocado. De esa manera se aseguraría que en el país hubiera un gran lamento con ocasión de su muerte. Felizmente, cuando murió su hermana Salomé revocó la funesta orden.
Sin embargo, ¡oh ironía! este mismo Herodes fue quien reconstruyó el templo de Jerusalén, dándole una grandiosidad mayor de la que había tenido el templo de Salomón, y superando su antiguo esplendor. Con frecuencia los constructores de grandes templos han sido grandes impíos. Es que los edificaban para su propia gloria, no para la de Dios, que no habita en templos de construcción humana, y cuyo Hijo escogió como primera morada en la tierra una humilde covacha.
En Juan 2:20 se dice que había tomado 46 años edificar el templo (hasta ese momento), pero en realidad fueron más años, pues la construcción, que comenzó el año 19 AC, terminó sólo el año 63 DC, siete años antes de su destrucción por los romanos, es decir, 82 años en total.
Preguntémonos: ¿Se agradaría Dios de ese gran templo lujoso, con sus piedras recubiertas de oro, agrandado y embellecido por un impío? ¿No representaba más bien ese templo, con sus comerciantes y cambistas (Jn 2:13-17), sus sacerdotes calculadores, intrigantes y serviles frente al poder romano, la intromisión de Satanás en el culto al Dios verdadero? No es sorprendente que sus ministros complotaran contra Jesús, ni que Jesús predijera que de ese templo no quedaría algún día piedra sobre piedra (Lc 21:5,6).
Herodes sembró sus territorios de grandes construcciones, además del templo de Jerusalén. Para no enumerar sino sus obras principales, reconstruyó la fortaleza que estaba en la esquina noroeste del templo, a la que llamó “Torre Antonia”; edificó varias poderosas fortalezas en su territorio, entre ellas la famosa Masada, cerca del Mar Muerto, donde tuvieron su último refugio los zelotes rebeldes después de la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70. Para disgusto de los judíos reconstruyó el templo y la ciudad de Samaria, a la que llamó Sebaste, en honor de Augusto (su nombre en griego); dotó a la torre de Strato en la costa de una gran bahía artificial, convirtiéndola, con el nombre de Cesarea, en el puerto más grande de su reino (que es nombrado varias veces en el Nuevo Testamento y donde estuvieron Pedro y Pablo más de una vez. Los romanos escogieron a Cesarea como capital de la provincia). Pero también construyó Herodes edificios fuera de su reino, en varias ciudades griegas, incluyendo templos a dioses paganos, algo que los fariseos no le perdonaron.
Para esta enorme obra edilicia él contaba con grandes recursos personales, pero también con las fuertes cargas impositivas con que oprimió a su pueblo. Conciente del descontento que esta política provocaba, remitió parte de los impuestos en dos ocasiones, y tomó medidas enérgicas para aliviar la hambruna del año 25 AC, causada por las malas cosechas, incluso vendiendo la vajilla de oro de su palacio. Pero ninguna de esas medidas le ganó el favor popular.
En el desarrollo posterior de la historia vemos cómo el linaje de Herodes siguió haciendo la guerra al reino de los cielos. Muerto el fundador de la dinastía real, José, esposo de María, que había huido a Egipto con el niño y su madre para escapar de Herodes, decidió regresar a Israel, pero no quiso establecerse en Belén por temor a Arquelao (Mt 2:21-23). Este hijo de Herodes el Grande superaba, en efecto, en crueldad a su padre, si es posible. Tuvo un final triste muriendo en el destierro, porque fue destituido por los romanos y sustituido por un prefecto, debido a las quejas continuas de sus súbditos. Su presencia en el trono fue uno de los factores que, en la Providencia de Dios, decidieron que Jesús creciera en Galilea y empezara allí su ministerio.
Otro hijo, Herodes Antipas, (llamado así en recuerdo de su abuelo Antipáter) tetrarca de Galilea, hizo encarcelar y luego decapitar a Juan el Bautista, a instancias de su mujer Herodías y de su hija, Salomé. Se recordará que ésta agradó tanto a Antipas con su baile sensual que el rey le prometió que le daría lo que le pidiera, aunque fuera la mitad de su reino, a lo que la muchacha, aconsejada por su madre, le pidió que le trajeran la cabeza de Juan Bautista en un plato (Mr 6:14-29) (2). Antipas hubiera querido también matar a Jesús, según le dijeron unos fariseos (Lc 13:31), pero no se atrevió a hacerlo. Antipas pensaba que Jesús podía ser el Bautista que había resucitado (Mr 6:14,16). Los partidarios de este Herodes complotaron con los fariseos para perder a Jesús (Mt 22:15,16; Mr 3:6). Él es el mismo que recibió a Jesús, enviado por Pilatos, el día de la Pasión, y se lo devolvió después de maltratarlo y burlarse de él, haciéndose de esa manera cómplice en su pasión y muerte (Lc 23:6-11).
Su sobrino, Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, hizo matar a Santiago, el hermano de Jesús, y encarceló con el mismo propósito al apóstol Pedro, aunque no pudo lograr su cometido (Hch 12:1-19). Según narra el libro de los Hechos, él murió comido de gusanos por haber aceptado ser exaltado como si fuera Dios (12:20-23).
El linaje de Herodes volvió a rozar la historia del Evangelio, según una mención fugaz del libro de los Hechos, cuando empezaba a predicarse la nueva fe a los gentiles: Entre los profetas y maestros del entorno de Pablo en Antioquia había un tal Manaen, que era hermano de leche de Antipas. Al menos el hijo de una nodriza (es decir, de una doméstica) brilla con luz pura en el negro celaje de esa casa real (13:1). (3)
Por último, un bisnieto, Herodes Agripa II, que convivía con su media hermana, Berenice, visitando al gobernador romano en Cesarea, oyó la apasionada defensa que Pablo hizo de su inocencia, pero no tomó en serio la invitación que Pablo le hizo de que se convirtiera. (4)
Observemos también en el relato de los magos cómo los principales sacerdotes y los escribas, a quienes Herodes convocó para averiguar dónde había de nacer el Mesías, le contestaron inmediatamente y sin dudar: "En Belén", citando correctamente la profecía que lo anunciaba (Mt 2:4-6; Mq 5:2). Sabían dónde debía nacer el Mesías, pero, en realidad, no lo esperaban ni se alegraron con el anuncio de los magos, pues ninguno de ellos los acompañó a ir a buscar al niño para adorarlo. ¡Con qué frecuencia el conocimiento erudito de las Escrituras no está acompañado de fe! Tenían el conocimiento, pero ese conocimiento se había quedado en su mente y no había bajado al corazón.
Supongamos que se divulgara en nuestros días la noticia de que Jesús había descendido a la tierra y que estaba en tal lugar. Seguramente muchísima gente, incluso los incrédulos, azuzados por la curiosidad, correrían a verlo. Pero supongamos que los cristianos no se movieran para buscarlo, como si les fuera indiferente. ¿Qué clase de cristianos serían? Falsos cristianos, cristianos sólo de nombre. Los magos habían dicho que habían visto la estrella del futuro rey de los judíos que había nacido, el Mesías que todo el pueblo ansiosamente esperaba. Pero los escribas y los fariseos aparentemente no lo esperaban ni les importaba, porque no dieron un paso para ir a verlo. A menos que tuvieran miedo de que Herodes tomara a mal su interés por verlo.
Además de los magos hubo otro grupo que acudió a adorar al niño Jesús: los pastores de Belén, cuya historia se narra en el capitulo segundo del Evangelio de San Lucas. Es muy instructivo comparar lo que se dice, o está implícito, en los relatos de ambos: los pastores eran unos ignorantes, no sabían leer, no habían estudiado; los magos, en cambio, eran sabios astrónomos que estudiaban el movimiento de los astros en el cielo, y que habían observado, no sabemos cómo, una estrella que anunciaba el nacimiento del esperado rey de los judíos (5). Los pastores eran pobres, dormían en el descampado, al aire libre; los magos traían tesoros, oro, incienso y mirra. Los pastores estaban cerca; los magos vinieron de lejos. Fueron ángeles los que encaminaron a los pastores a Jesús; una estrella misteriosa guió a los magos (nótese que, en aquella época, mago era sinónimo de astrólogo). Los pastores vinieron rápido y de frente al pesebre; los magos demoraron y se desviaron en el camino (6).
¿Quiénes vinieron rápido? Los pobres, los ignorantes. ¿Quiénes se demoraron? Los sabios. ¿No nos dice nada eso? San Pablo escribió: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1Cor 1:26-29).
¿Quiénes eran los cristianos de Corinto a los que Pablo dirige esa carta? Lo vil y lo menospreciado de esa ciudad. Así que si tú eres vil y menospreciado, ignorante y pobre, di ¡aleluya! porque Dios puede usarte, ya que Él escogió para su obra a lo vil y menospreciado, a lo que el mundo mira de reojo y con desprecio. A ésos escogió Dios, no a los sabios y a los importantes. Es cierto que a veces escoge a algún sabio, como fue el caso de Pablo, que era un hombre docto. Pero si no posees mucha sabiduría del mundo, tú eres un candidato para que Dios te use. ¿Qué es lo que necesita Dios? Un corazón dispuesto. Y si tú no te consideras capaz, Él te capacita. Dios te dará la sabiduría necesaria, si se la pides, como dice Santiago 1:5. Y aun si tú fueras tartamudo, Él puede hacer de ti un predicador elocuente. Lo que Dios necesita es que estemos abiertos a la acción de su gracia.
La primera frase que se pronuncia en el relato de los pastores es: “Os ha nacido... un salvador.” (Lc 2:11) La primera frase que se pronuncia en el segundo relato es la pregunta de los magos: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?" (Mt2:2). Lo propio de los sabios es inquirir, investigar. El sabio es un buscador de la verdad, pero a los simples, la verdad les es revelada.
Dios necesita de unos y de otros. Pero por encima de la ignorancia y de la sabiduría, lo que a Dios le interesa es la humildad. Tengas muchos títulos académicos o ninguno; tengas muchas o pocas habilidades, Dios ve tu corazón. Si eres humilde, atraerás su favor. Pero si eres soberbio, como dice la Escritura, Él te mirará de lejos (Sal 138:6), y no querrá tener nada contigo, ni tú con Él, porque pensarás que no lo necesitas. Sólo cuando te hayas humillado delante de Él y reconocido tu indignidad, Él te levantará y llamará a ocupar uno de los primeros lugares en el banquete de su reino.

Notas: 1. Emil Schürer, en su “Historia del Pueblo Judío en Tiempos de Jesucristo”, dice de ese malvado lo siguiente: “Herodes había nacido para gobernar. Dotado por la naturaleza de un cuerpo fuerte, capaz de soportar la fatiga, se acostumbró desde temprano a toda clase de privaciones. Era un jinete hábil y un cazador osado. Era temible en las contiendas pugilísticas. Era un lancero infalible y sus flechas rara vez erraban el blanco. Experimentado en el arte de la guerra desde muy joven, a los veinticinco años ya había cosechado fama en la expedición contra los ladrones de Galilea. En una etapa posterior de su vida, traspasado el umbral de los sesenta años, condujo personalmente la campaña contra los árabes. Pocas veces el éxito le dio la espalda cuando él mismo condujo una expedición militar.”
“Su carácter era violento y apasionado, brusco e inflexible. Los sentimientos delicados y las emociones tiernas eran ajenas a su naturaleza. Cuando sus propios intereses parecían exigirlo, manejaba los asuntos con mano de hierro, y no tenía escrúpulos en derramar ríos de sangre para alcanzar sus objetivos. No perdonó ni a sus familiares más cercanos, ni a la mujer que amaba apasionadamente, cuando la necesidad o el deseo lo impulsaron.”
“Era, por lo demás, muy astuto y habilidoso, rico en estratagemas. Comprendía muy bien qué medidas era necesario tomar para adaptarse a las circunstancias cambiantes del momento. Pero así como era duro e inmisericorde con los que caían bajo su férula, era adulón y servil con los que estaban en los lugares altos. Su mirada era amplia y su juicio suficientemente agudo para percibir que en las circunstancias del mundo en que vivía nada se podía alcanzar sin la ayuda y el favor de los romanos. Fue por tanto un principio invariable de su política aferrarse a su alianza con el imperio bajo todas las circunstancias y cualquiera que fuera el costo, y sabía cómo lograrlo inteligente y exitosamente.”
“Todas estas características de su naturaleza estaban movidas por una ambición insaciable. Todas sus astucias y esfuerzos, todos sus planes y acciones, apuntaban a un fin: extender su poder, sus dominios y su gloria. Las dificultades y los obstáculos no eran para él sino un estímulo para emplearse más a fondo. Este esforzarse infatigable y sin respiro lo acompañó hasta su edad avanzada.”
2. Herodías, nieta de Herodes el Grande, estuvo casada primero con su tío, Herodes Filipo, hijo del primer Herodes, pero lo dejó para casarse con su cuñado Antipas. Ese matrimonio contrario a la ley de Moisés, fue objeto de las denuncias de Juan Bautista.
3. En esa época, y hasta tiempos recientes, era frecuente que las grandes damas que no querían tomarse la molestia de dar de lactar a sus hijos, encargaran esa tarea a una sirviente o esclava vigorosa, que hubiera dado a luz recientemente, para que lo amamantara junto con su propio hijo. A esas criaturas se les llamaba en el Perú “hermanos de leche”, porque habían bebido del mismo seno. ¿Qué podía hacer que una mujer se privara de la dicha de amamantar personalmente a su criatura? Salvo que hubiera motivos de salud, sólo consideraciones frívolas como el temor de que la lactancia afee sus pechos, o el deseo de conservar la libertad necesaria para seguir participando sin trabas en la vida social.
4. Si tomaba en serio las advertencias de Pablo, hubiera tenido que separarse de su esposa y medio hermana. La familia de Herodes mostró una curiosa tendencia a las relaciones incestuosas, que eran abominación para los judíos piadosos.
5. Dado que los judíos habían residido durante el exilio en Babilonia y en Persia, de donde provenían probablemente los magos, es posible que los habitantes de esos países les hubieran oído hablar de la esperanza que ellos tenían en un rey que sería ungido para salvarlos de sus enemigos.
6. Con frecuencia los que buscan a Dios con el intelecto se extravían en el camino.

Bibliografía: Aparte de la información que proporcionan los evangelios sinópticos y el libro de los Hechos de los Apóstoles, he consultado los siguientes libros: “New Testament History” de F.F. Bruce; “In The Fullness of Time” de Paul L. Maier, la historia de Schürer mencionada más arriba, así como algunos diccionarios y enciclopedias bíblicas. Sin embargo, buena parte de la cuantiosa información que consignan esos libros procede de dos obras del historiador judío Flavio Josefa, que son imprescindibles para el conocimiento de la época: “Las Antigüedades de los Judíos” y “Las Guerras de los Judíos”.

#643 (05.09.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).