miércoles, 19 de julio de 2017

EL JUICIO DE LAS NACIONES II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL JUICIO DE LAS NACIONES II
Un Comentario en dos partes de Mateo 25:31-46
En esta escena grandiosa al final de los tiempos hemos visto que Jesús reivindica para sí el papel de Juez Supremo. Él se propone a sí mismo a todos los hombres como el factor clave de su destino eterno: Ellos se salvarán, o se condenarán, según cuál haya sido su actitud frente a Él. Si habiendo creído en Él, y habiéndose arrepentido, (lo cual está implícito) le amaron y le socorrieron en la persona del prójimo, se salvarán; si no lo hicieron, sino que despreciaron y maltrataron a su prójimo, se condenarán.
En este contexto el valor moral de la persona y su dicha eterna dependen del amor demostrado en el servicio al prójimo en el cual Él vive: “Todo lo que hicisteis al menor de mis hermanos, a mí lo hicisteis”, acaba Él de decir (Mt 25:40). Esta palabra será para todos, justos compasivos e impíos inmisericordes, una revelación inesperada: el Hijo del Hombre resume en sí mismo a la humanidad entera, y el factor clave es el amor. Amar al prójimo, incluso al enemigo (Mt 5:44), es amarlo a Él, porque Él está en unos y otros. El amor a Dios y el amor al prójimo están estrechamente ligados, y no es posible amar al primero si no se ama al segundo, como lo dijo bien claro el apóstol Juan en un pasaje que ya hemos citado en el artículo anterior: “El que no ama a su prójimo a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1Jn 4:20).
41. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles.”
¡Qué terrible será escuchar esas palabras dirigidas a uno, dichas por el que es el Juez Supremo, el Rey de la creación, Aquel de quién cuando estábamos en la tierra nos burlábamos, de cuyo nombre y de cuya figura histórica hicimos mofa! Nos reíamos no sólo de Él, sino también de los que hablaban de Él, y de quienes lo representaban. Y he aquí que ahora Él pronuncia sobre nosotros una sentencia inapelable.
La historia de su vida fue para muchos un botín del que se apoderaron para inventar ficciones que lo deshonraban y caricaturizaban. Despreciaron su nombre, e incluso negaron que hubiera existido, colocando la historia de su vida en el grupo de las fábulas piadosas, hechas para engañar a la gente ingenua.
O si llegaron a reconocer que sí existió, afirmaron que fue un maestro de sabiduría como los ha habido varios ilustres en la historia, que merecen todo nuestro respeto, pero negaron en absoluto que fuera Dios hecho hombre, porque Dios no existe. ¿No merecerán los hombres que así actuaron, y engañaron a tantos, que se les diga: Apartaos de mí malditos?
Terribles palabras, en verdad, porque en ese momento, cuando se le contemple en toda su majestad y belleza, estarán llenos de asombro e irresistiblemente atraídos por ese ser maravilloso que encarna todo lo que el hombre admira, ama y desea, y junto a quien desearían estar para siempre.
Pero en ese momento Él los rechazará, porque lo rechazaron cuando estaban en vida, y hasta lo odiaron, porque su enseñanza removía su conciencia. Ahora será tarde para dar marcha atrás y rectificar el error cometido.
Todos los que le negaron en vida, tendrán que reconocer su soberanía ahora a la fuerza, pero será ya tarde. A esos desdichados se les dirá: “Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Se trata de un fuego que quema el cuerpo y el alma, y que arde eternamente, pero sin consumir.
Notemos que el infierno a donde los impíos son enviados, no fue preparado para los seres humanos, sino para el diablo y sus ángeles. La voluntad de Dios es que “todos los hombres sean salvos  y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tm 2:4), y a todos se les dio oportunidad de seguir el camino que conduce a la vida, pero muchísimos escogieron neciamente seguir el camino que lleva a la muerte eterna, que es la privación de Dios por toda la eternidad. ¿Por qué lo hicieron? Porque no reconocieron ni supieron apreciar lo que era para su bien. Porque tenían la mente extraviada, atrapada por el espejismo de las apariencias, y por la vanagloria de la vida (1Jn 2:16). No hay sufrimiento que se compare a la privación de Dios, ni fuego ardiente que se le iguale. A ese tormento se añadirá la compañía atroz y eterna de los malos, del demonio y sus ángeles, llenos de odio, el recuerdo atormentador de todas las oportunidades que no supieron aprovechar para seguir el camino de la salvación, y la certidumbre de que su tormento no tendrá fin. ¡Qué horror tendrán entonces de la decisión equivocada que tomaron en su momento, y de las consecuencias irreversibles que ahora tienen que afrontar! (Nota 1)
42,43. “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no  me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.”
Es como si Jesús le dijera a cada uno: Tuve hambre, sí, de que creyeras en mí; de que reconocieras lo que yo hice por ti al morir en la cruz. Tuve sed, sí, de tu amor, de tu agradecimiento, de tu amistad.
Fui como un extraño en tu mundo. No tenías en cuenta mis enseñanzas para nada. Pisoteabas mis consejos y mi doctrina como si fueran de un charlatán y yo no hubiera enseñado la doctrina más sublime, aquella única que es capaz de cambiar el corazón del hombre y hacer de él una nueva criatura.
Fui perseguido en las calles de tu ciudad, se negaba a los míos el derecho de rendirme culto, y hasta de pronunciar mi nombre. Me expulsaron de tus calles y plazas, burlándose de los que creían en mí, y se les asesinaba por confesarlo.
44,45. “Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.”
Puesto que vivíamos a espaldas de las realidades espirituales, ignorantes e inconscientes de la presencia de Dios en todas sus criaturas, no te vimos hambriento, ni desnudo, ni enfermo, ni encarcelado, cuando uno de nuestros hermanos estuvo hambriento, sediento, desnudo, enfermo o perseguido, y no hicimos nada por aliviar su condición y su dolor, ni por ayudarlo, por asistirlo, por consolarlo. Nuestro corazón estaba cerrado a las necesidades de nuestro prójimo, porque vivíamos encerrados egoístamente en nuestro mundo personal, en nosotros mismos y en nuestros intereses.
Tú estabas en cada uno de esos seres miserables y despreciados, y no te reconocimos porque olvidamos que todos tenemos un mismo Padre, y que, más allá de las diferentes circunstancias de la vida, todos somos obra de tus manos, todos recibimos el mismo aliento de vida que viene de ti; que de ti salimos y que a ti con todo el ansia de nuestras almas queremos volver.
¡Y qué terrible será cuando desesperadamente deseemos regresar a ti, fuente de nuestra vida y de nuestra felicidad, como a nuestra verdadera patria, y tú nos rechaces porque cuando la tuvimos rechazamos la oportunidad de demostrarte nuestro amor!
¡Oh sí, amigo lector, no es a ese pobre a quien tú rechazas e ignoras, y quizá tratas mal, sino es a tu Creador y al suyo.
46. “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”
Éstas ya no son palabras del Rey y Juez Supremo, sino son las palabras con las que el evangelista concluye su relato, describiendo el destino que espera a los dos grupos. Los de la izquierda van al castigo eterno, para ser “atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap 20:10); los justos, que están a la derecha, van al lugar donde gozarán de la presencia de Dios por toda la eternidad, y en la compañía de todos los ángeles y de todos los santos, esto es, de los que por su gracia son salvos.
¿En qué proporción se encontrarán los dos grupos? ¿Cuál será el más numeroso? ¿El de los salvados, o el de los condenados? No tenemos idea ni manera de saberlo. Pero lo que realmente importa es que nosotros estemos en el grupo de los salvados.
Sin embargo, sí nos interesaría saber cuál es, o será, el destino eterno de los nuestros, de nuestros familiares y amigos cercanos, de los que conocimos en la tierra. ¡Oh, cómo nos gustaría encontrarnos con ellos en el cielo gozando de la misma dicha! ¡Y cuánto nos puede pesar no ver ahí a algunos de los que más amamos! Quizá entonces nos reprocharemos: ¿Por qué no hicimos más esfuerzos para lograr que se conviertan a Dios?
¿Qué significado, qué importancia tendrá entonces para unos y otros la palabra “eterna”? ¿Qué implica esa palabra desde la perspectiva de la misericordia y de la justicia de Dios?
En los primeros siglos de la iglesia se discutió mucho acerca del significado de esa palabra en este pasaje, y en otros que hablan de la salvación o condenación. ¿Se trata de un período muy dilatado de tiempo, pero con un límite fijado por Dios, al término del cual Dios restaurará todas las cosas, como algunos, en especial los origenistas, han sostenido? ¿O se trata, más bien, de una eternidad en sentido estricto, en la que ya no existe el tiempo, y por tanto, no existe límite alguno en duración? Esto es lo que la iglesia siempre ha afirmado, condenando a los defensores de la primera tesis como una herejía. Sin embargo, hay algunos grupos que siguen sosteniendo esa posibilidad, en especial, los universalistas, que creen que al final todos se salvan.
Quizá valga la pena explorar cuáles eran las ideas que prevalecían entre los judíos en tiempos de Jesús, pues a ellos les hablaba Él en primer lugar (2).
Poco tiempo antes de que naciera Jesús enseñaron en Israel dos maestros cuya doctrina influyó decididamente en el pensamiento teológico de los judíos del primer siglo de nuestra era: Hillel y Shamaí. Las ideas más liberales del primero influyeron poderosamente en la doctrina del judaísmo rabínico que surgió después de la catástrofe del año 70. Las ideas del segundo, más estrictas, al menos en lo que se refiere al tema del divorcio, no subsistieron a los cambios revolucionarios que se produjeron en la sociedad judía al final del siglo.
No obstante, ambos enseñaron en principio la eternidad sin fin de la salvación y de la condenación, aunque Hillel limita el número de los condenados por toda la eternidad, pues enseña que el mayor número de los pecadores, tanto gentiles como judíos, después de ser atormentados durante doce meses, son aniquilados y las cenizas de sus cuerpos y almas son dispersadas a los pies de los justos. Pero exceptúa de su número a un grupo de mayores transgresores que descienden a la gehena (3) para ser atormentados por los siglos de los siglos.
La escuela de Shamaí enseñaba que después de la resurrección que menciona Daniel 12:2, la humanidad será dividida en tres clases. La primera, la de los perfectamente justos, serán inscritos y sellados para la vida eterna; la segunda, la de los perfectamente impíos, que inmediatamente después de muertos serán inscritos y sellados para la gehena, esto es, el infierno; y una tercera clase intermedia, formada por los que irán al gehinom y que después de ser atormentados durante un tiempo, regresarán para ir al cielo, pero sin haber sido inscritos ni sellados al morir.
Notas: 1. Comentando este versículo Hipólito, mártir, pone en boca de Cristo las siguientes palabras: “Fui yo quien te formé, pero tú te adheriste a otro. Yo creé la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellas por tu causa, pero tú las has usado para deshonrarme…Yo formé tus oídos para que oyeras las Escrituras, pero los has usado para oír canciones del diablo y de cortesanas. Te di ojos para que vieras la luz de mis mandamientos y los siguieras, pero tú los has usado para el adulterio y la inmodestia. Ordené tu boca para que alabaras y glorificaras a Dios y para cantar salmos e himnos espirituales…pero tú la has usado para proferir perjurios y blasfemias, y para difamar a tu prójimo. Hice tus manos para que las levantaras en oración y súplica, pero tú las has estirado para robar, matar y destruir.”
2. Véase el apéndice 19 en Alfred Edersheim, “The Life and Times of Jesus the Messiah”.
3. La palabra gehena, que Jesús usa varias veces (Mt 5:29,30; 10:28; 23:33; Lc 12:5, etc.), deriva de gehinom, “valle de los hijos de Hinom”, (Js 15:8; 18:16), situado al sur de las murallas de Jerusalén, que era usado para quemar los cadáveres de criminales y animales, y la basura, por lo que se le asoció al infierno. El impío rey Acaz hizo pasar por el fuego a su hijo en ese valle maldito (2Cro 28:3), algo que estaba prohibido por Lv 18:21. Manasés hizo lo mismo (2Cr 33:6). El piadoso rey Josías profanó Tofet, santuario en donde se ofrecían esos repugnantes sacrificios a Moloc (práctica muy extendida en el mundo antiguo)  situado en Gehinom, para que ninguno pueda pasar a su hijo por fuego (2R 23:10). Jeremías dijo que ese valle se llamaría “valle de la matanza” (Jr 7:30-34; 19:6; 32:35).
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a adquirir esa seguridad reconciliándote con Dios, pues no hay seguridad en la tierra que se le compare y que valga tanto. Para ello yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y extravíos. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#943 (18.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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