martes, 25 de octubre de 2016

ETERNIDAD DE LA SABIDURÍA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ETERNIDAD DE LA SABIDURÍA
Un Comentario de Proverbios 8:22-36
Al acercarnos a este pasaje debemos tener en cuenta que abordamos uno de los textos más sublimes de toda la Escritura, y a la vez, uno de los más controvertidos, que ha ocupado a las mentes más brillantes del pasado y ha ocasionado trascendentales debates acerca de la naturaleza de Dios y, en particular, de la segunda persona de la Trinidad.
La traducción del verbo hebreo kanah, que figura al comienzo del versículo es controvertida, pues puede ser traducida tanto como “creada”, o como “adquirida”, o “poseída”. La segunda opción admite la posibilidad de que la sabiduría haya existido desde la eternidad. La primera, sin embargo, que es como lo traducen la Septuaginta y el Targum, dio origen a la herejía arriana, que puso en grave peligro la unidad de la  iglesia, al afirmar que el Hijo, si bien existió desde antes de la creación del universo, había sido creado por el Padre, esto es, le estaba subordinado. Esa interpretación dio lugar a arduos debates teológicos que concluyeron con la declaración solemne del Concilio de Nicea, que afirmó que las tres personas de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, eran iguales, y que Jesucristo, había sido engendrado, no creado, y era además consustancial al Padre.
Si la iglesia no hubiese afirmado solemnemente que Jesús, como Hijo de Dios, es uno con el Padre e igual a Él (Jn 10:30; 14:9), el cristianismo no hubiera pasado de ser una de las tantas religiones pasajeras que surgieron en el período turbulento que antecedió a la caída del Imperio Romano, y su enseñanza no hubiera marcado el inicio de una nueva era de la humanidad. La historia no habría sido dividida en un “antes de Cristo” y un “después de Cristo”, si la persona que determinaba esa división no era Dios.
Sabemos, por lo demás, que pese al Concilio de Nicea, la herejía arriana, hacia la cual se inclinaba el emperador Constantino, subsistió mucho tiempo en los nacientes reinos visigodos y vándalos de Europa, y que hubiera triunfado sobre la ortodoxia (doctrina correcta), de no haber sido por la indomable constancia del obispo Atanasio (c. 296-373), destituido de su sede de Alejandría, perseguido y encarcelado muchas veces por sus opositores.


22. “El Señor me poseyó al principio de sus caminos; antes de sus obras, desde antiguo.”
23. “Desde la eternidad fui yo establecida; desde los orígenes, antes de que la tierra fuese.” (Nota)
24. “Antes de los abismos fui engendrada; antes que existiesen las fuentes de las muchas aguas.”
25. “Antes que los montes fuesen formados, antes de los collados, ya había sido yo engendrada.”
26. “No había hecho aún la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo.”

22. El Señor me tenía, me poseía, yo era suyo, desde el comienzo de todas las cosas, antes de que nada existiera. Si se pudiera hablar en términos temporales, desde muy antiguo yo estaba con Él.
Han hecho bien los comentaristas cristianos en asumir que el proverbista está hablando del Logos, o Verbo, que es la sabiduría misma, que estaba con el Padre desde el principio, desde antes de la creación: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” (Jn 1:1). Que yo sepa, éste es el único pasaje de toda la Escritura en el que se habla de eventos anteriores a la creación, antes de lo que narra Gn.1:1.
22-26. En estas líneas la sabiduría afirma ser coeterna con Dios, haber estado con Él desde el principio, es decir, desde antes que hubiera empezado la creación. Y enumera las diversas partes de la creación a las que antecedió, según la cosmogonía antigua; la tierra, los abismos, es decir, la inmensidad de las aguas que fueron divididas en las aguas de abajo, (el mar insondable sobre el cual flotaba la tierra seca y que la rodeaba), y lo que se pensaba que eran las aguas de arriba, es decir, los reservorios de la lluvia (Gn 1:6,7), los montes y los valles.
Algunos intérpretes judíos, como Rashi (siglo XIII), por ejemplo, arguyen, sobre la base de este pasaje, que la Torá, a la que identifican con la sabiduría, fue creada antes que el universo, y que fue usada por Dios como una pauta al crearlo.
En la versión Reina-Valera 60 el v. 23 no dice que fue establecida, sino que “tuvo el principado”. El Verbo, siendo poseído por Dios, ejerce el principado, es decir, cogobierna con Él. Y eso era así antes de que la tierra existiera. Antes de la creación material que marca el comienzo del tiempo.
El salmista inspirado cantará: “¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría.” (Sal 104:24; cf Pr 3:19).
25. La sabiduría fue engendrada. No es independiente. Tiene su origen en el Padre. Es igual al Padre, pero el Padre es primero. El Credo Niceno recoge esta noción crucial en la frase sobre el Verbo: “Engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre.”
“Antes que los montes…” Según la noción antigua los montes habrían sido asentados firmemente sobre pilares que reposaban sobre las profundidades del abismo (Jon 2:6; cf Sal 90:2; 18:7).
26. ¿Qué es el principio del polvo del mundo? ¿La arcilla primigenia de la tierra, o del universo, de la que el hombre fue formado? Parece que fuera algo así como una sustancia primigenia que surgió en el proceso de la creación, y con la que formó todo.

27. “Cuando formaba los cielos, ahí estaba yo; cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo;”
28. “Cuando afirmaba las nubes arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo;”
29. “Cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento; cuando estableció los fundamentos de la tierra,”
30. “Con Él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de Él en todo tiempo.”
31. “Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres.”
Nótese para comenzar, la serie de “antes” que empieza en el vers. 24, a la que sigue, a partir del vers. 27, una serie de “cuando”, que llevan como conclusión a “Con Él estaba yo…”. Es decir, durante todo ese largo proceso de la creación, ahí estaba el Verbo, la sabiduría, colaborando con el Padre. Lo que nos remite a Jn 1:3: “Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” Todo lo que hizo Dios lo hizo mediante su Palabra, el Verbo. Como dice Colosenses: “Porque  en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra…todo fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten.” (1:16,17). Y lo corrobora Hebreos, hablando del Hijo: “…por quien asimismo hizo el universo…y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder…” (1:2,3)
Parece como si los cielos, que comprenden las miríadas de astros y estrellas que contemplamos por la noche, hubieran sido creados en un proceso gradual: primero fueron formados (Pr 8: 27) y luego fueron afirmadas las nubes (v. 28), al mismo tiempo que afirmaba las profundidades del mar.
“Cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo…” El horizonte, al que nunca los marinos por más que remaran podían llegar, era concebido como un anillo enorme insertado donde se juntan el cielo y el mar.
“Cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento.” Según la cosmogonía antigua fue Dios el que fijó los límites entre la tierra y el  mar. Por eso Dios le pregunta a Job: “¿Quién encerró con puertas al mar, cuando se derramaba saliéndose de su seno…y establecí sobre él mi decreto, le puse puertas y cerrojo, y dije: Hasta aquí llegarás y no pasarás adelante, y ahí parará el orgullo de tus olas?” (Jb 38:8-11; cf Jr 5:22).
En un maremoto, o en un maretazo, las olas pueden invadir la tierra, pero pasada la tormenta, las aguas retornan a su nivel y la playa recobra su aspecto.
27-30. La sabiduría como atributo de Dios participó en el proceso de la creación colaborando como arquitecto, o maestro de obras, con Dios (Pr 3:19,20). En cada una de las diversas partes esenciales de la creación, según la cosmogonía antigua, no sólo lo ayudaba, sino que Él se complacía en ella, y ella se complacía en Él. La sabiduría es aquí la personificación del Hijo, de la segunda persona de la Trinidad.
31. El proverbista hace un salto de milenios en el tiempo para decir que se regocija en las partes de la tierra habitada por los hombres que no existían todavía en el versículo anterior. El Verbo estuvo siempre atraído por los seres humanos y se complacía en los que iba a venir a salvar (Sal 16:3).


32. “Ahora pues, hijos, oídme, y bienaventurados los que guardan mis caminos.”
33. “Atended el consejo, y sed sabios, y no lo menospreciéis.”
34. “Bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día, aguardando a los postes de mis puertas.”
35. “Porque el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el favor de Jehová.”
36. “Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me aborrecen, aman la muerte.”
Estos versículos hacen las veces de discurso final de este capítulo en que la sabiduría hace un último llamado a sus hijos (es decir, a nosotros) para que se le escuche.  Y nos da el motivo: guardar sus caminos nos hace bienaventurados. Este es el argumento principal: Si quieres ser bendecido guarda sus caminos, es decir, sigue los consejos de la sabiduría, haz lo que ella te indique. No podemos escapar al hecho de que hay una manera sabia de actuar y muchas otras maneras de actuar que no lo son. Lamentablemente estos son los modos de vida que muchos seres humamos para su mal escogen.
“Bienaventurados los que guardan sus caminos…” Esta línea nos recuerda el inicio del salmo 119: “Bienaventurados los perfectos de camino, los que andan en la ley de Jehová. Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan.” (cf Sal 128:1; Lc 11:28).
Los versículos 33 y 34 reiteran y expanden la exhortación anterior. “Oídme” se convierte en “atended el consejo”; es decir, prestadle atención, escuchadlo; y subraya esa exhortación halagando al que escucha: si no la menosprecias eres sabio. El que desprecia el buen consejo, el que lo desoye y no lo toma en cuenta, es necio. No es necesario explicar las razones porque son obvias: El que no sigue los caminos de la sabiduría se topa con muchos inconvenientes.
El vers. 34 pinta la imagen del hombre que busca la sabiduría, y que para escuchar sus consejos está constantemente velando a las puertas de su casa esperando que se manifieste, o le diga una palabra. ¿Cómo se vela a las puertas de la sabiduría? Leyendo las Escrituras y  meditando en ellas. Ellas son la puerta, la boca, por la que la sabiduría habla. El verbo “velar” expresa el ansia del que se mantiene despierto venciendo el sueño. Cuanto mayor sea nuestro deseo y nuestra persistencia, con mayor seguridad se la encontrará. El que ardientemente la ansía, la busca y la espera, es bienaventurado, porque el que encuentra la sabiduría, (v.35) con la sabiduría encuentra la vida. ¿Qué vida? Sería quizá aventurado suponer que el proverbista salomónico tiene en mente la vida eterna de la que habla el Evangelio de Juan. Aunque esté fuera del contexto histórico en que fue escrito este libro, eso es lo que “vida” quiere decir. O alternativamente, “vida” quiere decir la vida del espíritu que, por lo demás, también es eterna. Pero “vida” en el Antiguo Testamento era sinónimo de prosperidad, de salud, de alegría, de felicidad personal y familiar. De otro lado, encontrar la sabiduría es señal de haber hallado favor con Dios, porque Él es quien la dispensa.
35,36. ¿Qué vida halla el que halla la sabiduría? ¿La vida física, temporal, esto es, la prolongación de esta vida física, o la vida eterna? Cualquiera que haya sido la intención del autor, lo cierto es que el que halla la sabiduría, halla la vida eterna. La frase siguiente acentúa el contraste: el que peca contra ella, defrauda, esto es, engaña a su alma, la priva del bien que podría haber alcanzado; los que la aborrecen se dirigen a la muerte. Naturalmente, nadie, salvo que esté endemoniado, ama a la muerte. Pero aquí se emplea la expresión en sentido figurado: amar la muerte es ir tras ella. El que extravía sus pasos, porque desecha la sabiduría de Dios, se dirige sin querer a la muerte, física y eterna.
Nota: Yo prefiero la traducción de Nácar-Colunga para los dos primeros versículos.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#917 (06.03.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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