viernes, 10 de julio de 2015

LA TRANSFIGURACIÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA TRANSFIGURACIÓN II
Un Comentario de Mateo 17:7-13
7,8. “Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.”
Tan súbitamente como había surgido, la visión despareció. Los discípulos fueron despertados de su asombro por Jesús, que los tocó gentilmente y les dijo: Levántense del suelo y no tengan temor.
Todo ha vuelto a la normalidad. Moisés y Elías no están allí. Jesús está solo. Pero la impresión que la visión ha dejado en sus espíritus no ha desparecido. ¿Cómo podría?
Podemos decir que al no estar más ahí Moisés y Elías al lado suyo, la ley y los profetas, que eran sombra de lo que había de venir (Col 2:17), fueron reemplazados y absorbidos por la luz del Evangelio de Cristo, cediéndole su lugar. Pero la desaparición de la visión nos muestra además que todo lo de esta tierra, aún lo más maravilloso, es transitorio y pasajero, mientras que la gloria del cielo, que está reservada para nosotros, y de la que algún día gozaremos, será eterna.
Hemos dicho que Jesús los tocó gentilmente. ¿Conocemos algún caso en que Jesús haya sacudido a alguien, o no haya tratado gentilmente a una persona, Él, que era manso y humilde de corazón? Sí, cuando expulsó a los mercaderes del templo con un látigo, porque habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones, profanándola (Jn 2:13-17). Fue un arrebato de ira santa. Y también cuando encaró a los fariseos por su hipocresía y los llamó: “Raza de víboras” (Mt 23:33).
Esas son excepciones plenamente justificadas. Pero nosotros, ¿tratamos siempre gentilmente a la gente? ¿O nos encolerizamos fácilmente por quítame estas pajas? ¿No nos dejamos llevar por nuestro temperamento, y humillamos altaneramente a los que discrepan de nosotros, demostrándoles la pretendida superioridad de nuestro conocimiento? ¡Cuánto tenemos que aprender de Jesús!
9. “Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos.” (Nota)
Al llegar al pie del monte, del cual descendieron posiblemente en silencio, por lo abrumados que estaban los tres discípulos por la visión (horama en griego) que les había sido dado contemplar, Jesús les advierte: No comentéis con nadie lo que habéis visto y experimentado. Guardadlo para vosotros hasta que yo haya resucitado.
¿Por qué no quería Jesús que le dijeran a nadie lo que habían visto? ¿Por qué no quería que lo compartieran ni siquiera con sus compañeros, los otros nueve apóstoles? Porque Jesús no quería suscitar revuelo, ni deseaba que hubiera habladurías, como ocurriría si el hecho se divulgaba. Incluso podría surgir un sentimiento de pena, o de envidia, entre los nueve por haber sido excluidos de esa experiencia. Por todas esas razones debían guardar silencio al respecto hasta que resucitara.
Pero ocurrida esa manifestación extraordinaria de su divinidad, sí podrían hacerlo, así como podrían hablar libremente de lo que Él había hecho, de su predicación y milagros, de todo lo que sabían, de todo lo que sirviera para la proclamación de la Buena Nueva, porque una vez resucitado, la transfiguración no sería difícil de creer. En cierta manera la transfiguración fue un anuncio, o un adelanto, de la gloria de su resurrección.
Algún día nosotros también veremos a Jesús así como ellos lo vieron en el monte, y aun más resplandeciente, porque en esa ocasión, por consideración a la frágil condición humana, Jesús no les descubrió más de su gloria que lo que podían soportar. Pero cuando venga en el último día, en el poder y la gloria de su Padre, escoltado por el ejército de sus ángeles, cubierto ya no por una nube, sino bajo el firmamento luminoso entero, toda la humanidad que pobló la tierra a lo largo de los siglos se presentará para juicio delante de Él, y lo verá sentado en su trono, listo para dictar sentencia.
A algunos les dirá: “Venid benditos de mi Padre…porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…”. Y le preguntaremos ¿cuándo tuviste hambre y te dimos de comer, y cuándo estabas sediento y te dimos de beber? Y Él nos contestará que: “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mt 25:34-40). Y nos acordaremos de las veces que nos compadecimos del hambriento y guarecimos del frío al miserable. O de lo contrario, recordaremos las veces en que endurecimos nuestro corazón contra el prójimo y no quisimos aliviar su necesidad, o su pena, satisfechos de que nosotros no la sufríamos. ¡Cómo nos pesará entonces nuestra avaricia, o nuestra soberbia, y no haber tenido entrañas de misericordia! Porque ¡Dios no quiera! podríamos oír la sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” “donde será el llanto y el crujir de dientes.” (Mt 25:41; 24:51).
Ese día los justos, entre los cuales esperamos encontrarnos nosotros, brillarán como el sol (Mt 13:43), y mucho más aun, porque el resplandor de ese astro será poca cosa comparado con la luz de los santos en el cielo.
Pero ¿entendieron cabalmente sus discípulos eso de que Jesús resucitaría? Ya Jesús se lo venía diciendo, aparejado con el anuncio de su muerte. Pero hasta que no sucediera, no comprenderían plenamente sus palabras.
Lápide dice que al hacer público el reproche de la cruz y ocultar la gloria de la transfiguración, Jesús nos enseña a esconder los dones y favores que Dios nos otorga, hasta el día en que muramos, tal como Pablo ocultó las revelaciones que había recibido de Dios para no ser tentado a enorgullecerse de ellas, y perdiera su fruto (2Cor 12:3-9).
10. “Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?
La pregunta de los discípulos estaba motivada por el hecho de que ellos habían visto a Elías glorificado, junto a Jesús, y se acordaron del anuncio del profeta Malaquías que dice que, antes de que venga el día de Jehová, grande y terrible, Dios va a mandar a Elías para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres (Mal 4:5,6), acontecimiento que está ligado a la venida del Mesías esperado. Pero es interesante que ellos no mencionaran a Malaquías, sino a los escribas. Seguramente porque ese anuncio les había llegado a través de los dichos de los escribas que circulaban entonces en Israel.
La pregunta que se hacen los discípulos en ese contexto es obvia: Si tú ya has venido, ¿cómo es que no se ha cumplido el anuncio de la venida previa de Elías?
11,12. “Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.”
La respuesta de Jesús es a la vez esclarecedora e intrigante, porque afirma la verdad del anuncio: Elías tenía que venir para restaurar todas las cosas, como estaba anunciado. Pero, en verdad, ya vino, y aunque el pueblo salió a escucharlo y muchos se arrepintieron de sus pecados, haciéndose bautizar por él, las autoridades no lo reconocieron, sino lo mataron, tal como van a hacer conmigo.
¿Cómo y cuándo ya vino? Jesús ya lo había dicho, pero esa vez no comprendieron sus palabras. Él lo había dicho al hacer el elogio de Juan Bautista, cuando vinieron mensajeros de parte suya a preguntarle si Él era el Mesías esperado, o si debían esperar a otro (Mt 11:2,3). Cuando los mensajeros de Juan se fueron, Jesús dijo: “Porque éste es de quien está escrito: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti.” (Mt 11:10; cf Mal 3:1). Y enseguida reafirmó: “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir.” (Mt 11:14). Más claro ni el agua.
Pero ¿cómo podría Juan Bautista ser el profeta Elías anunciado? ¿Acaso se reencarnó Elías en Juan Bautista, como algunos, influenciados por el hinduismo, sostienen? No, no es necesario revivir esas teorías falsas. Se recordará que años atrás un ángel se había aparecido al anciano sacerdote Zacarías, y le había anunciado que en respuesta a sus oraciones, su mujer Isabel iba a tener un hijo que iría delante del Señor “con el espíritu y poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” (Lc 1:13,17; cf Mal 4:5,6).
Sí, Elías había venido, tal como estaba anunciado, en la persona del precursor, su pariente y casi exacto contemporáneo, que encarnó el espíritu de Elías y que desplegó una elocuencia y un denuedo indómito semejante al del profeta, para proclamar la palabra de Dios y hacer que los hombres se conviertan.
Pero la mayoría de los padres de la iglesia –y con ellos también la mayoría de los intérpretes modernos- entienden que Elías es también uno de los dos testigos que aparecerán antes de la segunda venida de Cristo, según la profecía de Malaquías: “He aquí, yo os envío al profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.” (Mal 4:5), lo que encaja dentro de la descripción que hace Ap 11:6: “Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.” (cf Ap 11:3-10).
Pero ¿quién sería el otro? Según la descripción de sus poderes en ese versículo, el otro sería Moisés. Pero Moisés murió y no se comprende cómo podría morir dos veces. Por eso se estima que el segundo testigo sería Enoc, que fue trasladado al cielo –como lo fue Elías- sin haber muerto (Gn 5:21-24), y que es mencionado en la epístola de Judas 14,15, en una referencia velada a la segunda venida de Cristo.
Notemos –dice Spurgeon- que Jesús responde a la pregunta de sus discípulos. Jesús tiene siempre la respuesta adecuada para todas nuestras inquietudes y preocupaciones. ¿Acudimos nosotros a Él para preguntarle cuando tenemos dudas o conflictos, o descansamos en nuestra propia limitada sabiduría?
13. “Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.”
Sólo entonces a los discípulos se les abrió la mente, y comprendieron que su Maestro se estaba refiriendo a Juan Bautista, el que lo había bautizado en el Jordán, después de negarse a hacerlo, porque consideraba que él era indigno incluso de desatar las correas de sus sandalias.
Hay una relación estrecha, no sólo familiar, entre Jesús y Juan Bautista, como la hay, según el espíritu de las profecías, entre Elías y el Salvador que había de venir para rescatar a su pueblo de sus pecados. Ambos, Jesús y Juan, anunciaron el juicio de Dios. Pero la hay también en la suerte que cupo a ambos, pues sus enemigos hicieron con ellos lo que quisieron, después de haberse deleitado durante un tiempo con sus palabras.
Cabría preguntar: ¿Cómo podía el Bautista ser el Elías anunciado si, como es sabido, cuando los sacerdotes y levitas le preguntaron si él era Elías, él contestó francamente que no lo era? (Jn 1:21) Y decía verdad. Él no era la misma persona que el profeta, sino que había venido revestido con la misma unción y el poder de Elías, lo que no es lo mismo.
¿En qué fecha ocurrió la transfiguración? La primera observación a hacer es que, como lo muestra el Evangelio de Juan, los grandes acontecimientos de la vida de Jesús guardan una estrecha relación con el calendario de las fiestas judías, lo que les da un profundo significado.
Se han hecho diversos estudios sobre la datación del acontecimiento. Según algunos eruditos, dado que sólo cinco días separan el Día de Expiación (Yom Kippur) de la fiesta de los Tabernáculos (Sucot), que dura una semana, la confesión de Pedro habría tenido lugar en la primera, y la transfiguración habría ocurrido al comienzo de la segunda. Según otros, la confesión de Pedro y la transfiguración se enmarcan dentro de la semana de la fiesta de Sucot, lo que explicaría los seis días (u ocho días según cómo se cuente) que separan ambos acontecimientos.
Nota. El pasaje paralelo de Lucas dice: “Al día siguiente…” (9:37) Este detalle, unido al hecho de que Lucas anota que los discípulos estaban cargados de sueño (9:32), sugiere que la transfiguración se produjo de noche, o al atardecer.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#872 (15.03.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


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