viernes, 24 de febrero de 2012

LA VIDA Y LA PALABRA

Por José Belaunde M.

PACTO DE SANGRE II

El tema del Pacto de Sangre estuvo en boga durante la época del auge carismático, pero su estudio –como el de los pactos en general- no ha perdido vigencia, porque encierra verdades muy profundas.

Antes de proseguir con este estudio quisiera hacer algunas observaciones. Cuando se habla de pactos debe distinguirse claramente entre el pacto celebrado entre iguales, y el pacto celebrado entre superior e inferior. En el pacto entre iguales cualquiera puede tener la iniciativa y los dos se comprometen libre y mutuamente (como en los pactos entre David y Jonatán y entre Abimelec y Abraham). Pero en el pacto entre superior e inferior, como sería un pacto entre Dios y el hombre, la iniciativa pertenece a Dios, no al hombre, porque el hombre no puede comprometer a Dios. Dios, naturalmente, sí se compromete por propia iniciativa, y puede exigir una contraparte al hombre, pero el hombre no puede hacer lo mismo. Por eso el texto en RV 60 dice, forzando el lenguaje: "Establezco mi pacto entre mí y ti" (es decir, Dios primero), en lugar de decir, como sería más idiomático: "Establezco mi pacto entre tu y yo." (Gn 17:7).

No hay ningún ejemplo en la Biblia de un pacto celebrado entre Dios y el hombre en que el hombre tenga la iniciativa. En el episodio de Betel, Jacob hace un voto (Gn 28:20-22), es decir, le promete a Dios hacer tres cosas (uno, que Jehová será su Dios, con exclusión de todo otro dios; dos, que la piedra que ha puesto por señal –entiéndase, el lugar donde se encontraba- será casa de Dios; y tres, darle el diezmo de todo lo que reciba) a cambio de que Dios lo guarde en el viaje que va a emprender, dándole para comer y vestir, y le permita retornar a la casa de su padre en paz. Pero Dios no habla, no se obliga a nada, aunque accede a su pedido (Nota 1).

El voto no es un pacto. Es una promesa unilateral que el hombre hace a Dios para obtener algo de Él. Dios accede si quiere, pero nada lo obliga. En el Antiguo Testamento se habla con frecuencia de "cumplir", o de "pagar" sus votos a Jehová (Dt 23:21; 2S 15:7; etc.), pero no de que Dios cumpla el voto. El único caso que recuerde en que se narra cómo Dios accedió a lo solicitado por la persona que hizo el voto, es el de Ana, la mujer de Elcana, que era estéril (1Sam 1), y a quien Dios le concedió el hijo que pedía. Otro caso es el que narra Nm 21:2,3, donde el pueblo hace el voto de destruir las ciudades de los cananeos que habitan en el Neguev si Dios los entrega en su mano. “Y Jehová escuchó la voz de Israel”, es decir, hizo lo que se le había pedido.

¿Podemos nosotros decir: "Hago un pacto con Dios", como se escucha decir con frecuencia? Aunque la intención sea buena, estrictamente hablando, no, porque, como he dicho, el pacto obliga a ambas partes, y nadie puede obligar a nada a Dios. A lo más podemos decir: "Me acojo a tu pacto" o confirmo, o renuevo, el pacto que hiciste con tu pueblo, o con nuestros mayores, como hizo el rey Josías en 2Cro 34:31,32. Lo que hacemos en esos casos involuntariamente, usando de una libertad de lenguaje que se ha vuelto habitual, es hacer en otras palabras un voto que Dios puede en su misericordia honrar en la medida de nuestra fe.

Frente a las promesas de Dios, o a las profecías, cuyo cumplimiento esperamos pero que a veces, tarda, el hombre sí puede y debe expresar su plena confianza de que Dios, que es fiel –y muchísimo más fiel que el hombre- las cumplirá en el momento apropiado, sin necesidad de exigírselo y descansar en esa confianza. También puede, por supuesto, pedirle que las cumpla.

Recuérdese que Daniel, escudriñando el libro de Jeremías, vio que el profeta había anunciado que después de setenta años el pueblo regresaría a Jerusalén y a su tierra. Entonces empezó a buscar el rostro de Dios “en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza,” esto es, humillándose. A continuación confesó largamente los pecados del pueblo y pidió perdón a Dios por ellos, suplicándole que cumpliera por amor de sí mismo lo profetizado (Dn 9:1-19).

VI. El pacto que Dios celebra con David no es en realidad un pacto de sangre, porque no hay ningún sacrificio ni derramamiento de sangre involucrado (2S 7:1-17; 1Cro 17). Pero es un pacto muy importante, porque es el pacto mesiánico por excelencia. Es una extensión y especialización del pacto con Abraham, en el que Dios promete que siempre habrá un descendiente de David sobre su trono. En el curso del mensaje que el profeta Natán transmite al rey Dios dice que David no le construirá a Él una casa (es decir, un templo) sino que será Él quien le construya una casa a David, es decir un linaje real que durará para siempre. (Véase 2S 7:5,6,12,13; Sal 89:35-37).

El pacto es confirmado posteriormente en más detalle a su hijo Salomón (2S 9:1-9), y tendrá su cumplimiento definitivo en el "Hijo de David" cuyo reino será eterno. Este aspecto mesiánico del pacto es incondicional, aunque las bendiciones materiales de prosperidad y paz ligadas a él en la historia de Israel estén de hecho condicionadas a la fidelidad del rey y del pueblo.

Al invalidarse el Pacto Sinaítico y suspenderse la parte relativa a la posesión de la tierra, el cumplimiento dinástico del Pacto Davídico se vio también suspendido, y no fue renovado, o actualizado, cuando el pueblo regresó del exilio, porque no volvió a haber rey sobre Judá (2). Dios había denunciado, mediante el profeta Jeremías, la infidelidad del pueblo de Israel y la consiguiente anulación del Pacto Sinaítico, al mismo tiempo que anunciaba el establecimiento de uno nuevo que lo sustituiría (Jr 31:31-34).

Al retornar del exilio el pueblo quedó a la espera del restablecimiento prometido del trono de David y de la aparición del Ungido de Dios, pero estos acontecimientos no se produjeron en el lapso de los cuatrocientos años siguientes, por lo que la expectativa del pueblo por su cumplimiento aumentó enormemente. Sin embargo, cuando aparece Jesús el pueblo no reconoce en Él al Mesías esperado, sino lo rechaza, y hace matar por mano de los romanos al rey prometido. El cartel mandado colocar por Pilatos en la cruz apunta irónicamente a ese hecho (“EL REY DE LOS JUDÍOS”, escrito en griego, latín y hebreo, Mr 15:26; Lc 23:38). Como consecuencia de ese rechazo el pacto con David tendrá un cumplimiento sólo espiritual hasta que Jesús vuelva a la tierra por segunda vez a reinar.

Vale la pena notar que David tenía un corazón conforme al corazón de Dios (1S 13:14), pese a sus innumerables pecados, sobretodo porque, como había hecho Abraham, le adoró sólo a Él. Si sus sucesores hubieran sido fieles en este punto como él, la historia de Israel habría sido muy distinta.

El Pacto Davídico, como se ha dicho, es el pacto mesiánico por excelencia, porque el descendiente suyo, cuyo trono será eterno, es precisamente el Mesías que ha de venir, a quien el pueblo creyente anticipadamente llama “Hijo de David”.

VII. El Nuevo Pacto se celebra en la cruz del Calvario, en la cual el sacerdote y la víctima propiciatoria son la misma persona: Jesús que se ofrece a sí mismo al Padre en expiación de nuestros pecados, y cuya sangre, derramada hasta la última gota, sella el pacto. El sacrificio de Cristo es definitivo y no tiene que repetirse porque, siendo Él Dios, tiene un valor infinito para expiar los pecados, pasados y futuros, de todos los hombres de todos los tiempos (Hb 9:23-26).

Anticipándose a su sacrificio Jesús había dicho: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.” (Jn 6:53-55). Sus interlocutores se escandalizaron al escuchar esas palabras, olvidando que en los pactos antiguos era costumbre que los celebrantes bebieran cada uno la sangre del otro.

Jesús es sacerdote, aunque no es descendiente de Aarón, sino que es sacerdote según el orden de Melquisedec, como dice Hebreos 7:15-19, y declaró con su muerte abolidos el Antiguo Pacto y el sacerdocio aarónico, haciendo inútiles en adelante todos los sacrificios de animales (Hb 8:13; 9:11-14).

El Nuevo Pacto es celebrado con la casa de Israel y de Judá, a la cual se incorporan todos los que son linaje de Abraham por la fe.

En Jeremías 31 –citado por Hb 8:8-12 y 10:16,17- Dios promete:

a) Poner la ley divina en sus mentes y en sus corazones. Es decir, ya no habrá ley escrita exterior que cumplir con actos puntuales. Se trata de una ley espiritual, escrita en el corazón, que nos libra de prescripciones y ordenanzas.

b) Como consecuencia, nadie tendrá necesidad de enseñarla a nadie, porque todos la conocerán.

c) Él será su Dios y ellos serán su pueblo.

d) Perdonará todos sus pecados y no se acordará de ellos.

El Nuevo Pacto tendrá su pleno cumplimiento en la segunda venida de Cristo, y entonces todos harán la voluntad de Dios como se hace en el cielo, y todos le conocerán. Actualmente no todos conocen a Dios, y por eso hay necesidad de predicar el Evangelio; y no todos, tampoco, incluso los cristianos, cumplen plenamente su voluntad.

Respecto del Nuevo Pacto creo que conviene reiterar que nosotros nos incorporamos a él cuando creemos que Jesús es el Hijo de Dios, cuyo sacrificio nos salva, y le reconocemos como Señor de nuestras vidas. La parte de Dios es salvar a todos los que estén cubiertos por la sangre de Cristo. Nuestra parte es obedecer a su palabra. Por tanto, estrictamente hablando, es un pacto condicional, aunque haya quienes sostienen que "una vez salvo siempre salvo".

VIII. En relación con la Última Cena, que consagra el Nuevo Pacto, conviene destacar que su repetición es:

- un memorial del sacrificio de Jesús, así como la fiesta de la pascua era un memorial de la salida de Egipto, y de la primera pascua que la precedió, y en la que los israelitas comieron un cordero sin tacha, cuya sangre protegió a sus primogénitos del ángel destructor.

- un anuncio de la segunda venida de Jesús: "Todas las veces que comáis este pan y que bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga." (1Cor 11:26).

- una afirmación de la unión de los creyentes en un solo cuerpo en Cristo (1Cor 10:16,17). No por el hecho de que sea invisible, esa unión es menos real. Participamos de esa realidad en la medida en que los ojos de nuestra fe sean iluminados. (3).

Así como el Pacto Sinaítico tuvo como mediador a Moisés, el Nuevo Pacto tiene como mediador a Jesucristo (Hb 9:15; 12:24). El Nuevo Pacto es un mejor pacto porque:

- contiene mejores promesas (Hb 8:6);

- está basado en un mejor sacrificio (9:23);

- el cual es ofrecido por un mejor sumo sacerdote y en un mejor santuario (9:24), y no necesita ser repetido (9:25-28);

- garantiza una mejor esperanza: la compañía de Dios en una mejor patria, la celestial.

IX. Por lo que se refiere a las promesas de Dios relacionadas con el Nuevo Pacto, conviene diferenciar aquellas que le son propias y que son una novedad, de aquellas que pertenecen a los pactos anteriores y que se mantienen vigentes.

Hay una riqueza extraordinaria de nuevas promesas en el Nuevo Testamento que son realmente mejores que las del antiguo. La comparación nos puede hacer ver hasta qué punto el Nuevo Pacto es superior. Sería imposible enumerarlas todas en este corto espacio, pero basta ahora señalar cuáles son las principales:

Salvación: Jn 6:47; Hch 16:31; Mr 16:16.

Nueva vida: 2Cor 5:17; Jn 10:10.

Seguridad de salvación: Jn 10:28; 5:24.

Resurección: Jn 11:25.

Poder del Espíritu para testificar: Hch 1:5,8; Mr 16:17,18.

Ayuda del Espíritu Santo: Jn 14:16,17; 16:13.

Provisión: Mt 6:33: Flp 4:19.

Amor de Dios: Rm 8:38,39.

Poder de la oración: Mr 11:23,24; Jn 15:7; 16:23,24.

X. Para terminar conviene señalar que el matrimonio es un pacto de sangre entre un hombre y una mujer que es sellado con la sangre que es derramada cuando se rompe el himen de la novia.

Nótese bien que el matrimonio en sí mismo no es la ceremonia en que se bendice la unión de los cónyuges, sino que es el acto conyugal posterior mediante el cual ambos se unen por primera vez. Por ese motivo la ley civil admite que el matrimonio no consumado no es válido.

Eso nos hace ver cuán ciega y grave es la unión libre, tan frecuente en nuestros días, en que hombre y mujer se unen sin asumir compromiso alguno. Esas uniones son pactos frustrados y rotos repetidas veces, que endurecen la conciencia, y que pueden incapacitarla para comprometerse en un pacto definitivo. Eso nos hace ver también cuán importante es que la mujer guarde su virginidad como condición para contraer incólume el pacto matrimonial, y cuán ciegos son los hombres que suelen pedir a la muchacha lo que llaman “una prueba” de su amor. Si algo prueba esa exigencia, es que no aman a la muchacha, porque si la amaran la respetarían y esperarían.

Notas: 1. El diezmo, como puede verse también por el episodio de Abraham con Melquisedec (Gn 14:17ss), era una costumbre religiosa muy antigua, anterior al Pacto Sinaítico y a la ley de Moisés.

2. Los reyes asmoneos del segundo siglo AC eran espúreos, y así los consideró el pueblo, porque no eran del linaje davídico.

3. Hace algún tiempo yo tuve durante el culto, al celebrarse la Santa Cena, una experiencia muy bella en este sentido.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#714 (19.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI

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