viernes, 2 de diciembre de 2011

¿EXISTE EL INFIERNO? I

Por José Belaunde M.

Hubo una época en que en las iglesias y en reuniones al aire libre se predicaba mucho acerca del infierno y sobre el peligro de la condenación eterna que amenaza a los pecadores. Ese mensaje ha salvado a mucha gente. (Nota 1).
Cuando empezó a cambiar la mentalidad de la gente y la sociedad se volvió escéptica la prédica del infierno empezó a ser abandonada pues se consideró que más efectivo para atraer a los pecadores era predicar acerca del amor infinito de Dios para con ellos. Lo cual es naturalmente cierto en muchos casos.
Hoy día casi nunca se escucha predicar sobre el infierno. Sin embargo, es un tema que muchas almas extraviadas, y aún muchos cristianos tibios, necesitan oír para enderezar sus vidas. Teniendo en cuenta la creciente corrupción de costumbres que prevalece en la sociedad moderna, antes cristiana, el recuerdo de la condenación eterna puede ser una prédica salutífera, medicinal y oportuna.
Nadie duda de la conveniencia de hablar acerca del temor de Dios. Pero ¿qué cosa es el temor de Dios en parte sino temor de “Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno” como dijo Jesús? (Mt 10:28).
El Antiguo y el Nuevo Testamento tienen mucho que decir acerca del infierno, y Jesús habló mucho acerca de él, sin duda porque sin su sacrificio en la cruz la humanidad entera estaba condenada a ser echada por toda la eternidad en el lago de fuego y azufre del que habla el Apocalipsis. Eso nos hace comprender el inmenso valor y el gran beneficio que significó la salvación obrada por Él.
La palabra “infierno” viene del latín “infernus”, que significa “lugar oscuro debajo de la tierra”. Según la doctrina cristiana esa palabra designa en primer lugar el estado de tormento que sufren los ángeles que se rebelaron contra Dios siguiendo a Lucifer -es decir, los demonios- y los seres humanos que mueren sin arrepentirse de sus pecados. En segundo lugar designa el lugar al cual son confinados los demonios y los condenados. Todas las menciones que se encuentran en las Escrituras acerca del infierno son hechas en términos locales: horno de fuego (Mt 13:42); lago de fuego y azufre (Ap 20:14,15); abismo (Lc 8:31); tártaro (2P 2:4), término que RV60 traduce como infierno, pero que en la mitología griega designa el lago subterráneo en el que los malvados son castigados.
En tercer lugar el término “infierno” traduce en muchos casos la palabra hebrea Seol, que, como veremos enseguida, designaba en el Antiguo Testamento el lugar, situado en lo profundo de la tierra, a donde iban a parar los seres humanos al morir (Gn 37:35; Jb 14:13; Nm 16:32,33; Sal 55:15; Pr 9:18, etc.). (2).

LO QUE DICE EL ANTIGUO TESTAMENTO
La revelación de las verdades acerca del más allá fue progresiva. En el Antiguo Testamento el Seol designa a veces la tumba (Jb 17:13,14; Sal 16:10; Is 38:10); a veces el lugar donde residen las almas de los muertos como sombras en un estado de semi conciencia, (“tierra de tinieblas y sombras de muerte…de oscuridad, lóbrega… cuya luz es como densas tinieblas.” Jb 10:21,22). Ecl 9:10 dice que “en el Seol… no hay obra ni trabajo, ni ciencia ni sabiduría.” Tampoco hay memoria de Dios ni se le alaba (Sal 6:5; cf Sal 88:10-12; Is 38:18). (3).
Sin embargo, a partir de los profetas escritores (Isaías, Jeremías y los que los siguieron) el AT empieza a mostrar una perspectiva más clara de la vida futura. Por de pronto Ecl 11:9 habla de un juicio al final de la vida terrena, a lo que también alude Is 66:16 (cf Ez 33:20).
En el mismo capítulo Isaías habla de los hombres que se rebelaron contra Dios cuyo “gusano nunca muere ni su fuego se apagará” (Is 66:24), pasaje que Jesús cita en Mr 9:43-48, para referirse al castigo eterno. Ya el Sal 140:10 habla de los que “serán echados en el fuego, en abismos profundos de donde no salgan.”
Pero es el profeta Daniel quien anuncia claramente por primera vez en el AT la resurrección de los muertos, en que “unos serán despertados para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” (Dn 12:2), noción que ya algunos pasajes de los salmos y profetas anteriores permitían vislumbrar (Sal 16:10; 49:15), como cuando Isaías 25:8 anuncia que Dios “destruirá a la muerte para siempre”; y Oseas 13:14 dice que Dios redimirá al hombre del Seol, pasaje que Pablo cita (1Cor 15:55).
Durante la época intertestamentaria empezó a delinearse la noción de que el Seol estaba dividido en dos secciones: una en el que los impíos eran atormentados (Sal 140:10) y otra en la que los justos eran consolados, lugar al que el evangelio de Lucas llama “el seno de Abraham” (Lc 16:22-26).
Esa noción está plasmada en los libros apócrifos (o deuterocanónicos), escritos entre el siglo II AC y el primer siglo de nuestra era, (Sabiduría de Salomón, Sirácida, Macabeos 1 y 2), y en los escritos llamados seudoepigráficos como el 1er libro de Enoc, Jubileos, Esdras 4, y el 2do Apocalipsis de Baruc, algunos de los cuales es probable que Jesús y los apóstoles conocieran (Ver Jd 14).
La Septuaginta traduce la palabra hebrea Seol por la palabra Hades, con que en la cosmología griega se designaba al mundo inferior donde moran todos los muertos, y en ese sentido la usa el libro de los Hechos (2:27-31). Pero hemos visto que Lucas la emplea como sinónimo del infierno, y en el mismo sentido la usa el Apocalipsis (1:18; 20:14).
Si bien es cierto que en el Antiguo Testamento la muerte y el Seol, o Hades, están bajo el dominio del diablo –imperio que Jesús destruyó al morir (Hb 2:14; 2Tm 1:10)- en su texto está claro que el Seol está al servicio de Dios. Es Él quien hace descender ahí (2Sm 2:6; Sal 55:23) y es Él quien hace subir de ahí figuradamente al hombre cuando lo libra del peligro de morir (Sal 86:13). Aun en el Seol está presente y reina Dios. (Sal 139:8).


LA REVELACIÓN PLENA DEL NUEVO TESTAMENTO
Nadie ha hablado con más frecuencia y elocuencia acerca de la realidad del castigo eterno que Jesús. ¿Estaría Él equivocado? ¿Exageraba, o tenía buenos motivos para hacerlo? Después de todo Él vino para librarnos de ese peligro al que estamos expuestos todos. Si Él se hizo hombre, sufrió y murió para salvarnos de la condenación eterna, es porque la amenaza del infierno es una cosa inminente y terrible, algo de lo que todo hombre sensato debe procurar escapar.
Veamos lo que dice Jesús acerca del infierno. Como preámbulo recordemos que el Precursor, Juan Bautista, al anunciar que detrás suyo vendría uno más poderoso que él, dice: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.” (Lc 3:17). Esa frase afirma que en el día del juicio Jesús separará la paja del trigo, es decir, guardará para sí a los que representan al buen grano, y entregará a los réprobos al fuego en que arderán eternamente.
Al hablar del pecado contra el Espíritu Santo, Jesús dice: “Cualquiera que blasfeme contra el Espíritu no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno,” es decir, de condenación eterna (Mr 3:29). Asimismo Él dice dos veces: “Mejor es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.” (Mt 5:28,29). Más adelante reitera dos veces ese principio afirmando: “Mejor te es entrar en la vida cojo o manco que, teniendo dos manos o dos pies, ser echado en el fuego eterno.” (Mt 18:8,9). Notemos dos características que vuelven una y otra vez en el discurso de Jesús acerca del infierno: en él arde un fuego, un fuego que nunca se apaga.
La palabra que en el texto original del Nuevo Testamento Jesús emplea de manera preferente en estos pasajes –y que suele traducirse como “infierno”- es el término “gehenna” que deriva de las palabras hebreas “ge” (tierra o valle) y “hinnom” (4). La palabra gehenna designaba a la quebrada o valle angosto situado al Sur de Jerusalén, en el que los idólatras, especialmente en tiempos de los reyes impíos Acaz y Manasés, sacrificaban a sus hijos al abominable dios Moloc, haciéndolos pasar por el fuego (2R 16:3; 21:1-6; 23:10; 2Cro 28:3; 33:6; Jr 19:5;32:35). ¡A qué extraños extravíos puede llevar el diablo a los que se entregan en sus manos! En tiempos posteriores el lugar vino a ser conocido como el “Valle de Tofet” (escupitajo). El rey Josías profanó el valle echándole huesos quemados se seres humanos y lo convirtió en el botadero de la ciudad donde la basura era quemada y ardía constantemente (Jr 7:31-34; 19:1). Por ese motivo la gehenna se convirtió para los judíos en un símbolo del castigo eterno que algunos identifican sin motivo con el “valle de Josafat” del que habla el profeta Joel (3:12), y donde tendría lugar el juicio futuro (Is 30:32,33).
En cinco ocasiones en el evangelio de Mateo, y en una en el de Lucas, Jesús habla del “horno de fuego en que será el llanto y el crujir de dientes.” (Mt 13:42,50; 22:13; 24:51; 25:30; Lc 13:28). Si lo repite tantas veces es para subrayar la importancia que tiene para el hombre tener esa verdad siempre presente y no olvidarla. ¿La descuidaríamos nosotros echándola al olvido, haciendo caso omiso de sus advertencias? ¿No se la recordaremos a aquellos que están en peligro de sufrir ese terrible destino?
Ya hemos mencionado ese pasaje en que Jesús dice que no debemos temer “a los que matan el cuerpo mas el alma no pueden matar; temed más bien a Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt 10:28), donde, como dice Jesús en otra parte, citando a Isaías, “el gusano no muere y el fuego nunca se apaga.” (Mr 9:44), refiriéndose a dos aspectos del sufrimiento que se padece en el infierno: el gusano del remordimiento, y un fuego ardiente cuya naturaleza no podemos comprender.
Se ha cuestionado el carácter perpetuo de la condenación del infierno, pero al final de la escena del juicio de las naciones, que Jesús predice que ocurrirá cuando Él vuelva a la tierra, Él declara: “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” (Mt 25:46). El paralelismo de ambas frases nos muestra que en ambas el adjetivo “eterno/a” (aionios en griego) es usado en sentido literal. Si la recompensa es perpetua, el castigo también lo es.


¿QUIÉNES VAN AL INFIERNO?
Al comienzo de su evangelio Juan comenta: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (Jn 3:36), es decir, se condena, a menos que crea y se arrepienta antes de morir, porque el destino eterno de la persona se decide en ese momento.
En su confrontación con sus opositores Jesús les dice: “Yo me voy y me buscaréis; pero en vuestro pecado moriréis.” –entiéndase: “porque no creéis en mí.”- (Jn 8:21). El que muere en pecado, e.d. sin arrepentirse, se condena irremediablemente. Y enseguida añade: “a donde yo voy, vosotros no podéis venir.” A donde Él va, esto es, al cielo, que está cerrado para los que lo rechazan. Como sólo hay dos destinos finales posibles para el hombre, el que no entra al cielo, se va al infierno.
Más adelante Jesús dirá: “El que no permanece en mí, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen y los echan en el fuego y arden.” (Jn 15:6). El que no permanece en Él es el que habiendo escuchado la palabra y creído en ella, no persevera sino que vuelve atrás, esto es, al mundo. Ése tal se condena.
Por su lado, el apóstol Pablo en repetidos pasajes habla de la condenación eterna. Él advierte que los que hacen las obras de la carne “no heredarán el reino de Dios.” (Gal 5:19-21), esto es, por implicancia, se condenan. El mismo mensaje se repite en 1Cor 6:9,10 y Ef 5:5. Él subraya claramente la oposición que existe entre salvarse y condenarse (2Cor 2:15,16), y afirma que los que no “obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo (e.d. los que no creen)… sufrirán pena de eterna perdición.” (2Ts 1:8,9).
A su vez el apóstol Pedro anuncia la condenación eterna de los falsos profetas que seducen a la gente con sus doctrinas equivocadas (2P 2:1-3,12). ¡Y cuántos de esos hay en nuestros días! No saben lo que les espera.
Acerca del mundo tal como lo conocemos y del futuro que le espera, él escribe: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.” (2P 3:10).
En el día del juicio los cielos y la tierra serán renovados, pero no para bien de los que se condenan, los cuales afrontarán el destino que ellos mismos eligieron para sí: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.” (2P 3:7). ¡Cómo no hemos de sentir pena por ellos y advertirles adónde les lleva el camino que siguen ciegamente! El profeta Ezequiel nos advierte de parte de Dios que es nuestro deber amonestar a los pecadores para que se arrepientan, y que si no lo hacemos, y ellos se pierden porque callamos, Él demandará su sangre de nuestro mano (Ez 3:18).
Sin embargo, hemos de tener muy claro que si bien Dios creó el infierno para castigo de Lucifer y de sus huestes, y de todos aquellos extraviados que siguen sus caminos, el mismo apóstol Pedro escribió que Dios no quiere que “ninguno se pierda, sino que todos vengan al arrepentimiento.” (2P 3:9). (5).
Notemos también que, pese a su corta extensión, la epístola de Judas advierte dos veces acerca del peligro de la condenación eterna (Jd 7,13).
Pero las palabras más contundentes acerca del castigo eterno se encuentran en el libro del Apocalipsis, que “contrasta la victoria de Cristo en la Jerusalén celestial con la condenación de los que son arrojados al lago de fuego y azufre”, (R. Garrigou-Lagrange) evento al que el libro llama “la muerte segunda”. Es decir, hay una muerte física del cuerpo, que es la primera muerte, a la que todos estamos destinados, y una segunda muerte, mucho más terrible que la primera, porque es irrevocable e irreversible, pero que no es para todos, sino sólo para los que se niegan a aceptar la gracia de la salvación.
“Y el tercer ángel los siguió diciendo: Si alguno adora a la bestia y a su imagen (e.d. a Satanás)… él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre…y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.” (Ap 14:9-11). El destino terrible de los que se condenan es contrastado con el de los que se salvan: “Bienaventurados…los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras les siguen.” (vers. 13).
Más adelante el libro dice: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos según lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó a los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron a los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego.” (Ap 20:12-15).
Creo que estas citas son suficientes para hacernos comprender la tremenda realidad del infierno, y la necesidad de que todos los seres humanos escuchen el mensaje del Evangelio para que, por el poder de la sangre de Cristo, puedan ser librados del peligro de caer ahí y de ser desterrados para siempre de la presencia de Dios, lo cual es el más terrible de todos los castigos y la mayor de todas las torturas que puede sufrir el hombre.

Notas: 1. Un ejemplo clásico es el famoso sermón de Jonathan Edwards “Los pecadores en manos de un Dios airado”, pronunciado durante el primer avivamiento de Nueva Inglaterra, a mediados del siglo XVIII.
2. Vale la pena notar que la noción de un lugar donde residen los muertos y son castigados, es común a muchos pueblos y religiones de la antigüedad y formaba parte de la cosmología de los egipcios y de los griegos.
3. En Ef 4:9 hay una alusión a esta concepción antigua del Seol cuando se dice que Cristo descendió “a las partes más bajas de la tierra”, esto es, a la morada de los muertos, y que el llamado “Credo de los Apóstoles” recoge: “…descendió a los infiernos…”.
4. Más propiamente ge ben-hinnom (valle del hijo de Hinnom: Jos 15:8; 18:16; 2Cro 33:6; Jr 19:2; Jr 32:35), llamado a veces ge bené-Hinnom (valle de los hijos de Hinnom: 2Cro 28:3), que Jeremías profetizó que sería llamado “Valle de la Matanza” (Jr 19:6).
5. El descenso de Jesús al infierno, (que menciona el Credo de los Apóstoles), tomado en el sentido de la sección superior del Hades, esto es, el seno de Abraham, donde los justos son consolados, es una prueba de que Él asumió plenamente nuestra condición humana (Is 53:8,9; 1Cor 15:3,4; 2Cor 5:14). Él descendió al Hades como lo hacen todos los seres humanos, salvo que, en su caso particular, Él lo hizo además para predicar a los muertos que estaban ahí temporalmente confinados en espera de la redención (1P 3:18-20).

NB. El tema de la condenación eterna es un asunto delicado y complejo, pero ineludible. Voy a dedicar a sus diferentes aspectos unos tres o cuatro artículos adicionales, que serán publicados paulatinamente.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#703 (27.11.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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